El Susurro Del Olvido

De pronto, estalló una tormenta más fuerte que la anterior, con fuertes relámpagos que se cruzaban en el cielo en todas las direcciones, era una lluvia fría con fuertes vientos, parecía que el cielo se iba a abrir en dos.

Estaba en mi habitación sentada mirando la lluvia caer, sintiéndome abrumada, por todo lo que pasaba a mi alrededor, ví unas sombras oscuras por todas partes, mirándome, sonriendo siniestramente y susurrando cosas que debía de hacer, poco a poco empezaba a sentir una comezón en el brazo y me empezaba a rascar tan fuerte que me lastimaba la piel, conforme pasaban los segundos sentí que me picaba la cabeza y comencé a rascarme también, tenía la sensación de que todo eso que me pasaba era por culpa de las sombras oscuras que se encontraban a mi alrededor, agarraba mechones grandes de mi cabello y los estiraba muy fuerte, empecé a reírme como loca, seguí rascando mi brazo mientras sentía que empezaba a sangrar.

La tormenta seguía muy fuerte y la noche se hizo presente, escuché que se abría la puerta, me di la vuelta sonriendo malvadamente, le dije al doctor.

— ¡Tú eres el siguiente en morir! Jajajaja, nadie me detendrá

Tan pronto como pronuncié esas palabras diste muy fuerte y me tiene sobre el doctor, él no comprendía nada de lo que me pasa pasaba, hasta que vio mis brazos, el doctor trataba de tranquilizarme mientras yo seguía riendo, de un momento a otro me quedé callada, mirando el techo de la habitación y de pronto me llegó un recuerdo.

Flashback

Yo me encontraba parada frente a un hombre que me miraba que los ojos abiertos, estaba paralizado, asustado y balbuceando, poco a poco vi que empezaba a salir sangre por su boca, asustada miré hacia abajo y vi que el arma que tenía en la mano se acababa de disparar y el pecho del hombre se veía cómo comenzaba a sangrar, de pronto él se desvaneció y cayó al piso, asustada fui corriendo junto a él y comprobé su pulso, me había dado cuenta de que aún seguía con vida a pesar de que la bala le había atravesado el tórax y fue directamente al corazón.

Después del disparo, el caos se apoderó de la escena. Había personas que estaban pasando por ahí, horrorizados gritaban y corrían en todas direcciones buscando refugio, mientras gritaban que llamarán a la policía.

Momentos después la policía y ambulancia llegaron rápidamente al lugar y aseguraron la zona, mientras los paramédicos trataban de salvar la vida del hombre.

En medio de la confusión, yo me quedé paralizada por lo que había hecho. El arma cayó de mis manos temblorosas mientras miraba el cuerpo herido del hombre con incredulidad y remordimiento. Por un momento, el tiempo parecía que se detuvo mientras se enfrentaba a las consecuencias devastadoras de mis acciones, me agarré de la cabeza y mientras se estiraba del cabello empecé a gritar.

El hombre fue llevado de urgencia al hospital y a mí me llevó la policía.

No recuerdo qué pasó en el camino, pero pronto me encontré en una celda fría y solitaria. Los minutos se convirtieron en horas y las horas en días. Me sumergí en una especie de neblina mental, incapaz de enfrentar la realidad de lo que había hecho. Cada vez que intentaba recordar el rostro del hombre al que le disparé, sentía náuseas y un profundo dolor en el pecho.

Las visitas de los abogados y las sesiones con el psicólogo se volvieron rutinarios, intentaban convencerme de que cooperará, de que contara mi versión de los hechos.

Pero yo seguía atrapada en mi propio tormento, incapaz de articular una explicación coherente.

Las noches eran las peores, la oscuridad de la celda, los acuerdos del hombre herido volvían a mí con una intensidad abrumadora, podía escuchar sus gritos y sentía la sangre en mis manos.

Después de todos esos eventos el día transcurrió fastidioso y lento.

Poco a poco iba despertando y de pronto sentí que iba mano me tapó la boca y antes de que me diera cuenta de lo que pasaba sentí que era alzada por las axilas, empecé a retorcerme y a patalear, pero las manos que me tenía atrapada no le soltó.

Intenté soltarme con todas mis fuerzas pero nada pasó y cuando me di cuenta ya me encontraba tirada en el piso sintiendo un fuerte dolor en la cabeza, me había golpeado con algo, no sabía si fue con una roca o con otra cosa, pero poco tiempo después me iba calmando, me di cuenta que era mejor dejar que me llevaran o acabaría muriendo.

