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Hasta Mi Último Suspiro

Hasta Mi Último Suspiro

Status: Terminada
Genre:Completas / La Vida Después del Adiós / Apoyo mutuo / Pareja destinada / Amor eterno
Popularitas:3.6k
Nilai: 5
nombre de autor: Anklassy

Enfrentando una enfermedad que amenaza con arrebatarle todo, un joven busca encontrar sentido en cada instante que le queda. Entre días llenos de lucha y momentos de frágil esperanza, aprenderá a aceptar lo inevitable mientras deja una huella imborrable en quienes lo aman

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Capitulo 10

Los días habían pasado rápidamente y en el hospital, los padres de Aliert, también estaban lidiando con el peso de la situación. A pesar de que intentaban mantenerse fuertes, cada día era una prueba de fe y resistencia. Habían puesto todas sus esperanzas en el tratamiento, pero los resultados no estaban siendo tan alentadores como esperaban.

Una tarde, después de una de las sesiones de quimioterapia, el doctor Moier y algunos especialistas se reunieron con ellos para discutir el estado de Aliert.

—Lamentablemente, el tratamiento actual no está mostrando el progreso que habíamos esperado —explicó Moier con seriedad—. Es posible que tengamos que considerar otras opciones.

Camille sintió que el mundo se le venía encima. Había depositado todas sus esperanzas en esa quimioterapia, y ahora le decían que no era suficiente.

—¿Qué otras opciones? —preguntó Thomas, tratando de mantener la calma, aunque su voz temblaba.

—Podríamos intentar un tratamiento más agresivo, pero… no es una decisión que podamos tomar a la ligera —dijo Moier, mirándolos con empatía—. Los efectos secundarios pueden ser más severos, y no tenemos garantías de que sea la solución.

Camille asintió lentamente, sintiendo una mezcla de impotencia y desesperanza. Su hijo estaba luchando cada día, y cada vez que pensaban que estaban avanzando, parecía que algo se interponía en el camino. A pesar de todo, intentó mostrarse optimista frente a Aliert, ocultando sus lágrimas y sus miedos cuando estaba cerca de él.

Esa noche, después de cenar, Camille y Thomas se sentaron con Aliert en la sala. Las luces estaban bajas, y el silencio en la casa hacía que la atmósfera se sintiera aún más densa. Camille intercambió una mirada con Thomas, quien asintió sutilmente, dándole fuerzas para hablar.

—Aliert… —empezó ella, con la voz llena de suavidad y cautela—. Queremos hablar contigo sobre tu tratamiento.

Aliert miró a su madre y luego a su padre. Ambos parecían más serios que nunca, como si el peso del mundo se les hubiera acumulado en los hombros. Sabía que no sería una conversación fácil.

—¿Qué sucede? —preguntó, sintiendo una mezcla de ansiedad y resignación.

Thomas tomó aire y le explicó, midiendo cada palabra.

—El tratamiento que hemos estado usando… no está funcionando tan bien como esperábamos, hijo. El doctor Moier habló con nosotros y dijo que hay otra opción, aunque… es un poco más complicada. Es más agresiva, y los efectos secundarios serán más fuertes.

Aliert se quedó en silencio, asimilando las palabras. Sabía que su salud no había mejorado mucho últimamente. Cada día se sentía más débil, y aunque trataba de mantenerse optimista, la realidad le pesaba cada vez más. La idea de pasar por un tratamiento aún más doloroso y difícil le causaba un nudo en el estómago.

—¿Creen que eso funcione? —preguntó, su voz apenas un susurro.

Camille le tomó la mano, apretándola con ternura.

—No podemos prometer nada, Aliert, pero… es una oportunidad, una opción que podríamos intentar. Es tu decisión, hijo. Nosotros vamos a apoyarte en lo que elijas.

Aliert miró a sus padres. Sus ojos reflejaban tanto amor como preocupación, y eso le partía el corazón. Sabía que no sería fácil para ellos verlo sufrir más, pero también sabía que no podía rendirse. Había luchado tanto hasta ahora que retroceder no parecía una opción justa para nadie, especialmente para Daniel, quien le había prometido estar a su lado en cada paso del camino.

—Lo haré —dijo finalmente, con una voz más firme de lo que se esperaba—. Si hay una posibilidad, quiero intentarlo. No quiero rendirme ahora.

Camille le acarició la mano, dejando escapar un suspiro de alivio mezclado con tristeza. Por un lado, su hijo seguía luchando, pero por otro, sabía que cada tratamiento era una carga más pesada para su cuerpo, que ya estaba al límite.

—Estamos aquí para ti, Aliert —dijo Thomas, inclinándose hacia él y apoyando su mano sobre su hombro—. Y vamos a estar contigo en cada paso, pase lo que pase.

