En un mundo de apariencias perfectas, Marina creía tenerlo todo: un matrimonio sólido, una vida de ensueño y una rutina sin sobresaltos en el exclusivo vecindario de La Arboleda. Pero cuando una serie de mentiras y comportamientos extraños la llevan a descubrir la verdad sobre Nicolás, su esposo, su vida se desmorona de manera inimaginable.
El amor, la traición y un secreto desgarrador se entrelazan en esta historia llena de misterio y suspenso.
NovelToon tiene autorización de Carlos Contreras para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Entre lo vivo y lo muerto
La noche había caído, y la casa que alguna vez compartieron Nicolás y Marina estaba envuelta en una penumbra inquietante. Las paredes, testigos silenciosos de los años de amor y resentimiento, ahora parecían susurrar secretos olvidados. Nicolás miraba el lugar, sintiendo que cada rincón lo acusaba.
—Nunca pensé que volvería aquí, —dijo, su voz baja pero cargada de tensión.
Marina estaba de pie frente a la ventana, su figura iluminada por la tenue luz de una farola exterior. No se giró al escucharlo.
—Yo tampoco, —respondió finalmente. —Pero parece que el destino tenía otros planes.
El silencio que siguió fue tan pesado que Nicolás casi podía oír el latido de su propio corazón. Dio un paso hacia ella, pero se detuvo al notar cómo Marina se tensaba.
—¿Por qué me pediste que viniera? —preguntó Nicolás, rompiendo la distancia con su mirada. —Sabes que lo último que necesito es más drama.
Marina se giró lentamente, sus ojos reflejaban una mezcla de ira y desesperación. En su mano sostenía el relicario, el objeto que había comenzado a consumir sus días y noches.
—Esto, —dijo, levantándolo como si fuera una evidencia. —Esto nos conecta más de lo que jamás imaginaste.
Nicolás frunció el ceño. —¿Qué estás diciendo?
—Estoy diciendo que todo lo que hemos vivido, lo que nos ha llevado hasta este momento, no es casualidad. —Marina dio un paso hacia él. —El relicario, mis sueños... Samuel. Todo está relacionado, y tú lo sabes.
Los reproches
Nicolás retrocedió, como si las palabras de Marina fueran un golpe físico.
—¿Samuel? —preguntó con incredulidad. —¿Qué tiene que ver él con esto?
—¿De verdad quieres que te lo diga? —Marina dejó escapar una risa amarga. —Sé que has estado protegiéndolo. Sé que hay algo entre ustedes que nunca me contaste.
Nicolás apretó los puños. —No tienes idea de lo que estás diciendo.
—¿No? —respondió Marina, levantando la barbilla con desafío. —Entonces dime, Nicolás. Dime por qué siento que cada vez que estoy cerca de Samuel, algo se retuerce en mí. Dime por qué su nombre aparece en mis sueños, junto con el hombre del relicario.
El rostro de Nicolás perdió color. —¿Qué estás diciendo?
—Estoy diciendo que Samuel no es quien parece ser, —dijo Marina con dureza. —Y tú tampoco.
Nicolás negó con la cabeza, como si intentara apartar una idea que se negaba a desaparecer. —Esto no tiene sentido.
—¿No? —Marina lo interrumpió, acercándose aún más. —Entonces explícame por qué, cuando contraté al investigador privado, tu nombre y el de Samuel aparecieron relacionados en los archivos del relicario.
Las confesiones
Nicolás sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. Se llevó las manos al rostro, intentando calmar su respiración.
—Esto no puede estar pasando, —murmuró.
Marina lo observaba con una intensidad casi dolorosa. —Habla, Nicolás. Es hora de que dejes de esconderte.
Nicolás levantó la mirada, sus ojos llenos de algo que Marina no pudo descifrar.
—Samuel y yo... —comenzó, su voz temblando. —Nos conocimos mucho antes de que tú y yo nos separáramos. Pero no de la manera que piensas.
Marina frunció el ceño. —¿Qué quieres decir?
—Él estaba relacionado con alguien que yo conocí hace años, —continuó Nicolás. —Una mujer llamada Isabela.
El nombre hizo que Marina diera un paso atrás, como si la hubieran golpeado.
—¿Isabela? —repitió, su voz apenas un susurro.
Nicolás asintió, con los ojos clavados en el suelo. —Ella era la dueña original del relicario. Lo sé porque Samuel me lo confesó.
—¿Por qué nunca me lo dijiste? —preguntó Marina, su voz quebrándose.
—Porque no quería que te involucraras, —respondió Nicolás, levantando la mirada. —Sabía que si empezabas a indagar, no podrías detenerte.
Marina lo miró con furia. —¿Y creías que esconderme la verdad me protegería?
—¡No entiendes! —gritó Nicolás, avanzando hacia ella. —El relicario no es solo un objeto, Marina. Es una llave.
La conexión
Marina lo miró con una mezcla de incredulidad y miedo. —¿Una llave para qué?
—Para abrir algo que nunca debió cerrarse, —dijo Nicolás, su voz bajando hasta convertirse en un susurro. —Los recuerdos de Isabela... y del hombre con el que ella murió.
El silencio volvió a caer sobre ellos, pero esta vez estaba cargado de significado. Marina apretó el relicario contra su pecho.
—Ese hombre, —dijo finalmente. —El que aparece en mis sueños. ¿Quién es?
Nicolás vaciló antes de responder. —No lo sé. Pero Samuel parece saber más de lo que está dispuesto a admitir.
Marina cerró los ojos, dejando que las lágrimas cayeran. —Entonces todo esto ha sido una mentira.
—No, —respondió Nicolás, acercándose y poniendo una mano sobre su hombro. —Esto ha sido una advertencia.
El enfrentamiento final
De repente, un ruido en el piso inferior rompió el momento. Ambos se giraron hacia la puerta del salón.
—¿Escuchaste eso? —preguntó Marina, susurrando.
Nicolás asintió. —No estamos solos.
Ambos se movieron hacia las escaleras, sus pasos cautelosos. Cuando llegaron al primer piso, vieron una figura masculina de pie junto a la puerta.
—Samuel, —susurró Nicolás, reconociéndolo.
Samuel levantó la mirada, y en sus ojos había algo que Nicolás nunca había visto antes: desesperación.
—No debería estar aquí, —dijo Samuel, su voz temblorosa.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Marina, dando un paso adelante.
Samuel sacudió la cabeza. —No lo entienden. Está aquí. Nos está observando.
—¿Quién? —preguntó Nicolás, su voz firme.
Samuel no respondió. Simplemente levantó una mano hacia la ventana, señalando algo en la oscuridad. Marina y Nicolás siguieron su gesto, pero no vieron nada.
—Nos está cazando, —dijo Samuel finalmente, su voz apenas un murmullo. —Y no nos detendremos hasta que paguemos el precio.
La luz de la farola parpadeó, sumiendo la habitación en la oscuridad por un instante. Cuando volvió, Samuel ya no estaba.
—¿Dónde se fue? —preguntó Marina, con el corazón acelerado.
Nicolás no respondió. Solo podía mirar el relicario que brillaba débilmente en las manos de Marina, como si estuviera reaccionando a algo... o a alguien.
En ese momento, una voz susurrante llenó la habitación, helándoles la sangre.
—El tiempo se acaba.