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El Maestro Encantador

El Maestro Encantador

Status: En proceso
Genre:Romance / Amor prohibido / Profesor particular / Maestro-estudiante / Diferencia de edad
Popularitas:1.5k
Nilai: 5
nombre de autor: Santiago López P

Nueva

NovelToon tiene autorización de Santiago López P para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capitulo 24:

Toqué la puerta con cierta timidez, el corazón me latía con fuerza, como si estuviera a punto de cometer un error.

No pasó mucho tiempo cuando un señor de cabello entrecano, con unos ojos curiosos pero desconfiados, abrió.

Debía tener poco más de cincuenta años, y me examinó como si intentara descifrar mis intenciones.

—Caballero, ¿se equivocó de casa? —

preguntó con el ceño ligeramente fruncido.

Me quedé helado por un segundo, inseguro de cómo sonar.

No quería parecer entrometido.

—Hola, no, señor —

contesté apresuradamente—.

Vengo a devolver un plato… su esposa amablemente me envió unos tacos el día de ayer, yo solo…

No alcancé a terminar la frase cuando una mujer apareció desde el interior.

Tenía el cabello recogido en un moño apurado y una sonrisa cálida que contrastaba con la seriedad del hombre.

—Amor, lo vas a espantar —

dijo, posando con dulzura las manos sobre los hombros de su esposo.

Luego me miró directamente, como si ya me conociera—.

Hola, bienvenido, pasa, y te tomas una taza de café.

Titubeé, sintiendo cómo la incomodidad me invadía.

La cortesía se me revolvía con la timidez, y bajé la mirada hacia lo que llevaba en mis manos.

—No quiero incomodar, de verdad. Solo venía a devolver el plato… —

hice una pausa breve y, al recordar lo que había comprado, levanté un poco la bolsa—.

Ah, y también traje estas flores, y una caja de macarons. Espero que sean de su gusto, señora.

La mujer sonrió ampliamente, casi divertida, y negó suavemente con la cabeza.

—Puedes decirme Carmela. Si me dices señora una vez más, me voy a sentir muy vieja —

rió con un dejo de coquetería cómplice hacia su marido—.

Amor, él es el nuevo vecino del que te hablé.

El hombre entrecerró los ojos, como si al fin me ubicara en algún lugar de sus recuerdos o comentarios.

Sus labios se curvaron en una sonrisa socarrona.

—Oh… ¿o sea que eres el decano de mi Princesa? —preguntó, arqueando una ceja con un tono mitad bromista, mitad protector.

La palabra Princesa me golpeó directamente en el pecho.

No pude evitar que una pequeña punzada de emoción me recorriera al pensar en Valeria.

La forma en que sus padres se referían a ella, con tanto cariño, me hizo sentir parte de algo íntimo que no me correspondía…

pero que me resultaba imposible no desear.

Me aclaré la garganta, buscando no delatar el nudo que de pronto me formaba en ella.

—Bueno… sí. Soy su decano… —

respondí con voz serena, aunque por dentro las palabras me supieron a mucho más de lo que quería admitir.

Carmela me dio una palmadita ligera en el brazo, como si me conociera de toda la vida.

—Entonces ya eres de confianza. Pasa, no acepto un no por respuesta.

Me encontré atrapado en esa calidez.

Por un instante, olvidé que solo había ido a devolver un plato.

—Sí, es el profesor de Valeria —

dijo Carmela con naturalidad, y en ese instante Roberto me miró y me dedicó una sonrisa franca.

—Por favor, siga, acepte la taza de café, no sea modesto —

insistió, y antes de que pudiera replicar, me tomó suavemente del brazo y me guió hacia el interior de la casa.

No tuve escapatoria.

Me llevó hasta la sala, un espacio cálido con muebles de madera pulida y fotografías familiares enmarcadas que colgaban de las paredes.

En casi todas las imágenes aparecía Valeria, sonriendo en diferentes etapas de su vida:

desde niña con dos coletas hasta adolescente con uniforme escolar.

Había una ternura tan evidente en esos retratos que me revolvió por dentro.

Me senté frente a él, aún con el ramo de flores apoyado sobre mis rodillas.

—Es un placer conocerlo, me llamo Roberto Casas —

se presentó con una firmeza que imponía respeto.

—El gusto es mío —

contesté, intentando sonar sereno—.

Soy Leonardo López, el decano de Diseño Arquitectónico. Su hija es muy buena estudiante —

añadí, y en ese momento noté cómo los ojos de Roberto brillaron con orgullo genuino.

—Gracias, es un honor escucharlo decir eso. Ella es mi princesa, me ha dado muchas alegrías… ella y su hermano son lo mejor que nos pudo pasar —

dijo con voz grave pero dulce, cargada de afecto.

No pude evitar sonreír.

Me sorprendió aquella devoción.

Ese hombre irradiaba amor paternal en cada palabra, y Carmela, desde la cocina, asintió con una sonrisa cómplice mientras preparaba el café.

Al parecer en este hogar no falta el amor.

Me quedé en silencio unos segundos, observando las fotos en la pared.

Los padres de Valeria se veían como personas nobles, sencillas, llenas de cariño.

Eso me dejó aún más confundido.

Siempre pensé que detrás de sus actitudes frías debía haber un hogar roto, un ambiente hostil o distante…

pero estaba equivocado.

Si todo aquí parecía estar bien, entonces

¿qué era lo que cargaba ella en lo más profundo?

El pensamiento me pesaba en la mente cuando escuché unos pasos bajando las escaleras con rapidez.

El golpeteo ligero resonó en el piso de madera, y casi sin darme tiempo de reaccionar, apareció Valeria.

Me sobresalté.

Ella llevaba un short corto, desgastado por el uso, y un crop top blanco que dejaba entrever la piel tersa de su cintura.

Su cabello caía suelto sobre los hombros, y aunque se notaba que no se había arreglado demasiado, su presencia llenó la sala como un relámpago.

No se percató de que yo estaba allí sentado.

Pasó de largo, como si solo existieran ella y sus pensamientos, y se dirigió directo a la cocina.

Su voz se escuchó clara, cargada de un tono apurado:

—Mamá, ¿queda algo de jugo? Tengo una sed horrible…

Me quedé paralizado, con el corazón golpeando en el pecho.

Esa era la primera vez que la veía en un ambiente tan íntimo, tan cotidiano, y me sentí como un intruso que había atravesado la frontera de un mundo que no me pertenecía.

Roberto me observó con una media sonrisa, como si intuyera lo que pasaba por mi mente.

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