—Divorciémonos.
La voz de Alessio Albrecht cortó el silencio como un bisturí, precisa y sin emociones. Ni siquiera se dignó a mirar al hombre que había sido su esposo durante ocho largos años. Frente a él, Enzo Volkov entrecerró los ojos, cruzándose de brazos con frialdad.
—¿Quieres separarte mi ahora?
Ocho años atrás, Alessio, quien no era el verdadero villano. Solo era un hombre que despertó atrapado en el cuerpo del antagonista de una novela BL escrita por su compañera de oficina. En ese mundo ficticio, su personaje era cruel, obsesivo y dispuesto a cualquier cosa para separar al protagonista de su verdadero amor.
Se enamoró de Enzo Volkov y lo obligo a comprometerse y contraer matrimonio con él. Finalmente, después de 8 años, su amor no fue correspondido, Y así, un día, harto del eco de su propia culpa y su amor no fue correspondido, solicitó el divorcio.
Un día sucedió un accidente. Un segundo de descuido. Un camión. Y entonces, la segunda oportunidad.
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05
Alessio carraspeó levemente, volviendo la atención hacia Enzo con la intención de cerrar el tema que pendía entre ambos como un hilo tenso.
—Sobre el matrimonio... —empezó con voz controlada, pero su mirada evitaba la de Enzo—. He estado equivocado todo este tiempo al insistir tanto en este compromiso. No volveré a molestarte, y nunca más volveré a aparecer ante ti.
El silencio cayó como una cortina pesada.
Enzo alzó una ceja, confundido, pero no dijo nada. Alessio, sintiendo la presión de sus propias palabras, bajó la cabeza, avergonzado... y también culpable. Si se disculpaba sinceramente, si daba ese paso atrás, tal vez todo podría quedar en el olvido. Tal vez Enzo podría seguir con Artem, y él podría volver a su mundo sin alterar el destino.
Justo en ese instante, una vibración suave resonó sobre la mesa.
Bzzzz... bzzzz...
Alessio tomó su teléfono de forma automática. En la pantalla brillaba una notificación: Ignat.
"¿Dónde estás? Ya pedimos. Te guardé sitio. Te estás perdiendo las mejores bebidas, mira esto".
Acompañado de una foto donde todos aparecían riendo, rodeados de platos humeantes y copas brillantes. El ambiente era alegre, tan distinto al peso que sentía ahora. Alessio apenas alcanzó a esbozar una mínima sonrisa cuando una voz fría y contenida lo sacó bruscamente del momento.
—¿Quién es? —preguntó Enzo.
La pregunta no fue casual. No era simple curiosidad. Había una nota de tensión en su voz.
Una idea cruzó velozmente por la mente de Alessio, una mezcla de autoprotección y necesidad de alejarse de aquel torbellino emocional. Se aferró a ella con firmeza.
—Es alguien que he empezado a conocer —dijo con voz serena, aunque por dentro se encogía, pidiendo perdón mentalmente a Ignat por usar su nombre sin permiso.
Enzo frunció el ceño de inmediato, su expresión endureciéndose.
—¿Quién es ese idiota? —espetó con un filo inconfundible en la voz.
Alessio se sobresaltó. No esperaba esa reacción. Las palabras de Enzo no eran de simple sorpresa; estaban cargadas de celos y frustración. Aun así, forzándose a mantener la compostura, respondió:
—Es… es un omega. —Y, como si intentara convencerse a sí mismo, añadió—. Debo dejar de hacer tonterías y volver a mis sentidos.
Pero el ceño de Enzo se frunció aún más, su mandíbula marcando tensión. Alessio sintió un nudo en el pecho, confundido y, al mismo tiempo, extrañado. ¿Por qué ese enojo? ¿Por qué ahora? Quiso pensar que era por orgullo, por el cambio de roles, por la idea de que ya no giraba alrededor de él. Pero la mirada de Enzo tenía algo más. Una mezcla de rabia contenida y algo que no supo identificar del todo.
Aun así, Alessio sabía que debía poner límites. Ya había interferido bastante.
Sus pensamientos se oscurecieron al recordar a su abuelo. Y aunque en este mundo las relaciones entre distintas castas eran cada vez más normales, deltas con omegas, betas con alfas, incluso alfas entre sí, la mente cerrada de su abuelo adoptivo aún lo perseguía como una sombra silenciosa.
Aquel Alfa dominante, imponente y tradicional, se había casado con un omega puro, sí, pero eso no lo volvía más flexible. Alessio, a pesar de ser un Alfa puro, capaz de concebir, algo raro y preciado en su casta, había sentido desde pequeño la presión constante de encajar. Su abuelo había querido que se casara con un omega de buena familia, alguien que fortaleciera su estatus y cumpliera el deber de perpetuar el linaje.
Cuando se casó con Enzo, su abuelo se opuso rotundamente. No solo porque Enzo era un delta, sino porque jamás se sometió, jamás jugó a la figura del “compañero ideal”. Fue un matrimonio incómodo a los ojos de su familia, lleno de silencios y expectativas rotas.
Y aunque con el tiempo el abuelo terminó aceptándolo, fue a regañadientes.
Ocho años pasaron. Ocho años en los que nunca pudieron tener hijos… no por una imposibilidad médica, sino por la negativa constante de Enzo a tocarlo. Alessio recordaba esas noches frías, el espacio en la cama que nunca se acortaba, y el peso de un deseo que siempre quedaba suspendido en el aire.
