Dos Dimensiones

Esa noche Samuel pensó seriamente en lo dicho por la chica cristiana y se dio cuenta de que en parte tenía razón.

Estaba roto como un espejo…

Desde el comienzo temprano de su adolescencia tuvo que luchar por hacerse valer en un mundo donde todos te miran como basura. Se amistó con personas mucho mayores que él y siguió algunos vicios como beber y fumar. Recordaría el sabor de su primer cigarro y lo llevaría en la memoria.

Samuel se encontró en la comparación de que al contrario de sus amigos él odiaba total y absolutamente lo que ellos llamaban divertido. Pero cuando quiso ser alguien diferente no estaba preparado para las críticas, así que se acogió a la manera más fácil de encajar: volverse el chico rudo

Y funcionó solo hasta que una persona de ojos color miel se interpuso en su camino, arruinándole su imagen en su nueva escuela.

Samuel se había quedado impresionado.

Todas las chicas en su antigua escuela caían a sus pies cuando el pasaba. Por supuesto todas sus imaginaciones se cumplían al lado de cualquier chica hermosa y que estuviera dispuesta a complacerlo. Pero nunca se esperó haberse encontrado con una que le diera esquinazos y que a cada segundo le lanzara espadas con la boca en el preuniversitario.

El día que Diana le había dado la bofetada algo muy obscuro se apoderó de él. Un recuerdo de su infancia afloró sin siquiera pedirlo. Su mente viajó a esos días cuando su padre se marchaba de casa en busca del amor de otra mujer.

Hace nueve años atrás:

……

Era solo un niño lo que acariciaba a su madre mientras lloraba en el sillón con la Biblia entre los brazos. Samuel estaba a los pies de su madre mientras su pequeña mentecita asimilaba lo que sucedía…

Papá se había ido…

Papá no volvería para jugar con él…

Pasaron los días y su mamá lo golpeaba. El cinturón de cuero que había dejado papá era el instrumento de tortura. Cualquier cosa o travesura que hiciera era recompensado con el calor del cuero que abrasaba su inocente piel.

El niño crecía y crecía y veía otros niños de matrimonios felices mientras iban de mano de sus padres y les envidió desde lo profundo de su ser.

Samuel fue creciendo más.

Cada vez más la figura de su padre asomaba en su masculinidad. Las notas de la escuela eran bajas y su mamá le volvía a golpear con el cuero del cinto que nunca olvidaba

-¡Me recuerdas quien era él, eres igual a él! – le decía su madre mientras le golpeaba por un bien en matemáticas solo porque su hijo no obtuvo un excelente.

Luego con diez años de un momento a otro ya no sintió los golpes ni los gritos de injuria por las notas de la escuela. Su madre había muerto de un infarto en el trabajo mientras discutía por su bajo salario. Su abuelo lo había recogido y le había tratado de sanar su corazón partido.

Era inútil… ni siquiera lloró en el funeral de su madre

Ese día de marzo había llovido durante todo el día mientras el sepelio daba marcha.

Había perdido a sus padres, su vida perfecta, todo lo que una vez amó.

Samuel volvió al presente al sentir a alguien tocar la puerta de su cuarto.

Todo lo que le había sucedido había quedado en el ayer y él mismo lo sabía. Bien comprendía la actual composición de su existencia. Ahora todo se resumía a la chica que evitaba sus encantos.

Recordando los toques al sentir un tosido detrás de la puerta, le dio permiso a su abuelo para pasar.

-Solo quería decirte que te han arreglado la bici, ya no tienes necesidad de ir andando en otros medios – dijo su abuelo con voz cansada.

- Muy bien… – respondió Samuel lejano

Alberto observó a su nieto con ojos apagados y tristes.

Si supiera que el dinero con él que vivía, era el dinero que enviaba su padre desde el extranjero. No hallaba la ocasión para hablar del tema pues sabía que a él le dolería hablar de sus heridas.

El abuelo de Samuel conocía muy bien lo que era una herida sin cicatrizar; él mismo había pasado por el dolor al perder a sus padres en un accidente. Afortunadamente había encontrado a su esposa Flora y juntos formaron una familia. Luego de unos años nacieron sus dos niñas amadas y queridas: Mayelin y Carmen

Lamentablemente la vida era cruel y le había arrebatado a su esposa tempranamente y luego sin esperarlo a una de sus hijas:

Carmen.

-Samuel quiero que sepas que soy tu abuelo, no soy un extraño ni nada parecido – le dijo Alberto con calma

Samuel no respondió así que él decidió no presionarle.

-Mañana quiero que antes de irte me des un abrazo – le habló con agonía

-¡No creo que eso sea posible! – reclamó el chico con el ceño fruncido y sentado con los pies cruzados en la cama

Al final su abuelo se rindió y se fue por donde mismo había entrado. Samuel maldijo en voz baja pero al mismo tiempo volvió a tramar planes en su cabeza. Todos ellos incluían molestar a cierta chica de pelo caoba y sensuales labios.

No podía esperar para verla otra vez…

No podía esperar para discutir con ella…

Algo bullía en su sangre y era por la anticipación de lo que maquinaba para el lunes.

Inconscientemente se mordió los labios y luego se lanzó hacia atrás en la cama, estirando su cuerpo a lo ancho. Un deseo irrefrenable de tener a la única chica que le dijo que no sacudió su alma.