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Eros, ¿Un Dios Distraído?

Eros, ¿Un Dios Distraído?

Status: Terminada
Genre:Romance / Completas / Malentendidos
Popularitas:4.2k
Nilai: 5
nombre de autor: Maria Esther

Existen muchas probabilidades que la muerte de cada uno de nosotros dé lugar a problemas de orden legal. El fallecimiento de una persona puede implicar el pago de una doble indemnización con cargo a una póliza de seguro. Esta misma póliza puede contener una cláusula en la que se señale que la compañía no pagará un solo centavo si el beneficiario se suicida dentro de los dos años siguientes a la fecha de entrada en vigor del documento.

NovelToon tiene autorización de Maria Esther para publicar essa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Buscar un detective privado.

Araceli García manifestó, enfadada:

Bueno, ¿y por qué cobro yo aquí un sueldo? Yo sé distinguir a esas personas nada más verlas y no me faltan facultades para ahuyentarlas.

Cleofas sonrió.

Está bien, está bien. Hablaré con la señora Kendra, aunque solo sea para comprobar hasta qué punto te acercaste a la realidad. Ya sabes que únicamente dispongo de unos minutos...

Araceli García asintió, salió de la oficina y regresó con la señora Kendra.

El señor Cleofas Martínez, dijo, presentando al abogado.

Kendra, brevemente, inspeccionó al hombre que tenía delante, fijándose especialmente en sus ondulados cabellos y en sus severos rasgos faciales. Finalmente, sonrió.

Mucho gusto, señor Martínez. He explicado a su secretaria en términos generales, lo que deseaba. Alguien está siguiéndome constantemente. No se trata de una figuración mía. Sé que ha de entrevistarse con otra persona dentro de unos minutos.

Es usted un hombre ocupado. Va usted a exigirme un dinero por mi consulta, estoy dispuesta a abonarle el que sea razonable.

Y, exactamente, ¿qué es lo que usted quiere?, intervino Martínez. ¿Qué espera que haga yo? Bueno, haga el favor de sentarse señora Rodríguez.

Esta se acomodó en el asiento destinado normalmente por Cleofas a sus clientes, diciendo:

He venido soportando la presencia de ese hombre a mi alrededor hasta que me he cansado.

Esta mañana me encontraba desayunando en el comedor de mi hotel. Él estaba también allí, observándome, intentando descubrir a dónde me dirigía hoy.

¿Qué hizo usted?

Lo abordé, comunicándole que ya estaba harta de tanta persecución y de verle siempre a mi alrededor. Añadí que si lo veía una vez más le abofetearía, donde quiera que nos encontráramos. Esta escena se repetiría siempre que coincidiéramos en algún sitio.

¿Y qué le contestó él?, inquirió Martínez.

Me dijo que lo mejor que podía hacer era entrevistarme con un abogado, ya que de este modo podría enterarme de lo que me pasaría. Agregó que me demandaría, exigiendo una indemnización por daños reales... y de otra clase.

¿Daños ejemplares?, inquirió Martínez.

Creo que sí, ¿puede conseguir una indemnización doble?

Según como se presenten los hechos, explicó Cleofas. La indemnización por daños normales se concede para compensar a una persona por los perjuicios que haya podido ocasionarle una acción mal intencionada de otra. La indemnización por daños ejemplares o punitivos, que también se llaman así, se impone a la persona que ha injuriado a otra en determinadas circunstancias, cuando ha habido un deliberado mal proceder u opresión. Esta indemnización constituye una manera de castigar al autor de la ofensa, quedándose como ejemplo para quienes pudieran sentir la tentación de hacer la misma cosa.

¿A cuánto puede ascender?, quiso saber la señora Kendra.

A cuánto puede ascender... ¿qué?

Esa indemnización por daños ejemplares o punitivos de que acaba de hablarme.

Martínez se echó a reír.

¿Es verdad que está usted decidida abofetear a ese hombre, señora Rodríguez?

No hablé por hablar, desde luego.

