"Morí traicionada por el hombre que debía amarme... y por la sangre de mi propia hermana."
En su vida pasada, Aelina Valemont, Reina de Thalair, fue humillada y asesinada por su esposo, el Príncipe Heredero, y por su hermana. Sus padres también fueron ejecutados bajo falsas acusaciones.
En su último suspiro, Aelina juró venganza.
Ahora, ha despertado en su cuerpo de 16 años. El día de su boda con el príncipe cruel se acerca... pero esta vez, el destino cambiará.
En el altar, rechaza públicamente al príncipe.
Sabe que ha firmado su sentencia. Su familia sigue en peligro. Y sola, no podrá vencer a un enemigo tan poderoso.
Por eso comienza a buscar aliados. Hombres fuertes, peligrosos, capaces de cambiar el curso del reino. Pero lo que empieza como un plan frío, se transforma en una red de emociones que no podrá controlar:
Un caballero leal.
Un archimago distante.
Un noble rebelde
Un asesino en las sombras.
Un príncipe extranjero con su propia agenda.
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Capitulo 01:"El Juramento de Sangre"
El sabor del hierro le llenaba la boca, tan amargo como el destino.
La sangre corría caliente por su garganta rota, empapando el vestido de seda carmesí que había elegido para su coronación.
Qué irónico.
El color de la realeza, ahora teñido del rojo más cruel.
Aelina Valemont yacía sobre el mármol helado de la sala del trono, los cabellos oscuros en desorden, las manos arañando en vano el suelo.
Sus ojos, de un violeta profundo, aún no querían cerrarse.
Aún no. No hasta ver su rostro.
Y ahí estaba él.
El hombre que había jurado amarla.
—Mi querida esposa —susurró el Príncipe Heredero, una sonrisa tan falsa como perfecta curvando sus labios—. Hubiera preferido no manchar estas manos... pero eras un obstáculo. Y ya no lo eres.
Aelina quiso escupirle sangre a la cara, pero sus fuerzas se evaporaban como el calor de su cuerpo. El mundo giraba, tornándose opaco, distante.
Los ecos de los gritos de sus padres resonaban en la lejanía: ellos también serían ejecutados antes del amanecer. El decreto ya estaba firmado.
Y junto al príncipe, otra figura avanzó con paso victorioso.
—Hermana... —jadeó Aelina, la garganta desgarrada—. ¿Por qué?
Su hermana menor, Selene, sonrió con una frialdad que helaba la sangre.
—Porque siempre fuiste la estrella. Siempre fuiste la reina. Y yo... la sombra. Pero ya no más. Ahora, yo seré la esposa del príncipe. Y tú... un recuerdo olvidado.
Aelina la miró como si el tiempo se quebrara.
Recordó cuando Selene se escondía entre sus faldas durante los bailes de la corte, temblando entre risas infantiles.
¿En qué momento se había torcido todo?
La oscuridad la devoraba. Las lágrimas ardían como brasas bajo sus párpados.
¿Era este su fin?
No.
No podía ser.
No mientras su corazón ardiera con ese odio visceral. Un deseo tan profundo que trascendía la muerte misma.
Con las últimas fuerzas de su cuerpo destrozado, Aelina juró en silencio, la sangre como testigo:
“Si existe un dios cruel que escucha los gritos de los muertos... que me conceda regresar. Un día. Una hora. Un instante. Juro... que les haré pagar. Uno por uno. Y destruiré todo cuanto aman.”
El frío la envolvió.
El mundo se desvaneció.
Su último suspiro fue un eco de ira y lamento.
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Oscuridad.
Un vacío helado que parecía eterno. Sin tiempo. Sin nombre.
Hasta que un destello rompió la nada.
Una campana resonó, no en sus oídos, sino en lo más profundo de su alma.
¡Ding!
Los ojos de Aelina se abrieron bruscamente.
Aire.
Calor.
Latido.
—¡Aelina! ¡Despierta!
El rostro pálido de una doncella la observaba entre lágrimas. Aelina jadeó, temblando. Sus manos subieron instintivamente a su cuello… intacto.
No había sangre. No había herida.
El vestido no era el de coronación, sino una simple prenda blanca de lino fino.
Miró a su alrededor, desconcertada.
El mobiliario era antiguo pero familiar. Los tapices aún no desteñidos. El espejo sin la rajadura.
Era su habitación... su cuarto de doncella, de cuando tenía dieciséis años.
—No... —susurró, con un temblor en la voz—. No puede ser...
La doncella, confundida, le tomó la mano con suavidad.
—Mi señora, ¿os sentís mal? Hoy es... ¡el día de vuestra boda con el Príncipe Heredero! ¡Todos os esperan!
Las palabras cayeron como cuchillos helados.
El día de la boda... cuando todo comenzó.
El corazón de Aelina rugía dentro de su pecho como una bestia enjaulada.
Se incorporó de golpe, sintiendo una energía salvaje corriendo por sus venas.
Había vuelto.
El juramento había sido escuchado.
Por dioses, demonios... o tal vez por su propia rabia, que fue tan intensa que rompió las leyes del universo.
Los ojos de Aelina brillaron con una nueva llama.
La doncella retrocedió, asustada por la intensidad de su mirada.
"No me casaré con él. No esta vez. Y no moriré."
Respiró hondo. Su mente giraba con una claridad feroz.
Debía proteger a sus padres.
Debía prepararse.
Pero no podía huir. No como una cobarde.
Los destruiría desde dentro.
Y para ello, necesitaría aliados.
Poder.
Y un rostro que todos subestimaban... podía ser su mejor máscara.
Si los hombres más poderosos del reino podían convertirse en sus peones, entonces serían su escudo. Sus armas.
Y si en el proceso… se enamoraban de ella, que así fuera.
Porque el amor es la fuerza más peligrosa en cualquier juego de poder.
Aelina sonrió por primera vez.
Una sonrisa oscura, sabia, implacable.
"Empecemos."
Aliado o enemigo...?