¿Qué pasa cuando el amor de tu vida está tan cerca que nunca lo viste venir? Lía siempre ha estado al lado de Nicolás. En los recreos, en las tareas, en los días buenos y los malos. Ella pensó que lo había superado. Que solo sería su mejor amigo. Hasta que en el último año, algo cambia. Y todo lo que callaron, todo lo que reprimieron, todo lo que creyeron imposible… empieza a desbordarse.
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Malditos brownies mágicos
...⚠️ *Advertencia de Contenido **⚠️...
...Este capítulo contiene lenguaje explícito, escenas sexuales, temas sensibles y situaciones que podrían no ser aptas para todos los lectores. Se recomienda discreción.*...
...🏀...
No sé en qué momento pasamos de empujarnos y reírnos como tontos a estar uno encima del otro, mirándonos con la respiración acelerada
y las pupilas tan dilatadas como nuestras ganas.
Lía tenía las mejillas sonrojadas después del beso.
Yo seguro también y los dos estábamos riéndonos por cualquier cosa, como si el aire estuviera hecho de chistes internos y mariposas alborotadas.
—¿Por qué… me besaste? —le pregunté entre carcajadas.—¿Te gustó, acaso?
—Sí —dijo con total naturalidad—. ¿Y tú?
—Definitivamente sí.
Ella volvió a reír y bajó la mirada.
Después se le escapó una sonrisa traviesa.
—¿Qué? —pregunté.
—Nada… que estabas muy raro cuando bailábamos.
Me llevé una mano al pecho, exagerando.
—¿Raro yo? Estoy ofendido.
—Sí —dijo con esa voz bajita que solo usa cuando se pone nerviosa—. Te estabas como… reprimiendo. ¿Es que querías besarme?
Me quedé mirándola.
Y como ya estábamos pasados de todo, ya no había filtro. Creo que era culpa de esos malditos brownies.
—No solo quería besarte —dije—.Quería…besarte y arrinconarte ahí mismo en la pista. No sé exactamente qué provocás en mí, Lía, pero…
estoy al borde del colapso cada vez que te mueves así.
Ella soltó una carcajada que me desarmó.
—Eres un desastre —me dijo.
—Tu no te quedas atrás, tontita.
—¿Y si lo probamos? —dijo, acercándose más, mordiéndose el labio—¿Y si vemos qué pasa?
Mis cejas se levantaron.
Y una risa tonta me salió antes de que pudiera detenerla.
—¿Estás diciendo que…?
—Callate, Nico —susurró interrumpiendo con un beso.
Y esa vez no fue suave. Fue desesperado. Caliente. Como si estuviéramos rompiendo una promesa que nadie nos obligó a hacer. Como si todo el tiempo que fuimos “Amigos” se disolviera en segundos.
Sus manos fueron a mi cuello. Las mías a su cintura. Después a su espalda, después a su muslo, después no supe más.
Éramos dos adolescentes, drogados de risa y deseo, quitándonos la ropa entre tropiezos y carcajadas.
El vestido cayó.
Mi camiseta voló.
Sus piernas a ambos lados de mi cadera,
mi boca en su cuello, su risa temblando.
—Nico… —susurró.
—Dime, Lia.
—Es mi primera vez.
Me congelé.
—¿Qué?
Ella me miró a los ojos, con la cara iluminada y las mejillas color cereza.
—Sí… es mi primera vez. Trátame bonito, ¿sí?
Te he estado esperando hace tiempo…pero, sinceramente, pensé que seria con otra persona.
Tragué saliva.
Mi corazón dio un salto.
—¿Estás hablando en serio?
—Sí —asintió—. Muy en serio. Aunque estoy volada. Muy volada.
La miré.
Y me reí.
No por burla, sino porque me sentía tan torpe, tan humano, tan… enamorado.
Carajo.
—Lía…no vamos a hacerlo así —le dije entre risas.
Ella me miró con los ojos medio cerrados, y después… se rió también.
—Eres un tierno, ¿sabías?
—No. Soy el tipo que hace chistes cuando tiene un “problemita” monumental y no sabe qué hacer con el.
Nos reímos los dos.
Tanto, que acabamos tirados en la cama, semidesnudos, mirando el techo como si el universo nos estuviera guiñando un ojo.
