El fallecimiento de su padre desencadena que la verdad detrás de su rechazo salga a la luz y con el poder del dragón dentro de él termina con una era, pero siendo traicionado obtiene una nueva oportunidad.
— Los omegas no pueden entrar— dijo el guardia que custodia la puerta.
—No soy cualquier omega, mi nombre es Drayce Nytherion, príncipe de este reino— fueron esas últimas palabras cuando ellos se arrodillaron ante el.
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UN NUEVO ENEMIGO O ...
—¡Cómo los he extrañado! —dijo Drayce a través del espejo, su voz transmitía un cansancio dulce, como quien lleva el peso del mundo pero aún conserva la esperanza.
—Y nosotros a ti, Drayce —respondió con afecto su padre—. ¿Cómo se han encontrado?
La pregunta de su padre era una de sus muchas preocupaciones; él sabía que su hijo no solía hablar de sus propias dificultades.
—Estamos bien. No nos detuvimos por orden de Vhagar. Recién llegamos a una parte del camino; descansaremos aquí mientras suceden las cosas —explicó el omega. No le mentiría a su padre, no en esta vida.
—Espera... dijiste que no han descansado ni se han detenido. Los soldados deben estar molestos —regañó su padre desde el otro lado del espejo.
—¿Con quién hablas? —preguntó una voz conocida, y Drayce sonrió apenas.
—Hola, mamá —mencionó con suavidad.
Como era de esperarse, Christian le arrebató el espejo a su esposo para poder hablar con él.
—¡Oh, por los dioses! Mírate, estás sucio y más delgado que la última vez. ¿Has estado comiendo bien? —preguntó con preocupación, observando el reflejo de su hijo.
—He estado bien —respondió Drayce, riendo—. Mami, hace un momento papá estaba regañándome.
—¡Tu bestia! ¿Cómo te atreves? —exclamó Christian, soltando algunos golpes al alfa, que para él no eran más que cosquillas.
—¡Espera! —decía su esposo entre risas—. ¡Hay una razón detrás!
El más joven observaba aquella escena desde el espejo. Por un momento, su pecho se llenó de una calidez olvidada; sonrió al ver a sus padres tan unidos.
Era una imagen sencilla, pero profundamente valiosa.
Un amor que trascendía títulos, guerras y heridas.
Algo que él deseaba… aunque aún no supiera cómo alcanzarlo.
Cuando ambos se detuvieron, compartiendo un beso breve y cómplice, Drayce apartó la mirada, un poco sonrojado.
“Algún día”, pensó con un suspiro.
Luego volvió su atención a su padre.
—Padre, necesito tu ayuda... más que ayuda, un consejo. ¿Cómo lograste demostrar tu valía como líder en los tiempos de guerra?
Su padre se quedó pensativo unos segundos antes de responder:
—Eso... sabía que algo te atormentaba. En aquellos tiempos, era necesario que cada alfa y hombre fuera a la guerra. En el trayecto, tuvimos una batalla con unos mercenarios que nos emboscaron. Fue cuando se reveló mi segundo género. Sabía que, por ser hijo de tu difunto abuelo, tendría la oportunidad de ser un hombre común... pero tu abuela era un omega, así que cuando crecí, todos creyeron que sería un hombre.
El alfa sonrió al recordar, y su tono se volvió más firme:
—Debes esperar el momento, hijo. Cuando suceda, demuestra que no por ser omega eres débil. La fuerza no depende del género, sino del espíritu.
El más joven asintió, sus ojos brillando con una mezcla de determinación y ternura.
—Lo recordaré, padre.
—Debo despedirme, iré a darme un baño antes del amanecer —mencionó Drayce, notando que el reflejo comenzaba a desvanecerse.
—Cuídate, hijo —dijo su madre con voz suave—. Este espejo será nuestra única fuente de comunicación. Escríbenos cuando puedas.
El omega joven se despidió, no sin antes quedarse un momento mirando su reflejo. Por primera vez en días, su corazón se sentía en calma.
—Eso haré... —susurró para sí, antes de guardar el espejo.
El amanecer aún no había llegado. La neblina cubría el campamento como un manto espeso y silencioso.
Drayce se despojó de sus ropas y se sumergió en el agua fría, dejando que el murmullo del río limpiara su mente y su cuerpo. El reflejo de la luna temblaba sobre la superficie.
De pronto, un sonido distante lo alertó.
Escuchó pasos, el crujir de ramas, voces ahogadas. Entre la niebla, alcanzó a ver sombras moviéndose hacia el barranco, arrastrando un bulto sobre una carreta.
