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Pasión De Locura

Pasión De Locura

Status: En proceso
Genre:Pareja destinada
Popularitas:2.4k
Nilai: 5
nombre de autor: Dailexys

tendrá que enfrentar su pasado para forjarse un futuro de felicidad junto a ella sin sentarse frustrado…

NovelToon tiene autorización de Dailexys para publicar essa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

CAP 1

Su madre había muerto de tristeza. Tedio. Monotonía. Madison

parkinson levantó la vista de la Biblia que tenía en el regazo y miró a su padre,

sentado con los ojos cerrados mientras rezaba. Estaba convencida de que nadie

podría pasar cada noche de su vida de esa forma sin que sus sueños fueran muriendo

poco a poco, semana a semana, mes a mes, hasta que finalmente no quedase nada de

vida y su espíritu simplemente abandonase su cuerpo.

La silla de madera en la que se encontraba evitaba deliberadamente que

estuviese cómoda y que su mente pudiese divagar. Su padre lo consideraría

pecaminoso, pero su imaginación había sido su vía de escape a lugares excitantes

desde que tuviera edad suficiente para saber que había más cosas en la vida.

Miró a su hermano, de diecisiete años. Madison había estado esperando a

rebelarse hasta que él pudiera cuidar de sí mismo sin su ayuda. Hasta que no supiera

que estaría bien. Sebastián bostezó disimuladamente y la miró.

Ella puso cara de aburrimiento y su hermano hizo un esfuerzo por no reírse.

Amador parkinson golpeó a Sebastian en la rodilla y le dirigió a Madison una

mirada severa, indicando que sabía que era ella la causante de aquella interrupción.

Alguien llamó a la puerta trasera. No era extraño que llegase algún visitante de

noche, un feligrés que necesitase rezar o recibir consejo.

—Continuad en mi ausencia —dijo su padre antes de salir de la habitación.

En cuanto Madison oyó voces en la cocina, susurró:

—Aquí me estoy muriendo, Sebastian.

—Conocerás a un hombre —comenzó a decir él.

—¿Dónde? ¿Dónde voy a conocer a un hombre si estoy toda la semana en casa

de los Cristaldi y luego obedezco a papá y vengo a casa los viernes para limpiar, hacer

la colada y ocuparme del jardín todo el fin de semana? Los domingos toco el piano

para la iglesia, os preparo la cena y plancho. El lunes por la mañana vuelvo a casa de

los Cristaldi hasta el siguiente viernes por la noche. Los únicos momentos que tengo

para mí son a altas horas de la noche, cuando los hijos de los Cristaldi están dormidos.

—Tú convenciste a papá para que te permitiese tener ese trabajo —dijo él.

—Y me encanta. De verdad —dijo ella—. No me quejo del trabajo. Me mantiene

alejada de… de esto —pero llevaba casi dos años con ese ritmo. Habiendo visto cómo

vivía el resto de la gente y la libertad de que disfrutaban, ya no podía esperar más.

Sólo quedaban tres sillas alrededor del fuego. Su hermana mayor, Rubi, se

había casado y vivía en Florence con su marido y su hijo recién nacido. Su hermano

pequeño, Jhostin, se había casado también y vivía a varios kilómetros de distancia.

He rezado mucho para encontrar ese marido, Simón —apretó el puño con

fuerza. Aunque dormía poco, cuando lo hacía, madison soñaba a menudo con un

hombre de espíritu indomable como el suyo. Alguien guapo, pero no engreído.

Alguien lleno de vida que le abriera nuevos horizontes y le mostrara el mundo que

deseaba.

—Sé lo mucho que deseabas ir a la universidad —dijo Sebastian

Su padre se había negado tajantemente. La universidad era algo demasiado

mundano para una joven tan pura, entrañaba demasiados riesgos y ofrecía

demasiadas muestras de conducta reprobable. Ella tenía responsabilidades con la

familia y con el trabajo en la iglesia.

—Yo me alegraría por ti si consiguieras irte —le aseguró a Sebastián. Siempre

había hecho lo que se esperaba de ella, pero no se había sentido realmente viva y

satisfecha hasta que no había empezado a trabajar en casa de los Cristaldi. Pero no era

suficiente. Escuchar su alegría y ver a sus jefes con sus hijos dejaba al descubierto el

gran vacío que había acompañado a toda su vida. El recuerdo de su madre,

delgada y pálida en su lecho de muerte, rogándole que no se conformara con menos

de lo que soñaba aparecía en su mente a cada instante.

Durante meses había estado pensando que quizás hubiese una respuesta

además del esquivo marido por el que había estado rezando. Tal vez hubiese una

manera de dar esos últimos pasos que la alejasen del asfixiante control de su padre.

