En el despiadado mundo del fútbol y los negocios, Luca Moretti, el menor de una poderosa dinastía italiana, decide tomar el control de su destino comprando un club en decadencia: el Vittoria, un equipo de la Serie B que lucha por volver a la élite. Pero salvar al Vittoria no será solo una cuestión de táctica y goles. Luca deberá enfrentarse a rivales dentro y fuera del campo, negociar con inversionistas, hacer fichajes estratégicos y lidiar con los secretos de su propia familia, donde el poder y la lealtad se ponen a prueba constantemente. Mientras el club avanza en su camino hacia la gloria, Luca también se verá atrapado entre su pasado y su futuro: una relación que no puede ignorar, un legado que lo persigue y la sombra de su padre, Enzo Moretti, cuyos negocios siempre tienen un precio. Con traiciones, alianzas y una intensa lucha por la grandeza, Dueños del Juego es una historia de ambición, honor y la eterna batalla entre lo que dicta la razón y lo que exige el corazón. ⚽🔥 Cuando todo está en juego, solo los más fuertes pueden ganar.
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Capítulo 1: La Familia Moretti
Había un punto en la vida de todo hombre en que debía decidir qué quería ser. En la familia Moretti, esa decisión no era una opción. Desde el momento en que nacías con ese apellido, ya estabas marcado por el peso de la herencia, de la expectativa, del nombre que dominaba Italia desde hacía generaciones.
Luca lo sabía mejor que nadie.
Sabía lo que significaba ser un Moretti, lo que se esperaba de él, lo que todos pensaban que haría con su vida. Pero también sabía lo que no decían, lo que pensaban cuando lo miraban, lo que murmuraban cuando él no estaba presente.
Sabía que lo consideraban el menor, el protegido, el que nunca tuvo que luchar por nada porque todos lo hicieron por él.
Y quizá, por eso, nadie tomó en serio la idea de que había comprado un club de fútbol.
No fue sorpresa. No fue indignación.
Fue simple incredulidad.
Y eso era peor.
Los Moretti no eran solo una familia. Eran una institución.
El apellido tenía raíces en Milán desde hacía más de un siglo, desde que el bisabuelo de Luca, Giuseppe Moretti, fundó la empresa que con el tiempo se convertiría en el imperio financiero más grande de Italia. En un país donde la tradición pesaba más que la innovación, los Moretti habían encontrado la manera de controlar ambos mundos.
Moretti Enterprisestenía inversiones en banca, bienes raíces, medios de comunicación, tecnología y energía. No había sector en el que no tuvieran influencia. Controlaban periódicos, financiaban partidos políticos, dirigían fondos de inversión. Enzo Moretti, el patriarca de la familia, había expandido el negocio más allá de Italia, convirtiéndolo en un conglomerado internacional con sede en Londres, Nueva York y Hong Kong.
No se podía hablar de poder en Italia sin mencionar a los Moretti.
Y, sin embargo, no era solo la riqueza lo que los definía.
Era la manera en que usaban ese poder.
La familia Moretti se había construido con disciplina, cálculo y estrategia. No hacían apuestas arriesgadas, no dejaban nada a la suerte. Todo estaba planeado, cada movimiento pensado con precisión.
Por eso, cuando Luca compró el A.S. Vittoria sin avisar, lo miraron como si hubiera cometido un acto de locura.
Luca tenía veinticinco años, el menor de cinco hermanos, y el único que aún no tenía un lugar definido en el imperio familiar.
Sus hermanos, en cambio, sabían exactamente quiénes eran.
Alessandro Moretti, el primogénito, tenía cuarenta años y era el heredero natural. No solo por ser el mayor, sino porque era el más parecido a su padre. Racional, calculador, metódico. Era el CEO de Moretti Enterprises, la cara pública de la familia en los negocios, el hombre que controlaba cada aspecto de la compañía. No había una sola decisión que se tomara sin su aprobación.
Para Alessandro, el mundo se dividía en ganadores y perdedores.
Para él, Luca era un niño jugando a ser empresario.
Valentina Moretti, de treinta y siete años, no estaba interesada en dirigir la empresa, pero sí en manejar su influencia. Se había convertido en una de las figuras políticas más poderosas del país, con conexiones en el gobierno, en la prensa y en el círculo social más exclusivo de Italia. No le importaba el fútbol ni los negocios de la familia, pero sabía que el apellido Moretti era un arma poderosa y lo usaba a su favor.
A Luca le costaba confiar en ella. No porque lo tratara mal, sino porque nunca estaba seguro de cuándo lo hacía por afecto y cuándo porque le convenía.
Marco Moretti, de treinta y cinco años, era el más reservado. No le gustaba la exposición pública ni las reuniones familiares. Era el cerebro financiero de Moretti Enterprises, el hombre detrás de las estrategias económicas, el que aseguraba que la fortuna de la familia siguiera creciendo sin importar lo que pasara. Para él, todo se reducía a números. No le importaban las emociones, ni la historia, ni la lealtad. Solo los resultados.
Y luego estaba Adriano Moretti, de treinta y cuatro años, el único que alguna vez había intentado alejarse de los negocios de la familia.
Fue futbolista, jugó en la Serie A, llegó a la selección italiana. Pero su carrera terminó demasiado pronto por una lesión, y aunque intentó encontrar su lugar en otros lados, nunca fue el mismo después de eso. Había trabajado en los medios como comentarista deportivo, había intentado invertir en negocios propios, pero al final, siempre terminaba volviendo a la sombra de la familia.
Era el único que entendía de verdad lo que Luca estaba intentando hacer con Vittoria.
Pero eso no significaba que creyera que podía lograrlo.
Si su padre era el centro del poder en la familia, su madre era la ausencia que nunca se mencionaba.
