Una historia de amor paranormal entre dos licántropos, cuyo vínculo despierta al encontrase en el camino. el llamado de sus destinados es inevitable.
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El Desconocido en el Bosque
El eco de esa mirada la acompañó todo el día.
Aunque no volvió a verlo después del breve cruce en el pueblo, la presencia de él —ese chico de ojos salvajes— no se le despegaba de la mente. Como si se hubiera tatuado detrás de sus párpados.
Aelis intentó concentrarse en clase, pero las palabras en el pizarrón no lograban quedarse en su cabeza. Algo en ella estaba inquieto. Como si una parte dormida hubiera despertado con un solo cruce de miradas.
No podía explicarlo.
No lo conocía, ni siquiera sabía su nombre. Pero la forma en que la había mirado, con intensidad casi animal, le dejó una sensación que aún la hacía temblar.
—¿Quién era ese chico que estaba esta mañana en la calle principal? —preguntó Aelis esa noche, mientras ayudaba a su madre con los platos.
—¿Qué chico?
—Uno alto, de cabello oscuro... me miró como si me conociera. O como si supiera algo de mí que ni yo misma sé.
Su madre se quedó en silencio por unos segundos antes de responder.
—Seguramente era uno de los Alvarsson.
—¿Y qué tienen de especial?
—Nada. Mejor no te acerques a ellos, eso es todo.
La respuesta fue rápida, demasiado seca. Y Aelis supo en ese instante que le estaban ocultando algo.
Esa noche, el sueño se negó a abrazarla.
El viento soplaba fuerte entre los árboles, y el bosque parecía llamarla. Fue hasta la ventana, empujada por algo que no comprendía del todo. Abrió los postigos con cuidado.
Oscuridad. Silencio. Y por un momento, creyó ver unos ojos brillando en la distancia. No humanos. No del todo.
Parpadeó.
Ya no estaban.
Al día siguiente, la inquietud dentro de Aelis no se había ido. Se sentía extraña, como si algo dentro de ella estuviera latiendo distinto. Más rápido. Más fuerte.
Después de clases, decidió no ir directamente a casa. En lugar de eso, caminó hacia el bosque. No tenía una razón lógica, solo un impulso.
Los árboles la envolvieron con su sombra, y el aire cambió. Más denso. Más vivo.
Y entonces, lo sintió.
Ese escalofrío familiar. Esa certeza irracional de que no estaba sola.
—No deberías andar sola por estos senderos —dijo una voz a su espalda.
Aelis se giró de inmediato.
Ahí estaba él.
Eirik.
Con la misma presencia intensa. Con esos ojos que ardían. Esta vez, más cerca. Más real.
—¿Me estás siguiendo? —preguntó, con el corazón acelerado.
—No. Estás en mi territorio.
La frase la hizo fruncir el ceño.
—¿Tu territorio?
Él no respondió. Solo la miró con una mezcla de curiosidad y advertencia. Como si ella fuera algo inesperado. Como si no supiera si representaba una amenaza... o algo más.
—¿Quién eres? —preguntó Aelis, bajando un poco la voz.
Él sostuvo su mirada un largo instante, luego desvió los ojos hacia los árboles.
—Alguien que sabe quién eres tú... aunque tú aún no lo sepas.
Aelis sintió un nudo en la garganta.
—¿Qué se supone que significa eso?
Eirik dio un paso hacia atrás. Su voz, cuando volvió a hablar, fue apenas un susurro.
—Significa que deberías tener cuidado con lo que sientes dentro de ti. Algunas verdades no pueden deshacerse una vez despiertan.
Y con eso, se dio media vuelta y desapareció entre los árboles. Sin un solo crujido. Sin dejar rastro.
Aelis se quedó sola, pero su corazón no se sentía solo.
Se sentía... inquieto. Vivo.
Como si algo dormido en su interior acabara de girar en sueños por primera vez.