La bestia y la princesa

No podía creerlo cuando lo vió, no sabía cómo estaba vivo, tenía visibles múltiples marcas en el cuerpo, todas infectados, el olor a carroña era inconfundible, ella cayó de rodillas a su lado y le acarició con cuidado la mejilla donde tenía un gran corte.

- Qué haces solo aquí? - dijo exteriorizando una gran pena- Cómo pudiste permitir que algo así te ocurriera?

- Está todo bien, no te preocupes, - dijo Sadek haciendo un gran esfuerzo por minimizar la situación- Escúchame tienes que irte no puede haber nadie cerca de mi hoy es muy peligroso.

- No voy a dejarte solo

- Qué ocurre? preguntó Zonia- Sadek pareces una piltrafa que asco ese hedor.

- Zonia busca la cocina, prepara algún alimento ligero, prepara la infusión de apaxote, trae el láudano y un balde y una esponja para bañarlo.

- Escúchame niña linda- dijo interrumpiendolas y tomando la cara de Adelaida entre sus manos para llamar su atención- tienen que irse, me convierto en la más despreciable de las bestias, un animal sediento de sangre que no entiende razones no se lo que ocurre y no puedo controlarme, cuándo cambie estaré bien. Pero si algo les pasa, si te lastimo un solo cabello Adelaida, nunca me lo voy a perdonar. No es que me interese mi vida o mi paz de espíritu, pero sí que me interesa tu vida y mucho. Ahora por favor váyanse.

- No- dijo Adelaida- no pienso dejarte debe haber un lugar donde encerrarme.

- No nos iremos- dijo Zonia resuelta - faltan muchas horas para la noche, hemos venido con guardias y Ezila está cerca. Nos iremos antes de que salga la luna.

- Por favor, no insistan, Francis vendrá en la tarde con comida y agua.- dijo el príncipe- estaré bien.

- Has lo que te dije Zonia- dijo autoritaria Adelaida mientras se recogía el cabello con una banda de cuero y se quitaba la capa - Ahora te desvestiré, quiero ver la verdad de esta golpiza.

- No por favor no hagas eso - dijo Sadek avergonzado mientras Zonia desaparecía tras una puerta buscando la cocina- déjame ponerme en pie hay unas termas bajo el palacio ahí estaré más cómodo.

- No puedes tenerte en pie

- Si que puedo, siempre puedo - dijo el, mientras hacía un esfuerzo inimaginable y apretaba los dientes, los huesos le crujían y el hedor era insoportable, Adelaida miró más allá y vio un recipiente de vidrio similar a aquel que Néstor le entrego con el láudano, mientras, el príncipe daba pasos temblorosos, Adelaida se volvió a tiempo para socorrerlo pues trastabilló, se coló bajo su brazo para servirle de bastón- no es necesario, soy consciente de mi exquisito aroma, este hedor a muerte no me lo va a quitar nada.

Bajaron una escalera de caracol bastante estrecha, Sadek la miraba de soslayo, pero ella no daba muestras de agotamiento, qué mujer tan bella y fuerte era, no la merecía, lo había comprendido hacía tiempo nunca sería digno de ella, era la mujer más culta que conocía, aseada siempre, tenía esa candidez de la niñez aún con ella. No, no podía unirla a él y destrozar su futuro, no tenía ese derecho, él era una bestia y ella una princesa.

- Hemos llegado- dijo el príncipe saliendo de sus pensamientos.

Se encontraban en una caverna de paredes lisas de color blanco donde se apreciaban tres grandes piscinas de aguas termales el vapor inundaba el aire, el ambiente era cálido y muy relajante en otras circunstancias ese lugar habría sido maravilloso.

- Déjame y te ayudo- dijo Adelaida intentando abrir la chaqueta

- Puedo solo, date vuelta.

- Porque no quieres que te ayude - preguntó Adelaida - porque te cuesta tanto aceptar mi afecto? no te ofrezco más que mi amistad, mi ayuda, mi cariño.

- No quiero nada de eso guárdalo para alguien que si lo necesite, ahora vete.

Y diciendo esto se metió en el agua donde se dejó caer hasta el fondo mientras sentía los pasos de Adelaida alejarse de el de pronto, sintió alguien que lo tomaba del brazo y lo atraía hacia la superficie.

- Escúchame bien pedazo de imbécil, yo te quiero muchísimo, y nunca voy a rendirme contigo, jamás permitiré que caigas solo al abismo, si saltas, saltaré detrás de ti, si te prendes fuego arderé contigo quedó claro idiota- Adelaida le dijo estas palabras con una fuerza que no le conocía, mirándolo directamente a los ojos- ahora te hablaré y te voy a curar con magia luego te administraré los calmantes y me iré a buscar un lugar donde pasar la noche porque no sueñes qué te vas a quedar solo.

- Sabes que me debes respeto verdad?

- El respeto se gana - dijo ella seria mientras tomaba una esponja y comenzaba a frotar con suavidad las heridas del príncipe - Cuánto láudano has bebido?

- No lo sé hace casi un mes que estoy así, me he bebido todo el de mi reserva, se me terminó ayer, es una suerte que trajesen más.

- No vas a necesitarlo, pienso curarte aquí y ahora- sin más preámbulos soltó la esponja y colocó sus manos en el tórax del príncipe, este se estremeció como si se quemará. Adelaida se acercó aún más, quedando ambos muy juntos y comenzó a susurrar palabras en una lengua muerta, mientras sus manos irradiaban una luz antinatural y una calidez se extendió por el cuerpo del joven hasta llegar a su corazón y derramarse por completo, escuchó un susurro junto a su oído- no me iré, nunca te dejare, nada que pueda venir de ti me duele, eres mi adoración, mi cariño más grande - entonces extenuada y sin fuerzas se dejó caer en sus brazos.

- Yo tampoco podré dejarte jamás, soy un maldito perro egoísta, pero no puedo renunciar a ti, te amo demasiado- la tomó en brazos y salió de la piscina, con ella profundamente dormida en sus brazos, completamente desnudo, la depositó sobre un banco y se cubrió con una toalla.

La contempló durante mucho tiempo, anonadado, que hermosa era, que dispuesto tenía el corazón para dar amor, era fuerte valiente, él había estado al pendiente de ella todo ese tiempo, cuando no era luna llena se transformaba en pleno día y corría hasta Ezila solo para verla de lejos en sus paseos por el bosque, esas eran sus horas más felices. Pero según ella se había ido convirtiendo en esa hermosa flor, el príncipe había ido convenciendose más y más de que no la merecía. Ahora ese amor le atenazaba las entrañas y el miedo a perderla, a dañarla, a que la bestia le ganara la batalla lo paralizaba por completo.

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