En un mundo donde las historias de terror narran la posesión demoníaca, pocos han considerado los horrores que acechan en la noche. Esa noche oscura y silenciosa, capaz de infundir terror en cualquier ser viviente, es el escenario de un misterio profundo. Nadie se imagina que existen ojos capaces de percibir lo que el resto no puede: ojos que pertenecen a aquellos considerados completamente dementes. Sin embargo, lo que ignoraban es que estos "dementes" poseen una lucidez que muchos anhelarían.
Los demonios son reales. Las voces susurrantes, las sombras que se deslizan y los toques helados sobre la piel son manifestaciones auténticas de un inframundo oscuro y siniestro donde las almas deben expiar sus pecados. Estas criaturas acechan a la humanidad, desatando el caos. Pero no todo está perdido. Un grupo de seres, no todos humanos, se ha comprometido a cazar a estos demonios y a proteger las almas inocentes.
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CAPÍTULO DIECISIETE: CENIZAS DE LA PERDICIÓN
Cada historia contaba una versión diferente a lo sucedido realmente. Los ángeles decían una, los demonios decían otra, ¿Pero realmente quien tenía la razón? Era algo muy complejo, pero no difícil de explicar. Hacía varios milenios, los demonios y los ángeles habían vivido en guerra desde que un ángel se rebeló contra el poder divino. La traición del ángel caído había dividido los cielos, creando una brecha irreparable entre los que seguían fieles y los que habían elegido el camino de la oscuridad.
Aquel ángel era Lucifer.
La primera guerra entre ángeles y demonios fue una colisión de voluntades divinas y profanas, una lucha que estremeció los cimientos del universo mismo. Los cielos, que alguna vez brillaron con una luz pura y serena, se vieron envueltos en tormentas de fuego y humo, como si el firmamento llorara por la devastación que se desplegaba debajo.Los ángeles, con sus alas doradas y espadas forjadas en la luz misma de la creación, descendieron desde los reinos más altos con una determinación implacable. Sus cantos de batalla resonaban como truenos, envolviendo a sus enemigos con una fuerza abrumadora. Sin embargo, por cada ángel que caía en combate, un demonio surgía de las profundidades del infierno, alimentado por el odio y la ambición, ansioso por reclamar el dominio sobre todo lo que era sagrado.
Los demonios, con sus cuerpos envueltos en sombras y fuego, desplegaron su caos sobre la creación, corrompiendo todo lo que tocaban. Entre ellos, se destacaban los grandes príncipes del abismo, seres tan antiguos como el tiempo mismo, cuyas formas desafiaban la comprensión mortal.
La batalla se extendió durante eras, ningún bando dispuesto a ceder. Los cielos gimieron bajo el peso de la guerra, mientras las tierras abajo se sacudían con cada choque de espadas, cada rugido de las bestias infernales. Las estrellas mismas parecían parpadear, observando en silencio el destino del cosmos.
El poder divino, emanado directamente de la fuente de toda creación, era una fuerza imposible de igualar. Mientras la batalla continuaba, el infierno, ese nuevo reino de tormento y sufrimiento, comenzaba a tomar forma. Lo que antes fue un lugar de belleza y gracia, destinado a los ángeles caídos, se transformó en un dominio oscuro, corrompido por la traición y el ansia de poder.
Los ángeles que una vez habían sido gloriosos, puros y llenos de bondad, fueron arrastrados por su rebelión. Con cada acto de desafío hacia lo divino, sus formas cambiaron, deformándose en abominaciones que reflejaban la oscuridad que había consumido sus corazones. Sus alas, antes resplandecientes, se ennegrecieron, sus rostros se distorsionaron en mascaradas de dolor y furia, y sus cuerpos, que habían sido una imagen de la perfección, se retorcieron en grotescas criaturas de pesadilla.
El infierno se convirtió en su refugio y su prisión. Aquel reino infernal, alimentado por el odio y la desesperación, ofrecía un poder vasto pero corrupto, un reflejo distorsionado del poder divino que alguna vez poseyeron. Aunque en ese lugar podían reinar, lo hacían a un precio: su humanidad y su esencia fueron despojadas, dejándolos como sombras de lo que alguna vez fueron.
