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El Hijo Del Narco

El Hijo Del Narco

Status: Terminada
Genre:Maltrato Emocional / Elección equivocada / Traiciones y engaños / Completas
Popularitas:4.6k
Nilai: 5
nombre de autor: Joél Caceres

Adrían lo tenía todo lo que un muchacho de 19 años pudiera tener, belleza, protección y un futuro prometedor. Pero, sus hermanos lo traicionaron revelando que es gay a sus padres, sin contemplación lo expulsaron de la casa. No esperaban,sin embargo, que todo rastro de él desaparecería, como si nunca hubiera existido, sintiendo la culpa aplastarlos.

NovelToon tiene autorización de Joél Caceres para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Traición y compasión

Una pobre anciana lo vio golpeado, llorando en silencio, y se compadeció de él. Lentamente, se acercó al joven, cuyo cuerpo temblaba bajo la lluvia fría.

—Buen día, muchacho —dijo con amabilidad—. No conviene que estés afuera. Veo que estás muy herido.

—Buen día —respondió él, con la voz quebrada por una melancolía profunda—. Le agradezco con todo el corazón, señora. Realmente no tengo a dónde ir.

—Ven conmigo —insistió la anciana—. Te daré aunque sea un cocido con leche. Es como un té hecho de una planta. Soy pobre y no tengo mucho que ofrecer, pero lo poco que tengo es tuyo.

Adrián se incorporó con dificultad, dejando escapar un quejido de dolor. Ella, encorvada por los años, avanzó con pasos lentos pero firmes hacia la casa donde vivía. Juntos, recorrieron el breve camino entre el camino de tierra y aquella vivienda humilde.

Llegaron a una casa sencilla, de techo cubierto por tejas enmohecidas, algunas rotas por el paso del tiempo. La anciana giró a su derecha, movió una roca y sacó la llave que guardaba debajo. La introdujo en la cerradura y abrió la puerta, que emitió un chirrido agudo y prolongado. Al entrar, Adrián notó recipientes de plástico y aluminio colocados estratégicamente: recogían el agua de lluvia que se filtraba por el techo viejo.

—Siéntate como si fuera tu casa —dijo la anciana, con esa voz dulce y arrulladora que suelen tener las mujeres solitarias y bondadosas.

—Gracias —respondió él—. Usted es muy amable. A pesar de que soy un desconocido, es la única que me ha tendido la mano.

Lo dijo más para sí que para ella, absorto en un dolor que iba mucho más allá del físico: el desgarro emocional de haber perdido todos sus vínculos familiares.

La anciana, encorvada como si el peso del tiempo mismo le doblara la espalda, se movía con lentitud, pero con una seguridad nacida de la costumbre. Reunió los ingredientes para preparar un desayuno sencillo. Cuando terminó, pidió al joven que le alcanzara una taza de lata, cuyo esmalte se había desgastado con los años. Las flores que antes adornaban su superficie ahora parecían manchas abstractas, como si fueran restos de una obra vanguardista olvidada.

Le sirvió el cocido. Él lo tomó con ambas manos, buscando el calor que emanaba del líquido. Tiritaba de frío y tenía hambre: había pasado la noche sin dormir, expuesto a la intemperie, con el cuerpo magullado por la paliza que recibió.

Ya no lloraba. Se había cansado. No le quedaban fuerzas. Todo su mundo se había derrumbado, y no veía forma de reconstruirlo. Solo sobrevivía. No sentía nada.

La anciana le ofreció ropa que pertenecía a su marido fallecido. Estaba doblada con cuidado, impregnada con el olor suave del jabón de coco.

—Necesitas descansar, hijo mío —le dijo mientras abría la puerta de una pequeña habitación y señalaba la cama—. Te dejé también toallas limpias. No vaya a ser que cojas una pulmonía.

Él la siguió en silencio, como si una parte de su ser ya no estuviera presente. Algo se había quebrado dentro de él. Ahora solo necesitaba sobrevivir, y en este mundo cruel, una anciana frágil era su único sostén.

Se arrojó sobre la cama. La oscuridad nubló su conciencia. Durmió doce horas seguidas. La anciana, inquieta, lo vigilaba. Temía que no despertara, que el agotamiento lo hubiera consumido por completo.

Cuando abrió los ojos, Adrián giró el rostro y la vio: dormitaba en una silla, con los ojos cerrados. Entre sus manos sostenía un papel amarillento, lleno de subrayados. Reconoció el texto: era la parábola del buen samaritano, donde un hombre ayuda a un desconocido herido. Entonces entendió: en esta historia, él era el hombre golpeado. Y la anciana, su samaritana. Una mujer cuyas creencias no se quedaban en la oración, sino que se manifestaban en actos concretos de compasión.

Le tocó suavemente el hombro. Ella se sobresaltó, despertando de golpe.

—Disculpe —dijo él con voz queda—. Ni siquiera le he preguntado su nombre. No suelo ser tan maleducado.

Había un dejo de vergüenza en sus palabras.

—No se preocupe —respondió ella con dulzura—. He visto su estado. No está en condiciones de cumplir con formalidades. Recé por usted. Me preocupó mucho.

Se incorporó lentamente y salió al exterior. El día estaba despejado. Un sol radiante asomaba entre los cerros de tres puntas, justo al este. No se había dado cuenta de lo lejos que había caminado. Absorto en su dolor, solo se había movido, sin medir la distancia.

