Soy Bárbara Pantoja, cirujana ortopédica y amante de la tranquilidad. Todo iba bien hasta que Dominic Sanz, el cirujano cardiovascular más egocéntrico y ruidoso, llegó a mi vida. No solo tengo que soportarlo en el hospital, donde chocamos constantemente, sino también en mi edificio, porque decidió mudarse al apartamento de al lado.
Entre sus fiestas ruidosas, su adicción al café y su descarado coqueteo, me vuelve loca... y no de la forma que quisiera admitir. Pero cuando el destino nos obliga a colaborar en casos médicos, la línea entre el odio y el deseo comienza a desdibujarse.
¿Puedo seguir odiándolo cuando Dominic empieza a reparar las grietas que ni siquiera sabía que tenía? ¿O será él quien termine destrozando mi corazón?
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La primera impresión no cuenta.
El siguiente día en el hospital comienza como cualquier otro: café en mano, lista de pacientes, y un horario apretado. Mi humor está un poco menos agrio después de la nadada de anoche, pero aún no puedo dejar de pensar en Dominic y su actitud de "me da igual todo".
Sin embargo, eso cambia en el momento en que ambos nos encontramos con nuestro primer caso en conjunto: un niño de cinco años, Ethan, con fracturas en ambas piernas después de un accidente automovilístico, además de un historial cardíaco complicado.
Cuando llego a la sala de emergencias, Dominic ya está ahí, inclinado hacia el pequeño con una expresión que no había visto antes en él: tranquilidad y ternura. Está sosteniendo la mano de Ethan, diciéndole algo que logra arrancarle una risa al niño, a pesar de su dolor evidente.
—Hola, Bárbara —dice Dominic al verme entrar. Su tono es relajado, pero diferente al que usa usualmente. —Este pequeño campeón necesita de tus habilidades milagrosas con los huesos.
—Claro. —Dejo mis cosas a un lado y me acerco al niño con una sonrisa cálida. —Hola, Ethan. Soy la doctora Bárbara. Vamos a ayudarte a sentirte mejor, ¿de acuerdo?
Ethan asiente tímidamente, aferrándose a la mano de Dominic. Es un momento simple, pero por primera vez veo otra faceta de Dominic. No hay arrogancia ni bromas; solo un hombre genuinamente preocupado por su pequeño paciente.
Mientras reviso las radiografías y evaluamos el plan de tratamiento, Dominic permanece junto al niño, manteniéndolo calmado y distraído. Por más que odio admitirlo, es... encantador verlo así.
Mi día iba de perros, en la mañana derrame mi café en mi bata extra, esa mancha me costará quitarla, así que debo pensar en llevarla a la lavandería. Suerte que traigo mi blusa blanca.
Horas después, estamos en quirófano. Ethan está sedado y listo para que yo estabilice las fracturas mientras Dominic supervisa sus constantes vitales. Todo marcha perfectamente hasta que, al girarme para pedir una herramienta al enfermero, siento un tirón en mi blusa.
El pequeño gancho de mi bata médica se ha quedado atascado en una bandeja metálica, y cuando trato de liberarme, escucho un sonido desgarrador. Mi blusa se fue a pique, y se rasga ligeramente desde el hombro hasta el pecho.
—¿Estás bien? —pregunta Dominic, claramente conteniendo una risa.
—Perfectamente —murmuro, tratando de cubrirme y concentrarme en el procedimiento.
Pero, por supuesto, no todo termina ahí. La bata también tiene un pequeño desgarro que deja al descubierto parte de mi brazo. Siento el calor subiéndome al rostro mientras trato de actuar como si no pasara nada.
—Aquí. —Dominic se acerca, quitándose su bata protectora para cubrirme. Lo hace con naturalidad, pero la cercanía me pone nerviosa.
—Gracias —digo, tratando de no mirarlo a los ojos.
—No hay problema, Barbie.
