El Rey Evan se había dirigido a la biblioteca, un santuario de conocimiento y quietud en medio del bullicio palaciego. Al ingresar, encontró al Marqués Esteban enfrascado en una tarea que no le correspondía: subido en una escalera de caoba, acomodando los pesados tomos de historia en sus estantes. La escena hizo sonreír al Rey, un gesto que rara vez permitía en público.
"Baja de ahí, Esteban," le dijo con un tono que mezclaba autoridad y camaradería. "Para eso están los sirvientes, no te pago para que juegues con libros."
El marqués, con la dignidad que lo caracterizaba, descendió con cuidado. "Su Majestad, no juego con los libros. Aquí reside la historia y la memoria de nuestro reino, la savia que nutre nuestras decisiones. Los acomodo para que no se pierda ni un ápice de nuestra herencia."
"Lo que sea, Marqués," respondió el Rey, cortando la conversación con un gesto impaciente. "Envía esta carta al Ducado de Lennox de inmediato y comienza a organizar el salón de ceremonias para una boda. No quiero que pierda el impulso y se arrepienta."
El marqués, intrigado por el repentino anuncio, se atrevió a preguntar: "¿Quién se casará, Su Majestad?"
"El Duque Erik de Cork," respondió el Rey con una carcajada que resonó en la biblioteca. "Como puedes ver, jajajajajaja, a su Ducado del Sol le entregaré una Luna. Así que muévete, quiero a la familia del Duque de Lennox aquí sin demora, si es preciso, hoy mismo. No vaya a ser que ese sinvergüenza se arrepienta."
"Así que Su Majestad se ha salido con la suya," murmuró el marqués, una media sonrisa asomándose en sus labios.
El Rey le entregó la carta, sellada con su distintivo real. El Marqués Esteban, con la prontitud de un fiel siervo, salió de inmediato para entregar el sobre personalmente.
Mientras tanto, en el jardín, el Príncipe Miler había terminado de desahogar su alma con su madre. La realidad, cruda y dolorosa, lo golpeó de nuevo. Se levantó, se inclinó ante la Reina y agradeció su comprensión, pidiendo que todo lo que había sucedido quedara en el olvido. La Reina asintió con ternura, su rostro lleno de compasión.
"Ve a buscar al duque y cumple con la solicitud de tu padre, hijo mío," le dijo. "No sea que Erik decida marcharse antes de tiempo."
"Sí, madre, eso haré," respondió el príncipe, retirándose del jardín con un aire de pesadez que su madre notó al instante.
El príncipe Miler caminaba por el gran salón a toda prisa, su mente aún envuelta en la conmoción. De pronto, escuchó una voz aguda que lo llamaba. Su hermana, la Princesa Anna, bajaba las escaleras, sosteniendo su vestido para evitar tropezar y caer. Sus damas de compañía la seguían, preocupadas, rogándole que no corriera. Pero la princesa hizo caso omiso a sus ruegos y llamó de nuevo a su hermano: "¡Príncipe Miler!"
Miler se detuvo, su mirada se fijó en las escaleras. Se acercó y extendió su mano para recibir a la princesa, no sin antes reprenderla. "Anna, es indecoroso que te levantes el vestido y corras por las escaleras. Por favor, compórtate como una princesa."
La princesa Anna sabía que sus acciones no eran las correctas, pero era imperativo atrapar a su hermano antes de que saliera del palacio. "Siento mucho tal falta de respeto de mi parte, pero, hermano, los sirvientes me han notificado que el Duque de Cork está en el palacio... Hace muchos meses que no nos visita, ¿dónde está?"
"Se ha ido, nuevamente," respondió Miler, la tristeza aún en su voz. "Solo asistió por mandato del Rey."
"¿Y qué le ha solicitado padre para que hiciera acto de presencia?" preguntó la princesa con curiosidad. "¿Acaso hay guerra de nuevo?"
"Casarse," respondió Miler con un tono sombrío.
Una luz se encendió en los ojos de la princesa. "¡Padre ha hecho eso! ¡Así que ha accedido a mi pedido!" Se sintió inmensamente feliz. Había solicitado a su padre muchas veces que deseaba casarse con el Duque Erik, pero siempre la negaba o la ignoraba. Al parecer, la persistencia había dado frutos. Con la alegría embriagándola, soltó rápidamente la mano de su hermano para dirigirse en busca de sus padres.