Aliert asintió, aunque por dentro sentía un torbellino de emociones. Sabía que este camino no sería fácil, pero, en ese momento, la presencia de sus padres y el recuerdo de Daniel le dieron la fuerza que necesitaba para enfrentarlo. Sabía que los días que vendrían serían duros, pero al menos, no estaría solo.

Dos días después, Aliert se encontraba en el consultorio de oncología, donde el doctor Moier y su equipo le explicaban en detalle el siguiente paso en su tratamiento: quimioterapia intensiva a base de FOLFIRINOX. Esta combinación de fármacos era conocida por su potencia y agresividad, algo que hacía que su aplicación fuera extremadamente controlada y solo viable en un entorno hospitalario. El tratamiento requeriría la infusión de varios medicamentos en ciclos intensos, administrados por vía intravenosa en dosis ajustadas a su resistencia y condición física. Esta vez, sin embargo, no sería un simple proceso ambulatorio; Aliert tendría que permanecer en el hospital indefinidamente.

El doctor Moier ajustó sus gafas mientras le miraba con una mezcla de profesionalismo y empatía.

—Aliert, este tratamiento va a ser más fuerte de lo que has experimentado hasta ahora. La quimioterapia FOLFIRINOX combina cuatro medicamentos: fluorouracilo, leucovorina, irinotecán y oxaliplatino. Cada uno de ellos tiene una función específica para atacar las células cancerosas, y en conjunto, forman un régimen intensivo, pero necesario, en tu caso.

Aliert asintió lentamente, sintiendo que cada palabra caía con el peso de una montaña.

—Entiendo, doctor.

El doctor Moier miró a sus padres, que estaban a su lado, luego continuó:

—Necesitarás permanecer hospitalizado durante todo el tiempo que dure el tratamiento, ya que vamos a monitorear tu cuerpo las veinticuatro horas del día. Este régimen suele debilitar el sistema inmunológico considerablemente, y no queremos tomar riesgos con las infecciones o efectos secundarios. Habrá días difíciles, Aliert. Tendrás episodios de fatiga extrema, náuseas, vómitos… pero el equipo médico estará aquí para apoyarte.

Aliert notó el ligero temblor en las manos de su madre, Camille, quien se aferraba a su bolso con los nudillos blancos. Thomas, por su parte, se mantenía serio, pero los ojos enrojecidos y el ligero temblor en su respiración delataban su propia preocupación.

—¿Cuándo empezamos? —preguntó Aliert, con una voz que, aunque contenida, dejaba ver la determinación en sus palabras.

—Hoy mismo, si estás listo —dijo Moier, asintiendo con un gesto de respeto hacia el joven—. Te llevaremos a la habitación y, en unas horas, comenzarás el primer ciclo.

Unas horas después, Aliert estaba en una habitación de hospital. El lugar era estéril, con paredes de un blanco opaco y el típico aroma de desinfectante impregnando el aire. La cama hospitalaria estaba rodeada de equipos médicos, monitores y una silla al lado donde sus padres se turnarían para acompañarlo.

Un enfermero entró con una bolsa de suero en la mano y un juego de guantes.

—Hola, Aliert, soy Max, y estaré contigo durante el tratamiento. Empezaremos insertando un catéter venoso central en tu brazo para administrarte los medicamentos de forma continua, así evitamos pinchazos constantes.

Aliert observó mientras Max preparaba la vía de acceso, desinfectando el área con esmero antes de introducir la aguja y fijarla con un adhesivo especial. Aliert sintió la punzada inicial y el frío del líquido recorrer sus venas. Una vez el catéter estuvo en su lugar, Max conectó el tubo de suero y ajustó el ritmo de goteo.

Poco después, la enfermera Mielle, quien estaba en sus prácticas, se unió a la sala. Ella le sonrió a Aliert, tratando de transmitirle algo de calidez a pesar del momento tenso.

—Te veré frecuentemente por aquí, Aliert. Si necesitas cualquier cosa, no dudes en llamarme —dijo ella, con una amabilidad genuina que logró sacarle una pequeña sonrisa.

El siguiente paso en el procedimiento fue iniciar la infusión del primer medicamento: oxaliplatino. Aliert sintió un frío intenso recorrer sus venas al inicio, un efecto secundario que Max ya le había advertido. El medicamento estaba diseñado para atacar el ADN de las células cancerosas, impidiendo su reproducción.

Durante las siguientes horas, el proceso continuó de manera metódica. Cada medicamento era administrado con precisión: el irinotecán, que a veces causaba espasmos en el abdomen y cólicos intensos, fue el siguiente. Luego, la leucovorina, que ayudaba a aumentar la efectividad de la quimioterapia, seguida por el fluorouracilo, que requería una infusión continua a través de una pequeña bomba portátil conectada al catéter de Aliert.

