Cuando Elliot, un estudiante universitario, empieza a experimentar extraños sucesos en su hogar, nunca imagina que está a punto de adentrarse en un misterio que trasciende la vida y la muerte. La aparición inesperada de Blake, un fantasma atrapado entre dos mundos, desencadena una serie de eventos que revelan secretos ocultos y verdades perturbadoras.
Mientras Elliot intenta ayudar a Blake a encontrar su camino al más allá, ambos descubren que la conexión entre ellos es más profunda de lo que imaginaban. En su búsqueda, se enfrentan a enigmas sin resolver, fuerzas oscuras y un pasado que no está dispuesto a permanecer en silencio.
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Sombras del pasado
La noche era profunda cuando Elliot y Damián se adentraron en el bosque. Las ramas crujían bajo sus pies, y el aire frío de septiembre se filtraba entre los árboles. Caminaban en silencio, como solían hacerlo. Damián siempre prefería la tranquilidad del bosque, especialmente cuando el mundo parecía demasiado ruidoso o abrumador para él. Para Elliot, esas caminatas nocturnas eran una oportunidad para desconectar, pero esa noche, su mente estaba demasiado ocupada con la aparición de Blake y lo que eso significaba.
Damián caminaba unos pasos por delante, su figura apenas visible bajo la tenue luz de la luna. Elliot lo observaba en silencio. A pesar de los comportamientos extraños de su mejor amigo, siempre había sentido una conexión especial con él. Damián, con su mezcla de frialdad e inocencia, era un enigma para muchos, pero para Elliot, era simplemente una parte vital de su vida.
—Has estado distraído hoy —dijo Damián de repente, rompiendo el silencio mientras seguía caminando sin voltear la cabeza.
Elliot se tensó ligeramente. Sabía que Damián era muy perceptivo, aunque pocas veces lo demostrara abiertamente. A veces, parecía que podía leer los pensamientos de las personas, especialmente los de Elliot.
—Solo ha sido un día raro —respondió Elliot con naturalidad—. No es nada.
Damián se detuvo abruptamente y giró sobre sus talones, mirándolo directamente. Sus ojos oscuros lo observaban con esa intensidad casi perturbadora que solo él podía lograr.
—No me mientas, Elliot. —Su voz era baja, pero firme—. Sabes que puedes contarme cualquier cosa.
Elliot sintió una punzada de culpabilidad. Damián siempre había sido sincero con él, y aunque sabía que algunas cosas debían mantenerse en secreto, parte de él quería desahogarse. Después de todo, ¿quién más podría creerle?
—Está bien… —dijo finalmente—. Anoche… vi algo. O mejor dicho, a alguien.
Los ojos de Damián se estrecharon, pero no dijo nada. Simplemente se cruzó de brazos, esperando a que Elliot continuara.
—Era un chico… o al menos eso parecía —siguió Elliot, mientras buscaba las palabras adecuadas—. Su nombre es Blake. Apareció en mi habitación, pero no es… normal. Es un fantasma.
Damián no se movió, ni siquiera parpadeó. Mantuvo su mirada fija en Elliot, como si estuviera analizando cada palabra.
—¿Un fantasma? —preguntó finalmente, con una extraña mezcla de interés y escepticismo.
—Sí. Me dijo que está atrapado aquí, que necesita descubrir cómo murió para poder descansar en paz. Y… creo que me pidió ayuda.
Damián no respondió de inmediato. Se quedó en silencio por un momento, su expresión imperturbable. Luego, una ligera sonrisa, apenas perceptible, se formó en sus labios.
—Eso suena… interesante. —Su tono era más ligero, pero aún había algo oscuro en su forma de hablar—. ¿Y qué planeas hacer al respecto?
Elliot se encogió de hombros, inseguro de cómo responder. Parte de él esperaba que Damián se riera o descartara la historia como una tontería, pero la reacción de su amigo lo dejó desconcertado.
—No lo sé. Supongo que intentaré ayudarlo, pero no tengo idea de por dónde empezar.
Damián lo miró fijamente por un momento más, luego se giró y continuó caminando por el sendero oscuro del bosque.
