Rachely Villalobos es una mujer brillante y exitosa, pero también la reina indiscutible del drama y la arrogancia. Consentida desde niña, se ha convertido en una mujer que nadie se atreve a desafiar... excepto Daniel Montenegro. Él, un empresario frío y calculador, regresa a su vida tras años de ausencia, trayendo consigo un pasado compartido y rencores sin resolver.
Lo que comienza como una guerra de egos, constantes discusiones y desencuentros absurdos, poco a poco revela una conexión que ninguno de los dos esperaba. Entre peleas interminables, besos apasionados y recuerdos de una promesa infantil, ambos descubrirán que el amor puede surgir incluso entre las llamas del desprecio.
En esta historia de personalidades explosivas y emociones intensas, Rachely y Daniel aprenderán que el límite entre el odio y el amor es tan delgado como el filo de un cuchillo. ¿Podrán derribar sus muros y aceptar lo que sienten? ¿O permitirán que su orgullo
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capítulo 11
El Rey del mundo tuyo
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Narra Daniel Montenegro
Daniel no dejaba de pensar en lo sucedido. Ese beso... ¿qué había sido? No era la primera vez que se besaban, pero sí había sido diferente.
La tormenta de aquel dia había sido el preludio de algo mucho más confuso que se desató dentro de él.
Este beso había sido como un vendaval, frenético, y aún sentía sus labios sobre los suyos, la intensidad de su cuerpo tan cerca del suyo. No era solo el roce de su piel lo que lo había perturbado. Era ella. Rachely. Su arrogancia, su increíble capacidad para desafiarlo, todo eso lo atraía de una manera que nunca había esperado.
Cuando ella entró a la oficina de Daniel, claramente molesta, sus pasos resonaron en el pasillo, anunciando que algo venía. La puerta se abrió con un golpe, y ahí estaba, su furia visible en el rostro.
— ¡¿Qué te crees?! —explotó, su tono alto y claro, como si su rabia fuera lo único que podía defenderla en ese momento.
Daniel levantó la vista desde su escritorio, sin moverse, observándola con una mezcla de curiosidad y... ¿placer?
— ¿Qué pasa, Rachely? —preguntó sin perder la calma, a pesar de la tensión que crecía en el aire.
Ella lo miró, respirando agitada, como si no pudiera encontrar las palabras. Se acercó, y sin preámbulos, lanzó su queja.
— ¡No puedes besarme así, de la nada, como si fueras dueño de mí! —dijo, su voz aún tensa, pero con un toque de algo más: ¿rabia o deseo?
Daniel se levantó de su silla de manera lenta y calculada, como si no fuera un acto impulsivo, sino que algo dentro de él lo impulsaba. Se acercó a ella, sus ojos fijos en los suyos.
— ¿No te gustaron mis besos? —preguntó, su tono ligeramente burlón, pero con un atisbo de sinceridad.
Rachely se quedó en silencio por un segundo, el corazón dándole saltos. ¿De verdad le estaba preguntando eso? Sabía que no podía admitir que sí, que le había gustado. ¡No podía!. Pero se sorprendió a ella misma respondiendo.
— Claro que me gustaron —respondió, y aunque lo dijo con firmeza, su voz temblaba ligeramente. — ¡Pero eso no significa que tú puedas besarme cuando te dé la gana!
Daniel sonrió, una sonrisa que no tenía nada de amable. En lugar de dar espacio a sus palabras, se acercó aún más a ella, atrapándola en su espacio personal. Con una mano la tomó por la cintura, firmemente, mientras con la otra levantaba su rostro hacia él, obligándola a mirarlo.
— ¿Y qué? ¿No te atreves a aceptar que lo que pasó entre nosotros fue algo más que un simple beso? —dijo, sus ojos brillando con una mezcla de desafío y algo más que no quería reconocer.
Antes de que pudiera reaccionar, la besó nuevamente. Esta vez, no hubo dudas, ni rechazos. El beso fue profundo, ardiente, y cuando sus labios se separaron, ambos respiraban agitadamente. Rachely, en lugar de apartarse, permaneció inmóvil, como si su mente estuviera en guerra consigo misma. ¿Por qué le gustaba tanto cuando él la besaba? ¿Por qué ese tipo de contacto parecía tan inevitable entre ellos?
Cuando el beso terminó, Rachely se separó bruscamente, sus mejillas rojas de la mezcla de rabia y confusión. No podía seguir dándole espacio a esa sensación. No podía.
— Eres un maldito... —murmuró, aunque ya no sabía si lo decía por el beso o por la manera en que su cuerpo había reaccionado.
Daniel la observó con una sonrisa de suficiencia mientras ella comenzaba a alejarse, su figura saliendo de la oficina con paso apresurado, tan indignada como siempre.
Él la vio irse sin decir una palabra, pero había algo en su mirada que le decía que, aunque lo odiara, no podía negar lo que acababa de pasar. No era solo un beso. Era algo más grande, algo que se desbordaba en su pecho y no sabía cómo manejar.
"Esto apenas empieza", pensó Daniel, mientras volvía a sentarse en su silla. Sabía que las cosas entre ellos nunca serían fáciles, pero esa era la parte que más le atraía.
[...]
Narra Rachely Villalobos.
