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Canción para Lobos Solitarios

Canción para Lobos Solitarios

Status: Terminada
Genre:Omegaverse / Melodrama / ABO / Yaoi / Hombre lobo / Aventura / Completas
Popularitas:351
Nilai: 5
nombre de autor: Random Soreto

Un Omega miembro de una manada de lobos de las nieves, huye con su hijo Alfa tras haber asesinado al Alfa de la manada en defensa.
En su huída por tierras nevadas, encuentran a un Alfa exiliado que vive en los bosques, y que cambiará sus destinos.

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Los lobos de tierras nevadas

Entre las tierras heladas, donde el paisaje podía estar siempre decorado de blanco, o totalmente cubierto por este, se asentaban algunas manadas de los conocidos como "Lobos cambia forma", lobos descendientes de antiguas criaturas, que poseían la forma del hombre, como la de su estirpe original: podían ser totalmente lobos, como hombres.

Siendo humanos, eran más resistentes que el congénere de tal especie, pero más allá de eso, podía decirse, eran iguales.

Entre nieve y montaña, construían pequeñas aldeas nómadas; los lobos siempre estaban recorriendo las tierras heladas desde sus ancestros, en busca de alimento, afirmando su presencia en el territorio.

Los lobos de las tierras heladas, eran de etéreos pelajes blancos que se fundían en aquellas inhóspitas tierras. Solitarios cazadores en un principio, tuvieron que olvidar esas costumbres de sus ancestros para sobrevivir a la crudeza de las montañas nevadas: formaron manadas, marcando sus jerarquías.

En la cima, el voluntarioso Alfa, y al final de esta, los obedientes Omegas: todos necesarios, su lugar en la manada se dejaba claro.

A él, le quedaba claro desde su nacimiento toda esa historia, todo el legado de sus ancestros, los lobos, que llegaron a esas tierras, para teñir su pelaje del color de la nieve. Como Omega tenía claro su lugar, pero era una vida dura: nada en las montañas era indulgente.

Los Omegas tenían unas funciones claras, de las cuales no podían negar su cumplimiento: dar progenie fuerte, para la estabilidad de la manada; debían ver por el bienestar de los más jóvenes, y la más antigua, no menos cruenta: eran designados como "presas" ficticias, para descargar el estrés de algunos lobos—iniciando peleas obviamente desiguales—, o ayudar a los jóvenes a entrenarse, como jugar.

Esto daba gran resistencia al dolor y el agotamiento a los Omegas, que compensaba su falta de fuerza física o el alcance de sus garras.

Al estar al final de la cadena, siempre eran los últimos en alimentarse. Siendo pocos, su voz realmente se perdía. Naciendo bajo un rol, vivían siguiendo reglas que les deban propósito y una forma de vida.

Fausto obedeció sin queja las enseñanzas con las que tenía que vivir: por el bien de todos, aunque no fuera por el suyo.

Muchos Omegas terminaban bajo el yugo de algún Alfa, y si eran afortunados, tenían una vida tranquila cuidando a los cachorros; en su caso, un Beta quedó cautivado por él: enamorarse no fue difícil; aquel Beta—de nombre Dimitri—, le cuidaba con cariño, como alguien precioso.

No había lazos, ni marcas que los unieran: sin embargo, él era feliz, su voluntad, como sus sentimientos fueron la base de su tiempo juntos; fueron años breves, pero felices. Dimitri intentó cambiar un poco las cosas.

Lo recordaba, Fausto había cruzado varias veces su mirada con la gentil y llena de preocupación de un joven Beta, que siempre podía olfatear cerca de la tienda de su familia cuando regresaba de ayudar a otros lobos de su edad para aprender a pelear y usar sus garras.

Fausto no conocía a sus padres, ambos habían sido Betas muy hábiles que siempre iban a cazar a los territorios más peligrosos y escarpados por órdenes del Alfa; y era natural, entre más fuerte eras, más misiones complicadas tendrías por el bien de la manada.

Meter cómo empezaron a conocerse, y el destino que podía tener un Omega.

La vida cómo un Omega, era incierta en todo sentido, y ninguno tenía las mismas circunstancias dentro de una manada: se consideraba que alguién dentro de su casta era afortunado si era elegido por el Alfa de la manada, aún si este fuera negligente con el cómo pareja, y es que ser elegido cómo la pareja del líder era un honor, considerando que se buscaban arreglos con otras manadas viendo si había un beta, o Alfa de preferencia, disponibles para garantizar el nacimiento del siguiente heredero Alfa.

La mayoría de Omegas eran destinados a ayudar a desestresar a la manada, o ayudar con la crianza de los cachorros mientras los demás cazaban.

Pero Dimitri, su pareja era alguien nunca conforme con los usos y costumbres, especialmente si eran crueles.

—Podrían contenerse un poco…ni siquiera es entrenamiento, solo es una forma vulgar de desquitarse con alguien que no puede negarse a pelear. —El Beta entró con paso lento, cuidadoso de no asustar a Fausto, que estaba en su forma de lobo, con algunas heridas y cortes rodeando su lomo mientras se lamía otras más en sus patas.

Fausto podrá sentirse asustado ante el hecho de ver que otro lobo dentro de su rango de edad se acercara a un pequeño escondite que tenía tras un pared de roca que estaba detrás de un árbol, pero estaba tan cansado y resignado que sólo lo miró, esperando que perdiera interés o se dispusiera a buscar pelear.

—Tengo un poco de carne —dijo finalmente Dimitri, triste de ver el estado en que se encontraba, el chico se sentó a una distancia prudente y le acercó un pedazo de carne con sus manos. Por alguna razón aquel Beta había optado por tomar su forma humana, ¿una forma de comunicarle que no deseaba hacerle daño?

Estaba muy hambriento, no sabía el precio de aceptar el gesto de gentileza, pero levantándose con un jadeo por el dolor, se acercó al pedazo de carne y casi lo engullo de un bocado. Tras pensarlo un poco, también tomó su forma humana, y cubriendo como pudo su cuerpo con las pieles que los lobos solían colgar en forma de un saquito sobre sus lomos, sentó y observó con cautela al otro.

—¿Qué te debo? —murmuró Fausto ronco, su garganta estaba seca y su cansancio era demasiado para hablar mucho.

Dimitri lo miró confundido, hasta que entendió un poco de sangre de la carne manchando la mejilla del Omega.

—¡Nada, no me debes nada! —respondió nervioso. El beta pareció entender lo raro de su súbita amabilidad al ser observado por Fausto en un silencio que se sentía tenso—. La verdad, es que te he estado observando. A pesar de lo duro que es cada día para ti, tus ojos siempre están llenos de amabilidad para los más jóvenes, y por sobre todo nunca te he visto perder la determinación en ellos, son hermosos.

Fausto no sabía qué esperar de esa conversación, pero ser halagado con total honestidad, y ver a un Beta avergonzado al hablar con él, no era algo que hubiera imaginado.

Así fue cómo transcurrió una de sus memorias más preciadas: la primera vez que habló con quien sería su pareja.

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