Giulia Ferrara había sido la esposa de Enzo Moretti durante casi veinte años, hasta que el matrimonio terminó en un divorcio que sacudió a la alta sociedad italiana. No fue escandaloso, no hubo titulares sensacionalistas ni peleas públicas. Solo un acuerdo silencioso, una separación limpia, un cambio en la estructura de la familia que nunca se discutió en voz alta.
Después del divorcio, se fue de Milán y se instaló en Florencia, lejos de la influencia de su exesposo. Nunca estuvo interesada en el poder de los Moretti. Su mundo era el arte, la cultura, la historia. Dirigía una fundación para la restauración de museos y galerías, una vida completamente distinta a la que había llevado con Enzo.
Luca era el único que la visitaba con frecuencia.
Tal vez porque, a diferencia de sus hermanos, nunca sintió que su lugar estuviera completamente en la familia Moretti.
Pero ahora, con Vittoria, las cosas eran diferentes. Ahora, por primera vez, sentía que tenía algo suyo. Algo que construir.
Esa mañana, mientras cruzaba las oficinas de Moretti Enterprises, las miradas lo seguían.
No había sido un escándalo, pero sí una noticia inesperada.
Todos en la empresa sabían que el hijo menor del jefe había comprado un club en crisis.
Nadie decía nada, pero Luca podía sentir el juicio en sus ojos.
Cuando entró a la sala de reuniones, sus hermanos ya estaban allí.
Alessandro lo miró con su típica expresión de paciencia fingida.
—Todavía puedes venderlo y olvidarnos de esta estupidez.
Luca se apoyó en la mesa con calma.
—No voy a venderlo.
—No estamos aquí para debatir eso —intervino Marco, siempre pragmático—. Solo queremos saber qué planeas hacer con ese desastre.
Valentina sonrió con el mismo aire de quien está entretenida con un espectáculo.
—Sí, Luca. Ilumínanos.
Luca los miró a todos y luego tomó aire.
—Voy a hacer que Vittoria vuelva a la Serie A.
Se hizo un silencio breve.
Alessandro soltó una leve risa.
—Claro que sí.
No lo tomaban en serio.
No esperaban que lo lograra.
Pero Luca ya había tomado su decisión.
Y esta vez, no iba a fallar.
Adriano lo estaba esperando cuando salió de la reunión.
No estaba dentro de la sala con los demás. No había participado en el desfile de miradas condescendientes ni en las preguntas disfrazadas de advertencias. Había preferido quedarse afuera, apoyado contra la pared de mármol del pasillo, con los brazos cruzados y la misma expresión pensativa de siempre.
Luca no se detuvo. Pasó de largo, con la intención de irse directo a su auto, pero Adriano lo siguió con paso relajado.
—Tienes agallas, te lo concedo —dijo a su lado, mientras bajaban por el pasillo de cristales que daba vista a la ciudad—. Apostar todo en un club de fútbol. No sé si llamarlo valentía o estupidez.
—No es una apuesta —contestó Luca sin girarse.
—Claro que lo es. Y lo sabes.
Cuando llegaron al ascensor, Luca presionó el botón y cruzó los brazos, esperando.
Adriano lo miró de reojo, estudiándolo.
—No viniste preparado a la reunión —dijo, con la certeza de quien conocía demasiado bien a su hermano—. Dijiste que querías llevar a Vittoria de vuelta a la Serie A, pero no dijiste cómo.
Luca apretó la mandíbula.
—No voy a compartir mis planes con gente que solo quiere verme fracasar.
Adriano soltó un suspiro breve.
—No todos queremos verte fracasar.
El ascensor se abrió y ambos entraron.
Por primera vez desde que lo abordó, Adriano sonaba menos crítico y más genuinamente interesado.
—Voy a hacerte una pregunta, y quiero que respondas con la verdad —continuó, apoyándose contra la pared del ascensor—. ¿Sabes lo que estás haciendo?
Luca mantuvo la mirada en los números de los pisos descendiendo.
—Sí.
—¿De verdad?
—Sí.
Adriano lo observó unos segundos más y luego asintió, como si ya hubiera tomado una decisión.
—Bien. Entonces quiero un puesto.
Luca giró la cabeza hacia él, sorprendido.
—¿Un puesto?
—Sí. Si realmente crees que puedes hacer algo con Vittoria, entonces dame un cargo en el club.
Luca lo miró con desconfianza.
—¿Desde cuándo quieres trabajar en un club de fútbol?
—Desde siempre. Solo que nunca tuve la oportunidad de hacerlo desde este lado.
No era una mentira.
Adriano había pasado media vida dentro del fútbol, pero siempre como jugador, nunca como directivo. Desde que se retiró, había estado dando vueltas, probando cosas que nunca terminaban de encajar.
Tal vez Vittoria era la primera oportunidad real de hacer algo con lo que aún le apasionaba.
—¿Qué quieres exactamente? —preguntó Luca, con cautela.
—Director deportivo.
—Eso es mucho.
—No te ofendas, pero creo que sé más de fútbol que tú.
El ascensor se detuvo en el estacionamiento subterráneo. Ambos salieron y caminaron en silencio hasta los autos.
Adriano sacó las llaves de su bolsillo, pero antes de subirse, miró a su hermano una vez más.
—Piénsalo.
Luca no respondió de inmediato.
Adriano abrió la puerta, pero antes de entrar, dejó caer un último comentario.
—De todas las cosas en las que podrías haber fallado, elegiste una en la que tal vez puedas ganar.
Y con eso, se fue.
Luca se quedó parado un momento, viendo las luces traseras del auto de su hermano desaparecer en la rampa de salida.
No estaba seguro de qué pensar.
Pero por primera vez desde que compró Vittoria, sintió que alguien en la familia no lo veía como un niño jugando.
Y eso era un comienzo.
Después de su paso por la empresa familiar, Luca se dirigió al centro de Milán para reunirse con sus abogados y algunos socios. No era la parte emocionante de ser dueño de un club, pero era necesaria.
