Una historia de amor paranormal entre dos licántropos, cuyo vínculo despierta al encontrase en el camino. el llamado de sus destinados es inevitable.
NovelToon tiene autorización de Saradiel para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Ecos del Destino
La cabaña de la anciana estaba oculta entre los árboles, cubierta de musgo y raíces como si el bosque hubiera decidido conservarla dentro de sí. Eirik cruzó el umbral sin hablar, seguido de cerca por su beta, Kael. Ambos habían recorrido kilómetros en silencio, empujados por una sospecha que se transformaba lentamente en certeza.
La mujer los esperaba sentada junto al fuego, con los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre el regazo. Parecía dormida, pero en cuanto el alfa pisó la madera, su voz emergió del silencio.
—Has tardado, hijo del lobo feroz.
Eirik se detuvo. Kael frunció el ceño, pero no dijo nada. Sabían que esa mujer, aunque ciega, veía más allá de lo evidente.
—Necesito respuestas —dijo Eirik con firmeza—. Sobre una chica.
—¿Aelis? —preguntó la vidente, con una sonrisa apenas perceptible.
El alfa tensó la mandíbula. No había mencionado su nombre.
—Ella... no es como las demás. Su loba no ha despertado y su energía es inestable. No es normal.
—No, no lo es —murmuró la anciana—. Porque no nació para ser parte del rebaño. Nació para guiarlo fuera de la oscuridad.
Eirik avanzó un paso.
—¿Qué significa eso?
La mujer extendió una mano hacia el fuego. Las llamas chispearon, como si respondieran a su presencia.
—Mucho antes de que ustedes gobernaran estas tierras, una línea de sangre se ofreció como sacrificio para sellar una grieta. Una fisura que separaba este mundo del caos. A cambio, sus descendientes serían marcados. Uno nacería con el don... otro, con la carga de protegerlo.
Kael cruzó los brazos, escéptico.
—¿Estás diciendo que Aelis es esa descendiente?
—Ella es la llave —dijo la vidente—. Lleva dentro un fuego antiguo, dormido. Y cuando despierte, arderá para destruir o para salvar. El resultado depende de si llega viva hasta ese momento.
Eirik intercambió una mirada con su beta.
—¿Y yo? ¿Cuál es mi papel en esto?
—El mismo que el de aquel primer guardián. Estar a su lado, aunque ella aún no lo entienda. Defenderla, incluso de sí misma. Tu vida está atada a la suya.
La cabaña pareció hundirse en un silencio espeso. El fuego crepitaba como si repitiera sus palabras en secreto.
—Hay quienes ya lo saben —agregó la mujer, su rostro sombrío—. Viejos enemigos. Herederos del caos que aguardan su renacer. Harán todo lo posible por detenerla. Por quebrarla. Incluso... por usarla.
Kael dio un paso al frente.
—¿Y cómo sabremos cuándo el peligro está cerca?
—Ya lo está —susurró la vidente—. Si has venido hasta aquí, es porque lo sientes. Tu loba lo siente.
Eirik cerró los ojos un instante. Imágenes fugaces pasaron por su mente: la forma en que Aelis lo miró aquella noche bajo la lluvia, su aroma mezclado con el bosque, y esa inquietante sensación de que su destino se estaba entrelazando con el de ella, sin permiso.
—¿Hay algo que pueda hacer ahora?
—Observa. Protege. Y cuando llegue la noche más larga, no la dejes sola —la anciana se inclinó levemente hacia él—. Recuerda: no es solo su vida la que está en juego. Es la de todos.
Las palabras quedaron suspendidas en el aire, pesadas, como si acabaran de sellar un juramento antiguo. Eirik asintió con gravedad, y sin decir más, se volvió hacia la puerta.
—Gracias —dijo Kael, aunque su tono sonaba desconfiado.
La anciana no respondió. Solo murmuró una última frase mientras ellos se alejaban:
—La luna no teme al lobo... pero el lobo teme a lo que la luna puede despertar.
---
Ya de regreso, mientras caminaban entre los árboles, Kael fue el primero en romper el silencio.
—¿Vas a decírselo?
—Aún no —respondió Eirik—. No está lista.
—¿Y vos?
Eirik apretó los puños. El aire parecía más denso de lo normal.
—Tampoco.
Pero una cosa sí sabía: no importaba cuán difícil fuera el camino, no permitiría que Aelis cayera. Ni por enemigos. Ni por destino. Ni siquiera por ella misma.