Gildardo hace todo lo posible por descubrir el por qué su primer amor lo dejo, pero cuando se entera de la verdad, su mundo se cae en mil pedazos.
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Capitulo 11
... Gil en su oficina camina de un lado al otro. Observa su reloj con impaciencia, ¿acaso ella no piensa ir? ¿A qué otro banco piensa pedir prestado? no creé que ella sea tan tonta cómo para seguir buscando opciones. O tal vez si, pero no importa a dónde vaya, nadie le dará un préstamo.
Nuevamente toma asiento y espera, pero los minutos le parecen eternos, se levanta, abre la puerta y al no verla imagina que debe estar en camino, así que se va a esperar en el elevador. Esté se abre y el se decepciona al saber que no es quién está esperando.
Las chicas que salen lo saludan cortésmente, pero se retiran al ver su semblante molesto. El espera un momento más, las puertas del elevador se abren y por fin sale la persona que anhelaba ver.
— Buenos días señor Maldonado.
— Pensé que no vendrías. ¿Qué te hizo cambiar de opinión?
— ¿Por qué se hace el tonto? Sabe muy bien la razón.
— Tantos años trabajando y aún no tienes un millón, me decepcionas.
— Alguien que nació en cuna de oro no tiene derecho a juzgarme.
— Alguien que no quiere casarse con quién nació en cuna de oro no tiene derecho a enojarse por ser juzgada.
— No es que no quiera casarme con un millonario, simplemente no quiero casarme con uno cualquiera.
— El era tu mejor amigo, te conoce bien. No es un hombre cualquiera. Y además, está profundamente enamorado de ti.
— Dejamos de vernos durante 10 años. No somos los mismos. Él cambio, yo cambié.
— Sus sentimientos no cambiaron. Es lo único que debería importarte.
— Yo dudo que el no tuviera una sola relación en esos díez años.
— ¿Celos?
— Nunca.
— Nunca digas nunca querida.
— Dejé de llamarme así. Vine a trabajar, soy su empleada y quiero ser tratada como tal.
— Te voy a tratar cómo me nace hacerlo.
— Si lo hace no me importará ir a la cárcel. Voy a renunciar.
— ¿Piensas que soy tan cruel? Jamás te enviaría a prisión. El único lugar donde quiero verte encerrada es nuestra habitación.
— Eres asqueroso.
— ¿Por qué? No dije nada malo. Tú eres la de la mente sucia.
— No intente parecer inocente. Por favor respete a su empleada.
— Yo te respeto. Estoy esperando por ti.
— Ya no espere. Mis sentimientos nunca van a cambiar.
— Y es precisamente por esa razón que te estoy esperando. Yo sé que sigues sintiendo lo mismo por mi. Es cuestión de tiempo para que lo aceptes.
— El que debe aceptar que no lo quiero es usted. Me haría las cosas más fáciles.
— El amor no es fácil, especialmente si te enamoras de una necia. Esperar es el precio que debo pagar.
— Usted ya tiene una relación.
— No te preocupes por eso, hoy terminaré con ella.
— ¿Quién te creés? ¿Con que derecho juegas así con sus sentimientos?
— Parece que necesitó hacerte enojar para que me hables de tu.
— No cambié el tema. No puede jugar así con ella.
— No quiero jugar con ella. Siempre mantuve nuestra distancia. Ni siquiera dormimos juntos.
— No me importa. Su deber es cuidarla.
— Yo no tengo ningún deber con ella. Lo tengo contigo. Tú eres a quién amo.
— Deja de decir que me amas. Me enferma. Me da asco. — Gil tapa su boca.
— No me gusta que te expreses así.
— A mi no me gusta trabajar para usted. Y aquí estoy.
— No te veo trabajando hermosa. Deberías ir a tú escritorio. Tienes carpetas acumuladas. — Betsabé lo fulmina con la mirada y se va. — No tienes idea de lo que te espera. — Gil sonríe malicioso y va detrás de ella. Durante lo que resta del día la observa trabajando, no puede apartar sus ojos de su rostro, le parece que el tiempo no pasó, se ve tan hermosa cómo la recordaba. Betsabé siente la mirada de Gil, voltea a verlo en varias ocasiones y siempre está en la misma posición, viéndola fijamente. Eso la incómoda, no se puede concentrar en su trabajo. Dan las seis y ella recoge sus cosas. Gil sale más rápido que un rayo. — ¿A dónde vas?
— A mi casa.
— No te puedes ir. Llegaste tarde. Recuerda.
— No se preocupe. Me llevaré el trabajo a casa. Mañana lo tendrá todo sobre su escritorio.
— Vas a trabajar aquí.
— No.
— Si.
— Qué no.
— ¿Tienes miedo de estar a solas conmigo?
— No. Sólo quiero llegar a mi casa. Muero de hambre.
— No te preocupes. Pediré algo de comer. Sigue trabajando.
— Ésto se llama explotación laboral.
— Te pagaré las horas extras. — Gil le acaricia la mejilla. Acto seguido su mano es alejada bruscamente. — Qué salvaje te has vuelto. Espero que seas así con todos los hombres.
— Lo que haga con otros hombres no es de tu incumbencia.
— Si lo es. Te dejé libre 10 años, debiste aprovechar el tiempo, por qué ahora volví, y tendrás que serme fiel.
— No eres nada mío. ¿Por qué te debo fidelidad?
— Si quieres, nos podemos casar hoy mismo, así tendrás una buena razón para serme fiel.
— No me casaría contigo ni por qué fueras el último hombre sobre la tierra.
— ¿Tanto me desprecias? — Betsabé siente su corazón romperse. Ella no quiere ser dura con el, pero es la única manera de alejarlo.
— Si. Y te lo mereces, lo que me estás haciendo es despreciable. No sé cuánto te volviste así. — Ella toma su bolso y se dispone a marcharse. Gil la agarra del brazo.
— Todo lo que estoy haciendo es por ti, durante los diez años que estuve exiliado, no hubo un solo día qué no pensará en ti. ¿Sabes lo difícil que fue? no recibí una sola noticia tuya. No sabía si estabas viva o muerta, si seguías soltera o habías encontrado el amor, pensar en ello me mataba por dentro. Por eso hice todo lo que mis padres querían, era la única manera de volver a verte , lo único que deseaba más que nada era ver tu rostro. Abrazarte, besarte, decirte lo mucho que te extrañe. Y quería escuchar lo mismo, pero, sólo he recibido despreció de tu parte. — Betsabé siente que no puede más, ella lo extraño, claro que anhelaba verlo, lo reconoció desde el primer segundo en que lo vio, y por supuesto que quería ir y abrazarlo, besarlo y decirle que lo ama, pero ella sabe que ese amor es imposible. No sólo por las diferencias sociales. Si no por una verdad muy grave, una verdad que lo va a destruir.
— No juegues el papel de víctima. A mí es a quién despreciaron por tu culpa, yo soy la que se tuvo que cambiar el nombre y apellido para poder vivir una vida tranquila.
— ¿De qué estás hablando?
— Parece que no te tomaste el tiempo de investigar lo que pasó en esa época. Debiste, tal vez así entenderías mejor mi despreció hacía ti. — Betsabé agarra el brazo de el y lo aparta bruscamente. Luego se va de la oficina antes de que se quede completamente sola con el.
Será peligroso?
Ella no mató a nadie, mejor dicho le hicieron creer, sus suegros son superficiales y avaros