La adquisición del A.S. Vittoria había sido oficializada, pero todavía quedaban algunos detalles legales que resolver: contratos, acuerdos con patrocinadores, derechos de imagen, cláusulas de inversión. Algunos accionistas minoritarios aún debían firmar la cesión de sus participaciones, aunque la mayoría ya había aceptado la venta.
Las reuniones se extendieron por horas.
Primero con los abogados, revisando cada línea del contrato que lo convertía en el accionista mayoritario. Luego con los asesores financieros, evaluando el estado real de las cuentas del club, que no eran precisamente alentadoras.
El A.S. Vittoria no solo estaba hundido en la Serie B. También tenía problemas económicos, deudas que no podían ignorarse, patrocinadores que dudaban en seguir apostando por un equipo sin rumbo.
Pero Luca ya sabía todo eso cuando decidió comprarlo.
No estaba allí por un balance financiero positivo.
Estaba allí porque creía que podía hacer que Vittoria volviera a ser grande.
Cuando finalmente salió del edificio, el sol ya había comenzado a ocultarse entre los rascacielos. Se aflojó la corbata y respiró hondo antes de sacar su teléfono del bolsillo.
Marcó el número de Adriano.
La llamada no tardó en conectar.
—¿Te lo has pensado ya? —fue lo primero que dijo su hermano.
Luca apoyó la espalda contra el auto, mirando el tráfico de la avenida.
—Sí.
—¿Y?
—Voy a darte el cargo.
Hubo una pausa breve antes de que Adriano hablara otra vez.
—¿Así de fácil?
—No tan fácil —dijo Luca, cruzando los brazos—. Hay condiciones.
—Por supuesto que las hay. Vamos, sorpréndeme.
—La primera es que esto no es un favor. No estás aquí porque seas mi hermano. Estás aquí porque necesito a alguien que entienda de fútbol y pueda ayudarme a construir algo real.
—Bien. Puedo vivir con eso.
—La segunda, no quiero que esto sea solo un trabajo más para ti. Si aceptas, quiero compromiso total. No necesito a alguien que se quede a medias cuando las cosas se pongan difíciles.
—¿Te das cuenta de que estás hablándole de compromiso a un tipo que se rompió la rodilla en un campo de fútbol y siguió jugando hasta que literalmente no pudo caminar?
Luca sonrió levemente.
—Quiero que Vittoria tenga una identidad. Un equipo que juegue con un propósito. No quiero solo sobrevivir en la Serie B, quiero que subamos con un proyecto claro. Eso significa que tú y yo vamos a tener que tomar decisiones difíciles. Jugadores, cuerpo técnico, estrategia de mercado. Todo.
Adriano tardó un momento en responder.
—¿Has pensado en Bellucci?
Luca se pasó una mano por el cabello.
—Sí. Es un entrenador con experiencia, conoce la categoría, pero no va a ser fácil.
—No, no lo será. Bellucci es de la vieja escuela. No le gustan los cambios, y mucho menos los dueños nuevos que creen saber de fútbol.
—Tendré que lidiar con eso.
—Vas a tener que convencerlo de que no eres otro millonario jugando con un club.
Luca se incorporó y abrió la puerta de su auto.
—Por eso necesito a alguien que conozca cómo funcionan las cosas desde dentro.
—Entonces es oficial.
—Es oficial.
—¿Cuándo empezamos?
—Mañana.
—Perfecto —dijo Adriano, y Luca pudo notar una ligera emoción en su voz—. Pero hay algo más que debes saber.
—¿Qué?
—Si crees que manejar un equipo es difícil, espera a conocer a los jugadores.
Luca exhaló, apoyando el brazo en el volante.
—Ya veremos.
Cortó la llamada, arrancó el auto y se dirigió a casa.
Sabía que esto solo era el principio.
Sabía que la parte difícil aún no había empezado.
Pero por primera vez en mucho tiempo, sintió que estaba exactamente donde debía estar.
A la mañana siguiente, Luca se despertó antes del amanecer.
El aire fresco de Milán aún conservaba la humedad de la madrugada cuando salió de su departamento, vestido con ropa deportiva y acompañado por su perro, un pastor alemán llamado Rocco. Era una rutina que había mantenido desde hacía años, una de las pocas constantes en su vida.
El parque estaba casi vacío a esa hora. Corrió por los senderos con Rocco trotando a su lado, manteniendo el ritmo, como si también entendiera que aquella no era una mañana cualquiera. Hoy era el día en que haría oficial su llegada al A.S. Vittoria.
Después de cuarenta minutos de carrera, regresó a su departamento, se duchó y preparó un desayuno ligero: café negro y una tostada con aguacate y huevo. Mientras comía, revisó su teléfono. La prensa ya estaba hablando de él.
"El hijo menor de Enzo Moretti compra el A.S. Vittoria: ¿una locura o una jugada maestra?"
"Luca Moretti toma el control de un club en decadencia: ¿qué puede esperar la afición?"
No era sorpresa. Desde que se supo la noticia, los medios lo habían tratado con el mismo escepticismo que su familia.
No importaba.
Terminó su desayuno, tomó su chaqueta y las llaves del auto, y se dirigió a la sede deportiva de Vittoria.
El Primer Día en el Club
Cuando llegó a las instalaciones, la escena lo recibió con una mezcla de expectación y desorden controlado.
La prensa estaba apostada en la entrada, cámaras y micrófonos listos para capturar cada uno de sus movimientos. Había reporteros de La Gazzetta dello Sport, Sky Sports Italia, Corriere dello Sport, todos esperando su primera declaración como dueño del club.
Su hermano Adriano ya estaba allí, esperándolo junto a un par de empleados administrativos.
—Vaya recibimiento —murmuró Luca mientras salía del auto.
—Bienvenido al circo —respondió Adriano, ajustándose la chaqueta—. ¿Listo?
—Siempre.
Ambos cruzaron las puertas de la sede.