Pero no todo terminó ahí. Hubo una segunda guerra; la guerra de la rebelión fue un cataclismo aún mayor que la primera gran batalla entre el cielo y el infierno. Mientras el equilibrio del cosmos parecía haberse restaurado después de la caída de los ángeles rebeldes, una nueva insurrección surgió, más caótica y devastadora que nunca. Esta vez, no solo los cielos se vieron afectados, sino que toda la creación fue arrastrada a la vorágine de destrucción.
El aire se tornó pesado, cargado con la tensión de lo inevitable. El mundo se estremeció como si intentará sacudirse del mal que lo contaminaba. En cada rincón del universo, desde los más altos cielos hasta los confines del infierno, se sintió la ruptura. Las fuerzas del bien y del mal chocaron nuevamente, pero esta vez las líneas estaban más difusas, pues entre los rebeldes no solo había demonios, sino también criaturas de todas las naturalezas, seres olvidados por el tiempo y espíritus ancestrales que deseaban alterar el orden del mundo.
El fragor de la guerra sacudió los cimientos de la tierra. Los océanos, que alguna vez fueron serenos y vastos, se levantaron en colosales olas que devoraron costas enteras, como si el propio mar se rebelara contra su quietud. Los árboles, tan altos, antiguos y sabios, cayeron uno por uno, sus raíces arrancadas del suelo como si la vida misma estuviera huyendo de la inminente destrucción. Las montañas, firmes guardianes del mundo, se derrumbaron, incapaces de resistir la furia desatada bajo sus cimientos, los volcanes, dormidos por eras, se despertaron con un rugido de odio. El fuego y la lava brotaron de sus entrañas, avanzando como ríos de furia por los valles y ciudades, quemando todo a su paso. La tierra misma parecía quebrarse bajo el peso de la batalla, abriendo grietas por las que los horrores del infierno emergían para reclamar lo que consideraban suyo.
En medio de este caos, las legiones celestiales descendieron una vez más, con sus alas de luz cortando a través de la oscuridad. Pero esta guerra era diferente; las reglas habían cambiado. Los ángeles, aunque poderosos, se enfrentaban a enemigos que no solo provenían del infierno, sino también de los rincones más oscuros del universo, donde fuerzas más antiguas que el tiempo esperaban su oportunidad para destruir todo.
Y en el centro de todo, se alzaba un nuevo líder entre los rebeldes, un ser cuyo poder rivalizaba incluso con las huestes celestiales. Su ira era implacable, su ambición desmedida, y su visión de un mundo nuevo, libre de cualquier control divino o infernal, resonaba entre aquellos que lo seguían. Este líder, cuya identidad era un misterio incluso para los ángeles más antiguos, parecía alimentarse del caos mismo.
Esa guerra fue una tragedia para el universo entero, aquella creación de Dios.
Por órdenes del más grande, el ángel Gabriel, junto con una legión grande de ángeles, se encargaron de crear la Caja del Encierro, más conocida como la Caja del Demonio. Aquella caja dorada tenía un objetivo claro: encerrar a todos esos demonios que ya habían alcanzado una maldad sin igual y sobre todo, encerrar esa una amenaza para la vida. Los demonios después de siglos, fueron cayendo uno por uno, hasta concluir con la misión de la caja.
En la actualidad, la responsabilidad de proteger la caja y asegurar que los demonios permanecieran encerrados recaía en manos de Victoria, quien había osado perderla sin darse cuenta.
Mientras buscaba junto a Thaddeus algo para exterminar demonios, no podía evitar pensar en lo que había hecho. Estaba muy asustada, tanto que sentía que el castigo que se le impondría sería el más justo. Ella no podía dejar de reprocharse su descuido. La caja, aquel artefacto dorado que contenía a las entidades más malvadas, se había desvanecido de su posesión, y el peso de esa responsabilidad perdida la abrumaba. Su mente estaba llena de imágenes de los demonios liberándose, causando estragos en el mundo una vez más. Cada sombra parecía una amenaza, cada sonido un presagio de desastre inminente.
No podía permitir eso.
— Todo se solucionara, Victoria— le dijo Thaddeus con convicción—. No estás sola en esto. Verás cómo todo se solucionará.
—Por Dios, Thaddeus, hay que ser realista es que no tenga solución— habló entre dientes, volteando los ojos—. Aunque tratemos y tratemos, las posibilidades son pocas.
— ¿Te rendiras por eso? No seas cobarde, Victoria Lith. No sabrás si no lo intentas.