—Supongo que tendrás que averiguarlo —dijo en voz baja, su tono volviéndose distante—. Siempre hay algo que descubrir cuando te adentras lo suficiente en la oscuridad.
Elliot lo siguió en silencio, sintiendo una extraña inquietud en el aire. Algo sobre la forma en que Damián había respondido lo hizo sentir incómodo. Como si supiera más de lo que dejaba ver.
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De regreso en casa, Elliot se sentía agotado, tanto mental como físicamente. Después de despedirse de Damián, subió las escaleras hasta su habitación, esperando que una buena noche de sueño lo ayudara a procesar lo que había pasado.
Pero tan pronto como cerró la puerta de su habitación, supo que no estaría solo.
Blake estaba allí, de pie junto a la ventana, observando la luna con esa expresión serena y distante. Parecía estar esperando a Elliot, como si nunca se hubiera ido.
—Has vuelto —dijo Elliot, tratando de sonar calmado.
Blake se giró lentamente, con esa misma tristeza en sus ojos que Elliot recordaba de la noche anterior.
—Nunca me fui —respondió Blake en un susurro—. Estoy atado a este lugar. A ti.
Elliot frunció el ceño, intentando comprender lo que eso significaba.
—¿Por qué a mí? ¿Por qué apareciste en mi vida?
Blake bajó la mirada, como si la respuesta fuera demasiado difícil de verbalizar.
—No lo sé. Solo sé que hay algo en ti… algo que me llamó. Tal vez puedas ayudarme a descubrir lo que realmente me pasó.
Elliot respiró hondo. La situación seguía siendo surrealista, pero había algo en Blake que despertaba su compasión. No era solo un espíritu perdido; había una vulnerabilidad en él que Elliot no podía ignorar.
—Está bien —dijo Elliot, decidido—. Te ayudaré. Pero necesito que me cuentes todo lo que recuerdas. ¿Cómo llegaste hasta aquí? ¿Qué fue lo último que pasó antes de morir?
Blake suspiró, volviendo su mirada hacia la luna.
—No recuerdo mucho… solo fragmentos. Sé que fue en esta ciudad, hace un año. Estaba solo, buscando algo… o a alguien. Pero no recuerdo quién o qué era. Todo lo que sé es que hubo un accidente. Una caída. Después… oscuridad.
Elliot se acercó un poco más, intentando conectar los puntos.
—¿Dónde fue el accidente? Tal vez podamos empezar por ahí.
Blake lo miró fijamente, con un destello de tristeza en sus ojos.
—No estoy seguro. Solo sé que fue cerca del río. Eso es todo lo que recuerdo.
El río. Elliot sabía que había un antiguo puente abandonado cerca del río, un lugar donde muchos evitaban ir, ya que había rumores de que estaba maldito. Pero si Blake había muerto allí, tal vez ese sería el primer lugar donde buscar respuestas.
—Mañana iremos al río —dijo Elliot, más para sí mismo que para Blake—. Tal vez encontremos algo.
Blake no respondió, pero una sombra de esperanza pareció cruzar su rostro por un breve momento antes de desvanecerse nuevamente en su usual expresión triste.
Elliot sabía que el camino hacia la verdad no sería fácil, pero estaba decidido a ayudar a Blake, no solo para liberar su espíritu, sino también para comprender por qué su vida se había cruzado con la de un fantasma en primer lugar.
Y así, con el peso de esa misión sobre sus hombros, se dejó caer en la cama, sabiendo que el día siguiente podría cambiar todo.
Elliot se quedó mirando al techo, su mente divagando entre la realidad y el mundo al que estaba entrando de manera inesperada. Las sombras de su habitación parecían moverse con el viento nocturno, proyectando formas fantasmagóricas que le recordaban a Blake, quien seguía allí, inmutable, a un lado de la habitación. No podía apartar la sensación de que, de algún modo, Blake estaba conectado a él de una manera más profunda, como si un hilo invisible los uniera desde antes de que siquiera se conocieran.
—¿Cómo es estar atrapado entre dos mundos? —preguntó de repente, sin saber si esa era la pregunta correcta.
Blake desvió la mirada hacia él, sus ojos brillando bajo la tenue luz que se filtraba desde la ventana. Se encogió de hombros con una suavidad que reflejaba su naturaleza etérea.
