"Dos almas gemelas, unidas por el dolor y la lucha. Nuestras vidas, un eco de la misma historia de sufrimiento y desilusión. Pero cuando el destino nos ofrece una segunda oportunidad, debemos elegir: venganza o redención.
En un mundo donde las apariencias engañan y los rostros esconden secretos, la privacidad es un lujo inexistente. Las cámaras nos observan, juzgan y critican cada movimiento. Un solo error puede ser eternizado en la memoria colectiva, definir nuestra existencia.
Ante esta realidad, nos enfrentamos a una disyuntiva: buscar justicia personal y arriesgarnos a perpetuar el ciclo de dolor, o proteger y amar a quien necesita consuelo. La elección no es fácil, pero es nuestra oportunidad para reescribir nuestra historia, para encontrar un final feliz en este mundo de falsas apariencias."
Copyright © 2024
All rights reserved
No part of this publication may be reproduced, stored or transmitted in any form or by any means, electronic, mechanical, photocopying, recording,
NovelToon tiene autorización de Alessa Raze para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Corazones Rotos
El ambiente en el restaurante se sentía extraño, con un aire pesado que parecía presagiar algo oscuro. Sora había notado la distancia de Minho durante toda la noche, pero no se había imaginado que esta velada, que alguna vez soñó como un momento especial, terminaría siendo el principio del fin.
Minho había insistido en que hablaran después de la cena, con un tono tan serio que Sora no pudo evitar sentir un escalofrío recorrerle la espalda. Cuando los postres llegaron a la mesa, Minho se quedó en silencio, jugueteando con la cuchara sin siquiera probar el helado frente a él. Sora lo observó, notando las líneas de tensión en su rostro, la incomodidad que se había vuelto evidente desde que llegaron.
—Sora, hay algo que tengo que decirte —comenzó Minho, su voz tensa, casi quebrada. Las palabras se quedaron suspendidas en el aire, llenas de un peso que Sora no sabía si quería enfrentar.
Ella sintió cómo su corazón se aceleraba, sus manos temblando levemente mientras apartaba su copa de vino. —¿Qué pasa, Minho? —preguntó, tratando de mantener la calma, aunque su intuición ya le gritaba que algo estaba terriblemente mal.
Minho tomó aire, como si reunir las fuerzas para hablar le costara más de lo que podía soportar. —He cometido un error... algo que no puedo deshacer. —Su mirada se posó en el mantel, incapaz de encontrarse con los ojos de Sora.
El silencio entre ellos se hizo insoportable. Sora sintió un nudo en la garganta, y las lágrimas amenazaban con brotar antes de tiempo. —¿De qué estás hablando?
—Hace unos meses... —comenzó él, sus palabras rotas por el nerviosismo—. No quería que sucediera, pero pasó. Estuve con otra persona, y... fue solo una vez, pero ahora... ahora ella está embarazada.
Las palabras se estrellaron contra Sora como un puñetazo en el pecho. Ella parpadeó, sintiendo cómo todo a su alrededor se desmoronaba en un instante. —¿Con quién? —preguntó, su voz temblando, incapaz de procesar completamente lo que estaba escuchando.
Minho tragó saliva y cerró los ojos, como si al no verla pudiera escapar de la gravedad de sus acciones. —Es... es Kim Eun-ji.
El nombre de Eun-ji golpeó a Sora como una cuchilla afilada. No solo se trataba de una infidelidad, sino de una traición que venía de dos frentes. La mujer que había estado a su lado durante años, que conocía sus secretos y sus sueños, ahora se convertía en la causa de su dolor más profundo. Sora sintió cómo el mundo se partía bajo sus pies; era una mezcla de incredulidad, ira y un dolor que no tenía nombre.
—No... esto no puede estar pasando —susurró, las lágrimas comenzando a correr por sus mejillas. La idea de Minho y Eun-ji juntos era una pesadilla que nunca se había permitido imaginar. Y ahora, esa pesadilla no solo era real, sino que venía con la noticia de un embarazo, una vida que jamás debió haber existido entre ellos.
Minho trató de acercarse, pero Sora se apartó bruscamente, levantándose de la mesa con una rapidez que casi tira su silla. No podía respirar; todo a su alrededor se había vuelto opresivo, las miradas curiosas de otros comensales, el murmullo de las conversaciones ajenas. Todo le parecía un mal sueño.
—Sora, por favor, escucha... —intentó decir Minho, pero Sora ya estaba de pie, temblando y con la mirada perdida en el vacío.
—No me toques —dijo ella, con la voz rota y el corazón en mil pedazos. Se alejó, ignorando los ruegos de Minho y dejando atrás la cena, el restaurante y todo lo que había creído que era su vida.
***
La lluvia caía con furia cuando Sora salió a la calle. El agua fría se mezclaba con sus lágrimas, y cada paso que daba era como un intento desesperado por escapar de la realidad. Corrió hacia su auto sin saber adónde ir, solo necesitaba alejarse, perderse en la tormenta que reflejaba lo que sentía en su interior. Abrió la puerta del coche y se sentó al volante, las manos temblorosas y la mente nublada por el dolor.