Miró a Enzo con decisión silenciosa. Quizá era momento de cortar ese hilo antes de que alguien volviera a terminar herido. Pero Enzo seguía ahí, mirándolo con intensidad. Como si, en el fondo, se negara a soltarlo. Enzo fijó la mirada en Alessio, intentando contener la intensidad que lo invadía, como si luchara por encontrar la calma en medio de una tormenta. Respiró hondo y, con voz baja, pero cargada de emoción, preguntó.
—¿El amor que tenías por mí… se disolvió?
Alessio se quedó en silencio, sintiendo el peso de esa pregunta atravesarlo. Finalmente, respondió con sinceridad.
—No… no es eso.
Enzo se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre la mesa, y con ambas manos en sus mejillas. Sus ojos brillaban con reproche.
—Deberías tener en cuenta mis sentimientos, Aless—murmuró, como si esas palabras pesaran más de lo que quería admitir.
En ese momento, Alessio no pudo evitar pensar que, para alguien que no conociera la verdad, él parecía ser un cabrón frío, el tipo que deja a su amante después de pedirle matrimonio, solo para irse con alguien más. Era una imagen dura, cruel, pero que podría ser la interpretación común si alguien escuchara esa conversación.
Por suerte, el bullicio de la pastelería con sus distintas conversaciones, risas y el tintinear de tazas amortiguaban cualquier sonido, haciendo poco probable que alguien hubiera escuchado lo dicho. Alessio desvió la mirada hacia Artem, quien trabajaba detrás de la barra, concentrado en su tarea. Luego volvió a fijar los ojos en Enzo y, bajando la voz, trató de suavizar el ambiente.
—Lamento todo, Enzo —dijo con sinceridad—. Te daré algo como compensación por este mal rato. Dime qué quieres.
Enzo soltó una maldición, más por frustración que por otra cosa.
—Mierda —murmuró—. ¿Crees que quiero algo, Alessio? Si quisiera algo, ya hace un buen de tiempo hubieras salido en las noticias.
La tensión entre ambos crecía, pero en el aire quedaba una promesa no dicha, una necesidad profunda que ninguno sabía cómo expresar del todo.
Alessio sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Las palabras de Enzo, cargadas de frustración, le provocaron un déjà vu tan intenso que por un momento creyó estar de nuevo en aquel día en que lo obligó a casarse.
La frase resonaba casi igual, como eco de un pasado que jamás logró olvidar. Recordó cómo, en aquel entonces, Enzo estaba furioso, tan enojado que llegó a amenazarlo. Pero él, terco y ciego por sus propios deseos, había hecho caso omiso, arrastrándolo a una unión que ahora se sentía tan lejana como irreconocible.
Permaneció en silencio por unos segundos que se sintieron eternos, respirando hondo antes de abrir la boca.
—Lo siento —dijo, su voz baja pero firme—. Dejemos esto aquí. Ambos sabemos que esto no funcionará.
Lo dijo buscando una salida pacífica, una forma de cerrar esa herida sin abrir más grietas. Pero mientras lo decía, notó la mirada de Artem sobre ellos, observando desde la barra con una mezcla de curiosidad. Esa atención lo hizo sentir más expuesto.
—¿Cómo lo sabes? —replicó Enzo, su voz algo más suave, pero igual de intensa—. Sé que no empezamos bien, pero podemos volver a intentarlo.
Alessio no respondió. Sus labios se entreabrieron, pero las palabras se quedaron atrapadas en su garganta. No sabía qué decir, ni cómo.
—Pero… —continuó Enzo, con un tono entre duda y esperanza—. Es mentira que tienes a alguien más, ¿verdad?
Esa pregunta cayó como un golpe en la mesa entre ellos, dejando el ambiente más denso que nunca. Alessio sintió que su respiración se detenía un segundo, atrapado entre su mentira improvisada.
Alessio permaneció en silencio, analizando la pregunta de Enzo. No era necesario observar de cerca para percibir el murmullo que emergió de los labios del otro.
—No puede ser que esté saliendo con alguien… y más aún que yo no lo conozca… —susurró Enzo, con una combinación de confianza y frustración, como si se dirigiera a sí mismo.
Alessio se adelantó un poco, tratando de escuchar de mejor manera, pero Enzo, al percatarse de ello, se volvió con una expresión firme, frunciendo el ceño. Ese gesto mínimo, ese instinto de distanciarse, activó una memoria en Alessio. Recordó por qué, durante ocho años, el delta nunca lo tocó voluntariamente. Recordó el rechazo sutil pero constante. Recordó que Enzo odiaba ser tocado por él.
Enderezó la espalda, experimentando una combinación de culpa y tristeza. Por un instante, había dejado de lado todo lo que marcó su matrimonio. De lo que verdaderamente sucedió. Así que, con firmeza, abrió los labios y expresó.
—No es mentira. Te lo presentaré pronto.
Enzo lo observó con desorientación, como si no estuviese seguro de si lo que percibía era un engaño.
—¿Me lo presentarás? —repitió perplejo.
Alessio asintió, su rostro sereno, su voz tranquila, como si fuera lo correcto, aunque su pecho arde en conflicto interno.
—Claro. Cuando llegue el momento. —Lo sostuvo con la mirada, sin vacilar.
la pregunta es el es el de la novela cundo hizo que se separen o era el hermano original el que hizo que se separen ?