— Pero…
La puerta del salón se abrió de golpe, y los primos de Victoria entraron. Sus rostros mostraban enojo, pero también algo de compresión. Sabían que la situación era crítica y que desatar su furia contra Victoria no resolvería nada, pero aunque así, tenían tanto enojo acumulado que con solo verla, sentía tantas ganas de arremeterla contra el suelo.
—¿Cómo pudiste ser tan descuidada? —inquirió Thalion, su voz firme pero sin alzarla. Sus ojos destellaban con una mezcla de decepción y preocupación mientras su cuerpo permanecía tenso, como si intentara contener una oleada de emociones—. ¿Te das cuenta de lo que has causado con tu irresponsabilidad, Victoria? No solo tu vida está en riesgo, sino la de todos los demás.
Victoria bajó la mirada, su corazón latiendo con fuerza. Sentía un nudo en la garganta que le impedía hablar con claridad, y sus manos temblaban ligeramente a su lado. Su rostro, normalmente sereno, ahora mostraba rastros de angustia, mientras sus ojos rojos se llenaban aún mas de lágrimas que no dejaba caer.
—Lo siento —murmuró en un susurro, su voz apenas audible—. No me di cuenta hasta que fue demasiado tarde... nunca pensé que algo así sucedería. Todo pasó tan rápido —añadió, su voz quebrándose al final.
Thalion la miraba, su ceño fruncido, esperando una explicación. La tensión en el aire era palpable, y el silencio que siguió a sus palabras pesaba como una losa sobre los hombros de Victoria.
—¿Cómo fue que la perdiste? —preguntó finalmente, cruzando los brazos sobre el pecho, su mirada fija en ella, buscando respuestas.
Victoria tragó con dificultad y levantó la vista, mordiéndose el labio antes de hablar.
—Estaba en el jardín cuando escuché la explosión... pensé que era cualquier otra cosa, pero... —hizo una pausa, como si temiera continuar—. Azael fue cómplice. Siempre ha sido un traidor, viviendo entre nosotros en Lith, escondiéndose a plena vista.
Thalion entrecerró los ojos, y su expresión se endureció aún más.
—¿Estás diciendo que Azael robó la caja? —su tono se volvió más grave, casi amenazante.
Victoria asintió con la cabeza, su rostro pálido bajo el peso de la revelación.
—Sí, no hay otra explicación —respondió con un hilo de voz—. Él llegó acompañado de una mujer... ella intentó manipularme, tomar control de mí.
Thalion respiró profundamente, su mandíbula tensa mientras intentaba mantener la compostura. La decepción en su rostro era palpable, pero detrás de esa frialdad se notaba el temor que lo carcomía. No solo por el error de Victoria, sino por lo que ese error significaba para todos.
—Esto es peor de lo que imaginé —dijo en un tono contenido, como si cada palabra fuera un peso que arrastraba—. Azael... siempre sospeché de él, pero nunca pensé que llegaría tan lejos.
—¿Victoria, es realmente lo que dices? —le pregunto está vez Eldrin.
— No tendría por qué mentir.
— Bueno, no sería raro que en esta situación culparas a alguien más por tu mísero error.
Victoria lo observó a través del velo de lágrimas que amenazaban con escapar, sintiendo una mezcla de culpa y miedo. Había fallado en su tarea más importante. La responsabilidad de la caja, que llevaba siglos protegida por los Lith, ahora estaba en manos de un traidor, y peor aún, de alguien que conocía los secretos de su familia.
— Yo no estoy mintiendo… si no me creen, pueden irse de aquí. No los necesito. Puedo arreglar mi error completamente sola.
—Tienes que entender, Victoria —continuó Thalion, su mirada fija en la suya—, esto no es un simple error. La caja no es solo un objeto. Contiene más poder del que siquiera puedes imaginar, y ahora si es verdad lo que dices, Azael la tiene. La caja está por terminarse de abrir completamente. El mundo entero está en peligro, no solo el nuestro. Debes entender eso.
—Dinos todo lo que recuerdas de esa mujer —ordenó Draxar, su voz firme pero sin perder el control—. No omitas ningún detalle.
Victoria respiró hondo, tratando de organizar sus pensamientos.