El príncipe Miler la detuvo. "Anna, no se casará contigo... sino con la hija del Duque de Lennox. Siento darte esta noticia, pero es mejor que lo sepas ahora y no te ilusiones más." El príncipe besó su frente con ternura y se retiró del palacio, dejando a su hermana en estado de shock.
La princesa Anna quedó devastada por la noticia. ¿Cómo su padre, sabiendo lo que ella sentía, había dado al duque en matrimonio a otra mujer? Sintió que las fuerzas la abandonaban. Sus damas de compañía, al verla tan pálida, la llevaron a su recámara, donde casi se desmaya.
El Marqués Esteban no tardó en llegar al Ducado de Lennox. La mansión se encontraba en el corazón de la zona principal del Reino de Deira. Al ver el distintivo real en el carruaje, los siervos abrieron automáticamente los grandes portones. Los caballos se detuvieron en la entrada de la mansión, donde el Duque, la Duquesa y sus tres hijas esperaban para recibirlo.
El Duque Fiore de Lennox, un hombre de porte distinguido, se acercó al Marqués Esteban. "Es un placer ver al Marqués Esteban en nuestra mansión," le dijo con una reverencia. "¿A qué debemos su visita?"
"Viejo amigo Fiore," respondió el marqués, un destello de camaradería en sus ojos. "Vengo en nombre del Rey Evan." Sacó la carta que tenía el sello real y se la entregó.
El Duque Fiore había esperado este momento con ansias durante años. Sabía que la visita del marqués, un hombre tan cercano a la realeza, solo podía significar una cosa. Inclinó su cabeza junto con su familia y dijo: "Danos un momento para preparar a mi familia e hijas. No demoraremos."
El marqués asintió, manifestando que saldría un momento al mercado cercano. "Eso les dará tiempo para hablar y organizarse," les dijo.
La familia Lennox ingresó a la mansión. Sentados en la gran sala, esperaban ansiosos que el sobre fuera abierto. El duque retiró el sello real con cuidado y sacó la carta. Solo decía unas pocas palabras, pero su peso era inmenso: "Ha llegado el momento de devolver el favor."
Su esposa, la Duquesa, se encontraba intranquila. "¿Por qué debemos hacer acto de presencia en el palacio?" preguntó, su voz llena de nerviosismo.
El duque tomó la noticia con calma. Sabía lo que el corazón del Rey deseaba. Había estado esperando el momento en que el Rey se pronunciara. "No olvides que hemos hecho una promesa al Rey," le dijo a su esposa. "Él ha cumplido su parte del trato, y ahora espera que nosotros respondamos a su llamado. Hijas, prepárense rápidamente. Acudiremos como familia al llamado del Rey."
La señora Lennox desvió su mirada hacia su hija Isabella. Una suposición, nacida de la esperanza, floreció en su mente. ¿Acaso el Rey, quien la había educado con tanta devoción, la desposaría con el Príncipe Heredero? Su rostro reflejaba la felicidad de su suposición; no podía encontrar otra razón. Desde el momento en que el Rey vio a Isabella de niña, su favor la había llenado de gracia. Ahora, Isabella era respetada por la sociedad y envidiada por muchas mujeres al ser una mujer de vasto conocimiento. Así que, con premura, instó a sus hijas a vestirse rápidamente, y a Isabella la ayudó personalmente, junto con una sirvienta, a vestirse hermosamente, con ropajes dignos de una futura princesa.
El Marqués, quien había vuelto en el momento oportuno, abrió las puertas del carruaje real. La familia Lennox subió, su destino sellado, dirigiéndose al palacio, sin saber que el favor que debían al Rey no era solo el de presentar a la futura reina, sino de entregar a su hija a un destino ya escrito.
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Comments
Emiliana Mancilla
hipótesis; pienso que por eso lo hace porque su hija kiere a Erick
2025-03-07
1
Alma Esparza
Ufffff pobre de la madre, haciendo suposiciones antes de tiempo/Toasted/
2024-10-16
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sotlas
bueno la verdad es que estos príncipes se enamoran solos. Si a Erick no le gusto Anna en todos estos años pues no iba a suceder. y a Miller la peladita ni fu. ni fa ..así que se enamoran solos
2024-09-02
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