Sinopsis: "La Felicidades No Está Hecha Para Mí" es la desgarradora historia de un joven que lo pierde todo. Después de que su familia muriera en un trágico accidente automovilístico, su mundo se derrumba por completo. Sumido en la desesperación y el dolor, el joven lucha por encontrar un sentido a su vida. Sin embargo, en medio de su sufrimiento, el joven encuentra un rayo de esperanza cuando conoce a alguien que logra despertaren él un sentimiento que creía perdido: el amor. A medida que su relación avanza, el joven comienza a vislumbrar un futuro más allá del abismo de la tragedia. Pero la felicidad que parecía al alcance de su mano se ve truncada cuando, de forma inesperada, su nuevo amor es brutalmente asesinado. Devastado por este nuevo golpe del destino, el joven se enfrenta a la dolorosa realidad de que la felicidad tal vez no esté hecha para él.
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Aferrándome a la Fortaleza
Capítulo 12: Aferrándome a la Fortaleza
Los días posteriores a la pérdida de mi tía Mariana han sido los más difíciles de mi vida. El dolor y la angustia me han consumido por completo, dejándome con una sensación de vacío y desesperanza que parece inagotable.
Lucía y yo nos hemos abrazado con fuerza, llorando juntos la ausencia de esa mujer que era nuestro pilar, nuestra roca en medio de la tormenta. Su partida ha dejado un hueco en nuestras vidas que no parece tener consuelo.
En el funeral, rodeados de familiares y amigos, lamentamos la tragedia que nos ha golpeado. Todos expresan sus condolencias y recuerdan con cariño la fortaleza y la bondad de mi tía Mariana. Pero nada de eso logra mitigar el dolor que inunda nuestros corazones.
Después del entierro, regreso a mi pequeño departamento, sintiendo como si una parte de mí se hubiera quedado enterrada junto a ella. Me derrumbo en la soledad de estas cuatro paredes, y permito que las lágrimas fluyan libremente, ahogado en un mar de emociones que parecen no tener fin.
Durante los siguientes días, me niego a abandonar mi hogar, aislándome del mundo exterior. No tengo fuerzas ni ánimos para enfrentar mi rutina laboral, y dejo de atender mis responsabilidades, sumido en un estado de apatía y depresión.
Lucía me llama con frecuencia, preocupada por mi bienestar, pero incluso con ella me cuesta encontrar las palabras para expresar la magnitud de mi dolor. Me siento culpable por haberme alejado tanto de mi familia, por no haber estado ahí cuando más me necesitaban.
"Martín, por favor, responde mis llamadas. Necesito saber que estás bien", me suplica Lucía con la voz quebrada. "Tía Mariana no querría que te hundieras en la tristeza. Ella hubiera querido que fuéramos fuertes."
Sus palabras logran llegar a mi corazón, pero la culpa y el remordimiento son demasiado abrumadores. Me niego a enfrentar la realidad, a aceptar que ella ya no está, y me refugio en la soledad de mi hogar, dejando que el dolor me consuma.
Conforme pasan los días, mi aislamiento se vuelve más y más profundo. Dejo de comer, de dormir, de cuidar de mí mismo. Me siento como un barco a la deriva, sin rumbo ni ancla a la que aferrarme.
Hasta que un día, en medio de mi desesperación, recibo una inesperada visita. Es Lucía, con el rostro marcado por la preocupación y las lágrimas. Sin decir una palabra, se acerca a mí y me envuelve en un abrazo apretado, transmitiéndome todo el cariño y la fortaleza que aún le quedan.
"Hermano, no puedo seguir viéndote así. Tía Mariana no querría esto para nosotros", me susurra con suavidad. "Sé que duele, Martín, pero tenemos que salir adelante. Juntos."
Sus palabras son como una luz en medio de la oscuridad que me rodea. Poco a poco, siento cómo la tensión abandona mi cuerpo, y me aferro a Lucía con desesperación, permitiendo que las lágrimas fluyan libremente.
"La extraño tanto, Lucía. No sé cómo continuar sin ella", sollozo, sintiendo cómo el peso del mundo recae sobre mis hombros.
Lucía me mira con esos ojos llenos de madurez que tanto me sorprenden, y toma mi rostro entre sus manos. "Yo también la extraño, Martín. Pero tía Mariana siempre nos decía que debíamos ser fuertes, que ella estaría con nosotros sin importar lo que pasara."
Asiento en silencio, sintiendo cómo poco a poco, las palabras de Lucía van calando en mi corazón. "Tienes razón. Ella siempre nos enseñó a ser valientes y a enfrentar los desafíos con determinación."
"Entonces hagámoslo, Martín. Honremos su memoria siendo la familia que ella siempre quiso que fuéramos", me dice Lucía, con una mirada llena de fortaleza y resolución.
En ese momento, siento cómo la determinación de mi hermana se convierte en el ancla que necesito para no perderme en la desesperación. Poco a poco, empiezo a recobrar la voluntad de levantarme y enfrentar el mundo, con la certeza de que mi tía Mariana estaría orgullosa de nosotros.
Juntos, Lucía y yo nos encargaros de organizar los asuntos pendientes, ocupándonos de los detalles que mi tía dejó atrás. A pesar del dolor que nos embarga, encontramos consuelo en honrar su memoria a través de nuestras acciones.
Conforme pasan los días, comienzo a sentir que la bruma que nublaba mi mente se disipa, y una nueva perspectiva surge en mi interior. Sé que el camino por delante no será fácil, pero tengo la certeza de que mi tía Mariana estaría velando por nosotros desde el más allá.
En una de nuestras conversaciones, Lucía me cuenta que nuestra tía siempre soñó con que Lucía y yo permaneciéramos unidos, que fuéramos un apoyo inquebrantable el uno para el otro. Esas palabras me conmueven profundamente, y me lleno de determinación por honrar su deseo.
"Lucía, te prometo que voy a estar aquí para ti. Vamos a salir adelante juntos, tal y como tía Mariana hubiera querido", le digo, estrechándola entre mis brazos.
Ella asiente, y puedo ver cómo la esperanza brilla en sus ojos a través de las lágrimas. "Sé que lo haremos, hermano. Tía Mariana nos dio las herramientas para ser fuertes. Ahora es nuestro turno de demostrarle que lo hemos aprendido bien."
Poco a poco, voy recuperando la motivación para retomar mi vida. Regreso al trabajo, pero esta vez con una nueva perspectiva, priorizando el equilibrio entre mis responsabilidades y mi bienestar emocional. Sé que mi tía Mariana estaría orgullosa de verme esforzando por encontrar esa armonía.
En las noches, cuando el silencio inunda mi departamento, me permito recordar los momentos felices que compartí con ella. Evoco su sonrisa cálida, sus sabios consejos y su inquebrantable fortaleza. Y en esos instantes, siento que su espíritu sigue acompañándome, guiándome en el camino que debo recorrer.
Lucía y yo nos apoyamos mutuamente, fortaleciendo los lazos que nos unen. Hablamos durante horas, compartiendo recuerdos y rindiendo homenaje a la mujer que les dio tanto sentido a nuestras vidas. Juntos, vamos superando el dolor y aprendiendo a vivir con la ausencia de nuestra tía Mariana.
A pesar de la tristeza que aún nos embarga, poco a poco vamos recuperando la esperanza. Sé que el camino por delante será difícil, pero tengo la certeza de que mi tía Mariana estaría velando por nosotros, infundiéndonos la fortaleza…
