El marqués Esteban, con el porte de un heraldo, condujo a la familia Lennox a las puertas del gran salón del trono. Dio aviso a los guardias, quienes, con la solemnidad de un ritual ancestral, abrieron las puertas de par en par. La familia Lennox ingresó, y al ver a los Reyes de Deira, se inclinaron en una reverencia profunda, un acto de respeto y sumisión.
El Duque Fiore, con la voz firme de un hombre que honra su palabra, exclamó: "Larga vida al Rey del Imperio de Deira. Como habéis solicitado, hemos atendido a vuestro llamado, dispuestos a cumplir la promesa hecha en este mismo lugar hace quince años."
El Rey Evan, con un gesto de la mano, les dio la señal para que se incorporaran. "Viejo amigo," le dijo a Fiore, un brillo de aprecio en sus ojos. "Honor a tu apellido por recordar tu promesa, un valor que escasea en estos días."
"Mi Rey," respondió el duque Lennox, su voz teñida de sinceridad. "He esperado estos últimos años con ansias vuestro llamado. Sabía que la ocasión llegaría."
"¿Así que conocéis la razón de mi pedido?" expresó el Rey, un atisbo de curiosidad en su voz.
"Mi Rey, en un principio desconocí vuestro corazón, pero no tardé mucho en comprender vuestro propósito," respondió el duque Fiore, con una astucia que el Rey valoraba. "Así que, con amor y dedicación, mi hija ha aprendido todo lo necesario para estar a la altura de vuestros requisitos y del Ducado del Sol."
El Rey Evan se sintió complacido por las palabras de Fiore. El duque no solo había comprendido sus intenciones, sino que las había aceptado con una nobleza que le honraba. "Sois un hombre astuto que conoce el corazón de su Rey," le dijo. "Que se os conceda larga vida, Duque Fiore de Lennox."
La duquesa Greta de Lennox no podía creer lo que sus oídos escuchaban. ¿Acaso su hija había sido criada con tanta dedicación, con el favor de la realeza y de su propio esposo, solo para convertirse en la esposa del Duque de Cork? La ira ardía en su corazón, pero la contuvo. Un desatino de su parte ante los Reyes podría ocasionar la ruina de su familia, y eso era un riesgo que no estaba dispuesta a correr. Se sentía traicionada, un sentimiento que se mezclaba con la incredulidad de que su propio esposo se lo hubiera ocultado.
El Rey Evan no pasó por alto la reacción de Isabella. La joven no se inmutó ante las palabras de su padre, permaneciendo tranquila y serena, un cuadro de compostura. Pero el Rey no podía decir lo mismo de la duquesa Greta, quien había recibido la noticia como un relámpago que le partía el corazón.
El Rey se dirigió a la familia Lennox: "Podéis dirigiros a la sala de visitas, pero señorita Isabella, deseo tener una conversación a solas con vos."
"Claro, Su Majestad," respondió Isabella dulcemente, su voz un murmullo de aceptación.
La Reina Vera salió junto con los invitados a la sala de té, mientras el Rey Evan se dirigía al jardín con Isabella. Caminaron en silencio, sus pasos resonando en la grava, en medio de las rosas en flor. El Rey rompió el silencio con una pregunta directa: "¿Decidme, qué pensáis de mi decisión?"
"Su Majestad," respondió Isabella, su voz suave como la brisa. "Vuestras decisiones son sabias y solo han traído bienestar al Ducado de Lennox. Si es vuestro deseo, no tengo objeción."
"Ahora, decidme, ¿qué habéis escuchado del Duque Erik?" preguntó el Rey, su mirada fija en el perfil de la joven.
Isabella respondió con detalle y sin titubear: "He escuchado, Majestad, que tiene vuestro favor, que es vuestra mano derecha, que sois permisivo con él y... que es un hombre de corazón frío y de mal humor.
Solo confía en su espada... además, que daría su vida por el Rey, a quien considera como su padre."
El Rey Evan no desconocía la mayoría de las cosas que Isabella mencionaba, pero la última parte lo tomó por sorpresa. "¿De dónde habéis escuchado esto último?" preguntó, su voz llena de asombro.
"De su propia boca, mi Rey," contestó Isabella.
El Rey Evan pensaba que Isabella no había tenido oportunidad de conocer a Erik, pero al parecer no había sido así. Isabella, comprendiendo la confusión del Rey, se explicó: "No le he conocido ni entablado conversación con el duque. Solo estuve atrapada en la biblioteca en medio de una conversación corta entre el duque y la princesa hace ya un largo tiempo."
El Rey, al escuchar las palabras de Isabella, comprendió la picardía de Erik. El sinvergüenza había usado la excusa de un profundo afecto por él para quitarse de encima a la princesa, y había logrado su cometido con éxito. Isabella, sin embargo, era demasiado inocente para comprender las sutilezas de ese juego.
