Sinopsis
Enzo, el hijo menor del Diablo, vive en la Tierra bajo la identidad de Michaelis, una joven aparentemente común, pero con un oscuro secreto. A medida que crece, descubre que su destino está entrelazado con el Inframundo, un reino que clama por su regreso. Sin embargo, su camino no será fácil, ya que el poder que se le ha otorgado exige sacrificios inimaginables. En medio de su lucha interna, se cruza con un joven humano que cambiará su vida para siempre, desatando un romance imposible y no correspondido. Mientras los reinos se desmoronan, Enzo deberá decidir entre el poder absoluto o el amor que nunca será suyo.
NovelToon tiene autorización de 2AO'LBTG para publicar essa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 11: Las Puertas del Inframundo
Los días siguientes al enfrentamiento con el espectro fueron extraños y tensos. Michaelis sabía que algo había cambiado dentro de ella, que la línea entre su identidad humana y su verdadera naturaleza demoníaca se estaba volviendo borrosa. Cada vez que cerraba los ojos, los susurros volvían, más insistentes, más intensos.
Adrian, por su parte, no se había acercado a ella desde aquel día. Lo veía de lejos en los pasillos de la escuela, pero sus miradas ya no se encontraban de la misma manera. El miedo y la confusión que vio en sus ojos la atormentaban. Sabía que había roto algo entre ellos, algo que quizá nunca podría reparar.
Samuel, en cambio, estaba más presente que nunca. Después del ataque del espectro, había insistido en mantener a Michaelis vigilada. La acompañaba a todas partes, aunque lo hacía de manera discreta para no levantar sospechas. Pero Michaelis podía sentir su tensión, su preocupación, y sabía que él también temía lo que estaba por venir.
Una noche, después de la cena, Samuel la llevó a un lugar apartado, lejos de la casa y de cualquier oído indiscreto. El viento frío golpeaba con fuerza mientras ambos caminaban por un sendero desolado, bordeado por árboles desnudos que parecían susurrar secretos en la oscuridad. La luna apenas iluminaba el paisaje, y las sombras que proyectaba eran largas y distorsionadas.
“Michaelis, hay algo que debes saber,” dijo Samuel en cuanto llegaron a un claro. Su tono era grave, y en su rostro se notaba una mezcla de preocupación y determinación.
Michaelis lo miró con atención, esperando lo que tenía que decir.
“Lo que pasó con el espectro no fue un accidente. No fue solo una coincidencia. El Inframundo está reaccionando a algo, y creo que está relacionado directamente contigo. Las barreras que impusimos están fallando, y el equilibrio entre los dos mundos está comenzando a desmoronarse.”
Michaelis asintió, aunque no estaba segura de comprender todo lo que Samuel le estaba diciendo. Sabía que algo estaba mal, que el Inframundo estaba reclamando su lugar en la Tierra, pero no comprendía por qué.
“¿Qué tiene eso que ver conmigo?” preguntó, con una mezcla de curiosidad y temor.
“Todo,” respondió Samuel, su mirada fija en la de Michaelis. “Tú eres el nexo, el enlace entre ambos mundos. Tu presencia en la Tierra, como hijo del Diablo, está alterando el equilibrio natural. Y ahora que tu poder ha comenzado a manifestarse, el Inframundo está tratando de recuperarte. No solo eres importante por quién eres, sino porque representas la llave que puede abrir las puertas del Inframundo, permitiendo que sus horrores se derramen sobre la Tierra.”
El corazón de Michaelis dio un vuelco. La idea de ser la causa de algo tan terrible era abrumadora. No solo era un hijo del Diablo, sino que también era la clave para que las criaturas más oscuras del Inframundo pudieran invadir el mundo humano.
“¿Cómo puedo detenerlo?” preguntó, su voz temblorosa. “No quiero que esas criaturas destruyan la Tierra.”
Samuel suspiró, y por un momento, pareció dudar. “Hay una manera,” dijo finalmente, “pero no será fácil, y el precio que tendrás que pagar será alto.”
Michaelis tragó saliva. Sabía que cualquier cosa que Samuel estuviera a punto de proponer no sería algo sencillo, pero estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para evitar el caos que se avecinaba.
“Tienes que encontrar la entrada al Inframundo y sellarla desde adentro. Solo alguien con tu poder puede hacerlo. Pero una vez que estés allí, las posibilidades de regresar serán casi nulas. Es un sacrificio que tendrás que estar dispuesta a hacer.”