No podía creerlo. ¡Ese hombre tenía el descaro de besarme! Y no solo una, sino dos veces. Me pasé toda la noche dándole vueltas al asunto, mi orgullo de diva hecho trizas por su atrevimiento. ¿Quién se cree? ¡Soy Rachely Villalobos! Nadie, absolutamente nadie, puede tratarme como si fuera un juguete con el que pueden hacer lo que quieran. Pero lo peor no era eso. Lo peor era que… me había gustado. ¡Y no solo un poco!
—No, no, no —murmuré mientras me miraba en el espejo de mi vestidor, ajustando un mechón de mi impecable cabello. Mi perro, Bolty, se sentó a mi lado, moviendo la cola como si entendiera mi indignación. —Esto no puede ser. No puedo permitir que un hombre como Daniel Montenegro, con esa actitud de "yo lo sé todo", me haga sentir de esta manera.
Bolty me ladró en señal de apoyo. Al menos él siempre estaba de mi lado.
Con un suspiro, me puse mis tacones favoritos, los de suela roja, y agarré mi bolso de marca. Hoy no iba a permitir que Daniel arruinara mi día. Ya suficiente tenía con la presión del trabajo y mi cita con el spa. ¿Qué clase de hombre se atreve a besarme y luego actúa como si nada hubiera pasado? Pensando en ello, mi furia crecía, pero al mismo tiempo… no podía negar que besaba increíblemente bien. ¡No! Basta, Rachely. Enfócate.
Mientras bajaba las escaleras, Sofía estaba en la cocina, como siempre, preparando el desayuno con esa sonrisa maternal que me hacía sentir que todo estaba bien en el mundo. Raúl leía el periódico, pero me miró por encima de las hojas cuando entré.
—Buenos días, princesa —dijo Raúl, levantando una ceja. —¿Otra vez con esos tacones? ¿No son un poco… exagerados para la oficina?
—Raúl, por favor. Estos tacones no son exagerados, son arte —respondí, dándole un beso en la mejilla antes de sentarme. —Además, tengo que mantener mi imagen. Tú siempre me dijiste que una Villalobos nunca debe conformarse con menos que la perfección.
Sofía soltó una risita. —A veces pienso que exageras con eso, pero bueno, eres única, mi niña.
Única. Claro que lo soy. Pero en ese momento, lo único que podía pensar era en cómo mantener mi "unicidad" intacta frente a Daniel. Ese hombre era un desafío constante, y yo no estaba acostumbrada a perder.
[...]
Cuando llegué a la oficina, la primera persona que vi fue, por supuesto, Daniel. Estaba en el pasillo, hablando con alguien, y ni siquiera me miró. Eso, por alguna razón, me irritó más de lo que debería. ¿Así que ahora me va a ignorar? Perfecto. Dos pueden jugar ese juego.
Pasé junto a él con el sonido inconfundible de mis tacones y mi bolso brillando bajo las luces. No podía evitarlo: mi entrada siempre tenía que ser dramática. Sentí su mirada en mi espalda y sonreí para mis adentros. Eso es, Montenegro. Admira lo que nunca podrás tener.
—Buenos días, Daniel —dije con un tono que era mitad saludo y mitad desafío.
—Rachely —respondió sin emoción, aunque sus ojos me siguieron por un momento antes de volver a su conversación.
Llegué a mi oficina y dejé caer mi bolso sobre la mesa. Abrí mi computadora, pero mi mente estaba en cualquier cosa menos en el trabajo. ¿Por qué me afectaba tanto lo que hacía o decía ese hombre? Nunca había dejado que ningún hombre me descolocara, y no iba a empezar ahora.
Más tarde, mientras estaba en mi oficina revisando algunos papeles, Sofía me llamó para recordarme que tenía que llevar a Bolty al veterinario. ¿Cómo olvidarlo? Mi Bolty siempre es una prioridad. Miré el reloj y me di cuenta de que aún tenía tiempo, pero justo en ese momento, alguien tocó la puerta.
—¿Qué? —dije, sin ni siquiera levantar la vista.
Daniel entró, por supuesto. ¿Quién más podía ser?
—Necesito tu firma en estos documentos —dijo, dejándolos sobre mi escritorio.
—Claro, lo que tú digas —respondí, agarrando los papeles sin mirarlo. Luego, me detuve y lo miré directamente a los ojos. —¿Algo más, Montenegro? ¿O vas a besarme otra vez sin permiso?
Sus cejas se alzaron, y por un momento pareció sorprendido, pero luego esa sonrisa arrogante apareció en su rostro.
—¿Te gustaría que lo hiciera?
Sentí que la sangre me hervía. Me levanté de mi silla, enfrentándolo directamente.
—¡Por supuesto que no! Pero me gustaría que dejes de actuar como si fueras el rey del mundo.
Él se acercó un paso, demasiado cerca para mi gusto, pero no me moví. No iba a mostrar debilidad.
—Rachely, no soy el rey del mundo, pero parece que estoy bastante cerca de ser el centro del tuyo.
Lo empujé suavemente hacia atrás con un dedo en su pecho. —En tus sueños, Montenegro.
Salió de mi oficina con esa sonrisa que me volvía loca, y yo me dejé caer en mi silla, suspirando. No iba a permitir que ese hombre me ganara. Pero, al mismo tiempo, sabía que esta guerra apenas estaba comenzando. Y yo nunca pierdo.