Yo le aconsejaría que no hiciera eso, al menos mientras no sepamos algo más acerca de la situación planteada. si él ha estado realmente siguiéndola, un jurado, por supuesto, podría dictaminar que estaba en su derecho al abofetearle, pero...

No se trata de nada que yo me haya inventado.

Martínez consultó su reloj, diciendo:

Pablo Ruiz, de la agencia de detectives Ruiz, tiene su oficina en este mismo piso. Ha colaborado en muchas ocasiones conmigo.

Le sugiero que se entreviste con él. Valiéndose de uno de sus auxiliares, podrías someter a estrecha vigilancia al hombre que la persigue, informándose de detalles relativos a su persona, de cuáles son sus pretensiones.

Solo de esta manera puede saberse si se trata de un chiflado o si solo trata de establecer relación con usted. También podría averiguarse así si es algún detective privado contratado por otra persona y hasta descubrir la identidad de la misma. ¿Conoce a alguien probablemente interesado en colocarla bajo la vigilancia de un detective?

No.

¿Es usted viuda? ¿Cómo vive? ¿Se aísla? ¿Vive en contacto con algún círculo de amigos?

Soy viuda, respondió la señora Rodríguez. Desde hace un año. Intento vivir mi vida. Me interesa el teatro y asisto a las representaciones teatrales. Hay programas de televisión que me agradan y otros que no. Me gustan los libros, visito las bibliotecas y de vez en cuando paso toda una tarde entregada a la lectura.

¿Tiene usted coche?, ¿lo conduce usted misma?

No tengo coche. Cuando quiero hacer un desplazamiento por la ciudad, tomo un taxi. Si voy al campo, cosa que hago con frecuencia alquilo un coche con conductor.

¿Siempre en la misma agencia?

Sí.

¿Y cree usted haber sido seguida viajando en uno de esos coches alquilados?

Estoy segura de que sí.

¿Por el mismo hombre?

Creo que sí. Sí. Algunas veces no le he visto bien. Otras lo vi perfectamente.

¿La siguió hasta aquí?

No lo creo, no lo vi, me parece que esta mañana lo asusté. No sé por qué tengo la impresión de que en una escena callejera a él no le agradaría ser el centro de la atención de todos.

Martínez sonrió.

El hombre tendría que ser un completo exhibicionista para acoger con toda naturalidad a una mujer que le abofeteara en público.

He ahí lo que intento hacer. Usted anda ocupado. Su tiempo vale dinero. Usted cree que yo debo buscarme un detective privado. ¿Cuánto puede costarme?

Alrededor de $100 por día. ¿Puede usted hacer frente a tal gasto?

Sí.

¿Quiere que la ponga en contacto con Pablo Ruiz?

¿Podría él venir aquí?

Siempre que no esté ocupado, manifestó Martínez.

Me gustaría que las cosas se hicieran así. Deseo que usted intervenga en este asunto. ¿Cuánto piensa cobrarme señor Martínez?

Déme, para empezar, $100, respondió Martínez. No le cobraré ninguna cantidad adicional, a menos que surja algo imprevisto. Le aconsejaré, sin embargo, que se mantenga en contacto con Pablo Ruiz.

Me parece bien, dijo ella, abriendo su bolso.

Cleofas Martínez echó un vistazo a Araceli García, asintiendo.

Araceli descolgó el teléfono, llamando a la agencia de detectives Ruiz, luego comunicó:

Pablo Ruiz no tardará en presentarse aquí.

La señora Kendra había sacado un libro de cheques y una pluma estilográfica, extendió uno a nombre de Cleofas Martínez.

Se lo alargó a él.

$100 al día por el detective. ¿Cuántos días serán necesarios?

No más de dos o tres, probablemente, repuso Martínez. Será mejor que hable de eso con Pablo Ruiz. Está por llegar, ya lo tenemos aquí.

Sonó en la puerta del despacho la llamada característica de Ruiz.

Araceli abrió aquella. La señora Rodríguez continuaba escribiendo en su libro de cheques.

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