La mente de Michaelis giraba a una velocidad vertiginosa. ¿Sellar el Inframundo desde adentro? ¿Renunciar a su vida en la Tierra para siempre? Sabía que la decisión que tenía que tomar era monumental, pero también sabía que el peligro era real. Las criaturas del Inframundo no se detendrían hasta destruirlo todo.
“¿Dónde está esa entrada?” preguntó después de unos momentos de silencio.
Samuel la miró con seriedad. “Aquí, en la Tierra, hay varios puntos de acceso al Inframundo, pero el más poderoso de todos se encuentra en un lugar al que pocos se atreven a ir. Un lugar donde la oscuridad es tan densa que incluso el aire parece vivo. Ese lugar es conocido como ‘La Fosa de las Sombras’.”
El nombre provocó un escalofrío que recorrió la columna de Michaelis. Había escuchado rumores sobre aquel lugar, historias antiguas que los ancianos del pueblo contaban a los niños para asustarlos. Se decía que la Fosa de las Sombras era un sitio maldito, donde el mal residía de manera permanente, y del que nadie había regresado jamás.
“Es peligroso,” continuó Samuel, “pero no tenemos otra opción. Si no logramos sellar esa puerta, el Inframundo se desbordará sobre la Tierra, y nada podrá detenerlo.”
Michaelis sintió que el peso del mundo recaía sobre sus hombros. Pero sabía que no tenía otra opción. Tenía que hacerlo, por Adrian, por su familia adoptiva, por todo lo que amaba en la Tierra.
“¿Cuándo partimos?” preguntó, con una determinación renovada.
Samuel asintió con aprobación. “Pronto. Pero primero necesitamos prepararnos. La Fosa de las Sombras no es un lugar al que podamos ir sin protección. Hay criaturas en su interior que harán lo imposible por detenernos, y debemos estar listos para enfrentarlas.”
Durante los días siguientes, Samuel y Michaelis se dedicaron a prepararse para el peligroso viaje. Samuel invocó antiguos rituales de protección, y le enseñó a Michaelis a controlar mejor sus poderes demoníacos. Pero, a pesar de sus mejores esfuerzos, Michaelis no podía evitar sentir que algo iba terriblemente mal.
Las noches eran cada vez más inquietantes. Las visiones del Inframundo eran más vívidas, y las criaturas que la observaban desde las sombras parecían más cercanas que nunca. Sabía que el tiempo se estaba agotando, y que no podía retrasar más el viaje.
Finalmente, llegó el día de partir. Samuel y Michaelis se dirigieron hacia la Fosa de las Sombras, un lugar remoto y apartado de cualquier civilización. El viaje fue largo y agotador, y a medida que se acercaban a su destino, el paisaje se volvía más desolado. Los árboles estaban muertos, y el suelo estaba cubierto de una capa de ceniza que crujía bajo sus pies.
Al llegar a la entrada de la Fosa, Michaelis sintió que el aire se volvía más pesado, como si la oscuridad misma los envolviera. La boca de la caverna que llevaba al interior de la Fosa era gigantesca, y desde ella emanaba un olor a podrido que hacía que su estómago se revolviera.
“Este es el lugar,” dijo Samuel en voz baja, su mirada fija en la oscuridad que se extendía ante ellos. “A partir de aquí, todo será diferente.”
Michaelis asintió, aunque no podía evitar sentir un nudo en el estómago. Sabía que una vez que entraran en la Fosa, no habría vuelta atrás.
Ambos se adentraron en la oscuridad, sus pasos resonando en el suelo de piedra. A medida que descendían, la temperatura bajaba, y el aire se volvía más denso y difícil de respirar. Las paredes de la caverna estaban cubiertas de extraños símbolos que brillaban con una luz tenue, y de vez en cuando, Michaelis sentía como si algo los estuviera observando desde las sombras.
Después de lo que parecieron horas de caminar, llegaron a una gran cámara subterránea. En el centro de la cámara había un enorme portal, hecho de una piedra negra que absorbía toda la luz a su alrededor. Era la puerta al Inframundo.
“Es aquí,” dijo Samuel, su voz apenas un susurro. “El portal está sellado por ahora, pero no por mucho tiempo. Si no lo cerramos pronto, se abrirá y no habrá manera de detener lo que saldrá de él.”
Michaelis se acercó al portal, sintiendo el poder oscuro que emanaba de él. Sabía lo que tenía que hacer, pero también sabía que el precio sería alto.
“Estoy lista,” dijo, aunque su corazón latía con fuerza en su pecho.