Las oficinas del club estaban en un edificio de dos pisos, con una fachada de ladrillo antiguo y un logo descolorido en la entrada. Por dentro, todo tenía un aire funcional pero gastado. Era evidente que el club no había tenido una inversión real en mucho tiempo.
La primera persona en recibirlo fue Silvia Conti, la secretaria del club.
—Señor Moretti —lo saludó con una sonrisa profesional, aunque con un atisbo de curiosidad en la mirada—. Bienvenido a Vittoria.
—Solo Luca, por favor.
—Bien, Luca —dijo, extendiéndole la mano—. Me encargo de la parte administrativa del equipo. Llevo aquí más de quince años, así que si necesitas saber cómo funciona algo, yo soy la persona indicada.
Luca le estrechó la mano.
—Voy a necesitar mucha información. Espero que no te moleste responder preguntas todo el tiempo.
—Para eso estoy aquí.
Adriano le dio una palmada en la espalda.
—Silvia es la que mantiene esto en pie. Sin ella, todo sería un desastre.
—Ya lo sospechaba.
Silvia sonrió y los guió hacia la sala de reuniones, donde los directivos del club ya estaban esperando.
Los Directivos del Club
En la sala, un grupo de hombres y mujeres lo observaban con atención. Algunos con curiosidad, otros con evidente escepticismo.
Giancarlo Riva – Presidente Ejecutivo
Un hombre de sesenta y cinco años, de cabello canoso y traje impecable. Había sido presidente del club durante los últimos diez años, aunque con poderes limitados debido a la falta de inversión. Era un hombre del fútbol tradicional, alguien que creía en el valor de la experiencia y la historia.
—Moretti —dijo con un tono neutral cuando Luca tomó asiento—. Bienvenido a Vittoria.
Paolo De Santis – director Financiero
Un hombre de cincuenta años, con gafas y una expresión perpetuamente analítica. Se encargaba de las cuentas y del manejo del presupuesto del club. Para él, cada decisión debía justificarse con números.
—Espero que tengas claro el estado financiero del equipo —dijo sin rodeos—. No estamos en posición de hacer grandes movimientos sin respaldo económico.
Lorenzo Bianchi – director de Operaciones
Más joven que los demás, en sus cuarenta, con el cabello rizado y una chaqueta deportiva. Era el encargado de la logística, de las instalaciones y de que todo funcionara sin problemas.
—Nos vendría bien una remodelación en las instalaciones —dijo con media sonrisa—. No sé cuánto de tu fortuna estés dispuesto a gastar, pero el vestuario parece de tercera división.
Angela Ferraro – directora de Comunicación
Una mujer de treinta y ocho años, con un aire serio y profesional. Llevaba años manejando la imagen del club, aunque con poco margen de acción.
—Hoy tenemos la rueda de prensa para anunciarte como propietario. Vamos a necesitar un mensaje claro. La afición está escéptica.
Luca escuchó a cada uno, tomó nota mental de sus personalidades y de lo que necesitaban.
Cuando todos terminaron de hablar, se inclinó hacia adelante y apoyó los codos en la mesa.
—Sé que muchos de ustedes dudan de mí —dijo sin rodeos—. No los culpo. Sé lo que dicen en la prensa, sé lo que piensan los aficionados. Pero no vine aquí a jugar.
Adriano lo observó en silencio, como si estuviera midiendo sus palabras.
—No compré Vittoria para usarlo como pasatiempo. Compré este club porque creo que puede ser algo más grande. Porque quiero construir algo real. Y para hacerlo, necesito que todos aquí crean en ello.
Hubo un silencio corto.
Luego, Riva asintió levemente.
—Bien. Entonces empecemos.
La Rueda de Prensa
Minutos después, Luca salió a la sala de prensa, donde las cámaras y los micrófonos lo esperaban.
Se sentó frente a la mesa con Adriano a su derecha y Giancarlo Riva a su izquierda. Silvia se encargó de presentar el evento antes de darle la palabra.
Luca miró a la prensa por un instante antes de hablar.
—Buenos días.
Las luces de las cámaras parpadearon.
—No voy a darles discursos vacíos. Ya han escuchado suficiente sobre cómo Vittoria es un club con historia, sobre cómo la Serie A parece un sueño lejano. No necesito recordarles eso.
Hizo una pausa.
—Estoy aquí porque creo que podemos cambiar esa historia.
Las preguntas no tardaron en llegar.
"¿Qué lo motivó a comprar un equipo en crisis?"
"¿Es verdad que la familia Moretti no está de acuerdo con esta inversión?"
"¿Cuáles son sus planes con el entrenador Massimo Bellucci?"
"¿Habrá cambios en la plantilla?"
Luca respondió con calma, asegurando que su objetivo era construir un equipo competitivo y devolverle la identidad al club.
Cuando la conferencia terminó, salió de la sala con Adriano a su lado.
—Nada mal para tu primer día como dueño de un club —comentó su hermano.
Luca soltó un leve suspiro.
—Esto recién empieza.
Miró el estadio a lo lejos, sintiendo que el verdadero desafío aún no había comenzado.
Después de la rueda de prensa, Luca y Adriano se dirigieron a la sala de reuniones del club, donde los directivos y algunos empleados clave estaban esperando.
Silvia Conti, la secretaria, organizó los documentos necesarios para oficializar el nombramiento, y Angela Ferraro, la directora de comunicación, ya tenía preparada la estrategia para anunciarlo a la prensa y a la afición.
Cuando Luca entró, se encontró con las mismas miradas de expectación de antes.
No todos estaban convencidos de su llegada, pero el anuncio de Adriano como director deportivo cambiaría la dinámica.
Luca tomó asiento y miró a los presentes.
—Sé que todavía hay dudas sobre mi plan para Vittoria —dijo con calma—, pero quiero dejar algo claro desde el principio: no vine a este club solo. Quiero construir algo sólido y para eso necesito a las personas correctas.
Hizo una pausa y miró a su hermano.
