Una noche ardiente e imprevista. Un matrimonio arreglado. Una promesa entre familias que no se puede romper. Un secreto escondido de la Mafia y de la Ley.
Anne Hill lo único que busca es escapar de su matrimonio con Renzo Mancini, un poderoso CEO y jefe mafioso de Los Ángeles, pero el deseo, el amor y un terrible secreto complicarán su escape.
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#11
Transcurrieron algunos días. Una paz diplomática se había instaurado en la residencia de los Hill gracias a que Anne había aceptado su compromiso. Nadie la molestaba, ni siquiera Charleen, a pesar de su último enfrentamiento; ella seguía los consejos de su madre de no provocar a Anne, sin embargo, el caprichoso rencor no abandonaba a la joven Dubois.
En cuanto a Anne, si otra hubiera sido la situación, habría disfrutado de esa tranquilidad casi irreal. Sin embargo, el miedo y la ansiedad dominaban su ser, como a un animal enjaulado.
No tenía ningún plan más que esperar. Nadie podía ayudarla.
—Asegúrense de lucir bien, niñas. La primera impresión será importante ¿comprenden?—mencionó Leticia durante la cena, cortando tranquilamente un trozo de filete.
—Su madre tiene razón — apoyó Patrick, mirando a las dos chicas — En especial tu, Anne. Deberás empezar a vestirte como una mujer, ya no eres una niña. Ni siquiera necesitas esas gafas, tu vista es buena, así lo dijo el médico.
—Son gafas antirreflejo, papá… Me acostumbré a ellas — se defendió Anne, tímidamente, para no provocar su enojo.
—No te preocupes, Patrick —intervino la madrastra, fingiendo bondad— Anne lucirá bien. Ya me encargue de conseguirle algunos vestidos — y mirando a la chica, añadió: — Tendrás para elegir, querida. Marlene ya los dejó en tu alcoba —dijo, refiriéndose al ama de llaves.
Luego de eso, la cena transcurrió en silencio. La tensión era evidente, pero todos fingían que no existía.
Esa noche, Anne tuvo un sueño muy extraño. Ella estaba junto a la ventana de su alcoba, contemplando la calle, y unas manos masculinas la tomaron de la cintura, por detrás.
“Te sacaré de aquí…”, le susurró la voz al oído.
Por un momento, Anne sintió calidez. Sin embargo, esa sensación desapareció cuando comenzó a sentir que las manos del hombre iban hacia su cuello y comenzaban a asfixiarla.
Exaltada, Anne despertó. El sol entraba por su ventana y su corazón golpeaba desesperado.
—Dios santo, ¿Qué fue eso? — murmuró colocando una mano en su frente transpirada.
El día había llegado. Los Mancini vendrían al mediodía para un almuerzo familiar. Al recordarlo, Anne sintió un escalofrío.
Alguien golpeó la puerta de su alcoba. Era la voz de Marlene:
—Anne, mi pequeña…, ¿estás despierta?
—S-si, Marlene, ¿Qué deseas?
—La Señora Dubois me manda a decir que debes apresurarse. Los señores Mancini llegarán en una hora.
—¡¿Tan poco?! Pero…¿Qué hora es?— Anne buscó su móvil y descubrió que eran las 10.30 am ¿Tanto había dormido? Aunque lo cierto era que, en la madrugada, le había costado conciliar el sueño
—¿Puedo pasar, mi niña?
Anne accedió y el ama de llaves entró con una bandeja de desayuno.
—Marlene, ¿por qué no me despertaste?— rezongó la joven.
—No te preocupes, el Señor Hill te ha permitido dormir más de la cuenta. Necesitas relajarte, descansar… Y también debes alimentarte —y le mostró de manera amistosa la bandeja que llevaba entre sus manos— Te traje tu jugo preferido y tostadas con mermelada de frambuesa.
Anne sonrió agradecida. Marlene era la única persona en esa casa que la trataba bien y de manera sincera.
—Déjalo en la mesita, Marlene. Muchas gracias.
—¿Necesitas algo más, mi niña?
—No, está bien. Tomaré un bocadillo y me prepararé para el almuerzo.
El ama de llaves se despidió educada y cerró la puerta. Anne se quedó viendo la bandeja.
—En realidad, no tengo hambre— dijo triste ya estando a solas, sintiendo un nudo en el estómago.
Anne se dio una ducha y se vistió con un lindo y sencillo vestido. No eligió ninguno de los que le había dejado su madrastra, pues eran demasiado sofisticados e incluso atrevidos; estarían bien para Charleen, pero no para ella. No era su estilo.
Sin embargo, tampoco podía vestirse como siempre lo hacía o su padre pondría mala cara. Por esto, escogió un vestido que su madre le había regalado; al encontrarlo en su guardarropa, una sonrisa nostálgica se le escapó.
“Cuando seas mayor, te quedará precioso, Anne”, le había dicho su madre al regalarle.
Era muy bonito, hecho de una tela liviana y delicada, de color rosa pálido. Anne se lo puso y le quedó perfecto, resaltando su figura. La falda llegaba a sus rodillas y el cuello en bote descubría delicadamente sus hombros. Además, la prenda era perfecta como para lucir una gargantilla haciendo juego.
Anne se contempló al espejo y le agradó su aspecto. Lastima que no estuviera preparándose para ver a su verdadero amor…
—No quiero que ese tipo crea que me esforcé en verme bonita para él… —murmuró Anne, molesta y orgullosa.
Entonces, se sentó en la silla de su pequeño tocador y comenzó a maquillarse.
—Tal vez, si mi rostro no se ve “tan bonito”, sea más fácil que el nieto de los Mancini me rechace…
Con un lápiz se pintó algunas pecas y un lunar cerca del mentón. Luego, retocó sus labios con un tono marrón suave, para que luzcan resecos y avejentados. Esta vez, decidió hacerle caso a su padre: no usaría las gafas. Pero se delinearía los ojos de manera tosca.
Definitivamente, no quería verse linda para ninguno de los Mancini.
Cuando llegó la hora, Anne bajó por las escaleras a la sala principal. En el centro estaba ubicada su familia, de pie y mirando hacia la entrada. La joven notó como habían arreglado toda la casa, incluso había sacado a relucir adornos que nunca mostraban; obviamente, todo era para impresionar a sus invitados.
Anne se paró junto a su padre y , en ese mismo instante, el ama de llaves anunció la llegada de los Mancini. Al oírla, sintió una bola de ácido estrellarse en su estómago.
Los invitados entraron en escena. Patrick Hill fue el primero en darles un respetuoso recibimiento:
—Bienvenidos, Don Carlo Mancini, Don Renzo…
Eran dos hombres: un anciano de aspecto vivaz, la espalda recta, el cabello canoso, la piel morena y ojos grandes, oscuros y atentos. Y, a su lado, un hombre semejante a él pero mucho más joven, de ojos dorados…
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