Una mujer despierta en una playa sin recuerdos, aparece un hombre que asegura ser su esposo y que su nombre es Olga. Pronto es llevada a una casa ajena donde dos niños, extrañamente distantes, también la llaman "mamá". A medida que intenta encajar en esta nueva vida, comienza a percibir que no pertenece a ese lugar: su forma de sentir, de hablar y de recordar no corresponden con la mujer que todos dicen que es.
En medio del control por parte de su supuesto esposo, ella empieza a descubrir verdades aterradoras. Además, su cuñado que empieza a residir en la casa, se convierte en un vínculo perturbador, pero familiar, despertando emociones que parecen venir de otra vida.
Mientras la casa se llena de presencias inquietantes, dibujos siniestros y comportamientos que rozan lo sobrenatural, ella y su cuñado reconstruyen, paso a paso, una historia de amor prohibido, que trata de hacerle frente a la traición y busca una venganza ante la injusticia.
Ella ya no es quien solía ser, ¿te atreves?
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2. Un nombre que no reconoce
Pasaron tres días en el hospital. Nadie fue a buscarla. La llamaban la mujer del mar. Los médicos hablaban entre ellos, suponiendo teorías: un accidente en un yate, un intento de suicidio, tal vez una víctima de violencia doméstica. Le hicieron exámenes, tomografías, análisis de sangre. Su cuerpo estaba magullado, pero vivo. Sus huellas no aparecían en ninguna base de datos de búsqueda, su rostro tampoco; al menos ella no era buscada como una criminal, su identidad sigue siendo un misterio.
Una enfermera joven, de rostro amable y voz suave, le llevó un espejo la segunda mañana.
- “Quizás reconocerse sea el primer paso”, dijo la enfermera.
Ella tomó aquel espejo con manos temblorosas, los días han pasado y el miedo no se ha ido, se siente extraña, como si su cuerpo se sintiera tan ajeno a ella, sus propias manos le resultan completamente desconocidas.
Al mirarse, el corazón le dio un vuelco, pero en ese momento no tenía miedo. Lo que sentía era una total y completa desconexión, como si la mujer en el reflejo fuera una actriz interpretando su papel, un rostro que no le pertenece, una imagen que talvez conoce, pero no la siente suya.
Ojos oscuros, piel pálida, aquel cabello castaño, lacio y corto, que le resultaba más extraño, como si se hubiese imaginado con el cabello negro y largo, cuidadosamente cuidado. No estaba maltratada, pero tampoco parecía cuidada. El rostro tenía una belleza desordenada, vulnerable. Observó los labios, las cejas, la pequeña cicatriz en la ceja derecha, casi imperceptible, pero que notó, al observarse con tan excesivo detalle. Pero nada, ningún recuerdo, ni una chispa que hiciera brotar algo dentro de ella, ¿cómo alguien no podría siquiera reconocerse?, se pregunta a sí misma con desconcierto.
- “¿Cómo me llamo?”, le preguntó a la enfermera, con voz ronca, como si antes de olvidar todo, hubiese gritado con todas sus fuerzas para sobrevivir.
- “No lo sabemos, usted no tenía identificación cuando la encontraron; pero la policía ya está investigando, trate de estar tranquila, y tenga fe que encontrarán a su familia, es probable que la estén buscando”, respondió la enfermera; al menos eso si lo puede sentir, que hay alguien afuera buscándola.
Esa noche, soñó con un pasillo oscuro, caminaba descalza sobre una alfombra mojada, esa sensación de humedad en el ambiente era sutil, pero familiar. Escuchaba risas de niños, pasos corriendo, un perfume cítrico y penetrante. En el fondo del pasillo, una puerta se abría lentamente. No pudo ver qué había dentro. Solo sintió un dolor agudo en el pecho, y el sonido de una voz de hombre: grave, susurrante, que parecía empujarla a correr.
Despertó sudando, en la penumbra de la habitación de aquel hospital que la alberga desde que salió del mar. Una silueta estaba de pie junto a la puerta. No hizo ruido, solo la observaba detenidamente, como si no pudiera creer lo que estaba viendo.
Ella gritó, y se aferró a sus sábanas, como si fueran una especie de protección, como si algo le dijera que debía cubrirse de él.
Las luces se encendieron. Era un hombre de unos treinta y tantos años, alto, delgado, con ojos vidriosos y una expresión que oscilaba entre el alivio y la angustia.
- “¡Olga!”, dijo el hombre con voz rota. “Dios mío, Olga, eres tú”, agregó.
Los enfermeros entraron al cuarto, confundidos. El hombre les mostró una identificación y dijo que era su esposo. Se llamaba Felipe Miranda, le dice que ella es su esposa. Que llevaba desaparecida cuatro días, desde que ella había salido corriendo durante la madrugada, después de una discusión.
Ella lo miró fijamente. El nombre que él le dio no sonaba mal. “Olga”. Pero no encajaba con la nada que sentía dentro. No despertaba recuerdos. No despertaba nada.
Aun así, le sonrió débilmente.
- “¿Olga?”, repitió dudosa, como probando el nombre.
Felipe se arrodilló junto a su cama. Tenía las manos heladas.
- “Todo va a estar bien, mi amor. Te llevaré a casa. A ti y a los niños”, expresó Felipe con una mirada extraña.
Ella parpadeó.
- “¿Niños?”, preguntó sorprendida.
- “Sí. Facundo y Emma. Te están esperando”, respondió Felipe con una sonrisa melancólica.
El vacío dentro de ella se hizo más profundo; no reconoce esa vida, no se siente suya, ese hombre no se siente como alguien que amara, y no se siente madre, todo le resulta muy abrumador. No es su rostro, no es su familia, parece gritarle algo dentro de ella.
...Olga...