—Por eso, quiero presentar oficialmente al nuevo director deportivo del A.S. Vittoria: Adriano Moretti.
Los murmullos no tardaron en aparecer.
Adriano se levantó de su asiento, con una expresión serena pero segura.
—Muchos de ustedes ya me conocen —dijo, apoyando las manos sobre la mesa—. Jugué en esta liga. Conozco lo que significa estar dentro de un vestuario, sé lo que pasa en la cabeza de un jugador cuando las cosas van mal.
Se tomó un segundo ante de continuar.
—Sé que este club no ha tenido estabilidad en años. Sé que el fútbol no se maneja solo con dinero ni con promesas. Se maneja con trabajo, con decisiones inteligentes y con un equipo que tenga una identidad.
Giró la vista hacia Luca.
—Mi hermano quiere construir algo real aquí, y yo también.
Giancarlo Riva, el presidente ejecutivo, se cruzó de brazos.
—No puedo decir que no sea una sorpresa, Adriano. Pero déjame preguntarte algo: ¿por qué ahora?
Adriano lo miró de frente.
—Porque es la primera vez que alguien en mi familia me ofrece la oportunidad de hacer algo con el fútbol sin tratarlo como un negocio más.
Hubo un breve silencio.
Luego, Riva asintió.
—Bien. Entonces empecemos.
Angela Ferraro tomó la palabra.
—Publicaremos el anuncio oficial en nuestras redes y organizaremos una entrevista con los medios para esta semana. La afición querrá escuchar lo que tienes que decir, Adriano.
—Lo sé —respondió él con una leve sonrisa—. Y estoy listo.
Luca se recostó en su silla, viendo cómo su hermano tomaba su nuevo rol con naturalidad.
Tal vez, después de todo, no estaba tan solo en esto.
Después de la presentación de Adriano, Luca se dirigió al campo de entrenamiento, donde lo esperaba el hombre que tenía en sus manos el destino del equipo dentro del campo: Massimo Bellucci.
El entrenador, de 56 años, estaba parado con los brazos cruzados, observando a sus asistentes colocar los conos para la práctica de la tarde. Su expresión era la de un hombre que había visto de todo en el fútbol, y que no estaba particularmente impresionado con la llegada de un joven empresario a "su" vestuario.
Cuando Luca y Adriano se acercaron, Bellucci los miró sin moverse.
—Así que este es el nuevo dueño del Vittoria.
Luca extendió la mano.
—Massimo. Es un gusto conocerte.
El entrenador se tomó su tiempo antes de estrechar la mano con firmeza.
—Moretti.
No lo dijo con desprecio, pero tampoco con entusiasmo.
—Espero que no te moleste que traiga a mi hermano —continuó Luca—. Adriano será el nuevo director deportivo.
Bellucci miró a Adriano y asintió levemente.
—Al menos alguien aquí sabe de fútbol.
Luca ignoró la provocación.
—Quiero hablar sobre el equipo, el estado de la plantilla y lo que necesitamos para esta temporada.
—¿Ahora te interesa el fútbol?
Adriano se adelantó antes de que Luca respondiera.
—Vamos a dejar algo claro desde el principio, Massimo. Luca es el dueño del club y yo soy el director deportivo. No estamos aquí para meternos en tu trabajo, pero sí para construir un equipo competitivo.
Bellucci se quedó en silencio unos segundos antes de asentir.
—Bien. Sigamos esta conversación en la oficina.
Los tres caminaron hacia el edificio donde estaban las instalaciones técnicas. En la sala de reuniones ya estaban esperando algunos miembros del cuerpo técnico.
Stefano Mancini – Asistente técnicoUn hombre en sus cuarentas, de cabello corto y actitud disciplinada. Es el segundo al mando de Bellucci y quien maneja los entrenamientos cuando el entrenador no está.
Francesco Barone – Preparador físico
Responsable del estado físico de los jugadores. Un hombre de carácter fuerte, obsesionado con el rendimiento.
Matteo Rossetti – Analista táctico
Un exjugador retirado, ahora encargado de estudiar a los rivales y analizar el desempeño del equipo.
Claudio De Luca – Entrenador de porteros
Trabaja con los guardametas y supervisa su evolución.
Cuando todos tomaron asiento, Bellucci fue directo al punto.
—Vamos a ser francos. El equipo no está en buena forma. La temporada pasada terminamos a mitad de la tabla y sin un estilo de juego definido. No tenemos un líder claro en el vestuario y hay varios jugadores que no deberían estar aquí.
Luca apoyó los codos en la mesa.
—Quiero saber cuáles son nuestras debilidades y qué jugadores crees que necesitamos.
Bellucci resopló.
—¿Por dónde empiezo?
—Por los problemas más graves —respondió Adriano.
—Número uno: nuestra defensa es un desastre. No tenemos laterales decentes y los centrales son lentos.
—Número dos: en el mediocampo falta creatividad. Tenemos jugadores que corren, pero nadie que piense.
—Número tres: Rafa de Souza.
Luca frunció el ceño.
—¿Qué pasa con Rafa?
—Es nuestro delantero estrella, pero su actitud es un problema. Llega tarde a los entrenamientos, se cree más importante que el equipo y no ha estado rindiendo como se espera.
Adriano miró a Luca.
—Vamos a tener que hablar con él.
—Lo haremos. Pero primero, ¿qué jugadores quieres traer?
Bellucci exhaló, cruzando los brazos.
—Necesitamos al menos dos defensores con experiencia, un mediocampista creativo y un delantero que pueda competir con Rafa.
—Déjanos eso a nosotros —dijo Adriano—. Tú solo concéntrate en sacar lo mejor del equipo que tenemos ahora.
Bellucci los observó por un momento antes de asentir.
—Bien. Pero déjenme decirles algo.
Se inclinó hacia adelante.
—Si de verdad quieren que Vittoria vuelva a ser grande, van a tener que tomar decisiones difíciles.
