Acron Griffindoh y Cory Freud eran vecinos y fueron compañeros de escuela hasta que un meteorito oscureció el cielo y destruyó su mundo. Obligados a reclutarse a las fuerzas sobrevivientes, fueron asignados a diferentes bases y, a pesar de ser de géneros opuestos, uno alfa y otro omega, entrenaron hasta convertirse en líderes: Acron, un Alfa despiadado, y Cory, un Omega inteligente y ágil.
Cuando sus caminos se cruzan nuevamente en un mundo devastado, lo que empieza como un enfrentamiento se convierte en una lucha por sobrevivir, donde ambos se salvan y, en el proceso, se enamoran. Entre el deber y el peligro, deberán decidir si su amor puede sobrevivir en un planeta que ya no tiene lugar para los sueños, sino que está lleno de escasez y muertes.
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Caminos separados.
La luz iluminaba el refugio con una calidez que no sentíamos desde hacía mucho tiempo. Acron y yo abrimos la puerta, con nuestras manos entrelazadas como un símbolo del vínculo que habíamos reforzado durante la noche. Al entrar, los rostros de mi madre y mi hermanito se iluminaron. Mamá corrió hacia mí, abrazándome con fuerza, como si temiera que pudiera desaparecer en cualquier momento.
—Gracias a los cielos —murmuró, con su voz quebrada por el alivio.
Sigrid, la hermana de Acron, estaba en la pequeña cocina improvisada, removiendo algo en una olla sobre el fuego de la estufa. La inyección para evitar el embarazo estaba sobre la mesa solo esperando por mí. El aroma de una comida decente llenaba el espacio, algo que no habíamos disfrutado en semanas debido a la escasez de alimentos.
—Bienvenidos. Les preparé un estofado. Coman y luego te pongo la inyección...temo que vayas a desmayar —dijo Sigrid, mientras volvía hacia nosotros con una sonrisa cálida. Sus ojos se posaron en Acron por un momento, llenos de un cariño fraternal que nunca dejaba de impresionarme.
Nos sentamos todos juntos alrededor de la mesa de madera desgastada. Mamá sirvió una pequeña ración de frutas frescas que había recogido del pequeño invernadero esa mañana, mientras que Sigrid llenaba los platos con el estofado humeante. Fue una comida sencilla, pero cada bocado sabía a esperanza. Mi hermanito solo nos miraba con una sonrisa loco por molestar pero se contuvo.
—Esto es un regalo —dijo mi madre, Lisbeth, mientras me miraba. Luego, volvió su atención a Acron y añadió—: Gracias por cuidar de mi hijo, hacen una bonita pareja, sus padres estarían orgullosos, espero que estén bien y nos encontremos con ellos pronto.
Acron asintió en silencio, su mirada seria, pero con un brillo de respeto hacia mi madre.
Mientras comíamos, la radio que habíamos mantenido encendida para captar cualquier señal emitió un sonido estático, seguido por una voz que nos dejó helados.
—Atención a todos los sobrevivientes: un punto de encuentro ha sido establecido. La Tierra ha sido devastada en gran parte, pero estamos reuniendo a los que quedan en bases de refugiados. La ubicación exacta se transmitirá cada hora.
Nos miramos en silencio, procesando la noticia. Habíamos pasado dos meses encerrados en este refugio, creyendo que el mundo exterior era inhabitable. Ahora, por primera vez, había una chispa de esperanza, pero también una gran incertidumbre.
Fue en ese momento cuando un sonido metálico resonó en la puerta del refugio, un golpe fuerte y claro que rompió el silencio. Todos nos pusimos en alerta. Acron se levantó de inmediato, su cuerpo estaba tenso como un resorte.
—¿Quién podría ser? ¿tal vez nuestros padres?—preguntó Sigrid, con sus ojos llenos de preocupación mientras sostenía al pequeño cuchillo que había usado para cortar el pan.
Una voz masculina resonó desde el otro lado de la puerta:
—¿Hay alguien con vida ahí adentro? Somos una brigada de rescate.
Mamá se levantó, con su expresión llena de duda y esperanza. Acron intercambió una mirada conmigo antes de asentir, permitiendo que ella tomara la decisión. Con cautela, mamá abrió la pesada puerta de metal.
Afuera, un grupo de personas vestidas con uniformes de protección y máscaras se encontraban en el umbral. Uno de ellos, un hombre alto con barba, dio un paso adelante.
—Somos del equipo de rescate. Hemos estado buscando sobrevivientes. ¿Cuántos hay aquí? —pregunta, quitándose la máscara para revelar un rostro amable, aunque cansado.
Mamá, con lágrimas en los ojos, respondió:
—Somos cinco. Mis dos hijos, los dos hijos de mi mejor amiga y yo. Hemos estado aquí desde que todo comenzó.
