Anya despierta en el mundo de una historia que escribió hace años. Una historia sobre una bella princesa, un valiente caballero... y un despiadado dragón.
Decidida a mantenerse al margen de la gran guerra que se avecina, vive tranquilamente en un pequeño pueblo, hasta que accidentalmente salva a un pequeño niño y unos meses después un dragón aparece en su puerta.
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Lo que se encuentra y no se encuentra en el bosque.
No existen los inodoros.
Había pasado ya un mes desde que Anya apareció en este mundo.
Este mundo que ella alguna vez había soñado y plasmado en papel.
Este mundo donde la magia y los dragones eran reales.
Este mundo donde sabía que una guerra se avecinaba.
Pero principalmente, este mundo donde no existían los inodoros funcionales ni el sistema de plomerías.
Tanta magia en este mundo y tenía que hacer sus necesidades en medio del bosque.
Esa era su principal molestia de este mundo en el que había caído.
Bueno, eso y la guerra que vendría.
Sin embargo, Anya estaba de suerte. En el arco final de la historia se describe cómo la guerra del Lord Dragón arrasa con la capital y las ciudades a su alrededor. Pero Rosental, el pequeño pueblo en el que Anya apareció, estaba muy alejado de la capital como para ser afectado.
Lo único que tenía que hacer era mantenerse alejada y esperar a que el conflicto pasara.
Para ello Margie fue su principal benefactora.
La amable mujer le había conseguido un lugar para establecerse durante ese tiempo.
En realidad, le consiguió un empleo cuidando una pequeña cabaña que pertenecía a la familia del Conde para el que Margie trabajaba.
La cabaña estaba alejada del pueblo, escondida entre los espesos bosques, pero muy cerca del lago del que Anya salió.
Estaba un poco descuidada y era realmente pequeña, misma razón por la cual sus dueños nunca la usaban. Para Anya era perfecto, podía hacerla realmente suya y a nadie le importaba.
Así vivió tranquilamente durante el primer mes de su nueva vida. Plantó un pequeño huerto a lado de la entrada, el cual cuidaba todos los días. Limpió la casa entera y con ayuda de Peter, un chico del pueblo que declara ser capaz de reparar cualquier cosa, logró arreglar los peores problemas de la casa.
Al final creó un cómodo hogar para sí misma y poco a poco se fue acostumbrando a su propia rutina.
Hasta que una tarde caminaba de vuelta a casa, Margie le había pedido de favor que fuera a entregar una carta a su suegro. El anciano vivía en una colina a las afueras del pueblo, tan aislado como Anya. Sin embargo, las rodillas de Margie ya no podían subir el empinado camino. Así que Anya cumplió con la petición y comenzaba a atardecer cuando recorría el solitario camino que bajaba de la colina al lago. Un camino que nunca antes había usado y que parecía que nadie había transitado en mucho tiempo.
Fue entonces que escuchó los sollozos.
Tan bajos que por un momento creyó haberlos imaginado, hasta que los escuchó de nuevo, claramente venían de algún lugar entre los árboles.
Había miles de películas de terror que iniciaban de esta manera, pero Anya ya había muerto una vez y la curiosidad venció cualquier duda.
Salió del camino y se adentró entre el follaje, siguiendo el inquietante sonido hasta que se topó con una pequeña y maltrecha choza.
Parecía abandonada, digna de una película de terror, sin embaego estaba segura de que los sollozos venían de adentro.
Había una pequeña ventanita a nivel del suelo. Anya se agachó y observó a través de ella, lo que veía era un sótano, la luz era escasa, pero alcanzó a distinguir una pequeña figura.
Era un niño.
Era diminuto, estaba encogido detrás de unas barras metálicas que claramente hacían de jaula y tenía cadenas rodeando sus delgados brazos y piernas.
Anya sintió su estómago retorcerse. Estaban entrando en el invierno y hacía frío, el pequeño estaba temblando y su ropa no parecía abrigadora en lo absoluto.
Escuchó pasos salir de la casa y aguantó la respiración. Dos hombres se alejaban, a través de la ventana podía ver a un hombre haciendo guardia, sentado junto a la puerta de la celda. Estaba cabeceando, claramente comenzaba a caer dormido.
No podía creer lo que estaba pasando y mucho menos podía creer la idea tan estúpida que cruzó su mente.
"Si vas a hacer algo, tienes que hacerlo ahora."
"¿Qué puedo hacer? No tengo idea de cómo salvarlo."
"El niño morirá si no haces algo."
Sabía que no se decidiría si seguía pensándolo. Así que simplemente actuó. Tomó un palo lo suficientemente resistente y entró a la casa con la mayor cautela posible dado que tenía prisa.
No sabía cuando volverían los otros dos así que tenía que sacar al niño de ahí rápidamente. Bajó los escalones hacia el sótano y vio al hombre roncando en su silla.
El niño notó su presencia y alzó la cabeza, Anya se llevó el índice a los labios para indicarle que no hiciera ruido. Por suerte, el pequeño solo la observó con sus ojos llenos de lágrimas.
Su corazón retumbaba salvajemente en su pecho y la ensordecía. Alzó el palo, dispuesta a dejarlo caer sobre la cabeza del hombre cuando una botella de vidrio cayó del regazo de este y se hizo añicos contra el suelo.
El corazón de Anya se detuvo, sin embargo, el tipo ni siquiera se inmutó y la chica comprendió que estaba ebrio hasta la inconsciencia.
Soltó un suspiro de alivio y comenzó a trabajar, tomó las llaves del cinturón del hombre y abrió la celda. Al intentar acercarse para soltar las cadenas, el niño retrocedió y se encogió.
- Shh... Está bien, está bien - Anya habló con dulzura, intentando tranquilizarlo - no te haré daño, quiero ayudarte.
El pequeño no dijo nada, pero la observó con recelo mientras ella lo liberaba de las cadenas.
- Listo, todo está bien - Anya no sabía si se lo decía a él o a sí misma.
No se detuvo a pensarlo y tomó al niño en brazos para después salir corriendo a través de la oscuridad del bosque.
seguiré leyendo.