El mundo fuera de las ventanas era un borrón de luces y sombras, la lluvia golpeando el parabrisas con una intensidad que parecía desafiarla. Sora encendió el motor y se lanzó a la carretera, sus pensamientos un torbellino descontrolado. Las palabras de Minho se repetían en su mente como un eco ensordecedor, cada repetición más dolorosa que la anterior.
No prestó atención al camino, no le importaba hacia dónde se dirigía. Solo quería huir de todo, de la traición, del futuro que se había roto en pedazos frente a ella. La velocidad aumentaba y el control sobre el volante se hacía cada vez más tenue, hasta que, en un momento de distracción, las luces de un camión aparecieron frente a ella. Sora intentó frenar, pero fue demasiado tarde.
Las luces cegadoras se distorsionaban cada vez más, nublándome la vista y desorientando mis sentidos. La escena se reproducía en un bucle interminable, y cada repetición intensificaba el caos y la confusión. Cuando una luz se acercó,
Mi cuerpo salió despedido contra la ventanilla con un estruendo nauseabundo, y el dolor irradió cada fibra de mi ser. El sonido de los cristales al romperse y el choque ensordecedor del metal contra la naturaleza llenaron mis oídos, ahogando cualquier pensamiento coherente. En ese momento, me vi envuelta en un torbellino de terror y agonía.
El sonido de la lluvia golpeando las ventanas rotas resuena en mis oídos, ahogando las voces preocupadas de los que me rodean. Siento el cuerpo pesado y entumecido, como si no fuera mío. Siento el sabor metálico de la sangre en la boca, un recuerdo del impacto que me dejó en este estado. La cabeza me palpita, presionada contra el volante con una fuerza que coincide con el caos de mi mente.
Les oigo preguntarme si estoy bien, pero no puedo responder. Mis palabras se atascan en la garganta, sofocadas por el peso de mis pensamientos.
¿Cómo he acabado aquí, en este revoltijo de metal y cristales rotos?
¿Qué he hecho para merecer esto?
El mundo que me rodea se desdibuja y se arremolina, reflejo de la confusión interior. Apenas distingo los rostros de quienes intentan ayudarme, sus expresiones son una mezcla de preocupación y confusión. Pero no puedo concentrarme en ellos. Mi mente está consumida por el dolor, tanto físico como emocional. En ese momento, me doy cuenta de que no soy sólo una víctima de este accidente, sino una víctima de mis propias decisiones.
Los errores que he cometido, las personas que me han hecho daño, los secretos que han guardado. Todos se me echan encima, asfixiándome hasta que no me queda más que esta abrumadora sensación de impotencia.
Y en un intento desesperado por liberarme de todo, finalmente pronuncio esas dos simples palabras que tienen tanto peso: «Ayúdenme».
---
El sonido de las sirenas rompió la quietud de la noche, mezclándose con el incesante golpeteo de la lluvia sobre el asfalto. La ambulancia llegó a la escena, iluminando con sus luces rojas y azules los restos del accidente. El auto de Sora estaba hecho un amasijo de metal retorcido, incrustado contra la barrera de la carretera. Cristales rotos y fragmentos del vehículo se esparcían por el suelo, reflejando los destellos de las luces de emergencia.
Los paramédicos bajaron rápidamente, sus botas chapoteando en los charcos formados por la tormenta. Se movían con precisión, entrenados para este tipo de emergencias, pero la vista del coche aplastado y el cuerpo inerte de Sora dentro del habitáculo les arrancó un segundo de horror.
—¡Tenemos a una víctima atrapada! —gritó uno de los paramédicos, abriendo la puerta del vehículo con esfuerzo. El sonido de metal cediendo resonó en la noche mientras intentaban acceder al interior del coche.
Sora estaba inconsciente, con la cabeza inclinada hacia un lado y un hilo de sangre corriendo por su frente. Tenía cortes profundos en los brazos y la pierna derecha atrapada bajo el tablero. Su respiración era débil y errática, como un susurro ahogado bajo el peso de las heridas. Uno de los paramédicos, un hombre de rostro curtido y manos firmes, la revisó rápidamente, evaluando su estado.
—Pulso débil y presión baja. Posible trauma craneal y fracturas múltiples. Necesitamos sacarla de aquí, ¡ya! —indicó mientras su compañero preparaba el equipo de extracción.
Con cuidado, trabajaron para liberarla del amasijo de metal que la aprisionaba. Cada movimiento era meticuloso, una carrera contra el tiempo, conscientes de que cualquier retraso podría ser fatal. Finalmente, lograron sacar a Sora del coche y la colocaron sobre la camilla. La lluvia seguía cayendo con fuerza, empapando los uniformes de los paramédicos y mezclándose con la sangre que manchaba la piel de Sora.
—Está perdiendo mucha sangre, hay que estabilizarla antes de moverla —dijo el paramédico, colocando un collarín cervical mientras otro le conectaba una mascarilla de oxígeno. Los monitores portátiles mostraban un ritmo cardíaco inestable, una montaña rusa de picos y caídas que indicaban lo crítico de su estado.
