En la ciudad de Lunaris, donde los misterios y las sombras se entrelazan, vive Aurora Selene, una joven tímida y reservada que nunca ha sentido que pertenece al mundo ordinario. Cuando una noche de luna llena descubre un antiguo colgante en el ático de su casa, su vida cambia para siempre. El colgante la vincula a un antiguo linaje de magical girls, las “Fantomenas”, guerreras encargadas de proteger el equilibrio entre la luz y la oscuridad. Aurora, ahora conocida como Fantomena Luna Night, debe aprender a dominar sus nuevos poderes mientras enfrenta a los Nocturnos, criaturas sombrías que desean sumir al mundo en una eterna oscuridad. A medida que se adapta a su nueva identidad, descubre que no está sola. Otras chicas con destinos similares comienzan a despertar, formando un grupo unido por un vínculo ancestral. Entre ellas se encuentra Cassandra, una misteriosa joven con una conexión especial con la oscuridad, que podría ser tanto una aliada como una rival. Aurora siente una atracción creciente hacia Cassandra, lo que complica aún más sus decisiones. Mientras el amor y la magia florecen, las líneas entre el bien y el mal se desdibujan, y Aurora debe decidir si seguirá el camino de la luz o se adentrará en las sombras junto a Cassandra.
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Capítulo 1: La llamada de la luna
Lunaris no era una ciudad cualquiera. Construida sobre colinas que, según las leyendas, eran los restos de antiguas bestias petrificadas, la ciudad parecía atrapada entre la realidad y la fantasía. Las calles empedradas, estrechas y serpenteantes, guardaban secretos que se remontaban a siglos atrás, y las farolas, que se encendían con una luz suave y anaranjada, proyectaban sombras que a menudo parecían moverse por voluntad propia.
Aurora Selene había crecido en Lunaris, y aunque amaba su ciudad, siempre había sentido que algo faltaba en su vida, algo que ni siquiera ella sabía cómo describir. Había noches en las que se despertaba sobresaltada, sintiendo una extraña nostalgia, como si hubiera olvidado algo importante. Pero cada vez que intentaba recordar, su mente se encontraba con un muro de niebla.
Aurora no era alguien que destacara. En la escuela, sus calificaciones eran promedio, y aunque no era impopular, tampoco era el centro de atención. Su cabello castaño claro, que solía llevar en una trenza desordenada, y sus ojos color avellana, le daban un aspecto dulce y sencillo. Sus profesores la consideraban una estudiante tranquila, y sus compañeros la veían como alguien amable, pero reservada.
Sin embargo, había algo en ella que solo algunos percibían: un brillo en sus ojos cuando hablaba de la luna y sus misterios, una pasión que parecía arder en su interior solo cuando el cielo nocturno se teñía de plata. Desde pequeña, Aurora había sentido una conexión especial con la luna. Las noches de luna llena, en particular, la llenaban de una energía inexplicable, como si el resplandor lunar acariciara su alma.
Aquella noche, la luna estaba más grande y luminosa que nunca. Aurora había intentado dormir, pero la luz plateada que entraba por su ventana no la dejaba descansar. Sentía una inquietud, una especie de llamada silenciosa que la invitaba a moverse. Incapaz de resistir la sensación, se levantó de la cama, descalza, y salió de su habitación. La casa estaba en silencio, el tipo de silencio que solo existe en la madrugada, cuando el mundo parece suspendido en el tiempo.
Aurora no sabía por qué, pero sus pasos la llevaron al ático. El ático era un lugar al que rara vez iba; estaba lleno de viejas pertenencias de su familia, objetos que habían acumulado polvo durante generaciones. Sus padres siempre le habían dicho que no había nada interesante allí arriba, solo cajas llenas de trastos viejos. Pero esa noche, algo la impulsaba a subir.
Las escaleras de madera crujieron bajo sus pies mientras subía, y al llegar al ático, empujó la puerta con un poco de esfuerzo. El aire estaba cargado de polvo, y Aurora sintió un escalofrío recorrer su espalda al entrar. El ático estaba tal como lo recordaba: cajas apiladas, muebles cubiertos con sábanas, y una ventana sucia que dejaba pasar solo un rayo de luz lunar.
Pero entonces, algo captó su atención. En el centro de la habitación, algo brillaba tenuemente, un resplandor azul que parecía pulsar con vida propia. Aurora se acercó, su corazón latiendo con fuerza, y descubrió una pequeña caja de madera, olvidada entre dos viejos baúles. La caja estaba cubierta de intrincados grabados que no reconocía, pero que parecían antiguos y poderosos.