Mientras los medicamentos ingresaban a su cuerpo, Aliert comenzó a experimentar algunos efectos secundarios casi de inmediato: un sabor metálico se instaló en su boca, y el frío en su cuerpo se hizo tan profundo que ni las mantas pesadas parecían ayudar. Camille le sostuvo la mano durante horas, mientras Thomas le acariciaba la cabeza con un amor silencioso.

—Aliert, ¿estás bien? —le susurró Camille, su voz temblando un poco.

Él asintió con una sonrisa débil, intentando aliviar un poco la preocupación de su madre.

—Sí… solo… un poco de frío.

Camille asintió, ajustándole la manta, y miró a su esposo con una mezcla de resignación y dolor.

Durante los días siguientes, la rutina del hospital se convirtió en una constante para Aliert. Pasaba el tiempo observando el gotero y contando los segundos en los que el frío de los medicamentos recorría su brazo. A menudo, perdía la noción del tiempo entre los ciclos de tratamiento y las pausas para descansar. Chris, el estudiante de medicina en prácticas, solía visitarlo entre procedimientos para charlar y hacerle sentir un poco menos solo. Chris siempre trataba de animarlo con chistes y comentarios optimistas sobre lo valiente que era, y aunque a veces no lograba reír, Aliert agradecía su presencia.

Una tarde, cuando los efectos de la quimioterapia se sentían más fuertes que nunca, el doctor Moier volvió a su habitación para hacerle una visita.

—¿Cómo te sientes, Aliert? —preguntó el doctor, con una expresión profesional pero cargada de empatía.

Aliert lo miró con los ojos cansados, doliéndose por dentro, pero aún decidido.

—He tenido… mejores días —murmuró con una pequeña sonrisa.

Moier le devolvió una sonrisa comprensiva y asintió.

—Es normal que te sientas así. Esta etapa será difícil, pero quiero que sepas que estamos haciendo todo lo posible. Sabemos que tienes a tu familia y tus amigos aquí contigo, y eso también ayuda mucho.

Aliert miró a su alrededor, a las paredes estériles y a las luces del hospital, con la sensación de que su vida había quedado suspendida en este pequeño mundo. Era como si el tiempo se hubiera detenido, y su existencia se redujera a ciclos de medicamentos, revisiones y las visitas de sus seres queridos.

Aunque el dolor físico era constante y la sensación de vulnerabilidad no desaparecía, en el fondo, Aliert sabía que estaba tomando la mejor decisión posible para luchar por cada día.

A medida que pasaban los días y Aliert se adaptaba a la rutina hospitalaria, Daniel empezó a aparecer cada vez más en la habitación, a menudo deslizándose en silencio y tomando una silla junto a la cama, con una tranquilidad que le permitía quedarse a su lado sin interrumpir la rutina de Aliert.

Uno de esos días, Aliert despertó después de una larga sesión de sueño inducido por la quimioterapia y encontró a Daniel sentado a su lado, leyendo un libro que había traído consigo. Al notar que Aliert había abierto los ojos, Daniel cerró el libro y sonrió, con esa expresión de alivio y ternura que Aliert ya reconocía.

—Hola, dormilón —bromeó Daniel suavemente, intentando que su tono ligero aliviara un poco el ambiente opresivo del hospital.

Aliert sonrió débilmente, aunque su rostro mostraba aún las marcas del cansancio.

—No pensé que te vería aquí tan seguido —murmuró, con un dejo de sorpresa y gratitud en la voz.

—Tú dijiste que me necesitabas, así que aquí estoy —respondió Daniel, sin más explicaciones, como si fuera la cosa más natural del mundo.

Los padres de Aliert, que estaban en la habitación, intercambiaron una mirada de asombro, como si aún no entendieran del todo la profundidad del lazo que había nacido entre ambos. Daniel parecía encajar de una manera inesperada en la vida de su hijo, trayendo consigo una presencia cálida que ni siquiera ellos habían logrado ofrecerle en su totalidad en estos últimos días.

Después de un rato, cuando Camille y Thomas se marcharon para darles un poco de privacidad, Daniel aprovechó la oportunidad para hablar con sinceridad.

—Aliert… quiero que sepas que, pase lo que pase, no pienso dejar que pases por esto solo.

Aliert le sostuvo la mirada, sus ojos nublados por una mezcla de emociones. Respiró profundamente, sintiendo el peso de todo lo que no había dicho y la presión de la realidad que cada día se hacía más difícil de ignorar.

—A veces… siento que no debería aferrarme tanto a ti, Daniel. Me cuesta creer que alguien esté dispuesto a quedarse aquí, día tras día, viendo cómo me deterioro —confesó Aliert con voz apagada, y un nudo se le formó en la garganta mientras hablaba.

Daniel apretó la mano de Aliert con suavidad.