Luca sostuvo su mirada.
—Estoy listo para eso.
Bellucci lo estudió un momento más, luego se puso de pie.
—Entonces, veremos si eres diferente a los otros dueños que han pasado por aquí.
Salió de la sala sin decir nada más.
Adriano suspiró.
—Vas a tener que ganarte su respeto.
Luca sonrió apenas.
—No espero nada fácil.
Adriano se cruzó de brazos y miró el campo de entrenamiento a través de la ventana.
—Bien. Porque esto recién empieza.
Cuando Bellucci salió de la sala de reuniones, Luca se quedó sentado unos segundos, observando los documentos sobre la mesa. Adriano, en cambio, se recostó en su silla con los brazos cruzados.
—Va a ser un dolor de cabeza —dijo sin rodeos.
—¿Bellucci?
—Sí. No confía en ti, y tampoco cree en cambios radicales. Si quieres que este equipo suba, vas a tener que convencerlo de que tu proyecto es más que una fantasía de niño rico.
Luca exhaló.
—No espero que me lo pongan fácil.
—Eso ya lo sabemos —murmuró Adriano, antes de revisar su reloj—. ¿Y ahora qué?
Luca tomó su teléfono y buscó el contacto de Silvia.
—Ahora empezamos a trabajar.
Marcó el número y la secretaria respondió en pocos segundos.
—Silvia, necesito que me consigas toda la información que tengamos sobre Bellucci. Sus equipos anteriores, sus estrategias, su forma de manejar el vestuario. Todo.
—¿Quiere que prepare un informe?
—Sí, y que me lo envíes antes del mediodía.
—Entendido. ¿Algo más?
Luca miró a Adriano, que lo observaba con una ceja arqueada.
—Sí, necesito también las fichas de los jugadores clave. Rafa de Souza, los defensas que tenemos y los juveniles que están destacando en la cantera. Quiero saber exactamente con qué contamos.
—Me encargaré de eso —dijo Silvia antes de cortar la llamada.
Luca dejó el teléfono sobre la mesa y miró a su hermano.
—¿Qué?
Adriano sonrió de lado.
—Al menos pareces que sabes lo que haces.
—No necesito que lo parezca.
—Entonces no lo arruines.
Pero antes de que Luca pudiera responder, el teléfono de Adriano vibró.
Él lo tomó, revisó el nombre en la pantalla y chasqueó la lengua antes de contestar.
—Padre.
Luca se tensó.
No era común que Enzo Moretti llamara sin motivo.
—¿Qué haces en Vittoria? —fue lo primero que dijo su padre, sin preámbulos.
Adriano intercambió una mirada rápida con Luca antes de responder.
—Trabajo.
—¿Trabajo? —repitió Enzo, con una nota de incredulidad—. ¿Llamas "trabajo" a esta locura de Luca?
—Llamo trabajo a hacer algo que realmente me interesa.
Hubo un silencio breve al otro lado de la línea.
—Pensé que, de todos tus hermanos, serías el que le haría ver la realidad.
Adriano pasó una mano por su nuca y suspiró con frustración.
—Si por realidad te refieres a meterlo de nuevo en Moretti Enterprises y hacer que siga el camino que tú elegiste, entonces no. No voy a hacer eso.
—Eres su hermano mayor —respondió Enzo con voz firme—. Deberías ayudarlo a encontrar el camino correcto, no avivar sus ilusiones.
Luca apretó los puños sobre la mesa.
Adriano se mantuvo tranquilo, aunque su expresión se endureció.
—Luca ya encontró su camino, aunque no sea el que tú querías.
—El fútbol no es un negocio para los Moretti.
—Tampoco lo era para mí, pero lo intenté. ¿Recuerdas?
Esta vez, Enzo tardó más en responder.
Luca podía imaginarlo en su oficina, con la misma expresión de siempre, sin demostrar emoción alguna.
Finalmente, su padre habló con tono más frío.
—No voy a interferir. Pero cuando esta idea fracase, porque lo hará, quiero que seas tú quien le abra los ojos.
—Si fracasa, Luca aprenderá de eso. No necesita que le abran los ojos, necesita que lo dejen intentarlo.
—Adriano... —comenzó Enzo, pero su hijo mayor ya no estaba interesado en seguir la conversación.
—Tengo trabajo que hacer. Adiós, padre.
Colgó la llamada antes de que Enzo pudiera decir otra palabra.
Se hizo un silencio en la sala.
Luca lo rompió primero.
—No tenías que hacerlo.
Adriano lo miró con seriedad.
—Sí, sí tenía que hacerlo.
Se inclinó hacia adelante y apoyó los codos en la mesa.
—Escucha, Luca. No te voy a mentir. No sé si esto funcionará. No sé si Vittoria volverá a la Serie A o si terminaremos hundidos. Pero lo que sí sé es que prefiero arriesgarme en esto contigo que pasarme la vida preguntándome qué habría pasado si lo intentábamos.
Luca lo observó por un instante.
Entonces, sin decir nada más, extendió la mano.
Adriano la estrechó con firmeza.
—Entonces trabajemos.
Porque a pesar de todo, sabían que este era solo el comienzo.
Cuando Silvia le entregó el informe detallado sobre Bellucci y los jugadores clave, Luca se tomó unos minutos para revisarlo. No era sorprendente lo que encontró sobre el entrenador: rígido en sus métodos, exigente con la disciplina y poco tolerante con la falta de compromiso. Sin embargo, lo que más le llamó la atención fue la sección sobre Rafa de Souza.
El delantero brasileño era, en teoría, el mejor jugador del equipo. Máximo goleador la temporada pasada, físico imponente, buena técnica y experiencia en primera división. Pero su actitud dentro y fuera del campo había sido un problema constante. Llegadas tarde a los entrenamientos, conflictos con otros jugadores y una reputación de creerse más importante que el equipo.
Luca cerró la carpeta y se giró hacia Silvia.