—No es vivir, pero tampoco es morir. —Su voz tenía un tono hueco, como si las palabras vinieran de un lugar lejano—. Es como si siempre estuviera a punto de desaparecer, pero algo me sigue reteniendo. Algo me mantiene aquí... incompleto.
Elliot sintió un nudo en la garganta. No podía imaginar cómo debía ser esa existencia suspendida, atrapado en un limbo donde ni siquiera tienes la certeza de quién eres o por qué sigues en este mundo.
—Pero te ayudaremos —dijo, esta vez con más convicción—. Resolveremos esto. Encontraremos las respuestas.
Blake lo observó por un momento antes de asentir ligeramente, aunque sin mucho entusiasmo. Parecía resignado a su situación, como si la esperanza fuera un lujo del que no podía permitirse disfrutar completamente. Aun así, Elliot decidió que no permitiría que Blake siguiera viviendo en ese estado de incertidumbre.
—Mañana será un día largo —añadió Elliot, intentando aliviar la tensión—. Será mejor que descanse, aunque... —se interrumpió, mirando a Blake—, no sé si los fantasmas descansan.
Blake sonrió ligeramente, la primera vez que Elliot lo veía mostrar un atisbo de algo parecido a una emoción genuina.
—No como tú, pero estaré bien. —El fantasma dio un paso hacia la ventana, mirando de nuevo hacia el exterior—. Buenas noches, Elliot.
Elliot sonrió a medias, cerrando los ojos y dejando que el sueño lo envolviera.
El silencio de la noche invadió la habitación, pero Elliot no pudo conciliar el sueño inmediatamente. Su mente estaba demasiado ocupada con la presencia de Blake, con la idea de que un fantasma —un alma atrapada entre la vida y la muerte— había aparecido en su vida de repente, buscando respuestas. El miedo que había sentido inicialmente ya se había disipado. Ahora, todo lo que sentía era una profunda curiosidad y empatía por Blake.
El reflejo de la luna atravesaba las cortinas, proyectando sombras suaves en el suelo de madera, y cada crujido de la casa parecía amplificado en el silencio. Blake, sin embargo, no hacía ruido al moverse. Seguía de pie junto a la ventana, quieto, como si también estuviera pensando o recordando fragmentos de una vida pasada que apenas podía alcanzar.
Elliot observó al fantasma a través de sus párpados entrecerrados, admirando lo real que Blake parecía. Casi se sentía como si, en cualquier momento, pudiera estirar la mano y tocarlo, sentir su piel cálida, sus latidos... Pero sabía que eso era imposible. Blake no era una persona viva, y la verdad de su estado era algo que Elliot no terminaba de comprender.
Horas más tarde, cuando el cansancio finalmente lo venció, Elliot cayó en un sueño intranquilo. Soñó con el río, con el puente abandonado que Blake había mencionado, pero en su sueño, el río no era un lugar común. Era oscuro, profundo, y parecía llamar a Elliot, susurrándole secretos en una lengua antigua que no podía entender. Caminaba hacia el agua, cada paso más pesado que el anterior, como si algo tirara de él, pero justo antes de sumergirse, una figura se materializó entre la niebla. Era Blake, de pie en la orilla, observándolo con una tristeza insondable en sus ojos.
—No te acerques más —le advirtió Blake en el sueño—. El río es peligroso, incluso para ti.
Elliot intentó retroceder, pero sus pies parecían clavados en el suelo, inmóviles.
—¿Por qué? —preguntó, luchando por moverse—. ¿Qué me estás ocultando?
Blake solo lo miró, su expresión inmutable, y luego desapareció en la niebla. En ese instante, el agua del río comenzó a elevarse, como si una fuerza invisible la controlara, y envolvió a Elliot en una ola fría y sofocante.
Elliot despertó sobresaltado, su cuerpo cubierto de sudor. Su respiración era pesada, y el sueño todavía pesaba en su mente. Miró alrededor de su habitación, tratando de calmarse. Todo parecía estar en su lugar, pero algo en el ambiente había cambiado. Blake ya no estaba en su lugar junto a la ventana. Había desaparecido.