—No me importa si suena raro o si me estoy volviendo obsesivo, pero quiero estar contigo. Tal vez yo también necesite saber que puedo hacer algo… aunque sea acompañarte —admitió, su voz cargada de sinceridad y, quizás, de un toque de desesperación.

Aliert apartó la vista, intentando no dejarse llevar demasiado por las emociones. Sabía que cada vez que Daniel se acercaba a él, sentía una mezcla extraña de esperanza y dolor. Por un lado, deseaba poder entregarse a esos momentos, pero al mismo tiempo, no podía dejar de pensar en lo injusto que sería para ambos.

—Daniel, no tienes que sentir que estás atado a esto… a mí —susurró, casi como si estuviera tratando de convencerse a sí mismo.

—No estoy atado —respondió Daniel, mirándolo con firmeza—. Estoy aquí porque quiero, porque no importa cuánto dure esto… si solo tenemos unos meses, unos días, voy a estar contigo hasta el final.

El silencio que siguió a sus palabras estaba cargado de sentimientos que ambos no sabían cómo expresar del todo. La habitación estaba llena de máquinas, del ruido de los monitores, del eco de sus respiraciones sincronizadas en el pequeño espacio que compartían, pero en ese momento todo parecía desaparecer, dejando solo el peso de esa promesa en el aire.

Días después, mientras Aliert continuaba con su tratamiento, Daniel empezó a notar las miradas de algunos de sus amigos en la escuela. No era difícil ver las expresiones de preocupación y curiosidad en sus rostros; sabían que algo estaba pasando, aunque él no se había molestado en explicar nada. Sin embargo, sus visitas constantes al hospital y la forma en la que se ausentaba de algunas actividades sociales habían empezado a despertar preguntas.

Un día, durante el receso, uno de sus amigos más cercanos, Mark, decidió abordarlo.

—Oye, Daniel, ¿todo bien? Últimamente estás… diferente. Parece que estás metido en algo… No quiero entrometerme, pero estamos preocupados por ti.

Daniel respiró hondo, intentando encontrar una respuesta que no revelara demasiado.

—Estoy bien, de verdad. Es solo que… bueno, estoy ayudando a alguien que me necesita —respondió, intentando ser sincero pero sin entrar en detalles.

Mark frunció el ceño, claramente confundido.

—¿Ese "alguien" es Aliert? —preguntó con cautela.

Daniel asintió lentamente, sin poder evitar la tensión que le causaba esa pregunta. No quería que su amistad con Aliert fuera malinterpretada, ni que pensaran que estaba perdiendo el control de su vida. Pero, al mismo tiempo, sabía que estar con él era lo único que le importaba en ese momento.

—Sí, es Aliert. Está… pasando por algo difícil, y quiero estar ahí para él —dijo finalmente, con firmeza.

Mark suspiró, pero asintió en señal de comprensión.

—Solo ten cuidado, amigo. No queremos que te hundas también en esto.

Aquella noche, después de una sesión particularmente intensa, Daniel volvió a visitarlo, encontrándolo en silencio, con la vista perdida en el techo. Aliert giró la cabeza hacia él y esbozó una sonrisa cansada, pero auténtica.

—Sigo aquí, Daniel —murmuró, casi como si necesitara recordárselo a sí mismo.

Daniel se acercó y se sentó junto a la cama, tomando su mano.

—Sí, y aquí me tienes también —respondió en voz baja, apretando su mano como si esa simple conexión fuera todo lo que necesitaba para mantenerse fuerte.

En ese pequeño espacio, rodeados de incertidumbre y dolor, Daniel y Aliert encontraron un refugio en su mutua compañía.

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Marianela Hernández
Simplemente espectacular
LuZ Santana
me encanto demasiado tu novela ❤️ la ame de principio a fin
Anklassy: Me alegra que te haya gustado, gracias por acompañarme en este viaje. ¡Te invito a leer mi otra historia, está siendo publicada apenas!
total 1 replies
LuZ Santana
,
LuZ Santana
llore, llore muchísimo 😢 con esta historia me encantó la ame ❤️
Anklassy: yo también llore jajaja, pero los extras son un curita para el corazón ❤️
total 1 replies
LuZ Santana
oh Dios que triste 😭
Anklassy: Acabo de actualizar 🍪❤️
total 1 replies
Maru19 Sevilla
Preguntabas que si estaba bien que quisieras a tus personajes, yo creo que si, ya que plasmas emociones con las cuales nos vemos reflejados
Maru19 Sevilla
Me gusta el desarrollo de la historia
indah 110
No puedo parar de pensar en tu novela! Necesito saber qué pasa a continuación. Actualiza pronto! 😭
Anklassy: Hola! La historia ya está publicada hasta el capítulo 20!! 😯 hoy probablemente actualice otro capítulo 🫢🤫
total 1 replies
shookiebu👽
Que bien vas...continua
Takagi Saya
Necesito el próximo capítulo, mejores deseos
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