Un Amor Prohibido Para La Institutriz

​La luz de la tarde se filtraba a través de los altos ventanales del palacio, bañando los pasillos de mármol con un resplandor dorado. Para Rafael, este era su mundo, un lugar de orden y lógica. El aire denso con los aromas de tabaco y los perfumes caros, mezclados con el de la tinta y la cera de los sellos, no era del todo agradable, pero se sentía familiar.

​Rafael se dirigía a una reunión del consejo del rey. Su mente, un mapa de estrategias y reportes de tropas, era su refugio seguro. A unos pasos detrás de él, Tomas caminaba con su uniforme de cadete con el pecho erguido, empapándose de la solemnidad del lugar. Rafael notó la admiración en los ojos de su hijo y sintió una punzada de orgullo.

​Al pasar por el salón de audiencias, el Conde de costa dorada Don Alejandro, salió con su arrogancia habitual. Sus ojos, llenos de desprecio, se fijaron en Tomás y su sonrisa fue condescendiente.

​​"Marqués," dijo el conde, su voz como terciopelo afilado. "Me alegra ver que el joven Tomás sigue interesado en las artes de la guerra. Al parecer, ha dejado atrás los modales burdos de antes... aunque he oído que aún no abandona la compañía de... ciertas personas." Su mirada se deslizó hacia la medalla que llevaba en el pecho tomas símbolo del tercer lugar en la academia "Espero que no se vea afectado por las malas compañías, sería una lástima para la corte perder a un joven tan ... Notable."

​La flecha envenenada golpeó el corazón de Rafael, pero su rostro se mantuvo impasible. "Don Alejandro," respondió con voz firme. "Tomás está aquí para ser un hombre de honor y deber. Algo que, me temo, no se compra con un título." respondió Rafael con el mismo filo de las palabras del conde" Por cierto, ¿cómo está su hijo Lucas?". La pregunta de Rafael era una daga de doble filo.

​El conde, tragándose el veneno, respondió con una sonrisa forzada. "Lucas está muy bien, gracias por preguntar. La próxima semana regresará de su viaje de estudios en el extranjero. Le haremos una fiesta de bienvenida en nuestra mansión, de la capital. Sería un honor si usted y sus hijos, e incluso su institutriz como se llama lady eliza..."

"lady Elaiza" respondió Rafael defendiendo el nombre de su amada

"... Ella, y todos ustedes asistieran." La invitación, un acto de hostilidad velada, era una afrenta que Rafael no podía rechazar sin ofender a su familia.

​Rafael asintió con una calma helada. "Será un placer, Don Alejandro. esperaremos las invitaciones con ansías".

un lacayo indicó que la reunión comenzaría y Rafael entró junto con el conde, tomas siendo solo un cadete tuvo que esperar fuera.

​La reunión duró horas, y Rafael se distinguió, como siempre, por su brillantez táctica. Sin embargo, en esta ocasión, se encontró con una fuerte oposición.

​"¡La revuelta en mi condado es más importante que cualquier otra cosa!", gritó un barón, su rostro rojo de furia.

​"¡Y en el mío!", exclamó otro.

​Rafael esperó a que se calmaran. "Señores," dijo con voz autoritaria. "No podemos enviar tropas a todos los rincones del reino. Con las recientes sequías, el pueblo no tiene alimentos ni agua, lo que ha provocado revueltas. El caos se propaga más fácilmente en los estómagos vacíos y el miedo. Es de suma importancia que las tropas lleven suministros suficientes a las zonas más afectadas no a aquellas que solo sirven para el regocijo de los más privilegiados"

​"¿Y qué propone, Marqués? ¿Qué le demos comida a los traidores?", se burló el conde. "¡El pueblo sólo entiende la fuerza!"

​"La lealtad no se gana con la opresión, sino con la compasión," respondió Rafael, su voz firme y llena de convicción. "Si la corona es compasiva, el pueblo será leal. Es la única forma de que este reino no se desmorone."

​"¡El Marqués habla de lealtad, pero se olvida que su propia linaje fue otorgado por la corona!", espetó el conde, su voz llena de veneno. "¡si usted alimenta a esos mendigos que nos garantiza que no hagan una revuelta ¡Usted es un traidor al reino!"

​Un silencio sepulcral cayó en la sala. La acusación del conde era una afrenta directa. Rafael, con un nudo en la garganta, se preparó para defender su honor, pero el rey se levantó y se puso de pie.

​"¡Silencio!", la voz del rey resonó en la habitación, llena de furia. "la casa del marqués de Robledo ha servido a la corona desde hace generaciones. La sabiduría de su linaje ha sido una de las piedras angulares de este reino. Es gracias a su honor y el del resto de las casas aquí presentes que este reino ha prosperado y se ha mantenido en pie. Y si él dice que el pueblo necesita comida, yo confío en su desicion."

​El rey miró a Rafael, y su mirada era una mezcla de gratitud y dolor. "además Su compromiso con la corona es inquebrantable, y la dedicación de su hijo, Tomás, es una prueba de ello. Hombres como ustedes son el futuro de nuestro reino." dijo dando unaEn el invernadero del palacio.

Al salir del salón de reuniones, Rafael buscó a su hijo, pero no lo encontró. le preguntó a un lacayo por el paradero de Tomás. El joven sirviente, lo condujo al gran invernadero del palacio. Al abrir las puertas de cristal, Rafael se encontró con una escena que lo desconcertó.