La casa estaba rodeada de flores de colores vivos. Las colibríes saltaban de flor en flor, bebiendo néctar. La lluvia reciente había hecho brotar la vida: frágiles flores blancas con centros amarillos surgían espontáneamente del suelo. Las gallinas estiraban las alas hacia el sol, y las vacas se movían inquietas en el corral, anhelando pastar en el campo abierto. Aún debían ser ordeñadas, pero la anciana tardaba en cumplir con esa tarea.

Adrián notó que las hojas marchitas cubrían el patio tras la tormenta. Pidió prestada la escoba y comenzó a limpiar. Cuando terminó, ordenó y aseó la casa, con el beneplácito de la anciana. Necesitaba ocupar su mente. No podía enfrentar aún la realidad. Lo había perdido todo. Pensaba, en silencio, que si ese día moría, el mundo ni siquiera lo notaría.

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Mientras tanto, en la mansión, el padre salió a hacer gestiones. Los tres hermanos aprovecharon para organizar una gran fiesta: cervezas, asados, tortas. Celebraban haberse deshecho del hermano. Hasta habían dibujado una escena grotesca: Adrián abandonando la casa bajo la lluvia, empapado y derrotado.

—Brindo por mi hermanito —dijo uno, con tono burlón—. Ahora sabrá lo que significa trabajar para sobrevivir. Por fin libres. Ahora solo nos queda ser felices.

Los tres alzaron sus copas en señal de aprobación. Solo el hermano menor titubeó, una sombra de inquietud en sus ojos. Tal vez, en el futuro, a él le harían lo mismo. Pero por ahora, seguiría el juego.

Los días pasaron. Las fiestas se volvieron monótonas. Los hermanos regresaron a su rutina. Los empleados de la casa parecían más apagados de lo habitual.

El padre creía que su hijo regresaría, humillado, pidiendo perdón. Imaginaba que, al conocer la vida fuera de la comodidad, enderezaría su camino. Tal vez, incluso, podría heredar el imperio familiar.

Pero fue la madre quien primero sintió que algo no estaba bien. No había noticias del joven. Nada en redes sociales. Ninguna llamada, ningún mensaje. Como si hubiera desaparecido del mundo sin dejar rastro.

Esperaba que escribiera, que acusara, que pidiera ayuda. Pero solo hubo silencio. Y, aunque no quería admitirlo, comenzó a buscarlo: en páginas de desaparecidos, en foros, en cualquier lugar donde pudiera hallar una pista.

Ya no le importaba si las noticias eran malas. La incertidumbre la estaba matando.

Comenzó su lento declive. Se preguntaba qué podría haber hecho por su hijo. Cualquier madre conoce las inclinaciones de sus hijos, y ella ya lo sospechaba. Pero tenía miedo. Miedo de su marido. Y, en el fondo, le daba cierta razón: creía en los valores tradicionales que sus padres le inculcaron.

Empezó a beber más. Antes solo tomaba un trago ocasional. Ahora, el alcohol se descontrolaba. El muchacho había sido su apoyo emocional en aquella casa donde todos pensaban solo en sí mismos. Era su pañuelo de lágrimas. Y ahora ya no estaba.

Cuando el padre vio que su "esposa trofeo" ya no podía acompañarlo a fiestas por su evidente alcoholismo, comenzó a resentirla. La golpeó, diciendo que era una lección por su adicción. Ella solo sonrió. Su esperanza había muerto. El miedo ya no tenía poder sobre ella.

Entonces, redirigió su ira hacia sus otros hijos. El blanco directo fue Héctor, el hermano mayor.

—Escúchame, pendejo —le dijo—. Sé que quieres tomar el lugar de tu hermano en esta organización. Pero eres un cobarde, y no lo mereces.

—¿De qué hablas, papá? —respondió Héctor, fingiendo desconocimiento.

—¡Las pruebas contra tu hermano las obtuviste tú! Eres una rata traicionera. No es malo en este negocio, pero usaste a tu hermano menor para exponerlas, para evitarte represalias.

Lo dijo con una voz cargada de furia.

—¡Claro que no! —gritó Héctor—. ¡Lucas es un mentiroso!

—Eres un marica peor que tu hermano —escupió el padre—. A él tal vez le gustan los hombres, pero tú eres un cobarde. No tienes dignidad.

Dicho esto, lo empujó con violencia contra la pared, derribando un cuadro donde aparecía la familia reunida, sonriente, intacta.

Luego, llamó a su chofer.

—Consígueme la prostituta más cara de la región —ordenó—. Necesito una puta que sepa hacer su oficio.

El hombre asintió y partió. Contactó a un conocido presentador de televisión local, quien promocionaba a sus chicas a través de programas disfrazados de concursos o juegos triviales.

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Ferchx
Gracias por comentar, ayuda a que el algoritmo recomiende la historia :)
Ferchx
Las apariencias engañan /Casual/
Ferchx
Las apariencias engañan /Casual/
Luci🥰
ami me gusto mucho la historia gcs x compartirla 😍
Luci🥰
wooo jajaja y yo creía q Dani seria el de arriba🤭jeje pero bien q me encanta 😍🫦
Luci🥰
jajaj esq se lo quería devorar riko riko🤭😍sl q tu interrumpiste 🤦‍♀️
Luci🥰
ahhh me encanta😍❤️
Luci🥰
jejej esta bien flechadito x mi bb 🤭😍
Sofia Muriel villegas
/Cry/se me metió algo al ojo
Ana Castellon
me gusta mucho tu historia la amoooo
Ferchx: Gracias
total 1 replies
nahomi sofia rodriguez castañeda
ahora con la cabeza fria si pienza
nahomi sofia rodriguez castañeda
incomodo
Turul
se ve muy interesante
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