La historia más cliché del año", así la describiría Carla... pero, ¿qué pasa cuando los villanos cuentan su versión?
pero ¿qué pasa cuando se ve desde los ojos de Kiara? Una joven obligada a comprometerse con el príncipe a los 15 años por decisión de su padre, quien en secreto ama al hombre con el que está destinada a casarse. Todo cambia cuando Marionela entra en escena. Su aparente dulzura esconde un lado oscuro que Kiara conoce de primera mano, pues es ella quien comienza a manipular al príncipe y convertir la vida de Kiara en un caos.
La gota que colma el vaso llega cuando Marionela, en un acto calculado, se envenena para culpar a Kiara. La supuesta villana es acusada injustamente, encarcelada y casi ejecutada, pero logra reducir su sentencia. Allí, en el calabozo, un golpe la despierta a su vida pasada y con ello, un propósito claro: cambiar su destino .
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capitulo 11_ compromiso
Semanas después
La noticia de mi compromiso con el emperador Ian Xek se extendió como un incendio por todo el imperio. Las cartas de felicitación y las invitaciones para visitarme inundaron la mansión de mi tía. Algunas eran sinceras, otras estaban llenas de envidia disfrazada.
Mientras tanto, mi tía, aunque inicialmente sorprendida, no tardó en apoyarme.
—Esto es perfecto, Kiara. No solo recuperarás lo que perdiste, sino que lo superarás. Cuando regreses a Liu, nadie se atreverá a cuestionarte.
Y tenía razón. Solo faltaban dos años para que mi exilio terminara, y ahora no solo regresaría como la hija de los Lombardini, sino como la emperatriz de Xek.
Una noche antes de la ceremonia
Ian y yo estábamos sentados en su estudio, repasando los detalles del anuncio oficial. Todo parecía perfecto, pero había algo que todavía quería saber.
—Ian —dije, rompiendo el silencio—, dime la verdad. ¿Por qué me elegiste realmente?
El emperador me miró, su expresión más seria que nunca.
—Porque veo en ti algo que rara vez encuentro en las personas: potencial. Pero también porque sé que eres peligroso. Y prefiero tener a alguien como tú a mi lado, en lugar de en mi contra.
Sus palabras me hicieron sonreír. Era un recordatorio de que, aunque ahora éramos aliados, nuestra relación siempre estaría llena de tensión y juegos de poder.
—Entonces prepárate, Su Majestad —dije, levantándome de mi silla—, porque será una emperatriz que nadie olvidará.
Ian me miró con una mezcla de orgullo y desafío.
—Eso espero, Kiara. Eso espero.
Y así, la primera pieza de mi venganza estaba en su lugar. Con Ian como mi aliado, nada me detendría. Ni Marionela, ni el príncipe Alber, ni siquiera el destino. Ahora, el tablero estaba listo y el juego estaba a punto de comenzar.La ceremonia fue grandiosa, como todo lo que Ian hacía. La sala del trono estaba llena de nobles, ministros, generales y embajadores de los reinos aliados. Los muros estaban decorados con estandartes dorados y plateados, el suelo cubierto con alfombras de seda y el aire impregnado del aroma de flores raras traídas desde los rincones más lejanos del imperio.
Cuando las puertas principales se abrieron para anunciar mi entrada, todos los ojos se posaron en mí. Llevaba un vestido rojo oscuro, bordado con hilos dorados que reflejaban la luz de los candelabros, y una tiara sencilla pero imponente. Mi tía, quien había supervisado cada detalle de mi apariencia, me susurró antes de que entrara:
—Recuerda, Kiara, cada paso que des es una declaración. Hoy, no solo estás caminando hacia el trono, estás reclamando tu lugar en el mundo.
Caminé con la cabeza en alto, dejando que cada paso resonara en el salón. Ian estaba al final del pasillo, de pie frente al trono imperial, vestido con un uniforme negro y dorado que resaltaba su autoridad. Su mirada fija en mí era penetrante, como si me estuviera evaluando incluso en ese momento.
Cuando llegué a su lado, extendiendo su mano hacia mí, y yo la tomé, sintiendo el peso de las miradas de todos los presentes. Entonces, el sacerdote imperial comenzó el ritual de unión, pronunciando palabras antiguas que sellarían nuestro destino juntos.
Cuando terminó la ceremonia y el sacerdote declaró que ahora éramos el emperador y la emperatriz de Xek, la sala estalló en aplausos. Pero detrás de las sonrisas y los vítores, podía sentir las envidias, los celos y las intrigas que comenzaban a gestarse. Sabía que muchos de esos nobles preferirían vernos caer antes de aceptar mi ascenso.
Ian se inclinó hacia mí mientras la multitud aún aplaudía y susurró:
—Ahora empieza el verdadero trabajo, Kiara. Espero que estés lista.
Lo miré de reojo, con una pequeña sonrisa en los labios.
—Siempre lo estoy.