A lo lejos, en medio de orquídeas exóticas y helechos colgantes, estaba Tomás. Su rostro, generalmente resuelto, estaba teñido de frustración. Frente a él, en una pequeña mesa de hierro forjado, se encontraba la princesa Margarita, hija del rey, apenas dos años mayor que Tomás. Su cabello rubio caía en cascada sobre sus hombros, y una sonrisa de satisfacción jugaba en sus labios. Estaban jugando al ajedrez, y el tablero, a pesar de los desesperados intentos de Tomás, solo reflejaba la inminente victoria de la princesa.

"¿Otra vez no, cadete?, jaque mate", se burló margarita, moviendo su reina para atrapar el último peón de Tomás.

Tomás gruñó, pasándose la mano por el cabello. "No es justo, princesa. Usted no sigue las reglas."

"¿Yo?", preguntó Isabella, su sonrisa se ensanchó. "Yo sigo las reglas del ajedrez y de la guerra. Y la victoria es para el que tiene más astucia."

Rafael observaba la escena desde la distancia, el ceño fruncido. La satisfacción de la princesa era innegable. Habían pasado horas, y Tomás, a pesar de su entrenamiento militar y su mentalidad estratégica, no había logrado ganar ni una sola partida.

"Parece que el futuro de mi reino está en buenas manos," dijo el rey con una sonrisa, mientras se acerca a su mejor amigo. "Tu hijo no se rinde, ni siquiera frente a la derrota. Y mi hija no le dara tregua."

Rafael se inclina. "Su Majestad, mi hijo aún tiene mucho que aprender. La princesa, por otro lado, parece dominar el arte del ajedrez, y del campo de batalla."

El rey rio su mirada se detuvo en los jóvenes que, por décima vez, acomodan sus piezas. "Un líder no es solo un estratega, Rafael. Es alguien que sabe cuándo retirarse, cuándo ceder y cuándo ser amable. Algo que ni mi hija ni tu hijo parecen haber dominado aún." El rey se detuvo un momento. "Ven conmigo. dejemos que los jóvenes se entretengan un poco mas juntos "

 La puerta de su despacho personal cierro detrás de ellos, y el aire en la habitación se vuelvio más ligero.

​El rey se sentó en su sillón de cuero y con un gesto le indicó a Rafael que tomara asiento. La solemnidad del despacho se desvaneció, reemplazada por la intimidad de dos amigos.

​"Estaba pensando en la presentación de las debutantes el otro día," comenzó el rey, con una voz casual que no escondía su perspicacia. "Vi a Elaiza y a los niños. Debo decir que tú amada ha florecido en la corte. Su porte y su elegancia son innegables. Y la forma en que cuidaba a tus hijos… es admirable."

​Rafael asintió, su rostro una máscara de calma. "Sí, ella es una mujer excepcional, Majestad." Su voz, sin embargo, era tensa, revelando su incomodidad con el tema.

​El rey lo miró fijamente. "Lo sé, Rafael. Sé que es una mujer excepcional. Perocreo que Y a ti… te vi distante. Me pregunté por qué. Ustedes siempre han sido inseparables desde ... Aquella vez."

 El rey no necesitaba que Rafael lo confirmara sabía que Había visto la distancia, el protocolo frío que existía entre su amigo y la mujer que él había traído a la corte.

​"Majestad, he estado ocupado con asuntos de estado," respondió Rafael, una excusa que sonaba vacía incluso en sus propios oídos.

​El rey se rió, un sonido seco y sin humor. "Por favor, Rafael, no me trates como a un imbécil. Llevamos siendo amigos desde hace tanto que he perdido la cuenta. Te he visto en el campo de batalla, en las trincheras, cuando el dolor de la muerte de Sofía, y cuando...fue el incidente de Annelise." El rey se detuvo, el nombre de Annelise resonando en la habitación, "Conozco tu rostro cuando mientes, y ahora mismo, mientes. Y como siempre no meiented a mi le estás mintiendo a tu propio corazón."

​Rafael se quedó en silencio, su mente una tormenta de recuerdos y miedos. El rey tenía razón. Estaba mintiendo, y cada día la mentira se volvía más pesada, más difícil de llevar. La conversación con el rey lo había arrinconado, lo había obligado a enfrentar la verdad que había estado evadiendo.Rafael bajó la guardia con la única Persona que se permitía hacerlo, su máscara de frialdad se desvaneció, revelando el dolor y la fatiga que había tratado de ocultar por tanto tiempo.

"Majestad," su voz fue apenas un susurro. "He visto lo que un amor verdadero puede hacer. Vi cómo Sofía, mi amada esposa, fue tratada con desprecio por la corte solo por elegirme. No puedo permitir que suceda lo mismo a nadie de mi familia."

El rey lo miró, su expresión era una mezcla de tristeza y comprensión. "Rafael, Sofía tenía un título de nacimiento, era mi prima, y la familia esperaba casarla y obtener alguna ganancia de esa unión, sin emabargo lucho contra todo y se terminó casando por amor, y el desprecio de la corte no la afectó nunca. Fue una mujer fuerte hasta su último aliento, pero tú te has vuelto tan frío y te has endurecido tanto, que no te das cuenta que ella era más feliz a tu lado que en las fiestas de palacio, sin que le importara lo que el resto de los nobles pudieran pensar de ella."

Rafael se levantó, su corazón le dolía. El rey, su mejor amigo, le había dicho la verdad que había estado negando. La verdad que se había ocultado, la verdad que se había negado a ver.

" si sigues negando tus sentimientos Tus hijos y los que amas se alejaran de ti, porque la roca de tu corazón los aleja, Rafael. Y si no te abres a ellos, me temo que lo perderás todo."

Rafael se quedó en silencio, su mente un torbellino de emociones. No había palabras para expresar lo que sentía. El rey le había dado un espejo en el que podía ver su alma. Y la imagen que vio no era la de un hombre de honor, sino la de un hombre roto.

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