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El Silencio De Velmont

El Silencio De Velmont

Status: En proceso
Genre:Terror / Doctor
Popularitas:128
Nilai: 5
nombre de autor: Tapiao

Nadie recuerda cuándo se fundó Velmont.
Nadie recuerda por qué cerraron el hospital.
Y nadie parece recordar a Elías Medina... ni siquiera él mismo.

Lo único más espeso que la niebla que cubre este pueblo es el silencio que lo envuelve.
Pero algo aún respira entre esas paredes abandonadas. Algo que espera.

Elías llegó buscando cumplir con su servicio médico.
Lo que encontró fue un lugar sin salida.
Y cuanto más intenta entenderlo… más se olvida de quién era.

Porque hay lugares que no se dejan atrás.
Y hay llamados que nunca deberían responderse.

NovelToon tiene autorización de Tapiao para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

El cuarto sin tiempo

Elías se quedó de pie frente al espejo, intentando comprender lo imposible.

Su reflejo lo miraba con vida propia, ajeno a sus movimientos.

Detrás del cristal, el hombre de ojos negros seguía allí, inmóvil, como un recuerdo encarnado.

—¿Quién sos? —preguntó Elías, aunque ya conocía la respuesta.

No recibió palabras, solo un gesto. El reflejo levantó su mano y apuntó hacia un rincón de la habitación.

Allí no había nada.

Hasta que algo se reveló.

El papel en la pared, que parecía parte del fondo, se descascaró solo, como si la pintura se desgarrara para mostrar un nombre escrito debajo.

“Anomalía 17 – Sujeto espejo activo. Desfase existencial.”

Elías se acercó. Al tacto, el muro crujió, como piel seca. Y entonces, de pronto, lo sintió: un latido, leve, sutil, proveniente desde dentro del muro.

Una vida atrapada.

Cerró los ojos.

Cuando los abrió, estaba en otra sala.

No hubo transición. Solo un parpadeo.

La habitación era redonda. Sin esquinas. Las paredes eran de piedra, pero se movían. Respiraban.

Había relojes por todas partes: en el techo, en el suelo, en su pecho. Todos rotos. Todos marcando horas diferentes.

Y en el centro, una niña.

Vestida con una bata blanca manchada de sangre seca.

Su cabello era rojo oscuro, como vino. Tenía los ojos vendados, pero lo miraba como si pudiera verlo con el alma.

—Llegaste tarde —dijo ella con voz temblorosa—. Ya no queda casi nada de vos.

—¿Quién sos?

—Soy el momento que olvidaste.

—¿Cuál momento?

—El que causó todo esto.

Elías se arrodilló frente a ella, inquieto.

—¿Qué es este lugar?

—El Cuarto Sin Tiempo. Aquí vienen las cosas que el hospital no puede contener.

—¿Cosas como qué?

—Como vos.

De pronto, los relojes empezaron a girar violentamente. Las agujas se rompían solas. El aire vibraba.

Y en el techo, una grieta.

Una grieta con dientes.

—Tenés que recordar, Elías —dijo la niña—. Si no lo haces, él ocupará tu lugar.

—¿Quién es él?

La grieta se abrió de golpe y cayó desde el techo una figura hecha de sombras y carne. Una silueta idéntica a la suya, pero vacía. Los ojos eran pozos sin fondo, y de su boca brotaban susurros al revés.

La niña lo empujó.

—¡Corré!

Elías escapó por un pasillo que no existía antes.

Las paredes se estiraban, deformándose como membranas.

Las puertas aparecían y desaparecían a su paso. Una decía “SALIDA”, pero al abrirla, solo había una sala de partos abandonada, con cunas cubiertas de moho.

Siguió corriendo.

El gemelo oscuro lo perseguía, cada vez más cerca.

El hospital, por primera vez, parecía temer.

En un último intento desesperado, Elías se arrojó por una puerta al azar.

Despertó. Otra vez.

Ahora estaba en un quirófano.

Soledad estaba allí, esperándolo, sentada sobre una camilla como si fuera un banco cualquiera.

Sostenía una carpeta médica en sus manos.

—¿Y ahora qué? —preguntó él, agotado.

—Ahora decidís si querés seguir siendo parte de esto.

—¿Parte de qué?

Soledad abrió la carpeta. Se la mostró.

El expediente tenía su nombre, pero no era un informe clínico. Era un contrato.

—“Proyecto Velmont – Sujeto E.M. – Transferencia total de conciencia a contenedor espacial onírico.”

—¿Qué es esto?

—La razón por la que no podés salir.

Él retrocedió.

—¿Yo firmé esto?

—Vos eras parte del equipo. Te ofreciste. Dijiste que no temías perder tu identidad. Pero cuando el proceso empezó, algo falló. Vos recordaste.

—¿Qué recordé?

Soledad lo miró fijo.

—La muerte de tu hija.

Un silencio brutal.

—Eso fue lo que rompió el sistema —continuó ella—. Eso lo hizo a él.

—¿A quién?

—Al otro vos. Al que ahora quiere quedarse con todo. Al que nació del trauma.

Elías se tambaleó.

Soledad se acercó, puso una mano en su hombro.

—Pero aún podés revertirlo.

—¿Cómo?

Ella le entregó un bisturí.

—Solo uno puede despertar.

—¿Y si no lo hago?

—Te vas a convertir en parte del hospital. Ya no vas a tener rostro. Vas a mirar desde las paredes, vas a ser sombra. Como los demás.

Elías cerró el puño sobre el bisturí.

Caminó de nuevo hacia el quinto piso.

Cada paso se sentía más real. El hospital vibraba, como si presintiera lo que estaba por ocurrir.

En la habitación 502, el espejo lo esperaba.

Su reflejo también.

No dijo nada. Solo sonrió.

Elías entró.

Ambos se miraron, cara a cara.

Y entonces, el reflejo habló:

—Yo soy el dolor que negaste.

—Y yo soy quien lo sintió —respondió Elías.

El bisturí tembló en su mano.

—Solo uno de nosotros puede seguir.

El reflejo asintió.

—Entonces decidí.

El espejo se quebró.

Nadie gritó.

Solo silencio.

Elías despertó en la cama del hospital. Luz natural por la ventana.

El lugar parecía… real. Limpio. Como un hospital funcional.

A su lado, una enfermera anotaba cosas en una tabla.

—Doctor Montenegro —dijo ella al notar que abría los ojos—. ¿Cómo se siente?

Él tardó en responder.

—¿Esto es real?

La enfermera sonrió.

—Tan real como usted lo permita.

Se incorporó.

Sobre la mesa de noche, una foto: él, su esposa, y una niña pequeña.

La fecha: 1999.

Y junto a la foto, un papel.

Solo una frase:

“Recuerda quién sos. La próxima vez será más difícil.”

En el pasillo, alguien lo observaba.

Alguien con los ojos completamente negros.

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