A los lejos me pareció escuchar una voz conocida llamándome, mientras que me metían en un auto.

Fin del flashback

La habitación parecía cargada de una energía ominosa, como si estuviera impregnada con la oscuridad que me rodeaba, mis risas resonaban en el espacio, mezcladas con el sonido de la lluvia que aún golpeaba contra las ventanas.

El doctor, desconcertado, intentaba contenerme mientras mis movimientos se volvían más frenéticos.

Mis uñas arañaban mi piel, dejando rastros de sangre a su paso, la sensación de picazón y malestar se intensificó con cada instante que pasaba.

En medio de mi caótico estado mental, mis ojos seguían clavados en el techo de la habitación, buscando respuestas en las sombras que lo cubrían.

Sin embargo, el recuerdo se desvaneció tan rápido como apareció, dejándome aún más confundida y desequilibrada. Miré al doctor, mis ojos reflejando una mezcla de miedo y confusión. ¿Qué estaba pasando conmigo?

De pronto la habitación quedó sumida en un silencio tenso, solo interrumpido por el suave zumbido de la luz fluorescente sobre nosotros.

Mis manos temblaban ligeramente mientras el doctor me observaba con preocupación, buscando alguna señal de estabilidad en mi mirada errática.

Intenté reunir mis pensamientos dispersos, luchando contra la corriente de confusión que amenazaba con arrastrarme. ¿Qué había sido ese recuerdo fugaz que había invadido mi mente en medio de la locura? ¿Y por qué me había dejado tan desorientada?

El doctor continuó hablándome en un intento por calmar mi agitación, pero sus palabras resonaban distantes, apenas audibles sobre el estruendo de mis propios pensamientos tumultuosos.

En el fondo de mi mente, una voz susurrante seguía insistiendo en mí a ceder al caos que parecía consumirme.

Me aferré con fuerza a la última brizna de cordura que quedaba en mí, luchando contra la marea de oscuridad que amenazaba con arrastrarme hacia lo desconocido.

Mis manos, aún temblorosas, se aferraron al borde de la cama como si fuera mi única conexión con la realidad. Cerré los ojos por un momento, buscando desesperadamente encontrar algún atisbo de paz en medio del torbellino emocional que me envolvía.

El doctor, con una expresión de determinación en su rostro, se acercó lentamente, extendiendo una mano con cautela hacia mí. Sus palabras resonaron suavemente en la habitación, como un faro de esperanza en medio de la oscuridad que amenazaba con consumirme por completo.

Traté de concentrarme en su voz, en el eco de su presencia, buscando desesperadamente un ancla que me ayudara a mantenerme a flote en medio de la tormenta que rugía dentro de mí.

Poco a poco, las sombras que me rodeaban parecían desvanecerse, mis músculos se relajaron ligeramente, y un suspiro escapó de mis labios mientras me permitía ser arrastrada hacia la seguridad relativa que su presencia ofrecía.

Aunque sabía que la batalla aún no había terminado, por un breve instante, encontré un respiro en medio del caos que amenazaba con consumirme por completo.

Yo no estaba segura de si ese recuerdo era real o simplemente una invención de mi mente perturbada. ¿Cómo podía confiar en mis propios recuerdos cuando la línea entre la realidad y la fantasía parecía tan difusa? Las sombras que me rodeaban susurraban palabras de duda y desconfianza, alimentando mis temores más profundos.

Mientras tanto, el doctor continuaba hablándome con voz calmada y tranquilizadora, tratando desesperadamente de hacerme entrar en razón. Pero sus palabras parecían desvanecerse en el tumulto de pensamientos caóticos que me llenaban la mente.

Finalmente, ante la imposibilidad de calmarme, el doctor llamó a la enfermera en busca de ayuda. Con manos expertas, la enfermera preparó una inyección de anestesia, con la esperanza de que el sueño me liberara de la tormenta que me atormentaba.

Con un suspiro de resignación, ofrecí mi brazo tembloroso, permitiendo que la enfermera me administrara la inyección. Una sensación de paz y alivio me envolvió mientras la anestesia comenzaba a surtir efecto, borrando gradualmente los pensamientos turbulentos que habían llenado mi mente momentos antes.

Con cada latido de mi corazón, me sumergí profundamente en la oscuridad reconfortante del sueño, dejando atrás las sombras y los susurros que habían plagado mi conciencia.

Por un momento, todo estaba en calma, y me permití dejarme llevar por la dulce promesa del olvido.