—Te juro que si tú no lo hacés primero, por dártelas de tierno, lo haré yo.
Nos miramos.
Otra vez esas sonrisas que escondían demasiado.
Ella agarró la botella de vodka que estaba en el piso, sirvió dos shots y me pasó uno.
—Por… no tener idea de qué estamos haciendo—dijo con una risa suave.
—Por eso mismo —reí.
Chocamos los vasitos de plástico y bebimos.
La quemadura bajó lento por la garganta, pero el calor ya estaba adentro y antes de que pudiera procesar lo que venía… ella se subió encima de mí.
—Lía…de ver..
—Shh —susurró, y me besó.—No me importa si estamos volados —dijo entre besos—.Solo sé que quiero que seas tú. Quiero que sea contigo.
Su voz temblaba.
—Me gustás tanto, Nico.
Sentí que el pecho se me apretaba.
Le aparté el cabello del rostro y se lo dejé detrás de la oreja.
—Estas hermosa —le dije—. Si en algún momento quieres parar, solo dime, tonta.
Ella asintió.
Me besó otra vez y esta vez, fue todo más lento.
Mis manos la acariciaban como si tuviera miedo de romperla.
Sus dedos se enredaban en mi cuello.
Las respiraciones se mezclaban.
Le bajé los tirantes de su sostén con calma.
Ella cerró los ojos cuando mi boca tocó su clavícula.
Se le escapó un suspiro bajito que me hizo temblar.
Lía se aferraba a mis hombros.
Yo la sostenía como si fuera mi lugar favorito en el mundo.
En un momento se detuvo.
Me miró y me dijo bajito, con una voz que no voy a olvidar jamás:
—Trátame bonito…es la primera vez que alguien me ve así.
Le acaricié la mejilla con el dorso de los dedos.
Le di un beso en la frente y otro en los labios.
—Siempre voy a tratarte bonito.
Nos movimos lento. Como si estuviéramos bailando una canción que solo nosotros podíamos escuchar y cuando todo terminó, nos quedamos ahí.
Juntos.
Rotos de risa.
Llenos de algo que no se puede explicar con palabras.
Abrí los ojos y lo primero que sentí fue… sequedad en la boca.
Lo segundo: confusión.
Y lo tercero… ¿por qué estaba desnuda?
—Lía… —escuché una voz medio risueña del otro lado de la puerta—. ¿Estás ahí?
La puerta se entreabrió un poco.
—¡NO ENTRES! —grité tan fuerte que hasta los vecinos debieron asustarse.
Sofía se rió. Claramente.
—Tranqui, vengo a rescatarte. Kevin está atrás mío. No vimos nada. Bueno… casi nada.
—¿QUÉ?
—Después te explico. Bajen cuando estén… menos enrollados entre sábanas.
Me senté de golpe, con las sábanas aferradas al pecho, el corazón latiendo a mil. Y entonces lo vi: Nicolás, al lado mío, dormido, desnudo. Rodeado por la misma sábana que ahora me cubría a mí.
Y en ese momento, como si mi susto lo invocara… él se despertó.
—Mmm… ¿qué hora es…?
Parpadeó. Me vio.
Se vio.
—¿Qué…? —dijo, mirando la sábana.
Y luego se levantó.
Grave error.
La sábana cayó.
Y… bueno.
—¡DIOS! —grité, tapándome los ojos con las dos manos—. ¡¿Por qué estás desnudo?!
—¡¿Cómo que por qué?! ¡Tú también estás desnuda! Y… ¡¿me estás mirando, pervertida?!
—¡NO!
—¡Sí!
—¡Fue involuntario!
—Ajá…
Se agachó para taparse con lo primero que encontró: un vestido.
Que claramente era mío.
—Eso no te tapa nada, Nico.
—No empieces con observaciones, por favor.
Estamos los dos igual de jodidos.
Nos quedamos en silencio.
El tipo de silencio que grita “acabo de acostarme con mi mejor amigo y no me acuerdo de nada”.
—¿Nico… recuerdas algo? —pregunté bajito.
—No, solo flashes raros, risas. Tu encima mío.
Una ventana con luces rojas. Y… ¿había brownies?
—Sí. De Sofía.
