Tras un matrimonio, lleno de malos entendidos, secretos y mentiras. Daniela decide dejar al amor de su vida en libertad, lo que nunca espero fue que al irse se diera cuenta que Erick jamás sería parte de su pasado, si no que siempre estaría en su futuro...
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capítulo 10
ERICK
El murmullo del teclado llenaba la oficina, rompiendo el silencio que lo envolvía. Llevaba horas sumergido en presupuestos, correos y llamadas que ya no tenían el mismo sentido de antes. Su mente, por más que quisiera, siempre terminaba regresando a ellos… a Daniela, a sus hijos. A lo que era ahora su nueva realidad.
No se sorprendió al oír la puerta abrirse. Levantó la vista y vio a su padre, el señor Enrique, entrar con el ceño fruncido. Aun así, se notaba que intentaba controlar su expresión. Había algo en su mirada que no era solo enojo… era preocupación.
—¿Tienes un momento? —preguntó, cerrando la puerta tras él.
—Claro —dijo Erick, dejándose caer hacia atrás en la silla. Sabía que tarde o temprano esta conversación tenía que llegar.
Don Enrique no se sentó, prefirió quedarse de pie, cruzado de brazos frente al escritorio, observando a su hijo con una mezcla de dureza y tristeza.
—Queremos saber cómo están los niños —dijo al fin—. Desde que nacieron, no hemos podido verlos. Tu madre y yo... no entendemos por qué se nos está excluyendo de algo tan importante.
Erick se mantuvo en silencio por unos segundos. La incomodidad era palpable.
—Están bien. Los dos. Y Daniela también. Se están adaptando, descansando cuando pueden. No ha sido fácil.
—No me cabe duda. Pero ¿y nosotros, Erick? —preguntó con un tono apenas contenido—. No esperábamos que se nos cerraran las puertas así. Entendemos que la última reunión fue... tensa, pero no somos enemigos. Somos familia. Y tú tampoco nos has dicho nada. Ni una palabra desde entonces.
—Porque no sabía qué decir —admitió Erick con honestidad—. No sabía cómo justificar lo que pasó. Ni con ustedes... ni conmigo mismo.
Don Enrique lo miró con más atención, con ese instinto paternal que pocas veces mostraba abiertamente.
—Estás más delgado, hijo. Te ves cansado. Perdido. —Bajó la voz—. ¿Estás bien?
La pregunta lo desarmó por dentro. Erick desvió la mirada, sintiendo la presión en el pecho.
—No lo sé —respondió, en voz baja—. A veces siento que estoy bien. Otras... solo quiero volver atrás y hacer todo distinto.
Su padre asintió con un gesto lento, resignado.
—Mira, sé que esto no comenzó como debería. Ese acuerdo... —hizo una pausa, como si por fin se permitiera cuestionar lo que tanto defendió en su momento—. Creímos que era lo mejor. Pensamos que dándote estabilidad, compromiso, todo se acomodaría. Pero no esperábamos esto. Nunca quisimos que te vieras envuelto en tanto dolor.
—No fueron solo ustedes —replicó Erick—. Yo también tomé decisiones. Yo me alejé. Yo destruí cosas.
—Lo sé —admitió don Enrique—. Pero eso no cambia que eres nuestro hijo. Y aunque estemos enojados, dolidos... nos preocupa verte así. No queremos estar del otro lado del muro. Queremos formar parte. Por ti, por ellos.
Hubo un silencio denso, hasta que Erick asintió, vencido.
—Lo hablaré con Daniela. No puedo prometer nada inmediato, pero... lo hablaré.
Don Enrique asintió, esta vez con una sombra de alivio.
—Eso es todo lo que pedimos.
Antes de salir, se detuvo en la puerta.
—Y Erick... no dejes que el miedo decida por ti. Si amas a esa mujer, si quieres a tus hijos... lucha por ellos. No repitas nuestros errores.
La puerta se cerró suavemente detrás de él. Erick se quedó allí, mirando la pantalla sin verla, sintiendo que su vida había cambiado de pronto y que lo que antes para él era importante ya no lo era tanto. En cuanto el reloj marcó las seis de la tarde, apago su computadora tomo su saco y se dirigió nuevamente a la casa Montero, necesitaba ver a sus hijos y también extrañaba mucho a Daniela.