—Llámalo. Quiero que venga ahora mismo.
Silvia asintió sin sorpresa.
—Le diré que se presente en veinte minutos.
Luca miró a su hermano, que observaba el informe con el ceño fruncido.
—¿Qué opinas?
Adriano suspiró y dejó los papeles sobre la mesa.
—Ya vi a tipos como él. Técnicamente son buenos, pero creen que el equipo gira a su alrededor. Si no los manejas bien, pueden hundirte el vestuario.
—¿Crees que podemos recuperarlo?
Adriano lo miró con seriedad.
—Eso depende de él. Pero una cosa está clara: si no cambia su actitud, lo vendemos.
Luca no respondió. No era una decisión fácil. Un jugador como Rafa tenía talento, pero también representaba un riesgo.
Quince minutos después, Silvia entró en la oficina.
—Rafa está aquí.
Adriano se puso de pie.
—Vamos.
Ambos salieron y caminaron hacia la sala de reuniones donde Rafa los esperaba.
El brasileño estaba sentado con las piernas cruzadas, luciendo relajado. Llevaba una sudadera de marca y un reloj caro en la muñeca. Al verlos entrar, esbozó una media sonrisa.
—¿Qué tal, jefe?
Luca no reaccionó a la provocación y se sentó frente a él. Adriano, en cambio, permaneció de pie, cruzado de brazos, observándolo con una expresión severa.
—Carajo, Rafa —dijo sin rodeos—. ¿Cuál es tu problema?
La sonrisa de Rafa desapareció por un segundo.
—¿Perdón?
—¿Quieres seguir en Vittoria o prefieres que te mandemos a otro equipo mañana mismo? —continuó Adriano, sin parpadear siquiera.
Rafa frunció el ceño.
—Yo no tengo problemas, solo juego mi fútbol.
—Eso dilo cuando dejes de llegar tarde a los entrenamientos y empieces a correr más que los defensas rivales —replicó Adriano con frialdad—. No eres una estrella de Serie A, Rafa. Estás aquí porque ningún club de primera quiso apostar por ti.
El delantero apretó la mandíbula.
—Yo hago mi trabajo.
—No, haces lo que te da la gana —lo interrumpió Adriano, inclinándose levemente hacia él—. Y te lo voy a dejar claro de una vez: o te alineas, o te largas.
Luca observó en silencio. Adriano tenía un aura de autoridad que pocos podían ignorar. No levantaba la voz, pero su presencia pesaba en la habitación. No hablaba para agradar ni para negociar. Simplemente establecía las reglas.
Rafa lo miró fijamente.
—¿Así que ahora ustedes mandan?
Adriano sonrió sin humor.
—Siempre hemos mandado. La diferencia es que ahora tienes dos opciones: demostrar que vales lo que cobras o convertirte en un jugador olvidado en un equipo de media tabla.
Se hizo un silencio tenso.
Rafa respiró hondo y se pasó una mano por la cabeza.
—Está bien. Haré lo que tenga que hacer.
Adriano no se movió.
—Quiero hechos, no palabras.
Luca se apoyó en la mesa y finalmente habló.
—Si realmente quieres jugar para Vittoria, demuéstralo. Sé el jugador que este equipo necesita, no el que se cree mejor que los demás.
Rafa asintió con la cabeza, aún con algo de orgullo herido, pero sin atreverse a desafiar a Adriano.
—Mañana a primera hora estaré en el entrenamiento.
—Más te vale —respondió Adriano.
Rafa se levantó y salió sin mirar atrás.
Cuando la puerta se cerró, Luca exhaló.
—Bueno. Eso fue… intenso.
Adriano sonrió con arrogancia.
—A veces, los jugadores necesitan entender quién manda.
Luca lo miró y, por primera vez, entendió por qué su hermano era admirado por tantos. No era solo un exfutbolista. Sabía exactamente cómo manejar un vestuario.
Y Vittoria iba a necesitar eso más que nunca.
El sol comenzaba a descender sobre el campo de entrenamiento cuando sonó el silbato final. Los jugadores terminaron la sesión con los músculos tensos y el cansancio reflejado en sus rostros. La práctica había sido exigente, más de lo que estaban acostumbrados, y eso se notaba en sus gestos.
Massimo Bellucci, con los brazos cruzados, observó a su equipo antes de volverse hacia Luca y Adriano, que esperaban a un costado del campo.
—Bien, aquí los tienen —dijo con su tono seco de siempre—. Vamos a ver si logran meterles algo en la cabeza.
Adriano ignoró la actitud del entrenador y dio un paso al frente.
—Todos, al vestuario. Reunión ahora.
No hubo protestas. Nadie quería desafiar a Adriano Moretti.
Los jugadores entraron en el vestuario uno a uno, algunos murmurando entre ellos. Rafa de Souza se dejó caer en su banco con una expresión de ligera incomodidad, mientras que otros, como el capitán Giulio Castelli, parecían más atentos.
Cuando todos estuvieron dentro, Luca y Adriano ingresaron.
El ambiente estaba tenso, pero nadie hablaba.
Adriano caminó despacio hasta la mitad del vestuario y miró a cada uno en los ojos.
—Voy a ser breve —dijo con voz firme—. Ustedes son jugadores de fútbol, pero lo que vi hoy en el campo no es un equipo.
Los murmullos desaparecieron.
—Llevan años jugando sin una identidad, sin una idea clara. Algunos se conforman con seguir en la Serie B, otros solo están aquí para cobrar su sueldo. Eso se acaba hoy.
Algunos jugadores se removieron en sus asientos.
Luca, apoyado contra la pared, decidió intervenir.
—Vittoria no es un club de segunda categoría. O no debería serlo. Pero si seguimos así, nunca vamos a subir.
Los jugadores intercambiaron miradas.
Adriano continuó:
—Aquí no hay espacio para divas, para egos, para tipos que creen que pueden hacer lo que quieran. A partir de ahora, si alguien no cumple con el equipo, no tiene lugar aquí.