Al parecer la muy idiota nos dio brownies mágicos.
Muy mágicos.
Se sentó al borde de la cama, con cara de “ayúdame Diosito”.
—Lía…
—¿Sí?
—Esto no debió pasar.
—Lo sé.
—Aunque… técnicamente… tampoco sabemos qué pasó.
—¡Exacto! —dije, alzando las manos—. Ni siquiera sabemos si nos acostamos realmente.
Él me miró con una ceja levantada.
—¿Eres tonta?
—¿Qué?
—Mirá la situación. Estamos los dos desnudos, en en esta habitación, cubiertos con una sola sábana, después de una noche de fiesta, risas y brownies encantados. No hay muchas formas sanas de interpretar esto.
—Bueno… quizás solo dormimos así. Quizás hacía calor.
Él me miró como si acabara de decir que el cielo es verde.
—Dale, Lía. No subestimes mis… capacidades.
—¡Ew! ¡No digas eso!
—¡Fuiste tú la que miró primero!
Nos miramos.
Nos reímos.
Y después… nos callamos.
—¿Qué hora es? —pregunté, todavía con media risa tonta mientras me acomodaba el vestido al revés.
Nico miró su celular y su cara cambió de inmediato.
—¡No! ¡Lía, son las nueve!
—¿Qué?
—¡¡Tenemos que estar en el centro cultural en una hora!! ¡Y ni siquiera estamos en el hotel!
Mi corazón se me fue a los tobillos.
—¡Mi presentación es hoy! ¡Tu campeonato también!
—¡Lo sé! ¡Vamos, vamos, buscá tu ropa!
Empezamos a revolver por toda la habitación como dos lunáticos en modo escape room, poniéndonos la ropa como locos.
Yo no sabía si tenía la ropa interior al derecho o al revés, pero no importaba.
Nico se puso una camisa sin abrochar del todo y su buzo.
Y con eso salimos corriendo de esa casa que ni siquiera sabíamos de quién era.
Afuera ya nos estaban esperando Kevin y Sofía, sentados en el andén con cara de “tenemos tanto chisme acumulado que explotamos en cinco”.
—¿Durmieron bien? —preguntó Sofía con una sonrisita venenosa.
—¿Soñaron? —añadió Kevin, levantando las cejas.
—Cállense —dijimos los dos al mismo tiempo, todavía medio desalineados.
El camino al hotel fue una mezcla de risas, indirectas, y dos idiotas (o sea, Nico y yo) intentando recordar una noche que claramente fue demasiado.
Cuando por fin llegamos al hotel, Sofía carraspeó.
—Yo no voy a tocar el violín esta mañana —dijo mirando al techo, fingiendo inocencia—. Así que me arreglo donde Kev directamente. Sé que irás a ayudar a Lia.
Nos vemos, tórtolos.
—¡¿Sofi?! —grité.
—¡Bye! —respondió ya alejándose con Kevin, que le guiñó el ojo a Nico con complicidad.
Nico se giró hacia mí.
—En cinco estoy en tu habitación con mis cosas.
Y no digas que no porque sé que me vas a necesitar.
Me reí bajito.
—Gracias…
Subí primero. Me metí a la ducha como un rayo y justo cuando salía en toalla, escuché los tres golpecitos clásicos en la puerta.
—Soy yo —dijo Nico.
Le abrí, con el cabello aún empapado.
Él entró como si fuera su casa.
—Te traje algunas cosas que obviamente olvidaste porque tenías prisa—dijo mientras tiraba su mochila en la silla y sacaba mis cosas.
Me quedé mirándolo en shock.
—¿Cómo…?
—Sé que eres olvidadiza —dijo sin mirarme, como si nada—. Así que empaco todo por ti desde hace tres viajes.
Me lo quedé mirando un segundo y sonreí como tonta.
—No sé qué haría sin ti, Nico.
Él me miró, también sonriendo.
—Probablemente estarías caminando por la vida con media cara maquillada y un zapato de cada color.
Nos reímos los dos.
Y por un segundo… todo volvió a sentirse como antes.
Como si no hubiéramos despertado desnudos en una casa desconocida, como si no hubiera tensión entre nosotros, como si solo fuéramos…
Nico y Lía.