Salió del agua con rapidez y caminó de espaldas, intentando no hacer ruido. Entonces sintió una mano en su hombro y se tensó; giró el rostro con el corazón en la garganta… pero suspiró al reconocerlo.
—Alteza, ¿qué hace afuera a esta hora? —cuestionó Román, el omega de cabello grisáceo, con tono preocupado.
—Estaba tomando un baño. Salí rápido porque vi algo extraño —respondió Drayce, señalando hacia el barranco.
Román entrecerró los ojos, intentando ver a través de la bruma.
—Será mejor investigar.
Ambos esperaron ocultos, observando cómo los hombres terminaban su labor. Cuando el amanecer comenzó a teñir el cielo, se acercaron con precaución.
—Parece que algo se mueve... —murmuró Drayce.
—Hay que bajar —dijo Román al ver el bulto de tela—. Podría traer una cuerda...
No terminó la frase. El joven ya había saltado sin protección alguna.
Román palideció, su corazón se detuvo por un instante, pero suspiró al ver cómo la magia de dragón lo envolvía suavemente hasta dejarlo en tierra firme.
—Es la primera vez que hago eso... —murmuró Drayce, mirando hacia arriba con una sonrisa temblorosa. Luego dirigió su mirada al bulto envuelto en telas.
—Ábrelo —ordenó Vhagar desde su mente.
—¿No es peligroso? No quiero que... —no alcanzó a terminar. Un gruñido profundo lo interrumpió.
Una pantera emergió entre las sombras, los ojos resplandeciendo con furia.
—¡ALTO! —ordenó Drayce con voz firme, en el idioma de las bestias—. ¡Si das un paso más, te mataré!
Pero la criatura no se detuvo. Saltó hacia él. El reflejo del acero brilló, y el filo de su espada trazó una línea mortal.
El silencio volvió, roto solo por un suave gemido.
Un cachorro, oculto entre las telas, lloraba por su madre.
—Dioses... dejé huérfano a una criatura —susurró, tomándolo entre sus brazos. El pequeño lo arañó, pero Drayce lo inmovilizó con cuidado, sin dañarlo.
Entonces volvió su atención al bulto. Respiraba.
Con manos firmes, cortó las cuerdas y retiró las telas.
Lo que vio lo dejó mudo.
Era un muchacho de unos quince o dieciséis años. Su piel estaba fría, la ropa empapada de sangre y sudor.
El olor era claro: un alfa.
—¿Por qué lo tirarían? —se preguntó.
Cortó el resto de la tela y descubrió una herida profunda en su costado. El arma debía haber atravesado su cuerpo.
—Vhagar, ¿quién es? ¿Lo conoces? —preguntó con cautela.
—No... pero hay magia en su sangre. Tal vez descendiente de un mago... o de un rey. Solo ellos la poseen —respondió la voz del dragón.
Drayce asintió.
—Parece que no sabe usar su magia. Su rostro me resulta conocido, pero no logro recordar de dónde.
Suspiró y sin fuerza suya colocó una mano sobre el pecho del muchacho.
Una oleada dorada emanó de su cuerpo, rodeando al joven y cerrando las heridas con una luz suave.
—¡Te he dicho que avises cuando hagas estas cosas! —reprendió mentalmente a Drayce.
—Calla y concéntrate, pequeño dragón —murmuró el dragón desde el fondo de su mente.
Drayce sonrió levemente y, con esfuerzo, alzó al muchacho en brazos.
—Bien, salgamos de aquí.
Usó la magia del dragón para ascender del acantilado, llevando consigo al chico y al cachorro de pantera. Cuando llegó arriba, Román regresaba con varios soldados.
—¿Hay entre los soldados un doctor? —preguntó.
—¿Se lastimó, Alteza? —preguntó uno, alarmado.
—No, no es para mí. Es para ellos —respondió señalando al muchacho y al pequeño animal.
Los soldados se apresuraron a ayudar, tomando a ambos con cuidado.
El joven, apenas sostenido entre dos hombres, abrió los ojos un instante.
Su mirada se cruzó con la de Drayce, y un calor inexplicable recorrió el aire.
Luego, el muchacho se desvaneció de nuevo, inconsciente.
Drayce lo observó unos segundos más. Había algo en esa mirada, algo familiar, pero no supo qué.
Román lo miró con preocupación.
—¿Cree que sea un peligro, Alteza?
Drayce negó con la cabeza.
—No, pero presiento que no vino a hacernos daño.