—No pude ver mucho —comenzó, su voz apenas un susurro—. Llevaba una capa negra que cubría casi todo su cuerpo, y su rostro... no lo recuerdo bien. Era como si algo me obligara a no mirarla directamente. Pero había algo en su voz, algo que me hizo dudar de todo por un momento... como si pudiera leer mi mente y manipular cada pensamiento. Azael estaba a su lado, sonriendo, como si hubiera planeado todo desde el principio… Solo sé que su nombre es Morgana.
— ¿Morgana? ¿Acaso ella no era novia de Azael?— miro a dos hermanos quienes estaban igual que él—. Se supone que habían perdido contacto.
— Al parecer no—dijo finalmente, su tono más sombrío que antes—. Vamos a por la caja. Pero hasta entonces, Victoria, no puedes permitirte otro error.
Victoria bajó la cabeza, apretando los puños para contener el torrente de emociones que amenazaba con desbordarse. Sabía que su primo tenía razón. Había fallado, y ahora el destino del mundo colgaba de un hilo por su error. No creo que el Consejo de los Elegidos tarde mucho en llegar aquí asi que hay que movernos.
— Ehh…
La tensión en la sala se hizo palpable cuando Thaddeus hizo su presencia conocida, interrumpiendo la conversación que hasta ese momento había sido dominada por los primos.
—¿El consejo de los Elegidos? —repitió Thaddeus, con los ojos brillantes de curiosidad—. ¿Qué es eso?
Draxar frunció el ceño, volviéndose hacia él con una mezcla de incredulidad y enfado.
—¿Quién eres tú? —espetó—. ¿Y cuánto tiempo llevas aquí, escuchando cosas que no te conciernen?
Antes de que Thaddeus pudiera responder, Victoria dio un paso adelante, interponiéndose entre ellos con un aire protector.
—Él es Thaddeus —dijo, su tono sereno pero firme—. Vendrá con nosotros.
Draxar soltó una risa seca, sacudiendo la cabeza como si no pudiera creer lo que escuchaba.
—¿Y por qué tendría que venir con nosotros? —preguntó, sin molestarse en disimular su disgusto—. ¿Acaso crees que un simple mortal puede hacer alguna diferencia en esto?
Victoria lo miró directamente a los ojos, con una confianza que no permitía discusión.
—Se ofreció a ayudarnos —respondió, cortante—. Y su ayuda será invaluable.
Draxar resopló, cruzando los brazos con escepticismo.
—¿Un simple mortal? ¿De verdad crees que alguien como él podrá enfrentar lo que se avecina? Esto no es un juego, Victoria. No estamos cazando fantasmas o resolviendo acertijos. Nos enfrentamos a fuerzas que podrían destruirnos a todos.
Antes de que Victoria pudiera contestar, Thaddeus dio un paso adelante, su expresión decidida.
—Claro que puedo ayudar —dijo, con voz firme—. He enfrentado peligros que ningún mortal debería conocer, y aún estoy aquí.
El salón quedó en silencio por un momento. Las palabras de Thaddeus resonaron en el aire, cargadas de una verdad que, aunque no podía ser vista, era difícil de ignorar. Draxar lo miró fijamente, evaluándolo, como si buscara alguna señal de debilidad.
—Deja de hacer preguntas, Draxar —ordenó finalmente Victoria—. Él viene con nosotros, y no hay nada más que discutir.
Draxar apretó los dientes, pero finalmente cedió, asintiendo con desgana.
—Como quieras —murmuró—. Pero si algo sale mal, no digas que no te lo advertí.
Victoria habló con calma, dirigiendo su mirada hacia Thaddeus mientras explicaba lo que Draxar, y probablemente muchos otros, preferirían mantener en secreto.
—Thaddeus, el Consejo de los Elegidos es una orden suprema —comenzó—. Existe desde hace milenios, y su propósito es uno solo: controlar y contener los peligros más oscuros del mundo. No es una simple organización, es la razón por la cual el mundo no ha sido consumido por las fuerzas del mal en más de una ocasión.
Thaddeus escuchaba con atención, notando cómo cada palabra parecía cargada de una historia profunda y antigua. Sentía que la información que estaba recibiendo lo acercaba más al misterio que lo había envuelto desde el principio.
—En el caso de mi familia, los Lith —continuó Victoria, su voz un poco más baja pero firme—, cada miembro es responsable de custodiar un artefacto, un objeto que está directamente relacionado con fuerzas malvadas que, si son liberadas, podrían poner en peligro el equilibrio del mundo. Mi artefacto era la caja que Azael ha robado. Mi familia ha protegido esa caja durante generaciones, y ahora… ahora está en manos de un traidor.