Elliot se frotó los ojos, tratando de sacudirse el resto de su sueño. "Fue solo un mal sueño", se dijo, pero la sensación de inquietud no desaparecía. El río había sido un lugar clave en la historia de Blake, y ahora parecía estar invadiendo incluso sus sueños. Tal vez era una advertencia, o tal vez solo una manifestación de su propia ansiedad sobre lo que estaba por venir.
Decidió que no tenía sentido quedarse en la cama. Era muy temprano para levantarse, pero necesitaba despejar su mente. Se vistió rápidamente y bajó las escaleras en silencio, intentando no despertar a nadie más en la casa. Al llegar al vestíbulo, se encontró con un detalle que le heló la sangre: la puerta trasera estaba entreabierta, dejando que una ligera brisa entrara en la casa.
"¿La dejé abierta?", pensó, confundido. Estaba seguro de haberla cerrado antes de subir a su habitación.
Con cautela, se acercó y abrió la puerta por completo, mirando hacia el jardín trasero. Todo parecía normal, pero algo no cuadraba. El aire frío del amanecer estaba cargado de una extraña energía. Y entonces lo vio.
Blake estaba allí, en el jardín, de pie bajo el viejo roble que había en la esquina. Su figura translúcida se iluminaba con el tenue resplandor de la luz del amanecer. Parecía diferente a la noche anterior, más etéreo, casi desvanecido.
—Blake —llamó Elliot en voz baja, sin querer romper el silencio de la madrugada.
Blake no se movió de inmediato. Solo después de un largo momento, se giró lentamente hacia él, con una expresión de melancolía profunda. Parecía más distante que nunca, como si estuviera aún más atrapado entre este mundo y el otro.
—¿Qué haces aquí fuera? —preguntó Elliot mientras daba unos pasos hacia él, con cuidado de no acercarse demasiado.
—No puedo quedarme en un solo lugar —respondió Blake con su voz suave y distante—. No estoy hecho para eso. Este... estado en el que estoy, es... inestable. Siempre siento que algo tira de mí, como si estuviera a punto de ser arrastrado de vuelta al lugar del que vengo.
Elliot tragó saliva. Nunca había considerado la posibilidad de que Blake pudiera desaparecer en cualquier momento, y la idea lo asustaba. Había algo en Blake que despertaba en él una necesidad de protegerlo, de mantenerlo en este mundo. Pero, ¿cómo se protegía a alguien que ya estaba muerto?
—Tienes que aferrarte a algo, Blake —dijo Elliot, su voz llena de una urgencia que ni siquiera entendía por completo—. Si me necesitas, estaré aquí. Pero no puedes simplemente... desvanecerte.
Blake lo miró, sus ojos oscuros reflejando un sufrimiento que Elliot no alcanzaba a comprender del todo. Detrás de esa tristeza, había algo más. Algo que Blake no estaba diciendo.
—Tal vez, Elliot... tal vez es mejor que me deje ir.
Elliot negó con la cabeza. No podía aceptar esa idea.
—No. No hasta que encontremos respuestas. Tú mismo dijiste que necesitabas saber qué te pasó. Si te vas ahora, nunca sabremos la verdad.
Blake miró hacia el cielo, su rostro reflejando la primera luz del día que empezaba a asomar en el horizonte. Parecía atrapado en una encrucijada.
—No sé si hay respuestas que valgan la pena —susurró finalmente—. Tal vez algunas verdades están mejor ocultas.
Elliot no sabía qué decir ante eso. Sentía que, con cada palabra de Blake, algo crucial estaba escapándose, algo que ni él ni el fantasma estaban dispuestos a enfrentar todavía. Pero no podía permitir que Blake se rindiera. No después de todo lo que habían pasado en tan poco tiempo.
—Mañana iremos al río —dijo Elliot finalmente, con una firmeza en su voz que no había sentido antes—. Y resolveremos esto. Juntos.
Blake no respondió de inmediato, pero al final, asintió en silencio. Había un pacto implícito entre ellos, uno que Elliot no estaba dispuesto a romper.
Mientras el sol comenzaba a iluminar el cielo, ambos se quedaron en el jardín, inmóviles, sabiendo que lo que vendría a continuación no sería fácil, pero que no había vuelta atrás.