—Tengo un plan —dijo en voz baja—. Te quedarás solo, pero tú no tardarás en

marcharte. Encontrarás a alguien especial. Todas las chicas de la iglesia se fijan en ti.

—¿Cuál es tu plan? —preguntó él con una sonrisa.

La puerta trasera se cerró y se oyeron pisadas en el suelo del pasillo.

Inmediatamente, hermano y hermana volvieron a sentarse correctamente.

madison cerró los ojos y esperó con el corazón acelerado.

La silla de su padre crujió.

—La señora Jenkins ha traído huevos. —Tengo que hablar contigo, padre —dijo

ella. —¿No puede esperar, hija?

—He esperado —le dijo ella. Toda una vida—. Ésta es la única oportunidad que

tengo en la que no estoy cocinando, haciendo la colada o en la iglesia.

—Una mujer virtuosa considera los caminos de su casa y no come el pan de

balde —dijo su padre arqueando una ceja.

Esa misma mujer del proverbio treinta y uno tenía un marido que la alababa e

hijos que se levantaban y la llamaban bienaventurada, pero Madison se mordió la

lengua antes de señalar que aquélla no era su propia casa. Argumentar que ella era la

última mujer parkinson que quedaba sólo sería doloroso, y ella nunca le haría daño a su sería

—Es sólo que ésta es mi única oportunidad de hablar contigo.

—Muy bien. ¿Qué hay en tu corazón?

Elizabeth Cristaldi no le había pedido a Madison que trabajara más días de los que ya

trabajaba, pero el futuro de Madison dependía de su convicción en que esa mujer

estaría encantada de tenerla con ellos todo el tiempo. Eligió sus palabras

cuidadosamente.

—La señora Elizabeth

está esperando otro hijo. Su padre volvió a arquear la ceja.

—Le vendría bien tener más ayuda los fines de semana.

—¿Y qué hay de tus labores en casa? —preguntó su padre—. Está bien que

puedas ayudar a la mujer del médico con sus hijos, pero no a costa de tu propia

familia.

—Tengo veintiún años, padre —señaló ella—. Ruthann ya vivía fuera de casa

con diecinueve años.

—Ella tenía un marido al que cuidar. Tú no. Como si necesitara que se lo

recordasen. —Creo que soy lo suficientemente adulta para tomar mis propias

decisiones —dijo.

Vio cómo su padre agarraba con fuerza la Biblia que tenía sobre las rodillas.

—Deseo tu aprobación y tu bendición, por supuesto —añadió ella—. Y no

desearía dejarte sin ayuda. Estoy segura de que podría venir una o dos mañanas a la

semana para hacer la limpieza. Quizá pueda mencionarle a la viuda de Hinz que,

aunque los pasteles que trae son bien recibidos, el pan nos sería más práctico.

La mujer que se había hecho cargo de la panadería tras la muerte de su marido,

cinco años atrás, le llevaba pasteles a su familia todas las semanas.

—Y, por supuesto, seguiré yendo a la iglesia los domingos por la mañana —se

sintió orgullosa de que su voz no sonara suplicante, aunque su corazón estaba de

rodillas rogando.

Sebastián se quedó mirando a su padre, pero cerró los ojos cuando Ambrose miró

en su dirección.

—Como dices, Madison, eres una mujer adulta —comenzó a decir su padre—.

Veo que has pensado mucho en esto.

—Sí —dijo ella asintiendo.

—Te he educado con los valores que deberías seguir. Ahora que eres mayor,

confío en que no te apartes de ese camino.

Su alivio fue como una ligereza que comenzó en sus pies y fue subiendo por su

cuerpo. Su consentimiento era lo único que deseaba.

—No lo haré, padre.

—Hablaré con el doctor Cristaldi para recordarle la enormidad de su

responsabilidad mientras vivas bajo su techo.

—Es un nombre maravilloso, padre. Y la señora Elizabeth

es una mujer

excepcional. Estoy a salvo en su hogar.

—Me sentiría más seguro sí asistiera a la iglesia con mayor regularida.

Es médico. A veces tiene que marcharse para ayudar a la gente. La señora

Cristaldi siempre está en la iglesia con sus hijos y sus hermanos.

Su padre asintió.

—Muy bien, Madison. Tienes mi bendición para vivir con los Cristaldi.

Madison quería saltar y abrazarlo, gritar de felicidad, incluso cantar. Pero se

contuvo.

—Ahora continuemos con nuestras oraciones _ ordenó Amador

(a Madison le salieron alas🦋)

FIN.👻

1
Claudia Marlen Inzunza Lopez
Excelente
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