Su tono es amable, no burlón, y eso me desconcierta más que cualquier otra cosa.
Terminamos con éxito la cirugía, y Ethan es trasladado a recuperación. Estoy exhausta, y todo lo que quiero es un café antes de continuar con el día. Mientras camino hacia la sala de descanso, Dominic aparece a mi lado.
—Buen trabajo ahí dentro.
—Gracias. Tú también hiciste un buen trabajo con Ethan. Eres... diferente con los niños.
—¿Eso es un cumplido? —Sonríe, pero no con arrogancia. Parece genuinamente curioso.
—Tal vez. —Le devuelvo una sonrisa, pero antes de que la conversación pueda continuar, las luces del pasillo parpadean y se apagan de golpe.
—¿Qué demonios...? —murmura Dominic, y entonces el hospital entero se sume en la oscuridad.
Por un momento, el único sonido es el zumbido de los generadores de emergencia, pero incluso esos fallan.
—Esto no es bueno. —Miro a mi alrededor, intentando orientarme en la penumbra.
—Definitivamente no. —Dominic saca su teléfono y enciende la linterna. —Ven, hay que asegurarnos de que los pacientes estén bien.
Asiento y lo sigo por el pasillo, pero antes de que podamos llegar a la sala de recuperación, las puertas del ascensor junto a nosotros se abren con un chirrido.
—Mira eso, todavía funcionan. Subamos al tercer piso.
—¿Estás seguro?
—Claro. ¿Qué podría salir mal?
Tan pronto como las puertas se cierran detrás de nosotros, el ascensor se detiene con un temblor y las luces de emergencia parpadean antes de apagarse completamente.
—Perfecto —murmuro, golpeando el botón de emergencia, que por supuesto no responde ni mierdas.
—Bueno, al menos estamos juntos —bromea Dominic, encendiendo nuevamente la linterna de su teléfono, si es el final del mundo saliste bendecida conmigo.
—Fantástico. Mi sueño hecho realidad.
Nos sentamos en el suelo mientras tratamos de contactar a alguien, pero las señales están caídas. La ciudad entera parece estar enfrentando un apagón masivo.
—Así que, doctora Pantoja... ¿qué haces para relajarte cuando no estás salvando vidas?
—¿De verdad quieres hacerme esa pregunta ahora?
—Claro. ¿Qué mejor momento para conocernos?
Suspiro, resignada.
—Escribo. Notas personales y Novelas, principalmente.
—¿En serio? No lo habría adivinado. ¿De qué tipo las novelas?
Lo miro, dudando.
—Novelas románticas... para adultos.
La sonrisa que aparece en su rostro es suficiente para hacerme arrepentir instantáneamente de haber dicho algo.
—Bueno, bueno, Barbie. Eso explica tu capacidad de inventar insultos creativos.
—Ni siquiera empieces.
Pero su risa es contagiosa, y antes de darme cuenta, estoy riéndome también.
El tiempo pasa lentamente, pero en algún momento Dominic deja de bromear. Se inclina contra la pared, mirándome con una expresión seria que no le había visto antes.
—¿Sabes? Lo que dijiste antes sobre los niños... Es cierto. Me gustan porque son los únicos que no esperan nada de ti. Solo quieren que seas honesto con ellos.
—¿Y con los adultos no puedes ser honesto?
Se encoge de hombros.
—No siempre. Hay demasiadas expectativas, demasiados juicios. Es más fácil ser el chico arrogante y confiado que todos esperan.
Me sorprende lo honesto que está siendo, pero antes de que pueda responder, las luces del ascensor parpadean y el motor se pone en marcha.
—Finalmente. —Me pongo de pie justo cuando las puertas se abren.
—Fue divertido, ¿no? —dice Dominic mientras salimos al pasillo.
Lo miro de reojo.
—Digamos que fue... interesante.
Y, por primera vez desde que lo conocí, no estoy completamente segura de odiarlo.