Una novela ligera, con una narrativa fluida para ser comoda para el lector, Esta historia es de ciencias ficción y horror cosmico. Se forja en la vida de un joven que se tendrá que enfrentar a criaturas que sólo existen en viejos libros de demonología, en un mundo de ficción creado por el autor (yo), lleno de misterios y emociones. disfrútalo.
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"Capítulo 6: Los Miedos de un Jóven"
En el Segundo Piso del Orfanato: La Luz del Mediodía
La cálida luz del mediodía entraba tímidamente por la ventana del cuarto, como si el mundo exterior no se atreviera a perturbar la calma de ese lugar.
Sobre la cama, Alex comenzó a despertar. Soltó un débil quejido y se llevó una mano a la cabeza. Sus párpados pesaban como piedras, pero logró abrirlos lentamente. Lo primero que pensó fue:
—¿Eso fue un sueño… o no?
Sus ojos recorrieron el cuarto con desconcierto. No lo reconocía. Todo era nuevo, extraño… y, sin embargo, había algo reconfortante. Pequeñas macetas llenas de flores luminosas como luciérnagas decoraban las repisas, emitiendo un suave resplandor. Se incorporó con esfuerzo, sintiendo sus piernas pesadas y adoloridas.
—¿Dónde están mis zapatos…? —pensó, mirando sus pies descalzos.
Y fue entonces que todo volvió a él. El cráter. El fuego. El grito de un arcángel. La aterradora aparición de Mamon…
Una presión invisible le apretó el pecho. Se quedó inmóvil, su piel palidecida. Su corazón golpeaba como un tambor de guerra, pero no había fuerza en su cuerpo.
—¿Realmente pasó? —se preguntó en silencio—. ¿De verdad salté a un cráter para defender a un arcángel? ¿Estoy realmente en un reino secreto al otro lado del continente...?
Entonces, el rostro del demonio Mamon cruzó su mente como un relámpago. Cerró los ojos. Tembló.
De pronto, algo mullido y cálido cayó sobre sus rodillas. Alex abrió los ojos y miró hacia abajo. Allí, sentado como un guardián en miniatura, estaba un gato negro, de ojos dorados como el oro y una cruz blanca en medio de la frente.
Alex lo miró incrédulo, rompiendo el silencio con una risa nerviosa.
—Es imposible que los gatos hablen… eso sí debió ser una alucinación anoche.
Kuro parpadeó lentamente y luego respondió con su voz ronca y masculina:
—Claro que hablo, niño. Y sí… todo lo que pasó anoche fue real.
Los ojos de Alex se abrieron como platos. Sin pensarlo, se inclinó y abrazó al gato con fuerza, como si al hacerlo pudiera protegerlo del recuerdo de aquel horror. Su voz tembló al susurrarle al oído:
—¿Realmente… no podré volver a ver a mis padres? ¿Ni a Alma...?
Kuro cerró los ojos, acurrucando su rostro contra el mentón del joven. Su ronroneo vibraba como un canto sereno entre ambos.
—Tranquilo, niño… Ahora no podrás volver. Pero te lo prometo… —dijo con suavidad—. Derrotaremos a Mamon. Y recuperarás tu vida pacífica.
Alex no respondió. Solo asintió, hundiendo su rostro en el suave pelaje del gato. Lágrimas silenciosas descendían por sus mejillas, perdiéndose en la oscuridad cálida de ese pequeño ser que, por ahora, era su único refugio.
En el cuarto del segundo piso del orfanato, el silencio pesaba más que el aire.
El ambiente era denso, cargado de una tristeza muda, como si las paredes hubieran absorbido los gritos y el dolor de la noche anterior. Sobre una cama de algodon, Alex se hallaba sentado con el rostro pálido y los ojos hundidos en el vacío. El cuerpo entero le temblaba. Aún no terminaba de asimilar lo ocurrido.
Kuro, acurrucado sobre su regazo, ronroneaba suavemente. Su pelaje negro brillaba bajo la luz del sol, y la cruz blanca de su frente parecía más brillante que nunca. El muchacho lo abrazaba con fuerza, como si al soltarlo, el mundo se derrumbara.
—No estás solo, chico —susurró el gato —. El dolor no durará para siempre... pero la decisión que tomes a partir de ahora, sí.
Alex cerró los ojos. Durante un largo instante, no dijo palabra. Solo respiraba con dificultad, aferrado al animal como a una tabla de salvación. Luego, con esfuerzo, intentó levantarse... pero sus piernas cedieron al instante.
—¡Agh! —gimió, cayendo de nuevo sobre la cama—. No... no me responden... Me duelen mucho. ¡Y están... tan calientes!
Sus ojos se clavaron en los de Kuro, llenos de miedo y confusión.
—¿Qué... qué me pasa?
Kuro se bajó con elegancia del regazo del joven y caminó hasta quedar frente a él. Lo miró fijamente, y su ronroneo cesó.
—Tengo algo importante que contarte, Alex —dijo con tono serio—. Lo que hiciste anoche, al usar el poder de Rei, fue... brutal. Heroico, sí. Pero tu cuerpo no estaba preparado.
—¿Qué quieres decir?
—Tus piernas... están colapsadas —dijo con suavidad—. Tu cuerpo está empezando a absorber y canalizar maná por primera vez, pero no puede hacerlo de forma natural aún. No estás entrenado. Tus canales de maná —las venas mágicas que recorren tu cuerpo— se forzaron más allá de su límite. Muchos se rompieron... otros se quemaron por dentro.
—No entiendo nada de lo que estás diciendo...
Kuro suspiró y, tras un momento de pausa, alzó una ceja felina.
—Imagínate que tienes una manguera de jardín en tus manos —empezó—. Ahora imagina que conectas esa manguera a una bomba de agua diseñada para apagar incendios de un edificio. ¿Qué crees que pasaría?
Alex parpadeó, pensativo.
—La manguera... se rompería. O volaría disparada por la presión del agua.
—Exacto —asintió el gato con solemnidad—. Esa manguera eres tú, Alex. Y la presión, fue Rei. Tus piernas fueron las primeras en colapsar, pero el daño está por todo tu cuerpo. Si no tratamos esto... pronto dejarás de caminar. Y quizás, de respirar.
Alex se quedó en silencio. Sentía el sudor frío correr por su espalda.
—Entonces... ¿qué hago?
—Tenemos que viajar —respondió Kuro, con la seriedad de un general dando órdenes—. Muy lejos. A Liberia. Es un reino en la zona oeste del continente. Allí la Orden tiene un lugar sagrado que puede sanar tus canales de maná... porque ni Eleonora ni yo podemos. Ella ya hizo lo que pudo con tu cuerpo, pero esto... esto va más allá de lo físico.
—¿Liberia, el famoso reino de eruditos...? —susurró Alex—. ¿Está muy lejos?
—Sí. Demasiado para que use mi teletransportación de forma segura. Nunca he ido allí, así que solo podré llevarnos cerca de la frontera. Unos dos días a caballo, quizá. Tenemos que prepararnos, chico. Salir pronto.
Alex tragó saliva, aún procesando todo. Pero finalmente asintió.
—De acuerdo... Me guiarás, ¿verdad?
—Siempre —dijo Kuro, esbozando una leve sonrisa felina.
Continuará...
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