Por Amor O Por Dinero

Ambos llegaron al vehículo. Oliver no pudo evitar arquear las cejas con sorpresa al ver a Johan aún allí, de pie junto al imponente Maserati negro, como si no se hubiese movido ni un centímetro desde su llegada.

Al acercarse, Johan —con la eficiencia y el silencio que lo caracterizaban— abrió la puerta del lado izquierdo con una leve inclinación de cabeza hacia Xavier. Este asintió apenas y, sin decir palabra, tomó asiento en el interior del auto.

Oliver, sin pensarlo demasiado, se dirigió al asiento del copiloto, pero no logró acomodarse.

—Tú vienes atrás. Conmigo —ordenó Xavier, con voz firme y sin espacio a réplica.

La orden fue tan directa que Oliver se quedó inmóvil durante un segundo, tratando de procesarla. Su mente divagó en mil interpretaciones absurdas antes de reaccionar. Rápidamente se bajó del asiento delantero, rodeó el coche y subió a la parte trasera, junto al CEO.

Apenas cerró la puerta, el vehículo arrancó suavemente.

El espacio reducido del asiento trasero contrastaba con la amplitud de la oficina donde había pasado el día. Allí, al menos, podía respirar con cierta libertad. Aquí, en cambio, con Xavier a escasos centímetros de distancia, cada bocanada de aire parecía un privilegio robado. El ambiente se volvía denso, electrificado, y el aroma embriagador del hombre a su lado lo envolvía como una niebla cálida, haciéndole perder el sentido del tiempo y del lugar.

Se sentó con la espalda recta, los hombros tensos y las manos sobre las rodillas, como un alumno en presencia del director que secretamente adoraba. Cada vez que su brazo rozaba el de Xavier por accidente, un pequeño escalofrío recorría su espalda.

Se atrevió a mirar de reojo. Xavier mantenía el ceño fruncido, con los labios tensos y la mandíbula ligeramente apretada. Parecía molesto por algo, aunque no emitía sonido alguno. Aun así, incluso con esa expresión sombría, le resultaba extraordinariamente atractivo. Irradiaba poder, misterio… y ese magnetismo inexplicable que hacía imposible apartar la mirada.

Si Xavier fuera gay —pensó Oliver, con un leve rubor asomando a sus mejillas—, ya se le habría lanzado encima sin dudarlo.

El viaje fue breve. Demasiado breve para su gusto.

Esa frase que tantas veces había escuchado —que cuando uno está con la persona que ama, el tiempo se ralentiza— le parecía una mentira absurda. Con Xavier, todo pasaba demasiado rápido. El trayecto que para otros habría sido solo transporte, para él fue un instante preciado, casi sagrado. Y ahora, que se acercaba el final, solo deseaba una cosa:

Que el viaje durara un poco más. Solo un poco más. Para seguir sintiéndose así… como si estuviera a punto de caer, por fin, en los brazos de Xavier Belmont.

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Cuando el automóvil se detuvo frente a la entrada, Oliver sintió que algo dentro de él se encogía. Jamás había estado tan cerca de un lugar así. Frente a él se alzaba el restaurante más exclusivo del país, una joya arquitectónica que solo conocía desde la distancia, a través del vidrio sucio del autobús que lo llevaba a su anterior empleo. De día ya era impresionante, pero de noche... de noche parecía una escena de ensueño sacada de una película. Las luces tenues en dorado resplandecían sobre los ventanales, y el brillo de los candelabros que colgaban desde techos altísimos podía verse incluso desde la calle.

Bajaron del auto y se adentraron al lugar. Una melodía suave de piano en vivo acariciaba el aire como una promesa de sofisticación. Las paredes estaban decoradas con molduras elegantes, columnas de mármol y flores frescas dispuestas con una precisión casi artística. Todo olía a lujo. A un mundo que no le pertenecía.

Oliver caminó tras Xavier sintiéndose más pequeño con cada paso. La mirada altiva de los empleados, sus trajes impecables, su porte elegante... todo le recordaba que él no era uno de ellos. Él no tenía un apellido poderoso, ni ropa de diseñador, ni la confianza altiva de quien sabe que el mundo se abrirá a su paso. Bajó la mirada, intentando ocultar su incomodidad.

—Señor Belmont —saludó un hombre de mediana edad con una sonrisa cortés. Sin poder evitarlo, sus ojos se desviaron hacia Oliver. Era extraño verlo llegar con un hombre a esa hora. Por lo general, siempre lo acompañaba una mujer despampanante. Pero al ver también al secretario, pensó que quizás era una cena de negocios.

—Una mesa para tres. Que esté apartada —ordenó Xavier con tono seco, sin devolver el saludo.

El hombre asintió y los guió hasta un rincón donde una gran planta ornamental cubría con elegancia parte de la mesa, garantizando privacidad. Desde allí, nadie podría verlos.

—Enseguida viene el camarero —dijo antes de desaparecer con la misma eficiencia con la que había llegado.

Oliver se sentó, con el estómago hecho un nudo. Estaba nervioso, fuera de lugar y, sobre todo, confundido. ¿Qué hacían allí? ¿Por qué tanta discreción?

Entonces la voz de Xavier lo arrancó de sus pensamientos.

—Vamos al punto, Oliver —dijo con frialdad, clavando sus ojos en él.

Oliver tragó saliva. Todo su cuerpo se tensó.

—Necesito que seas mi pareja.

El mundo se detuvo.

Las palabras resonaron en su mente como un eco imposible, rebotando una y otra vez mientras su corazón latía desbocado. Lo miró, confundido, casi sin parpadear. ¿Había oído bien? ¿Había dicho eso… de verdad?

Intentó procesarlo, pero no podía.

Era como si la realidad se hubiera difuminado, como si estuviera atrapado en uno de esos sueños que lo visitaban por las noches, cuando su cabeza se apoyaba en la almohada y su corazón, aún enamorado en secreto, se permitía imaginar lo imposible.

Soñaba con Xavier muy seguido. Soñaba que lo miraba como a nadie más. Que lo tomaba de la mano. Que le decía que lo quería. Que lo necesitaba a su lado. Que le pedía ser su pareja…

Tal vez se había quedado dormido en el auto. Tal vez Johan nunca los llevó a ningún restaurante y estaba soñando otra vez, perdido en una fantasía alimentada por años de amor no correspondido.

Sí… eso tenía que ser. Porque si esto era real, entonces su mundo acababa de volverse del revés.

Y por primera vez, la fantasía dolía un poco más que la realidad.