El Rey sabía que no sería un matrimonio fácil, y que el éxito o el fracaso dependía enteramente de ellos dos. "Hija," le dijo, su tono de voz cambiando a uno más paternal. "No será un matrimonio fácil para vos. He buscado todos estos años prepararla a la altura de Cork, para que podáis ser una esposa idónea. Erik no nació de la nobleza, pero para mí es otro hijo a quien valoro y aprecio desde la primera vez que lo vi. Se ha ganado el título y la riqueza que posee por su misma astucia e inteligencia. Y para él, solo puede existir una compañera de vida que esté a su altura. Ya que no os verá como una mujer, sino como alguien que le proveerá beneficios a su vida. Lo demás, queda en vuestras manos... así que no os obligaré a ser su esposa si no deseáis la vida que llevaréis de ahora en adelante. Es vuestra decisión y la respetaré."
Isabella escuchó atentamente cada palabra del Rey. Aunque su Majestad y su padre nunca le habían manifestado sus intenciones de forma explícita, no se sentía molesta. Habían dedicado tiempo y esfuerzo en educarla, y sentía en su corazón el deseo de devolver ese favor. Cumplir la promesa era un honor. Se inclinó, su voz un eco de la nobleza de su espíritu. "Larga vida al Rey de Deira," dijo. "Como hija del Duque de Lennox, acepto el matrimonio arreglado por el honor de la Familia Real y la Familia Lennox."
El Rey, conmovido por su respuesta, inclinó un poco su cabeza, aceptando su elogio. Le dio un beso en la frente, un gesto de gratitud, y se dirigieron a la sala de té, donde todos los esperaban.
Al llegar, la duquesa Greta se levantó para recibirla y la sentó a su lado, sus ojos clavados en su hija, buscando alguna señal de desaprobación. La Reina Vera comprendía que la duquesa no había tomado bien el casamiento de su hija con el duque y que añoraba que su hija fuera la princesa heredera. En cambio, las hermanas de Isabella solo estaban a la expectativa, con la curiosidad reflejada en sus rostros.
Isabella, para calmar a su madre y a sus ansiosas hermanas, habló con una claridad que capturó la atención de todos. "Aunque ha sido una promesa entre familias," comenzó, "el Rey me ha concedido la voluntad de rechazar el matrimonio con el Duque de Cork si es mi deseo..." Se hizo un silencio tenso en la sala, un silencio que pesaba sobre todos los presentes. "He decidido aceptar el compromiso y dar honor a las familias. Esa es mi decisión."
Los Reyes y su padre se llenaron de alegría por la decisión de Isabella. Sus hermanas no comprendían el curso de la situación, pero la Duquesa Greta estaba devastada. No podía creer que su hija, habiendo tenido la oportunidad de rechazar al duque, hubiera preferido seguir los planes del Rey.
En medio de la celebración, el duque Fiore preguntó cuándo sería la boda. En ese momento, las puertas de la sala se abrieron de par en par, y el Príncipe Miler y el Duque Erik de Cork ingresaron, desconociendo que la familia Lennox se encontraba allí. Al verlos, se levantaron y saludaron cortésmente.
El príncipe se disculpó por su atrevida entrada sin previo aviso. Erik, por su parte, no le dio importancia a los protocolos. El Rey, irritado por la interrupción, preguntó: "¿A qué se debe esta intromisión?"
"Padre, he acordado con el Duque Erik desplazarnos a la frontera dentro de ocho días," respondió el príncipe Miler. "Necesitamos la autorización del Rey para el viaje y los suministros necesarios."
"¿Y cuánto tiempo permanecerán?" preguntó el Rey, su voz denotando impaciencia.
El Duque Erik, cansado de tantas preguntas que consideraba sin sentido, rompió el silencio con una irreverencia que solo él se podía permitir. "Su Majestad, ¿acaso le ha importado alguna vez cuánto tiempo hemos de permanecer en un lugar?"
El Rey sabía que Erik era demasiado impaciente y que no estaba dando una buena imagen ante sus futuros suegros. "Pues ahora sí," respondió con un tono autoritario. "Así que responde, ¿cuánto tiempo será?"
"Será por un periodo de dos a cuatro meses, mi Rey," respondió el príncipe.
El Rey se levantó de su silla. "Se ha decidido la fecha de la boda," manifestó a todos los presentes. El príncipe y Erik no entendían a qué se refería. Pero el príncipe, al ver a la familia Lennox y a Isabella, comprendió de inmediato. Junto con los demás, pensaron que la boda sería después del viaje, hasta que el Rey habló de nuevo: "La boda será dentro de seis días. No puedo esperar tanto. Debemos darle un motivo para volver pronto."
Todos quedaron asombrados por la rapidez del anuncio. Seis días no daban tiempo para nada. Erik, quien escuchaba los murmullos, se fastidió por el alboroto y por no saber a qué se referían. Sin embargo, una premonición oscura se cernía sobre él. Con voz imperativa, rompió el silencio: "¿De qué diablos estáis hablando, Su Majestad?"
Todos se quedaron en total silencio ante su pregunta, una clara señal de que el Duque de Cork desconocía por completo lo que se estaba orquestando a sus espaldas.
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Comments
Guadalupe Flores
me gustaría ver la cara del Duque cuando le informen 😂
2024-07-21
6
Candy Cira 🥂💃🌹❤️🙃
la desesperación del Rey es fascinante 🤣🤣🤣🤣
2023-11-17
6
Lenita
Hay que apuro para casar al duque, pobrecito
2023-10-31
1