Samuel asintió y comenzó a recitar un antiguo conjuro. Las palabras resonaron en la cámara, y el aire comenzó a vibrar con energía. Michaelis sintió cómo su poder demoníaco se activaba, y la oscuridad dentro de ella comenzó a crecer.
De repente, un fuerte estruendo resonó en la caverna. Las paredes temblaron, y desde las sombras, una figura enorme y monstruosa emergió. Era una de las criaturas del Inframundo, un guardián de la puerta que no permitiría que su mundo fuera sellado.
La criatura era grotesca, con múltiples ojos brillando con una luz enfermiza que parecía absorber cualquier destello de esperanza en la oscuridad. Sus extremidades eran largas y retorcidas, cubiertas de una piel negra y viscosa que chorreaba un líquido oscuro como el alquitrán. Cada paso que daba hacía temblar el suelo bajo ellos, y un rugido gutural reverberó por toda la caverna, llenando el aire con una vibración que retumbaba en los oídos de Michaelis y Samuel.
"¡Cuidado!" gritó Samuel, retrocediendo rápidamente mientras comenzaba a conjurar una barrera mágica a su alrededor.
Michaelis, aunque asustada, sintió cómo su poder demoníaco reaccionaba de inmediato ante la amenaza. Sus manos ardían con energía oscura, y una sensación de calor intenso recorrió su cuerpo. Era como si cada fibra de su ser estuviera lista para desatar el caos, pero sabía que no podía perder el control. Esta era una de las criaturas más temibles del Inframundo, y enfrentarse a ella no sería fácil.
La criatura soltó un chillido ensordecedor y se lanzó hacia ellos con una velocidad sorprendente para su tamaño. Michaelis levantó sus manos instintivamente, creando una barrera de sombras frente a ella. El impacto fue brutal, pero la barrera resistió, aunque apenas.
Samuel estaba a su lado, lanzando hechizos que intentaban frenar a la criatura, pero no parecía tener mucho efecto. La criatura era inmensa y parecía alimentarse de la energía oscura que ellos proyectaban.
"¡Debemos atacarlo directamente!" gritó Samuel, esquivando uno de los ataques de la bestia. "No podemos simplemente defendernos, o nos matará."
Michaelis asintió, su mente trabajando rápidamente en cómo enfrentar a algo tan imponente. Sabía que tenía un poder dentro de ella, algo mucho más oscuro que cualquier criatura del Inframundo, pero también sabía que desatarlo por completo podría significar perderse a sí misma.
"Voy a intentar algo," dijo Michaelis, su voz firme aunque su interior estuviera lleno de dudas.
Con un grito de concentración, Michaelis dejó que su energía fluya libremente. Su piel comenzó a brillar con una luz oscura, y su cabello se elevó ligeramente en el aire mientras una corriente de poder emanaba de su cuerpo. La criatura, como si sintiera la amenaza inminente, vaciló por un segundo.
Ese era el momento que Michaelis necesitaba.
Con un movimiento de sus manos, lanzó una ráfaga de energía pura hacia la criatura. El aire se llenó de un estruendo cuando el ataque golpeó a la bestia de lleno, haciéndola retroceder con un chillido agudo. La caverna tembló, y por un momento, parecía que la criatura había sido derrotada. Pero solo por un momento.
La bestia, aunque herida, se levantó de nuevo, esta vez con furia renovada. Su cuerpo se retorció y cambió, haciéndose aún más grotesco, como si absorbiera la energía oscura del ambiente. Sus ojos, que antes brillaban con una luz enfermiza, ahora ardían con una intensidad casi cegadora.
"¡No puede ser!" exclamó Samuel. "Está alimentándose del poder del portal. No podemos enfrentarlo aquí, ¡estamos en desventaja!"
Michaelis entendió lo que Samuel estaba diciendo, pero sabía que no podían retroceder. Si dejaban que la criatura continuara, el portal se abriría completamente, y todo estaría perdido.
La palabra resonaba en la mente de Michaelis mientras observaba cómo la criatura se fortalecía. El aire a su alrededor era pesado, lleno de un aura maligna que casi lo asfixiaba. Pero a pesar del miedo creciente, no podía permitirse fallar ahora. El Inframundo estaba cerca, cada vez más tangible, y si no lograba cerrar ese portal, todo lo que había hecho hasta ahora sería en vano.
Samuel estaba exhausto, sus hechizos habían perdido fuerza, y Michaelis podía ver el pánico en sus ojos. El brillo que antes emanaba de él se apagaba lentamente, como una vela que lucha por mantenerse encendida en medio de una tormenta.
