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Status: En proceso
Genre:Terror / Aventura / Viaje a un juego / Supersistema / Mitos y leyendas / Juegos y desafíos
Popularitas:451
Nilai: 5
nombre de autor: Ezequiel Gil

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Un juego perdido. Una leyenda urbana.
Pero cuando Franco - o Leo, para los amigos - logra iniciarlo, las reglas cambian.
Cada nivel exige más: micrófono, cámara, control.
Y cuanto más real se vuelve el juego...
más difícil es salir.

NovelToon tiene autorización de Ezequiel Gil para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 10: Quiebre.

El sol entraba tímido por la ventana de la cocina, y el aroma a café recién hecho, mezclado con el olor a pan tostado quemado, llenaba el aire. Pero a mí me costaba concentrarme. Tenía la mirada fija en el plato, pero mi mente estaba en otro lado.

Mi madre se sentó a mi lado, y en silencio sirvió su desayuno.

—¿Te acordás del súper del Pato? —le pregunté mientras servía la leche en mi taza.

—¿El que estaba cerca de la plaza? —preguntó, levantando las cejas.

—¡Sí, ese! ¿Qué pasó que dejamos de ir ahí?

—Primero que se puso carero —suspiró—. Después, que apareció el Walt Mar acá cerquita —explicó y guardó silencio. Luego se acercó a mí, como un niño que cuenta un secreto—. Y después tengo entendido que falleció el dueño.

—¿Qué? ¿En serio? No sabía que se había muerto el Pato —grité.

—No, el Pato no —corrigió, sonriendo un poco—. El dueño. El Pato solo era el encargado. Pero el nombre quedó.

—Ah, no sabía —dije, mientras me recuperaba del asombro y pensaba en ese frame, esos píxeles en forma de cadáver que vi—. ¿Y eso cuándo fue?

—Hace como tres o cuatro años, creo. ¿Por qué preguntás?

—No, por nada. Pasa que estaba jugando un juego, y un escenario me hizo acordar a ese supermercado.

En ese instante entró papá, con la cara lavada y el pelo despeinado. Tenía franco, no fue a trabajar. Se sirvió café y se sentó sin decir mucho.

Escuchó nuestra conversación.

—Si te dejaras de jugar a esos jueguitos como un huevón, capaz que hasta conseguís novia —dijo, sin levantar la voz, pero con ese tono lleno de veneno que ya me tenía harto.

Mi madre frunció el ceño, y con un tono afilado —que jamás había dirigido a mi hermano o a mí— respondió:

—Vos no te metas. Lo único que hacés es joder con tus amiguitos y volvés cuando se te da la gana.

—Y sí, al menos allá me quieren —respondió de nuevo con ese tono venenoso—. Acá tengo una bruja idiota y dos vagos.

—No te pases. Una cosa es conmigo, pero no le hables así a mi hijo —gritó mi mamá.

—No lo defiendas. Culpa tuya es así de flojo. Y el otro, el fantasioso, cree que puede ser futbolista —dijo con ironía—. Me mato laburando para que, a duras penas, no falte nada… y ustedes, malagradecidos.

Mientras escuchaba esas palabras, sentí una presión en la cabeza, un zumbido en los oídos y unas ganas enormes de intervenir.

Pero preferí callar. No quería hacer más problemas. Mamá ya aguantaba demasiado como para seguir tirando del hilo.

—Y sí —agregó el imbécil de ese hombre que estaba frente mío—, solo hijo tuyo debe ser, porque ni para sacarme las ganas servís, vieja seca —dijo, mirando con desprecio a mi madre.

El pecho me hervía y el corazón parecía querer escaparse.

Ya no podía aguantar. Mis propios dedos perforaban las palmas de las manos de tanto apretar.

Yo lo sabía. Era cuestión de tiempo. Una bomba que, con cualquier movimiento, podía explotar. Y ese fue el momento.

—Sos un imbécil —grité mientras golpeaba la mesa. Mi madre se asustó.

—Pendejo maledu— —trató de decir ese viejo infeliz, pero lo interrumpí.

—Con lo que vos cobrás alcanzaría… si no te lo gastaras en cervezas. Mamá tiene que hacer magia para preparar la comida, y vos te tirás al sillón como si te cansara el trabajo —solté, sin saber bien qué decía ni cómo lo decía—. Si lo único que hacés es revisar papeles —agregué.

—¡Ni se te ocurra hablarme así de nuevo o se te baja un diente! ¡Soy tu padre! —gritó esa cosa que fingía ser humano.

—No. No soy tu hijo —dije entre dientes. Tomé aire y seguí—: Me cansé —dije, tratando de que no se me quebrara la voz—. Me voy.

Tomé mi mochila, mi notebook y algunas cosas de mi pieza sin mirar atrás.

—¿A dónde vas? —preguntó mamá, con miedo.

—Me voy. No lo aguanto más.

No supo qué decirme. Solo me tomó de la mano y me miró como si viera algo romperse dentro de mí.

—Vení conmigo. Yo los voy a mantener. A vos y a Lucas.

Ella dudó, temblando, pero no dijo nada.

Papá se rió. Cruel y duro.

—Ni siquiera sabés agarrar una pala. ¿Qué vas a mantener vos, pendejo malagradecido?

No respondí. Solo salí.

En la calle, saqué el celular y mandé un mensaje rápido:

—Nicooo! me puedo quedar hoy en tu casa?

—Obvio, no hay problem pero todo ok?

—La verdad que no. Después te cuento.

Di unos pasos en dirección opuesta a esa casa, y como si cortara la correa de una mochila llena de ladrillos… me sentí liberado.

No mee procupaba el futuro. Solo mi hermano y mi madre.

Pero incluso ahí, me sentía libre.

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