Sus manos temblaron cuando tomó la caja y la abrió con cuidado. Dentro, descansaba un colgante de plata, con una piedra lunar en el centro. La piedra era de un color azul pálido, y a medida que la luz de la luna la tocaba, emitía un brillo suave y etéreo. Aurora sintió una extraña conexión con el colgante, como si este hubiera estado esperando por ella.
De repente, una oleada de recuerdos la invadió, pero no eran recuerdos suyos, sino imágenes fugaces de lugares que nunca había visto, y rostros que nunca había conocido. En su mente resonaba una voz suave, como un susurro que viajaba con el viento.
—Aurora Selene, eres la elegida. El destino de las Fantomenas te llama.
Aurora retrocedió, asustada. El colgante cayó al suelo, pero la voz seguía resonando en su mente. “¿Fantomenas?” se preguntó, tratando de comprender. Esa palabra no tenía ningún significado para ella, y sin embargo, sentía que la conocía desde siempre, como un secreto enterrado en lo más profundo de su ser.
Antes de que pudiera procesar lo que acababa de suceder, una sensación de frío extremo la envolvió. La temperatura en el ático descendió bruscamente, y Aurora vio cómo su aliento se condensaba en pequeñas nubes blancas frente a su rostro. Las sombras en la habitación parecieron cobrar vida, alargándose y retorciéndose como serpientes.
Y entonces lo vio. De entre las sombras emergió una figura alta y delgada, una forma que parecía hecha de pura oscuridad, salvo por los ojos, dos puntos rojos y brillantes que la miraban fijamente. Aurora sintió cómo el pánico la paralizaba. Sabía, instintivamente, que esa criatura no pertenecía a este mundo, que era algo mucho más antiguo y maligno.
El ser avanzó hacia ella, con movimientos fluidos y silenciosos, como si flotara en el aire. Aurora intentó gritar, pero su voz se ahogó en su garganta. Cada fibra de su ser le decía que huyera, pero sus piernas no respondían. El Nocturno extendió una mano esquelética hacia ella, y Aurora sintió cómo la desesperación la envolvía.
Pero justo cuando la mano de la criatura estaba a punto de tocarla, algo en su interior despertó. Un calor intenso comenzó a emanar de su pecho, como si un fuego invisible ardiera dentro de ella. La piedra lunar en el colgante, que aún yacía en el suelo, comenzó a brillar con una luz cegadora.
Sin saber cómo, Aurora alzó su mano en un gesto instintivo, y una explosión de luz pura salió de su palma, envolviendo al Nocturno. La criatura emitió un grito inhumano mientras la luz la desintegraba, su forma oscura se disipó como humo en el viento.
Aurora cayó de rodillas, exhausta y temblorosa. Todo había sucedido tan rápido que apenas podía comprenderlo. ¿Qué era esa criatura? ¿De dónde había salido esa luz? Miró el colgante que yacía inofensivo en el suelo, y sus pensamientos se agolparon en su mente. La voz que había escuchado, la criatura, la luz… todo era como un mal sueño, y sin embargo, sabía que era real.
La voz volvió a resonar en su mente, esta vez más clara y firme.
—El destino de las Fantomenas recae en ti, Aurora Selene. Debes aceptar tu papel como protectora de la luz y las sombras.
Aurora recogió el colgante con manos temblorosas. La piedra lunar ya no brillaba, pero aún sentía su energía pulsando débilmente. Sabía que había algo más grande en juego, algo que apenas empezaba a entender. Su vida, hasta ahora tan ordinaria, había cambiado en un instante.
Mientras descendía del ático, sus pensamientos eran un torbellino. “Fantomenas… protectora de la luz y las sombras… ¿qué significa todo esto?” Se sentía abrumada, pero al mismo tiempo, una parte de ella sabía que no podía ignorar lo que acababa de suceder. Había algo dentro de ella que había estado dormido durante mucho tiempo y que ahora, por alguna razón, había despertado.
Aurora se detuvo un momento en lo alto de las escaleras y miró la luna a través de la ventana. Había algo diferente en ella, como si la estuviera observando, como si fuera consciente de su presencia. Sintió un escalofrío, pero también una extraña sensación de paz. A pesar del miedo y la confusión, una pequeña chispa de emoción comenzó a arder en su interior.
“Tal vez,” pensó mientras guardaba el colgante en su bolsillo, “tal vez este es el lugar al que siempre he pertenecido.”
Bajó las escaleras, sabiendo que su vida estaba a punto de cambiar para siempre. Fuera lo que fuera el destino de las Fantomenas, estaba lista para enfrentarlo. O al menos, eso intentaría.
Me recuerda a un título de Touhou