Mi Omega Mafioso, Tu Aroma Me Lastima

Los días transcurrían con una lentitud punzante y una velocidad que se le hacía insoportable a Misha. Su cuerpo mejoraba, sí, pero cada paso, cada respiración profunda le recordaban que había estado muy cerca de morir. Adara intentaba explicarle con paciencia clínica que lo suyo no había sido un simple golpe y que su organismo había sido llevado al límite, las heridas internas, la pérdida de sangre, la infección… todo eso había dejado secuelas que prácticamente hacían que fuera un milagro que estuviera vivo.

—Señor —dijo Adara, con la voz medida que usaba con pacientes graves—. Entienda que su recuperación es un proceso. Con los recursos y cuidados adecuados, estimaría un plazo mínimo de seis meses para recuperar plenamente su fuerza y movilidad.

Misha la miró desde la penumbra de la habitación sentía punzadas al respirar y la energía le faltaba, pero la resolución le ardía en los ojos como acero caliente.

—No me interesa que sea “un milagro andante” —respondió con frialdad—. Necesito estar de pie y volver a entrenar. Te doy el plazo de dos semanas para hacer que eso suceda.

Adara se llevó una mano al pecho incapaz de ocultar el espanto. Ella conocía los límites de la biología y las complicaciones que podían surgir si trataba de complacer al omega, pero también conocía el tipo de voluntad que tenía Misha así que por el bien de los dos trató de razonar.

—Señor, por favor… es médicamente imposible que recupere funciones básicas en solo dos semanas. Incluso con rehabilitación agresiva hablamos de meses. No quiero darle falsas esperanzas.

Misha alzó una ceja su paciencia había sido corroída por el cansancio. La risa que escapó de sus labios no tuvo nada de humor más bien fue corta, áspera y peligrosa.

—Dime entonces cuánto tiempo crees tú que me demoraré en recuperar mi movilidad—replicó ácido.

—Mínimo seis meses —insistió Adara— y eso si todo evoluciona favorablemente.

El silencio que siguió fue como un engranaje que chirriaba. Misha dejó escapar una carcajada baja y se incorporó apenas apoyando la espalda contra el cabecero con las manos apretadas entre sí.

—Te doy cuatro semanas. —sus palabras fueron lentas y medidas—. Un mes para ponerme de pie. Da igual los recursos, da igual cómo lo hagas, pero debo caminar por mi cuenta en treinta días. Si no lo logras, me encargaré de que pagues las consecuencias.

La voz del omega sonó como una sentencia. Sus ojos violeta eran fríos y vacíos, Adara los sintió clavándose en ella como un cuchillo. No había discusión posible y lo sabía tal vez ella era el médico, pero él era quien daba órdenes en ese lugar y en su rincón de la mente, Adara supo que aquel tono no admitía réplica y lo mejor era obedecer para salvar al paciente —o lo que quedara del paciente— antes de que su propia vida corriese peligro.

Salió de la habitación temblando y con el corazón golpeándole el pecho con una fuerza que no había conocido. Ya había trabajado para gente dura, había visto cosas atroces en otros encargos, pero nunca se había sentido frente a algo tan implacable como la voluntad de un omega que no aceptaba la derrota. La idea de perder su vida por no cumplir la promesa quedó flotando en su cabeza como un objeto afilado.

Haya entró después tocando la puerta con delicadeza. Encontró a Misha esforzándose por incorporarse su piel seguía pálida y su respiración era corta. Haya conocía el ritual ayudarlo era tomar la entrada a su ira, así que se quedó un paso atrás y esperó a que él lo pidiera. Observó cada gesto con la ternura limitada de quien lo admiraba sobre todo aquella voluntad férrea de mantenerse siendo quién era a pesar del dolor.

—Señor, ¿qué quiere que hagamos con Carter? —preguntó Haya, porque en la pequeña trama de la casa de seguridad todo flujo debía mantenerse como comida, aseo, vigilancia y entrenamientos.

Misha dejó que una sonrisa pequeña y rencorosa se dibujara en sus labios.

—¿Carter? —repitió—. Lo he pensado. Está mejorando, ¿no? ¿Qué han hecho con él?

Haya explicó con profesionalismo que le daban tres comidas al día, lo bañaba y que le habían rapado el pelo enmarañado, lo habían aseado a pesar de sus protestas y que recibía medicación para sus heridas. En pocas palabras Carter estaba siendo cuidado.