La cargaron con rapidez en la ambulancia, cerrando las puertas tras ellos mientras la sirena volvía a aullar, abriendo paso entre el tráfico. En el interior, los paramédicos trabajaban sin descanso. Le insertaron una vía intravenosa, administrando fluidos para mantener su presión sanguínea, mientras intentaban estabilizar su respiración. Sora no respondía; su cuerpo estaba al borde del colapso.
—Llamen al hospital y díganles que tenemos a una paciente en estado crítico. Necesitaremos al equipo de trauma listo en cuanto lleguemos —ordenó el jefe de los paramédicos, ajustando la máscara de oxígeno sobre el rostro pálido de Sora. Cada segundo contaba, y el ambiente dentro de la ambulancia estaba cargado de una tensión palpable.
El trayecto hasta el hospital fue un torbellino de luces y sonidos, pero para Sora, todo se sentía lejano, una maraña de sensaciones que se desvanecían en un dolor sordo. Su mente vagaba entre la consciencia y la oscuridad, atrapada en el limbo entre la vida y la muerte.
Cuando la ambulancia llegó al hospital, las puertas traseras se abrieron de golpe y Sora fue recibida por un equipo médico que la esperaba. Médicos y enfermeras se movían con una sincronización casi coreografiada, transfiriéndola de la camilla de la ambulancia a una camilla de emergencia. La empujaron rápidamente por los pasillos del hospital, mientras el personal comunicaba los detalles de su estado a los cirujanos que ya se preparaban.
—Mujer de veintiocho años, accidente automovilístico. Trauma craneal, fracturas múltiples y pérdida de sangre significativa. ¡Vamos directo a cirugía! —informó uno de los médicos mientras corrían hacia el quirófano.
Sora, apenas consciente, sintió las luces blancas del hospital pasar sobre ella como un destello borroso, fragmentos de un mundo que se le escapaba. Los rostros a su alrededor eran indistinguibles, pero las voces parecían un mar de preocupación y urgencia. No podía moverse, no podía gritar, y todo lo que quedaba era un vacío creciente.
Entraron en la sala de operaciones y el equipo se desplegó con rapidez. Las máquinas comenzaron a sonar, registrando cada latido, cada respiración, mientras los cirujanos se preparaban para luchar contra el tiempo y devolverla del borde de la muerte. Sora se desvaneció en la anestesia, dejando atrás un mundo de traiciones, promesas rotas y el dolor de un corazón destrozado.
El futuro era incierto, pero en ese quirófano, rodeada de desconocidos que peleaban por su vida, Sora tenía una última oportunidad de sobrevivir.
---
Minho se sentó en el borde de la cama del hotel, aún aturdido por la confesión que había destrozado su relación con Sora apenas unas horas antes. El silencio de la habitación le pesaba como una carga, y por primera vez, sintió la magnitud de lo que había hecho. No dejaba de mirar el teléfono, esperando algún mensaje de Sora, algo que indicara que ella estaba bien, que podrían hablar, arreglar las cosas, aunque en el fondo sabía que eso era casi imposible.
De repente, el sonido del teléfono vibrando en la mesita de noche lo sobresaltó. Minho lo tomó rápidamente, pensando que podría ser Sora, pero la pantalla mostraba un número desconocido. Frunció el ceño y contestó, esperando cualquier cosa menos lo que estaba a punto de escuchar.
—¿Señor Minho? —preguntó una voz femenina al otro lado de la línea, seria y profesional.
—Sí, soy yo. ¿Quién habla? —respondió, con una inquietud creciente.
—Soy la enfermera del Hospital General de Los Ángeles. Lamentablemente, llamamos para informarle que Sora Choi ha sufrido un accidente automovilístico y está siendo intervenida en cirugía de emergencia. Su estado es crítico.
Las palabras de la enfermera se estrellaron contra él como una ola de hielo. Minho se quedó paralizado, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. Sintió que el aire abandonaba sus pulmones y el teléfono se volvió pesado en su mano.
—¿Qué...? ¿Cómo ocurrió? —preguntó, con la voz quebrada y temblorosa.
—No tenemos todos los detalles aún, pero Sora ha sufrido lesiones graves. Le recomendamos venir al hospital lo antes posible —añadió la enfermera, con un tono que intentaba ser reconfortante, aunque la gravedad de la situación no podía ocultarse.
Minho colgó sin responder, sus manos temblando mientras el teléfono se deslizaba de sus dedos y caía al suelo con un ruido seco. Una sensación de culpa y desesperación lo envolvió, dejándolo sin fuerzas. Todo lo que había sucedido esa noche, cada palabra dicha y no dicha, lo golpeó con una fuerza abrumadora. Sora estaba luchando por su vida, y él no podía evitar pensar que todo había sido culpa suya.
Se quedó allí, en medio de la habitación vacía, con la mente sumida en una tormenta de arrepentimientos y miedo. Sora estaba al borde de la muerte, y Minho, quien debía haber estado a su lado, había sido el causante de su mayor sufrimiento.
Sin perder más tiempo, se levantó de un salto y salió corriendo, con una urgencia ciega de llegar al hospital. El destino de Sora pendía de un hilo, y Minho sabía que, pase lo que pase, nada volvería a ser como antes.