CADA DÍA

...[Solución]...

El sol se filtraba por las cortinas gruesas, pero no lograba disipar la tensión que se había instalado en el aire desde que desperté. Areu ya no estaba en la cama. Solo quedaban las sábanas arrugadas y el eco de su calor, ahora frío como el vacío que sentía en el pecho.

Me levanté, sintiendo el piso de madera fría bajo mis pies descalzos. Caminé hacia la cocina, y ahí estaba él, de pie junto a la ventana, el celular pegado a la oreja, hablando en italiano. Su voz era un susurro firme, cada palabra cortante, decidida. No entendía lo que decía, pero su tono bastaba para saber que no era una simple conversación de negocios.

Me senté en una de las sillas, fingiendo estar absorta en un libro que había dejado olvidado la noche anterior. Pero mi atención no estaba en las palabras impresas, sino en él. En la forma en que sus dedos se crispaban sobre el vaso de café a medio terminar, en cómo su mandíbula se tensaba con cada frase.

Pasó toda la mañana así. Llamada tras llamada. Italiano tras italiano. Un idioma que sonaba hermoso en su voz, pero que en ese momento parecía una barrera entre nosotros. Yo solo mataba el tiempo, fingiendo que no me afectaba su distancia.

Finalmente, colgó. El silencio llenó la habitación, pero era un silencio denso, cargado. Se giró hacia mí, sus ojos oscuros buscando los míos.

—Dobbiamo parlare —dijo con un suspiro, su acento italiano más marcado de lo normal.

Asentí, dejando el libro sobre la mesa, aunque no había leído una sola palabra. Él se acercó y se sentó frente a mí.

—Encontré una forma de protegerte. A ti… y a tu padre.

Mi corazón dio un vuelco. El recuerdo del secuestro, de Nikolai, de la sangre y el miedo seguía latente, como una herida sin cerrar.

—¿Cómo? —pregunté, mi voz apenas un susurro.

Areu entrelazó sus manos, como si buscara sostenerse en algo antes de continuar.

—Casándonos.

Las palabras quedaron suspendidas en el aire, como si no supiera si las había escuchado bien.

—¿Qué? —Mi corazón latía con fuerza, no sabía si por el miedo o por algo más.

—Si nos casamos, mis aliados… —hizo una pausa, eligiendo bien sus palabras—, las personas que están de mi lado, estarán obligadas a protegerte. Es una regla. No solo serías mi esposa, serías parte de algo más grande. Nadie podría tocarte sin enfrentar consecuencias.

Me quedé en silencio, procesando. No era una propuesta romántica. No era el típico "¿quieres casarte conmigo?" con anillos y promesas dulces. Era crudo, real, como todo lo que había vivido desde que él entró en mi vida.

—¿Y eso me hará estar a salvo? —pregunté, mi voz temblorosa.

Areu asintió.

—Más de lo que lo estás ahora. Mientras Nikolai esté libre, mientras haya personas que quieran dañarme, tú eres un blanco. Pero si eres mi esposa, dejarás de ser solo eso. Serás intocable.

Miré sus ojos. No había rastro de duda en ellos. Solo una determinación férrea.

—¿Y tú? —pregunté—. ¿Qué pasará contigo?

Él desvió la mirada por un segundo, como si esa fuera la única pregunta para la que no tenía respuesta.

—Me encargaré de Nikolai. Eso es todo lo que necesitas saber.

Me levanté de la silla, sintiendo que el mundo giraba más rápido de lo que podía asimilar. Caminé hacia la ventana, necesitando espacio, aire, algo que me anclara a la realidad.

Casarme.

Con Areu.

No era que no lo amara. Porque lo hacía. Más de lo que debería, más de lo que era sano. Pero el matrimonio no era algo que hubiera imaginado así. No con amenazas de muerte colgando sobre nuestras cabezas.

Sentí sus pasos detrás de mí, su presencia envolviéndome antes de que sus brazos lo hicieran.

—Non devi rispondere adesso —susurró contra mi cuello—. Solo piénsalo.

Me giré para enfrentarlo, y fue entonces cuando vi algo en su mirada. No solo era protección. No solo era una estrategia. Había miedo. Miedo real de perderme.

—¿Tú quieres esto? —pregunté—. ¿O es solo por seguridad?

Sus manos se alzaron para sostener mi rostro, sus dedos acariciando mis mejillas con una ternura que contrastaba con la dureza de su voz.

—Te quiero en mi vida. De cualquier forma. Pero si casarnos es la forma de mantenerte a salvo, entonces sí, lo quiero. Con todo lo que soy.

Las lágrimas ardieron en mis ojos, pero no las dejé caer.

—Necesito pensar.

Él asintió, entendiendo sin decir más.

El resto del día pasó en una especie de niebla. Areu volvió a sus llamadas, y yo volví a fingir que podía distraerme. Pero la idea no se iba.

Casarme con él.

No por un cuento de hadas. No por un final feliz. Sino por sobrevivir.

Cuando cayó la noche, me encontraba sentada en la cama, mirando el anillo que me había quitado de uno de mis dedos, girándolo entre los míos, como si pudiera encontrar respuestas en su brillo.

Areu entró, su silueta iluminada solo por la luz tenue del pasillo.

—¿No puedes dormir? —preguntó.

Negué con la cabeza.

Se acercó y se sentó a mi lado, en silencio, esperando que hablara.

Me giré hacia él, sintiendo que el corazón iba a estallarme.

—Está bien. Lo haré.

Sus ojos se suavizaron, y por un momento, vi al hombre detrás de toda la oscuridad. Al hombre que me había robado el corazón sin que me diera cuenta.

Me abrazó, fuerte, como si al hacerlo pudiera protegerme de todo.

Pero sabía que eso era imposible.

Porque la verdadera batalla apenas estaba comenzando.