Thaddeus sintió un escalofrío recorrerle la espalda al entender la magnitud de lo que estaba en juego.
—Es por eso que debemos recuperarla —añadió Victoria, con determinación—. Y el Consejo de los Elegidos también está involucrado. Ellos se asegurarán de que cualquier amenaza sea contenida, pero no pueden hacerlo solos…
Eldrin, quien había estado escuchando en silencio, finalmente intervino, su voz grave resonando en la sala.
—Lo que Victoria dice es verdad —dijo con seriedad—. El Consejo no es un mito. Es nuestra última línea de defensa contra el caos. Pero ahora, con Azael traicionándonos, todo está en peligro… simplemente tomen lo que consideren necesario para estar a salvo y vámonos.
Cuando Thaddeus y Victoria tomaron las armas de la sala de Demonología, sus manos temblaban levemente por la tensión del momento. El frío metal de las espadas pesaba con una extraña familiaridad, y ambos se miraron en silencio, sabiendo lo que les esperaba. Justo entonces, Draxar, con un movimiento preciso de sus manos, invocó un círculo de fuego alrededor de ellos. Las llamas surgieron con un rugido, altas y feroces, envolviéndolos en una pared ardiente. Durante un segundo, el calor fue insoportable, pero antes de que pudieran reaccionar, todo se desvaneció.
En un parpadeo, las llamas desaparecieron, y se encontraron en el corazón de un espeso bosque. El aire era denso, cargado de un silencio inquietante. A lo lejos, la gran torre de demonios se elevaba hacia el cielo, oscureciéndolo con un tono rojo amenazante, como si el mismo horizonte estuviera sangrando. La estructura parecía desafiar las leyes de la naturaleza, proyectando sombras que se retorcían sobre el terreno como si estuvieran vivas. Por un momento, todos se quedaron inmóviles, observando la torre con una mezcla de temor y asombro.
El viento soplaba suavemente entre los árboles, pero ninguno de ellos se movió hasta que Draxar dio el primer paso.
—Vamos —murmuró, sin apartar la vista de la torre.
Victoria mantenía su mirada fija en la torre, aunque el velo que cubría su rostro le dificultaba ver con claridad.
Mientras avanzaban, un sonido peculiar comenzó a resonar entre los árboles: una risilla inquietante que se ocultaba entre los arbustos. Victoria se detuvo de repente, obligando a sus acompañantes a hacer lo mismo. Dirigió su mirada hacia el lugar de donde provenía el sonido, y de los arbustos salió una joven de una belleza impresionante. Estaba desnuda, y su larga melena negra rozaba el suelo. Sin previo aviso, la joven, que en realidad era un demonio, se abalanzó sobre Victoria, haciéndola caer al suelo. La velocidad y la fuerza del ataque tomaron a todos por sorpresa. Victoria, con el corazón acelerado, luchó por zafarse mientras el demonio intentaba inmovilizarla.
—¡Victoria! —gritó Thalion, sacando su espada y corriendo hacia ella.
El demonio soltó una risa burlona, mostrando sus colmillos afilados.
Con un movimiento rápido, lanzó a Victoria hacia un lado y se puso de pie, enfrentando a los demás. Desde los alrededores comenzaron a emerger más demonios, todos igualmente desnudos que ella. Aquellos cuerpos que ellos tenían no les pertenecían; eran cuerpos mortales que habían robado. Eran muchos, diez en total contando a la fémina.
Draxar, era un luchador experimentado y que sabía cómo controlar demonios y cómo acabar con ellos, pero no estaba seguro de poder enfrentarse a tantos a la vez. Thalion, por otra parte, tenía la espada de su padre, un legado que le había dejado antes de partir a Rusia. Esta espada era poderosa, pero aún requería habilidad para manejarla con destreza. Eldrin conocía muchas técnicas preventivas, pero dudaba de su eficacia contra tantos demonios al mismo tiempo.
A todos ellos aún les faltaba mucho aprendizaje para volverse cazadores de demonios verdaderamente hábiles. Sin embargo, no desconfiaban de sus propias habilidades; lo que les preocupaba eran las habilidades de los más jóvenes, Victoria y Thaddeus.
