Dos jóvenes de la misma clase social, pero con diferentes personalidades. Se verán envueltos en una difícil situación. Ambos serán secuestrados, para beneficios de otros. ¿Qué pasará con ellos? ¿Lograrán salir ilesos luego de pasar un proceso traumático? Los invito a leer
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Capitulo 2
Madolyn, al llegar a dicho lugar, se encontró con una modelo conocida, con la cual había tenido unos que otros conflictos.
— ¿Madolyn? Vaya, ¿cuándo regresaste?— preguntó una mujer, mirándola detalladamente, con cierto desdén.
— Hola, Alondra. Regresé hace unos días. No te imaginas la locura que es participar en la semana de la moda en París. Ay, perdón, olvidé que no te eligieron por unos cuantos kilos de más.— dijo con postura de diva.
— Ya recuperé mi peso normal.
— Te felicito. Y tú, ¿qué haces aquí?
— Voy a participar en el desfile. Abriré el evento.— expresó emocionada.
Madolyn sonrió a carcajadas, con las manos en la cintura.— ¿De verdad crees que vas a abrir el desfile?
— Por supuesto, me lo confirmaron los encargados.
Madolyn volvió a sonreír, parecía como si estuviera escuchando un chiste. — Querida, eso fue antes de mi regreso. Yo voy a abrir el desfile. ¡Qué pena! Siempre doy un paso más adelante que tú. Chao, querida.
Alondra gritó histérica, la odiaba. Madolyn siempre la hacía sentir poca cosa. En ocasiones le hacía maltrataba verbalmente. “Te juro que me la vas a pagar maldita. Lo juro”.
Alondra era una mujer de veinticinco años. Humilde y de bajo recursos económicos. Por suerte, estaba comprometida con Edgar. En un tiempo, fue la chica de servicio de la empresa de publicidad, de los padres de Madolyn. Desde allí comenzó a sentir adversión por la joven. Renunció a su empleo e incursionó en el mundo del modelaje, con la finalidad de llegar más lejos que Madolyn. Pero sus esfuerzos eran inútiles, y por esa razón, fue creciendo en ella un rencor desmedido por la joven.
Después de un día ajetreado y con algunas complicaciones laborales, Edgar regresó a la mansión. Encontró a Fermín, el jardinero, su esposa y su hija de dieciséis años. Esperándolo en la entrada, con maletas en manos. Él bajó del auto y se acercó a ellos, estaban evidentemente devastados.
— ¿Qué sucede, Fermín?
— Una desgracia, mi señor, una desgracia le ocurrió a mi hija.
La adolescente lloraba desesperada, en el hombro de su madre.
— ¿Qué le sucedió a Lupita?
Ellos tenían miedo de hablar, se miraron y negaron con la cabeza.
— Saben que pueden contar conmigo.
La señora, con valentía y con sed de justicia, le dijo.— Señor, su primo Samuel, abusó de mi hija. Le robó su inocencia. Ella es una niña.— empezó a llorar.
Edgar brío sus ojos azules, consternado.
— ¿Qué? ¿Eso es cierto, Lupita?— preguntó Edgar, no porque tuviera dudas, sino porque quería escucharlo de sus labios.
La adolescente asintió con la cabeza. Él se acercó y la abrazó. — ¿Puedo saber cómo y cuándo ocurrió?
— Señor, no queremos problemas, por esa razón nos vamos a México.— dijo Fermín.
— Huir no es una opción. Samuel tiene que pagar por lo que hizo.
— Anoche, su primo llegó ebrio. Yo fui a la cocina por un vaso de agua, y él me topó la boca. Me llevó arrastrando a la habitación de servicio y me dijo que si gritaba, mataría a mis padres. Ahí hizo todo lo que quiso conmigo y me amenazó con matarnos a todos si decía lo que ocurrió.— explicó Lupita, entre llantos.
— Mírame. Te juro que él va a pagar por lo que te hizo.
— Señor, él dijo que nadie me creería si lo denuncio.
— Aquí lo importante es que yo te creo. Fermín, ¿pueden quedarse hasta mañana?
— Lo siento, señor, Edgar, pero no queremos estar ni un día más en esta mansión.
— Bien, Rodrigo los llevará a mi apartamento. Mañana tenemos que hablar.
Edgar entró a la mansión. Lleno de rabia, preguntó por Samuel y le informaron que no se encontraba en la casa. Él estaba dispuesto a obligar a Lupita si era necesario, para que denunciara a su primo.
— Cuando llegues Rodrigo, busquen a ese hijo de puta, y lo llevan a la bodega de la petrolera. Encargarte de que pase la noche cómodamente.— le ordenó al hombre detrás de él. Joel y Rodrigo eran sus guardaespaldas.
En la mansión Parker. La familia estaba reunida en el comedor, listos para cenar. Madolyn ojeaba una revista de entretenimiento. Estaba impaciente, esperando a su prima.
— En serio, ¿Tenemos que seguir esperando a la monja para probar los alimentos?
— Aquí estoy, Madolyn.
— Trata de ser más puntual. — dijo la modelo.
La religiosa hizo una oración y empezaron a cenar.
Juana, el ama de llaves, tenía muchos años trabajando para los Parker. Sin querer dejó caer un vaso con jugo y salpicó a Madolyn.
— Vieja inútil. Maldición. No sirves para nada.— gritó la joven.
— No le hables así a Juana.— dijo Amanda, su madre.
— Discúlpate, con ella.— dijo Carlos, su padre.
— Juana, arrodíllate y limpias mis pies.
— Ya basta, Madolyn. — gritó Carlos, y tocó la mesa con fuerza.
— ¡Ay! No lo dije en serio, pero se lo merece por inservible.— dijo Madolyn y se retiró a su habitación.
Isabel, la religiosa, se persignó, exclamó a Dios. “Señor, ten misericordia de ella”.
Los padres de la joven estaban indignados por la grosería de su hija. Ellos eran buenas personas, no entendían en que habían fallado con Madolyn.
Al día siguiente
Edgar fue a darle los buenos días a su primo. Este estaba amarrado a una silla, únicamente en bóxer. Golpeado y cansado de estar en la misma posición.
— ¿Qué diablos te pasa? ¿Me tienes así solo por unos cuantos dólares?— preguntó Samuel. Con el rostro ensangrentado.
Edgar le propinó varios puñetazos.— eres un hijo de puta. Ladrón… Y violador.
— ¿De qué demonios hablas?
— ¿Te suena el nombre, Lupita?
Samuel sonrió con satisfacción. — ¿De eso se trata todo esto?. Ella quería, yo solo le hice el favor.
Edgar lo volvió a golpear.
— Es una niña. ¿Cómo te atreviste a ponerle tus sucias manos encima? Desgraciado infeliz. Una mujer jamás debe ser tocada sin su consentimiento. Las mujeres se respetan, son sagradas. Me voy a encargar de que te denuncie y pase muchos años en prisión. Hijo de puta.