En la ciudad de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una serie de desapariciones misteriosas aterra a la comunidad. A pesar de los esfuerzos de la policía local, las víctimas desaparecen sin dejar rastro. Héctor Ramírez, un detective experimentado, es llamado para investigar. Mientras avanza en su pesquisa, descubre que las desapariciones están conectadas por una serie de pistas inquietantes que parecen ir más allá de lo criminal. Atrapado en un misterio que desafía su comprensión, Héctor se enfrenta a fuerzas que no pueden ser explicadas por la lógica. A medida que el caso avanza, la atmósfera de la ciudad, cargada de historia y superstición, se convierte en un campo de juego para lo sobrenatural.
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31 de Marzo 2024
Bitácora del Inspector Héctor Ramírez
Ayer por la noche, justo cuando terminaba de celebrar mi aniversario con Teresa, llegó una llamada que no podía ignorar. Hoy en la mañana comenzó oficialmente la investigación de un nuevo caso de desaparición, esta vez con un giro inesperado: la víctima es un hombre.
El desaparecido se llama Santiago Herrera, un joven de 25 años. Estudiante de ingeniería mecánica en la universidad local, conocido entre sus compañeros por ser reservado, pero con talento excepcional para el diseño de maquinaria. Según el reporte inicial, desapareció el 29 de marzo después de salir de la biblioteca universitaria a las 9:30 p.m. Su madre, María Herrera, denunció su ausencia después de que él no regresara a casa esa noche.
La primera parada del día fue la casa de los Herrera. María nos recibió con los ojos hinchados de tanto llorar. El pequeño departamento, decorado con fotografías familiares y herramientas de diseño que Santiago usaba, transmitía una atmósfera de desesperación contenida. Me mostró su habitación: todo estaba en orden, excepto por su computadora portátil, que no estaba allí. Según ella, él siempre la llevaba consigo a la universidad, pero no apareció entre sus pertenencias en la biblioteca.
Su madre nos contó que, en los días previos a su desaparición, Santiago había estado nervioso, como si algo lo estuviera perturbando. Sin embargo, no quiso decirle qué lo preocupaba, lo cual ahora parece un detalle crucial. También mencionó que recientemente había discutido con alguien, aunque no supo dar más detalles.
Más tarde, en la universidad, hablé con algunos de sus compañeros. Uno de ellos, Luis Peña, recordó que Santiago había mencionado que alguien lo seguía, pero no dio más detalles ni nombres. Esto me recordó el testimonio del caso de Mariana, lo que levantó una alarma inmediata en mi mente. ¿Podría haber una conexión?
Luis también nos mostró la última conversación que tuvo con Santiago por mensajes de texto. En ella, Santiago mencionaba que sentía que estaba “metido en algo peligroso” y que no sabía cómo salir. Pero, otra vez, faltaban detalles.
Por la tarde, revisamos las cámaras de seguridad cercanas a la biblioteca. En ellas se ve a Santiago saliendo solo a las 9:34 p.m., pero lo más curioso fue lo que ocurrió unos minutos después. En una esquina oscura, una figura masculina parece acercarse a él. No se logra identificar quién es; la grabación está borrosa y parcialmente obstruida por un poste. Sin embargo, lo que siguió me dejó inquieto: Santiago desapareció de la vista de la cámara y no volvió a aparecer.
Mientras revisábamos esta evidencia, la imagen del caso de Mariana seguía persiguiéndome. Dos jóvenes desaparecidos, ambos con indicios de sentirse amenazados antes del hecho. No podía ignorar la posibilidad de un patrón.
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El caso de Mariana Gómez fue oficialmente cerrado esta mañana. No fue una sorpresa, pero eso no lo hace menos difícil de aceptar. El informe llegó firmado por mis superiores, archivando el expediente como un homicidio sin resolver. Todas las pruebas recolectadas y horas de investigación se redujeron a un documento que, en palabras de la oficina central, "carece de líneas claras de seguimiento".
Pasé buena parte del día revisando las conclusiones del informe final, no porque esperara encontrar algo nuevo, sino porque no puedo evitar sentir que fallamos. El cuerpo de Mariana, semidesnudo y marcado con aquel símbolo extraño, sigue siendo un recuerdo vívido, una imagen que no me deja dormir. La escena del crimen, un edificio abandonado que una vez fue una iglesia en la época colonial, parecía gritar secretos que nunca logramos descifrar.
Por la mañana, convoqué a los agentes que trabajaron conmigo en este caso. No era una reunión oficial; simplemente necesitaba escuchar una vez más sus perspectivas. Repasamos los mismos puntos: la estrella tallada en el pecho de Mariana y en el suelo del edificio, el testimonio de Clara sobre aquel hombre misterioso, la coartada sólida de Carlos Gutiérrez y los detalles de la relación entre Javier Navarro y Mariana. Cada elemento parecía desconectado del siguiente, como piezas de un rompecabezas que no encajaban.
Por la tarde, Teresa trató de levantarme el ánimo. Su paciencia es admirable, especialmente en días como este. Insistió en que me tomara un descanso, que desconectara del trabajo por unas horas. Me recordó que nuestra hija, Mariana, había comentado sobre sus planes para un proyecto en la universidad, algo relacionado con diseño arquitectónico que estaba preparando con entusiasmo. Esa conversación fue un alivio momentáneo. Hablar sobre mi familia, aunque sea brevemente, siempre me ayuda a recordar por qué hago este trabajo.
Pero el alivio no duró mucho. Poco después, recibí una llamada de la oficina central solicitando que enviara el expediente del caso al archivo. Revisé todo una última vez antes de entregarlo: los reportes forenses que detallaban la herida fatal en el pecho de Mariana, el análisis de los símbolos encontrados en la escena, y los testimonios que no aportaron una conexión clara con el crimen. Todo estaba ahí, documentado, pero sin respuestas.
Cerré el día en mi despacho, observando las cajas con los documentos del caso apiladas junto a la puerta. Mientras esperaba a que un agente las recogiera, no podía evitar sentir que algo importante se nos escapó. Tal vez algún detalle en las grabaciones, un ángulo que no revisamos, o una palabra que ignoramos en los interrogatorios. Pero, por ahora, el caso de Mariana Gómez queda archivado.