Hizo una pausa, recorriendo el vestuario con la mirada.
—Si alguno de ustedes cree que esto es demasiado, la puerta está abierta.
Silencio absoluto.
Nadie se movió.
Giulio Castelli, el capitán, finalmente habló.
—¿Y qué esperan de nosotros?
Adriano lo miró directo.
—Compromiso. Profesionalismo. Ganas de ganar.
Castelli asintió, entendiendo el mensaje.
Luca dio un paso al frente.
—Este club tiene historia. Y ahora tiene un futuro. Pero depende de ustedes si quieren formar parte de él o no.
Miró a cada jugador antes de terminar con la frase que sellaría la reunión:
—Aquí no se queda nadie que no esté dispuesto a dejarlo todo por Vittoria.
Los jugadores se quedaron en silencio un momento, hasta que uno de ellos, Matteo Rinaldi, mediocampista de veintiséis años, se puso de pie y asintió.
—Entonces empecemos a hacer esto bien.
Poco a poco, otros jugadores también se pusieron de pie, siguiéndole el paso.
Rafa de Souza no dijo nada, pero Luca vio que apretaba los puños. Sabía que lo habían puesto contra las cuerdas.
Adriano los observó con una leve sonrisa.
—Nos vemos mañana. Y más les vale que vengan preparados.
Con eso, la reunión terminó.
Luca salió del vestuario junto a su hermano, y por primera vez sintió que algo había cambiado.
Tal vez, después de todo, Vittoria tenía una oportunidad.
Trabajo Nocturno en la Oficina
El día había sido largo.
Uno tras otro, los empleados del club comenzaron a marcharse. Primero los jugadores, luego el cuerpo técnico y, finalmente, los directivos y administrativos. Incluso Adriano se despidió con una palmada en la espalda y una advertencia.
—No te mates trabajando la primera semana.
Luca solo sonrió.
—Nos vemos mañana.
Cuando su hermano salió del edificio, el silencio lo envolvió.
Era la primera vez en todo el día que tenía un momento para respirar. Pero en lugar de aprovecharlo, se inclinó sobre su escritorio, encendió la lámpara y comenzó a revisar documentos.
Había tanto por hacer.
El club necesitaba jugadores nuevos, pero para eso se necesitaba dinero. Los salarios no eran competitivos, las instalaciones requerían inversión y los patrocinadores no estaban convencidos de seguir apostando por un equipo que llevaba años sin ofrecer resultados.
No importaba que ahora Vittoria tuviera el respaldo de un Moretti. El fútbol era un negocio, y nadie invertía en un proyecto sin futuro.
Perdido en esos pensamientos, Luca apenas notó cuando la puerta de la oficina se abrió.
—Dime que no piensas quedarte aquí toda la noche.
Silvia Conti entró sin esperar invitación. Traía dos cajas de pizza en las manos y un par de botellas de agua.
Luca levantó la mirada y arqueó una ceja.
—¿Me trajiste pizza?
—A diferencia de ti, sé que los seres humanos necesitan comer.
Dejó las cajas sobre la mesa y se sentó al otro lado del escritorio.
—¿Pepperoni o margarita?
—Margarita.
Silvia sonrió.
—Sabía que dirías eso.
Abrió la caja y sacó un pedazo antes de mirar todos los papeles en la mesa.
—¿Qué revisas?
Luca tomó una hoja y se la pasó.
—Patrocinios.
Silvia la leyó mientras daba un mordisco a su pizza.
—No es un buen panorama.
—No. Muchos de los patrocinadores que teníamos están reconsiderando su permanencia. Nadie quiere invertir en un equipo que lleva años sin competir de verdad.
Silvia dejó la hoja en la mesa.
—No podemos perderlos. Si Vittoria se queda sin patrocinadores, no tendremos margen para fichajes ni para mejorar las instalaciones.
Luca suspiró y tomó un pedazo de pizza.
—Lo sé. Por eso quiero hacer algo al respecto.
—¿Qué tienes en mente?
Luca apoyó un codo en la mesa y la miró con seriedad.
—Necesitamos atraer nuevos inversores y convencer a los que ya tenemos de que este proyecto vale la pena. Quiero organizar una reunión con los principales patrocinadores. Mostrarles que Vittoria tiene un plan, que vamos a cambiar.
Silvia asintió.
—Eso suena bien, pero hablar no será suficiente. Van a querer pruebas de que puedes manejar este club.
—Lo sé. Por eso, primero necesito asegurarme de que el equipo empiece a funcionar. Si Vittoria gana, si mostramos mejoras desde el primer partido, tendremos algo con qué negociar.
Silvia tomó otro pedazo de pizza y sonrió levemente.
—Sabes, Luca, cuando te escucho hablar así, casi pareces un presidente de club de verdad.
Luca sonrió con ironía.
—Es que lo soy.
Ella soltó una risa y luego lo miró con más atención.
—Hablas en serio, ¿verdad?
—Por supuesto.
Silvia dejó la pizza sobre la caja y se cruzó de brazos.
—Bien. Entonces, voy a preparar la lista de contactos para la reunión con los patrocinadores. Y también buscaré información sobre posibles nuevos inversores.
—Eres eficiente.
—Alguien tiene que serlo.
Ambos rieron levemente.
Luca tomó otro pedazo de pizza y miró el reloj.
Casi la medianoche.
Podría irse a casa, descansar y seguir mañana. Pero algo dentro de él le decía que este era el camino correcto, que cada hora extra que pasara trabajando sería la diferencia entre un fracaso y un legado.
Silvia se levantó y tomó su bolso.
—No te quedes hasta el amanecer.
—Lo intentaré.
Ella negó con la cabeza con una sonrisa antes de salir de la oficina.
Cuando Luca se quedó solo otra vez, miró el estadio desde la ventana.
Tal vez Vittoria aún no era grande.
Pero lo sería.