"En medio de una bulliciosa ciudad, donde el susurro de personas apresuradas y luces parpadeantes, el tiempo parecía desvanecerse para dos almas destinadas a encontrarse sin saberlo. Ella, una joven hermosa de mirada perdida, llevaba sobre sus hombros el peso de un pasado difícil. Él, un hombre inteligente, magnate de los negocios, caminaba por las calles escondiendo un dolor profundo teniendo la certeza de que su vida cambiaría de manera inesperada".
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Capitulo II El plan
En el centro de aquella bulliciosa ciudad, un imponente rascacielos se alzaba tan alto que parecía tocar las nubes. Con más de ochenta pisos, una arquitectura perfecta y cubierta de ventanales que reflejaban la luz del sol de manera elegante, adornaban la imponente infraestructura. En ese lugar se encontraba un misterioso hombre contemplando el paisaje urbano frente a él. Su rostro reflejaba seguridad, su mirada profunda transmitía poder y temor al mismo tiempo. Acomodó su corbata preparándose para enfrentarse a la junta directiva.
"Señor, estamos listos", informó la asistente de Sebastián Santos.
Volteando a ver a su asistente, Sebastián se deslizó con estilo y una mirada fría. "Vayamos a enfrentar a esas arpías", comentó Sebastián con una pizca de ironía.
El presidente de la empresa caminaba con paso firme y decidido por el largo pasillo del rascacielos. Cada uno de sus pasos resonaba en el suelo pulido, mostrando una seguridad innegable en cada movimiento. Su espalda erguida y su mirada fija hacia adelante denotaban determinación y confianza en sí mismo. Con cada paso, transmitía una presencia imponente y un aura de autoridad que no pasaba desapercibida para quienes se cruzaban en su camino.
"Buenas tardes", dijo Sebastián entrando a la sala de juntas. El lugar quedó sumido en un silencio absoluto, la presencia del presidente llenaba el ambiente de un aire frío.
"Buenos días, señor Santos", respondieron los presentes al unísono.
"Daremos inicio a nuestra reunión", informó la asistente de Sebastián.
"Mi asistente les está entregando unas carpetas, en estas se encuentran los reportes de este año, como sabrán habrá cambios".
Los presentes abrieron esas carpetas y el descontento se reflejaba en los rostros de algunos, mientras que en otros se veía gratitud y entusiasmo. Esas carpetas contenían la oportunidad de crecer y mejorar.
"Señor, gracias por esta oportunidad, le prometemos no defraudar a la empresa ni a usted", dijo uno de los empleados.
"Sé que así será, y para aquellos que no estén conformes con la nueva reestructuración, sepan que pueden irse cuando quieran; estamos dispuestos a comprar su parte de las acciones". Sebastián salió de la sala de juntas con pasos firmes y cabeza erguida.
"Jefe, esta noche tenemos cena con la familia Ledezma, ¿está dispuesto a ir?", preguntó la asistente, una mujer de unos cincuenta años que era muy capaz de seguirle el paso a su jefe, aunque una enfermedad cardíaca pronto le obligaría a dejar su trabajo atrás.
"No, esa gente solo busca quien les solucione la vida; no tengo tiempo para perder con ellos", contestó Sebastián resignado. Su familia había pactado con los Ledezma que él debía casarse con una hija de esa familia para fusionar ambas empresas y construir un imperio mayor. Sin embargo, las referencias sobre la hija no eran las mejores; estaba destinado a unir su vida a una mujer que despreciaba. Si no cumplía con lo acordado por sus padres, su apellido quedaría expuesto al escarnio público y probablemente perderían reputación.
"Ya cancelo la cena, ¿necesita algo más?", preguntó la mujer algo cansada.
"Por ahora no, descansa un poco; no te ves bien". Sebastián sonrió amablemente a la mujer frente a él; le estaba agradeciendo porque cuando nadie confiaba en él, ella lo apoyó.
Quedándose solo en su oficina cerró los ojos y en su mente aparecieron aquellos ojos tristes que había visto horas antes; la mirada perdida de aquella joven lo atrajo inexplicablemente. No entendía por qué, pero algo dentro de él clamaba por volverla a ver.
Mientras tanto, en la mansión Ledezma, Lucrecia le contaba su nuevo plan a Camila, quien sonreía satisfecha al escucharla hablar.
"Eres increíble mamá; gracias a ti seré libre", expresó Camila feliz y emocionada.
"Nunca permitiré que mi única hija se case con ese viejo horrible", manifestó Lucrecia orgullosa de sí misma.
"Entonces, ¿ cuándo pondremos en marcha el plan?". Pregunto, Camila, ansiosa.
"Esta noche hablaré con tu padre, y le manifestaré mi decisión". Dijo Lucrecia con la mirada fija en el horizonte, como si estuviera maquinando cada palabra que le diría a Francisco para convencerlo de casar a Aurora en vez de a Camila con Sebastián Santos.
Por otro lado, Aurora soñaba con su mayoría de edad, en unos cuantos días tendría dieciocho y la capacidad de decidir por sí misma su futuro, lo primero que haría sería irse de aquella casa y empezar a vivir su vida. Con lo que no contaba la joven era que en un par de días su suerte estaría echada.
"Aurora!". Llamo, Lucrecia entrando a la cocina.
Aurora rodó los ojos en señal de fastidio al escuchar la voz de su horrible madrastra. "Dígame, señora". Respondió la joven.
"Como sabes en una semana se celebrará una fiesta en esta casa, así que tienes que organizar todo para que recibamos a los invitados". Explico la mujer con una mirada sombría.
"¿Así lo haré señora?, ¿necesita algo más?." Pregunto, Aurora, indiferente.
"Si, tu padre viene hoy, espero que no digas nada de lo que aquí pasa, ya sabes que las veces que lo has intentado él no te cree y siempre terminas castigada". Lucrecia era experta en manipulación, ella sabía cómo hacer quedar mal a Aurora, por eso Fernando nunca creía lo que su hija le decía, así que entre la soledad y el miedo por un castigo inhumano, Aurora prefería callar.
"No se preocupe señora, no diré nada, ya mismo me voy a cambiar para parecer una hija más para usted". Respondía Aurora bajando la mirada y llenando sus ojos de lágrimas.
Los castigos de Lucrecia empezaron cuando su hijastra tenía apenas ocho años, al principio Lucrecia la trataba bien, la hacía sentir como una hija, pero luego todo cambio de la noche a la mañana le aplicaba castigos crueles y la culpaba por todo lo que Camila hacía, la vida perfecta que conocía se volvió un verdadero infierno.
"Amor, al fin llegaste", Lucrecia recibió a Francisco con tanto entusiasmo y amor que el hombre nunca pensaría nada malo de su esposa.
"Veo que me extrañaste mucho", respondió aquel hombre besando a su esposa.
"Papi!", Camila bajo las escaleras corriendo exaltada de la emoción.
"Hija, mía, te extrañé tanto", contesto el hombre abrazando fuertemente a Camila.
Sin embargo la efusividad de Aurora no era igual, ella estaba apagada y su mirada ya no tenia brillo, se veía más flaca y Francisco noto el cambio.