—Adara ya revisó todo —añadió Haya—. Está en condiciones de empezar un entrenamiento ligero, pero él se resiste a la idea en realidad pide que lo liberemos, pero le he explicado que eso es imposible.

Misha se reclinó y dejó la habitación en silencio unos segundos, pensando en las piezas que tenía que mover. El hecho de que Carter lo había salvado había sido deliberado no había sido por caridad, sino por cálculo. Haya lo miró con esa mezcla de respeto y miedo que muchos ya le tenían.

—¿Y la revisión médica? —insistió Misha—. ¿Está apto o mentiste para que estuviera tranquilo?

—Adara lo considera apto para comenzar, aunque con limitaciones —respondió Haya sincera—. Lo básico está, pero falta fuerza. Podemos empezar con ejercicios controlados.

Misha dejó escapar otra risa esta vez fue una marea que arrastraba ironía.

—Perfecto. Haya llama a Yuri y tráelo.

La beta tragó saliva. Yuri estaba ocupadísimo con el despliegue el retorno a Rusia no era un plan pequeño y él coordinaba tropas, rutas y recursos. Tendría que detener todo para presentarse ante el omega que seguía en cama.

—Señor, Yuri está armando el despliegue para nuestra salida… —titubeó Haya.

—Lo quiero aquí —la interrumpió Misha en tono de orden—. Ya.

Haya asintió y salió de inmediato a buscar al alfa, avisó a Yuri y repitió la instrucción dejando claro que era una orden directa.

Yuri llegó poco después, dejando lo que fuera que tuviera entre manos. Al entrar hizo un movimiento de cabeza como si saludara a alguien a quién le debía la vida. Misha no mostró gratitud ni afecto eso no formaba parte del trato entre ellos.

—Señor —dijo Yuri en tono formal—. ¿Cómo se encuentra?

—Dejémonos de estupideces —contestó Misha—. Necesito que te encargues del entrenamiento de Carter y tienes que ser tú.

La expresión del alfa se tensó. Yuri conocía a Carter como un alfa mimado con un orgullo que lo traicionaba y con una debilidad que irritaba a muchos. Lo despreciaba por haber sido blando toda su vida, por su relación con el poder y el dinero, sin embargo la orden venía de Misha y negar a Misha era arriesgar la piel.

—Señor —empezó Yuri, educado pero firme—, lo que usted me pide es… complicado. Puedo dejarlo a cargo de otros hombres que están capacitados para entrenarlo.

Misha hizo un gesto con la mano para cerrarle la boca. Sus ojos brillaron con una luz que nadie quería ver.

—Yuri —dijo con voz afilada—, ¿crees que por estar en esta cama he perdido mi autoridad?

Yuri tragó en seco. Entendió, en un segundo, lo que significaba provocar la ira de Misha. Había cosas que no toleraba y una de ellas era que subestimaran su mando.

—Perdón —masculló—. Me encargaré personalmente. Pero necesito que me permita usar todo el rigor que demande, que no interfieran.

Misha se incorporó lo justo para mirarlo directo a los ojos.

—Quiero que Carter sea útil —dijo—. Donde iremos su vida estará en peligro. No puedo cargar con un peso inútil. Entrénalo como a un soldado raso hazlo fuerte, hazlo obediente y mantenlo vivo.

Yuri asintió con el brillo oscuro de quien ha aceptado una tarea dura. Entrenar a un alfa de corazón blando para que sobreviva era un reto que podía humillar el orgullo del hombre, pero la orden venía de alguien cuya palabra era ley.

Mientras Yuri se retiraba para preparar el plan de entrenamiento, Misha se dejó caer de espaldas y cerró los ojos. Había decidido las piezas cuatro semanas para volver a caminar, el entrenamiento para Carter y prontamente el despliegue hacia Rusia en puertas. Lo que no era un cálculo frío era la certeza extraña que le ataba a ese alfa no lo contemplaba solo como una herramienta había algo en sus feromonas, en el modo en que respiraba, en la forma en que había salvado su vida que lo convertía en suyo.

Eso no cambiaba la exigencia. Todo debía funcionar de otro modo habría consecuencias. Y Misha, aunque frágil aún, recogía sus fuerzas con la misma determinación con la que ordenaba, pues no había planes B.

Solo una resolución.