Victoria se levantó con dificultad, sus piernas temblando mientras trataba de mantenerse erguida. Su mirada, llena de determinación, se clavaba en los demonios que los rodeaban. A través del velo negro que ocultaba parcialmente su rostro, sus ojos brillaban con una mezcla de miedo y resolución. Thaddeus se adelantó rápidamente, colocándose frente a ella con una postura protectora. La confusión se apoderó de Victoria al ver este gesto inesperado. ¿Por qué alguien que apenas la conocía se ponía en peligro por ella? Thaddeus se mantenía firme, su cuerpo tenso y listo para el combate, aunque no supiera combatir como se debía.
El aire estaba cargado de tensión. Los demonios, con sonrisas crueles y ojos llenos de malicia, se acercaban lentamente, disfrutando del miedo que generaban. Victoria miraba a Thaddeus, intentando comprender su motivación. A pesar de la desconfianza inicial, una chispa de gratitud comenzó a brotar en su corazón.
—Estamos rodeados —murmuró Eldrin, su voz tensa.
—Lo sé —respondió Draxar, sus ojos recorriendo a los demonios, buscando el momento adecuado para atacar—. Pero no podemos dejar que nos detengan. Necesitamos arreglar el desastre que hizo Victoria.
Los demonios avanzaban lentamente, sus sonrisas crueles y sus ojos resplandecían con una oscura intención. La tensión en el aire era palpable, estirando cada segundo hasta hacerlo interminable antes de la inevitable confrontación.
Draxar fue atacado simultáneamente por dos demonios que lo sujetaron por ambos brazos, tirando de él en direcciones opuestas con la intención de desgarrarlo en dos. Sin embargo, Draxar, con un movimiento ágil y desesperado, logró liberarse, aunque no sin dificultad. La batalla continuaba su curso frenético.
Thalion, por su parte, fue atrapado por una demoníaca figura femenina que desplegó sus dotes de seducción de manera inquietante. Thalion quedó atrapado en su trampa, incapaz de resistirse a su hechizo seductor. Eldrin se vio rodeado por cinco demonios, pero tenía un secreto: la capacidad de controlar el fuego a su voluntad. Cuando uno de los demonios lo agarró del brazo, las llamas surgieron de su piel, envolviendo a su agresor en una ardiente conflagración.
Mientras tanto, la pareja inexperta fue emboscada por los demonios restantes, su situación se volvió desesperada. Victoria se interpuso valientemente frente a Thaddeus. Cómo descendiente de vampiro de sangre roja, poseía poderes excepcionales, aunque aún no los dominaba completamente. Sabía que este era el momento de desatar su verdadero potencial. Sus ojos se tornaron de un rojo brillante, reflejando el poder que estaba a punto de liberar.
Con determinación, tomó la lanza de Thaddeus, que se transformó en un espejo ensangrentado bajo su toque. La flecha de la lanza, lanzada con una precisión mortal, atravesó el corazón de uno de los demonios. El impacto hizo que el demonio comenzara a convertirse en piedra, desintegrándose en la caída como arena arrastrada por el viento.
De repente, Victoria se encontró sola, enfrentando a dos demonios restantes. Miró a su alrededor, confundida por el caos que acababa de ocurrir. Sus primos estaban ocupados intentando deshacerse de sus propios adversarios, y ahora se encontraban a una distancia considerable. Thaddeus, por su parte, había sido capturado por uno de los demonios, que lo arrastraba por el suelo, causándole dolor y dificultando su intento de liberarse. Victoria se encontraba en una encrucijada, enfrentando un peligro aún mayor con cada instante que pasaba.
Después de un breve momento de vacilación, Victoria se recompuso y avanzó con firmeza hacia los demonios que se erguían ante ella. Su rostro reflejaba una determinación inquebrantable, y sus ojos brillaban con una intensidad poderosa. Apretó con fuerza el arco en sus manos, preparándose para el enfrentamiento. El demonio frente a ella asumió su forma más aterradora, una grotesca manifestación de su malevolencia. Sin embargo, esto no amedrentó a la vampiresa. Se acercó con paso resuelto, lista para lanzar una flecha.
Pero antes de que pudiera disparar, el demonio, con un solo golpe devastador, destruyó su arco. El crujido de la madera rota resonó en el aire, y el arco, su fiel compañero, se desintegró en pedazos. A pesar de esta pérdida, Victoria permaneció firme, su mirada fija en el demonio con un brillo de resolución que desafiaba cualquier adversidad.