Un amor que se enfrenta a problemas, desafíos, barreras. Un amor entre una bailarina y un multimillonario.
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Capítulo 2: Sombras y Verdades
El día siguiente llegó como siempre, pero algo había cambiado. Nia despertó temprano, como era su costumbre, sin prisas, sin que nadie más la apremiara. Aún le dolían los músculos después de la ardua rutina de ensayos, pero en su corazón había una sensación extraña, una inquietud que no lograba entender. Ethan Sinclair había quedado grabado en su mente, no por su presencia de poder o su fortuna, sino por algo mucho más profundo. Algo en él había tocado una fibra sensible dentro de ella, y aunque lo ignoraba, esa conexión la perturbaba.
Se levantó de la cama, sus pies descalzos tocando la fría madera del piso. El sol filtraba su luz a través de las cortinas, y Nia respiró profundamente, agradeciendo la calma que le ofrecía su pequeño departamento. El teatro seguía siendo su refugio, pero el mundo fuera de él nunca dejaba de darle vueltas.
Ethan Sinclair, el hombre que había irrumpido en su mundo anónimo la noche anterior, la tenía pensativa. No entendía qué lo había atraído de ella, ni por qué sus palabras resonaban en su mente, como un eco que no se desvanecía. ¿Qué buscaba? ¿Qué quería de una bailarina como ella? Si había algo que Nia sabía era que las intenciones de los hombres como él nunca eran sencillas.
Por un momento, pensó en no ir al ensayo ese día, quedarse en casa y dejar que la inquietud pasara. Pero no pudo. La danza era su vida, su única verdad, y no podía dejar que una extraña conversación le arrebatará eso.
—¡Nia! —gritó su amiga Alma, una joven artista que también era parte de la compañía de danza. Alma había sido su compañera desde que comenzó en el ballet, y aunque eran diferentes en muchos aspectos, siempre habían compartido una complicidad silenciosa. —¿Te has enterado? Hay rumores sobre un patrocinador que podría llegar hoy. Un empresario famoso, dicen.
Nia miró a su amiga, ya vestida con el uniforme de ensayo, el cabello recogido en una coleta. Alma estaba entusiasmada, pero Nia no podía evitar sentirse distante. El nombre de "patrocinador" solo le traía pensamientos de inversiones frías, de negocios que ponían el arte como una mercancía. No necesitaba que un hombre como Ethan, o cualquiera de su especie, invadiera su espacio.
—Lo he oído. Pero prefiero concentrarme en mi baile, no en lo que pase fuera del escenario —respondió con calma, sin mirar a Alma directamente.
Alma frunció el ceño, pero no insistió. En lugar de eso, sonrió de manera pícara.
—No te preocupes, te veré brillar hoy. Solo no te olvides de que, a veces, los negocios y el arte pueden ir de la mano. Si eres buena, lo sabrán.
Nia no respondió, pero un sentimiento incómodo la invadió. No quería que su arte fuera reducido a una transacción, ni que un hombre como Ethan la viera como un objeto más en su mundo de poder. A pesar de todo, algo dentro de ella la impulsaba a ir al ensayo, a enfrentarse nuevamente a ese teatro que tanto amaba.
Cuando llegó al teatro, todo parecía como siempre: el aroma familiar de la madera envejecida, el eco de las botas de los otros bailarines que se preparaban. El director, un hombre alto y de mirada severa, les dio las instrucciones. Pero Nia no podía concentrarse completamente. Sentía esa presencia extraña, esa sensación que la perseguía desde la noche anterior.
Y entonces, ocurrió.
En la fila de asientos vacíos, de repente, allí estaba él. Ethan Sinclair, su figura tan destacada entre las sombras, mirándola como si ella fuera el centro del universo. Su chaqueta perfectamente cortada, su cabello oscuro y cuidadosamente peinado, todo en él indicaba una confianza que Nia solo había visto en los hombres que controlan mundos enteros. Pero sus ojos... esos ojos oscuros seguían observándola como si deseara leer cada pensamiento que cruzaba su mente.
Nia no pudo evitar que una oleada de nervios la atravesara. ¿Cómo había llegado allí? Y, lo más importante, ¿por qué? Con firmeza, se obligó a no mostrar ningún indicio de que su mundo interior se desbordaba. No podía darle el gusto de verla alterada. Hizo una pausa, dio un paso hacia la marca en el centro del escenario y, con un solo movimiento, retomó la coreografía.
Ethan observaba cada uno de sus gestos, cada giro de su cuerpo con una concentración casi perturbadora. Y Nia lo sentía. Aunque intentó enfocarse en la música y en la perfección de los movimientos, su mente no dejaba de regresar a la presencia de ese hombre. Cada pirueta, cada extensión de su pierna, parecía ser una invitación, no a él, sino a una verdad no dicha.
El ensayo pasó con rapidez, y aunque Nia logró mantener su concentración, en su interior una voz le pedía que se acercara a él, que entendiera qué lo había llevado allí. Sin embargo, mantenía la distancia, como si un invisible muro la separara de su destino.
Cuando el director dio la señal de pausa, Ethan se levantó y se acercó al borde del escenario. Su paso era seguro, pero no apresurado. Con una calma inquebrantable, cruzó la distancia que los separaba y se detuvo frente a Nia. El resto de los bailarines se retiraron, dejándolos solos en la inmensidad del teatro.
—Nia... —dijo su nombre con una suavidad que contrastaba con la firmeza de su postura. —Tu baile es... hipnótico. ¿Cómo logras transmitir todo eso sin decir una sola palabra?
Nia lo miró, su expresión seria pero curiosa. No iba a permitir que sus palabras la sorprendieran, pero, de alguna manera, sabía que no podía ignorarlo más.
—Es lo que hago. No necesito hablar cuando el cuerpo puede decirlo todo —respondió, sin que sus ojos abandonaran los de él.
Ethan se quedó quieto por un momento, como si estuviera decidiendo algo, como si cada palabra que dijera fuera una decisión trascendental. Su mirada no era arrogante, sino penetrante, profunda. Parecía que leía algo en ella que ni ella misma entendía.
—¿Te gustaría tener una conversación fuera de aquí? —preguntó finalmente, con una suavidad que sorprendió a Nia.
Por un momento, ella dudó. Algo en sus palabras, en la forma en que la miraba, le decía que él no estaba simplemente buscando una charla trivial. Algo más estaba sucediendo, algo que no podía explicar.
—No creo que sea el momento adecuado —respondió con firmeza, aunque algo en su interior deseaba decirle lo contrario.
Ethan asintió lentamente, sin mostrar signos de frustración. Su sonrisa apareció de nuevo, aunque ahora era más tranquila, más auténtica.
—Está bien. Pero no creo que este sea el último encuentro entre nosotros, Nia. Algo en ti me dice que no será así.
Nia lo miró, su mente revoloteando con pensamientos contradictorios. No sabía si esa era una advertencia o una promesa, pero algo en su tono, algo en sus ojos, le dijo que lo que estaba por venir cambiaría todo.
Cuando Ethan se alejó, Nia no pudo evitar sentir que su vida estaba a punto de volverse mucho más compleja. ¿Qué quería de ella un hombre como él? ¿Y por qué no podía sacárselo de la cabeza? La respuesta estaba en el aire, flotando, esperando que ella diera el siguiente paso.
Pero no estaba lista. No aún.