El hombre asintió con comprensión.
—Llevamos dos meses buscando sobrevivientes. La situación es crítica, pero hay un lugar seguro. ¿Tienen abastecimientos para traerlos con nosotros? todo sería de mucha ayuda. Iremos a un punto de encuentro. Tenemos transporte.
La emoción y el alivio llenaron el ambiente. Por primera vez en meses, sentí que había una salida, una oportunidad de comenzar de nuevo. Pero también había una pregunta que flotaba en el aire: ¿Qué tipo de situaciones nos esperaba afuera?
El líder de la brigada miró a cada uno de nosotros, evaluando nuestras condiciones rápidamente. Había un aire de eficiencia en su actitud, pero también algo que no podía identificar del todo. A pesar del alivio inicial de haber sido encontrados, no podía evitar sentir una sombra de duda.
—Debemos trasladarlos al punto de encuentro lo antes posible —dijo el líder con voz firme—. Sin embargo, hay un protocolo que debemos seguir. Viajarán en transportes separados.
El anuncio fue como un balde de agua fría.
—¿Separados? —pregunté, levantándome del pequeño banco en el que estaba sentado. Mis ojos buscaron los de Acron, y vi en ellos el mismo desconcierto.
El líder asintió con seriedad.
—Es por razones de seguridad y organización. Los alfas deben viajar en un vehículo diferente al de los omegas y los betas. No podemos hacer excepciones.
El ambiente se tensó. Sigrid, que estaba sujetando a mi hermanito, frunció el ceño.
—¿Qué tiene de malo que viajemos juntos? Somos una familia.
El hombre suspiró, como si hubiera esperado esa pregunta.
—No es algo personal, señorita. Es una norma que hemos implementado para evitar... complicaciones. Las dinámicas entre alfas y omegas pueden ser impredecibles, especialmente en situaciones de estrés extremo o de celo.
Acron se levantó, con su cuerpo rígido y sus ojos clavados en el líder.
—Cory y los demás en esta sala no van a ninguna parte sin mí.
—Eso no está en discusión...¿Tú y ese niño, son los únicos alfas? —preguntó el líder con calma, aunque su tono era firme—. El sistema está diseñado para protegerlos a todos. No habrá excepciones.
Sentí que mi corazón latía con fuerza mientras intentaba procesar lo que estaba sucediendo. Miré a mi madre, esperando algún tipo de intervención, pero ella parecía tan confundida como yo.
—¿Qué sucede si no aceptamos? —pregunté, con mi voz más segura de lo que sentía por dentro.
El líder me miró, su expresión cambió a algo más severo.
—Entonces tendrán que quedarse aquí. Pero no puedo garantizar su seguridad si eligen quedarse.
Había un peso en sus palabras, una advertencia que no podía ignorar. Sabía que quedarnos no era una opción, no después de haber pasado dos meses encerrados en este refugio con recursos limitados y un futuro incierto.
Mamá se acercó a mí, colocando una mano en mi hombro.
—Hijo, debemos irnos. Será temporal. Tal vez los padres de Acron y Sigrid: Daryl, Marlene y tu padre Elliot, estén en esa base —dijo, aunque su voz temblaba ligeramente.
Acron caminó un paso hacia mí, con sus ojos brillando con intensidad.
—Esto no me gusta, Cory —dijo en voz baja—. Pero si vamos a hacerlo, prométeme que nos encontraremos en el punto de encuentro. No importa qué pase. No pierdas a mi hermana y a tu madre de vista. Yo cuidaré a Ethan.
—Te lo prometo —respondí, con mi voz apenas un susurro mientras nuestras manos se entrelazaban brevemente.
El equipo de rescate comenzó a guiarnos hacia afuera, separándonos en dos grupos. Mamá, Sigrid y yo fuimos dirigidos hacia un vehículo más pequeño, mientras que Acron y Ethan eran conducidos hacia otro camión blindado.
Antes de subir, giré la cabeza para mirar a Acron una última vez. Su figura alta y fuerte se veía aún más distante al desaparecer en la sombra del otro transporte.
El líder me apuró con un gesto.
—Vamos, muchacho. Mientras más rápido salgamos, mejor.
Sin embargo, mientras el motor del vehículo rugía y esperábamos dentro por el resto, una sensación de inquietud se apoderó de mí. Algo en las reglas que nos separaban no tenía sentido, y no podía evitar preguntarme qué nos esperaba en ese misterioso punto de encuentro.
El grupo de rescate comenzó a moverse dentro del refugio con una eficiencia casi militar. Imagino que no dejaron rincón sin registrar. Lo que al principio había parecido una misión de salvamento se revelaba ahora como algo más calculado.