"Michaelis..." murmuró Samuel entre jadeos, "no puedo detenerlo... es demasiado poderoso. Esto es más de lo que esperábamos."
Michaelis se volvió hacia él, sus ojos ahora cargados de una determinación implacable. "No podemos rendirnos, Samuel. Si dejamos que el portal se abra por completo, no solo nos perderemos, sino también todo lo que amamos."
La criatura, ahora transformada en una bestia monstruosa con tentáculos oscuros que se retorcían a su alrededor, rugió nuevamente. El sonido era un eco de desesperación, como si el Inframundo mismo estuviera llamando desde su abismo.
Michaelis sentía la energía oscura arremolinándose dentro de ella, una fuerza que había temido usar completamente, pero sabía que no tenía otra opción. Cerró los ojos por un momento, concentrándose en el poder que habitaba en lo más profundo de su ser, el legado de su sangre demoníaca, el poder que había intentado reprimir desde que llegó a la Tierra.
"Samuel, mantente detrás de mí," ordenó con voz firme, abriendo los ojos con un brillo oscuro que revelaba su verdadera naturaleza.
"Michaelis, no... ¡podrías perderte a ti misma!" advirtió Samuel, pero ella ya había tomado la decisión.
El poder de Enzo, el hijo del Diablo, se desató. El aire a su alrededor comenzó a arder con una energía que hacía vibrar el suelo, las sombras se alargaban y se entrelazaban como serpientes vivas. Era como si la propia oscuridad estuviera respondiendo a su llamado.
La criatura, sintiendo la amenaza real, atacó con toda su furia, pero Michaelis no retrocedió. Con un movimiento de su mano, las sombras a su alrededor se solidificaron, formando una barrera que bloqueó el embate de la bestia. Cada vez que la criatura intentaba avanzar, era empujada hacia atrás por la creciente oleada de energía que emanaba de Michaelis.
Pero había un precio. Michaelis sentía cómo el poder la consumía, cómo las voces del Inframundo comenzaban a susurrar con más fuerza, incitándola a dejarse llevar, a aceptar su destino.
"Solo un poco más..." pensó, luchando por mantener el control. Sabía que si se rendía por completo al poder, no habría vuelta atrás.
La criatura lanzó un último rugido de desesperación, y en ese momento, Michaelis aprovechó su distracción. Con un grito lleno de fuerza, canalizó todo su poder en un solo ataque. Las sombras, ahora ardiendo con una luz negra, se lanzaron hacia la criatura como una ola imparable.
El impacto fue devastador. La caverna se sacudió y la criatura fue envuelta por la oscuridad, disolviéndose en gritos de agonía mientras era consumida por la fuerza abrumadora de Michaelis. El portal, que hasta ese momento había estado abriéndose, comenzó a cerrarse lentamente.
Michaelis cayó de rodillas, jadeando, sintiendo cómo el poder oscuro retrocedía dentro de ella, dejando una sensación de vacío y agotamiento. Samuel se apresuró hacia ella, temiendo lo peor.
"¿Estás bien?" preguntó, arrodillándose a su lado.
"Lo... lo logramos," murmuró Michaelis, aunque no estaba segura de si se refería a la victoria sobre la criatura o al hecho de que aún no había perdido el control por completo.
El portal, finalmente, se cerró con un sonido profundo, como un suspiro de alivio de los mismos confines del Inframundo. Todo quedó en silencio, salvo por las respiraciones agitadas de ambos.
Pero Michaelis sabía que esto no era el final. Solo había ganado una batalla, pero la guerra por su alma, y el destino que el Inframundo tenía reservado para ella, apenas comenzaba.
El peso de lo que acababa de hacer cayó sobre ella de golpe. El poder que había desatado no era algo que pudiera controlar por completo, y el peligro de perderse en esa oscuridad era más real de lo que jamás había imaginado.
"Esto... esto no puede seguir así," pensó, mirando sus manos temblorosas. "Si sigo usando este poder, tarde o temprano me consumiré a mí misma."
Pero en ese momento, no había otra opción.
Michaelis se levantó con esfuerzo, aún sintiendo el peso del poder oscuro recorriendo su cuerpo. No había vuelta atrás; cada vez que desataba esa energía, sentía que una parte de sí misma se desvanecía, como si el verdadero Enzo quedara atrapado en un rincón más profundo de su ser.
"Tenemos que salir de aquí," dijo Samuel, con la voz entrecortada. "Este lugar ya no es seguro."
Michaelis asintió, pero su mente seguía en otro lugar. A pesar de haber cerrado el portal, podía sentir el eco de las criaturas del Inframundo, siempre al acecho, siempre observando. Sabía que no se detendrían, no hasta que reclamaran lo que era suyo.
Mientras salían de la caverna, la sensación de ser vigilada creció. Michaelis miró hacia atrás, hacia la oscuridad que habían dejado atrás, y por un breve momento, vio una figura alta y esbelta, apenas visible en las sombras. Sus ojos brillaban en un rojo intenso, observándola con una mezcla de familiaridad y amenaza. Pero cuando parpadeó, la figura ya no estaba.
"No puede ser...," murmuró para sí misma.
"¿Dijiste algo?" preguntó Samuel, sin notar el cambio en el ambiente.
Michaelis negó con la cabeza, pero su corazón latía más rápido. Esa figura... ¿acaso había sido su padre? ¿El Diablo mismo vigilándola desde las sombras? Sabía que su destino estaba intrínsecamente ligado al Inframundo, pero hasta ahora, solo había sentido su presencia de manera distante. Sin embargo, esta vez era diferente. Esta vez, era personal.
Mientras caminaban hacia el pueblo, el silencio entre ellos era ensordecedor. Samuel, agotado y preocupado por la reciente batalla, no tenía palabras. Por otro lado, Michaelis sentía un creciente malestar. El poder oscuro estaba despertando algo en ella que no comprendía, algo que la aterraba.
"¿Estás bien?" Samuel finalmente rompió el silencio, notando la expresión tensa en el rostro de Michaelis.
"No lo sé," respondió sinceramente. "Cada vez que uso este poder, siento que pierdo el control. Siento que... me pierdo a mí misma."
Samuel la miró, su expresión se suavizó con preocupación. "Tienes que ser cuidadosa, Michaelis. Este poder no es algo que puedas manejar sola. Quizás deberíamos buscar ayuda."
"¿Ayuda? ¿De quién? Nadie en la Tierra entiende lo que soy... ni siquiera yo," replicó con amargura.
"No lo sé, pero no podemos enfrentar esto solos. Lo que sucedió en esa caverna es solo el principio. Si el Inframundo está reclamándote, debemos estar preparados."
Michaelis asintió, aunque por dentro, sabía que la única manera de entender su poder era enfrentarlo por completo. Y ese camino la llevaría, inevitablemente, de vuelta al Inframundo.
Cuando llegaron al pueblo, la tranquilidad del lugar parecía contrastar con la tormenta interna que sentía Michaelis. Las calles estaban desiertas, salvo por algunas luces en las ventanas de las casas. Parecía una noche cualquiera, pero Michaelis sabía que ya nada sería igual.
"Voy a descansar," dijo Samuel, caminando hacia su casa. "Mañana deberíamos hablar más sobre esto."
"Está bien," respondió Michaelis, aunque sabía que no encontraría descanso esa noche. No con las sombras del Inframundo acechándola tan de cerca.
Se dirigió a su casa, un pequeño y humilde lugar que había llegado a considerar su refugio en la Tierra. Sin embargo, esa noche, al abrir la puerta y entrar, la sensación de seguridad había desaparecido. Las sombras en las esquinas parecían más profundas, más oscuras, como si algo estuviera escondido en ellas, observándola.
Cerró la puerta detrás de ella y se dejó caer en el sofá, agotada tanto física como mentalmente. Pero apenas cerró los ojos, los susurros regresaron.
"Enzo... vuelve... a casa."
El susurro era suave, pero penetrante. Venía de todas partes y de ninguna a la vez. Se tapó los oídos, tratando de ignorarlo, pero la voz persistía, llenando cada rincón de su mente.
"Déjame en paz..." murmuró, apretando los ojos con fuerza.
Pero la voz no se detuvo.
Y entonces, la vio. En el reflejo de la ventana, la figura oscura que había visto en la caverna. Más clara esta vez, más definida. Era alta, con una capa negra que se fundía con las sombras, y esos ojos rojos que la observaban, penetrando en lo más profundo de su ser.
"Enzo," dijo la figura, con una voz profunda y autoritaria. "Es hora."
Michaelis se levantó de un salto, el corazón golpeándole el pecho. Giró sobre sí misma, buscando a la figura en la habitación, pero no había nadie. Sin embargo, el miedo la consumía. Sabía que no podía huir para siempre.
La figura no era solo una alucinación o un producto de su mente perturbada. Era real, y estaba llamándola.
Su padre, el Diablo, estaba llamándola.
El tiempo de esconderse se acababa.