Ivonne Bellarose, una joven con el don —o maldición— de ver las auras, busca una vida tranquila tras la muerte de su madre. Se muda a un remoto pueblo en el bosque de Northumberland, donde comparte piso con Violeta, una bruja con un pasado doloroso.
Su intento de llevar una vida pacífica se desmorona al conocer a Jarlen Blade y Claus Northam, dos hombres lobo que despiertab su interes por la magia, alianzas rotas y oscuros secretos que su madre intentó proteger.
Mientras espíritus vengativos la acechan y un peligroso hechicero, Jerico Carrion, se acerca, Ivonne deberá enfrentar la verdad sobre su pasado y el poder que lleva dentro… antes de que la oscuridad lo consuma todo.
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Capítulo 11
El sol de la mañana se filtraba entre las cortinas de la habitación de Violeta, despertando a Ivonne de un sueño intranquilo. La noche anterior había sido una pesadilla, plagada de sombras danzantes y susurros amenazantes. A pesar del cansancio, la inquietud la atenazaba, como si la amenaza aún acechara en la penumbra.
Violeta dormía profundamente a su lado, ajena a sus temores. Ivonne se levantó con cuidado de no despertarla y salió al pasillo. En la sala de estar, Jarlen y Claus dormían en el sofá, sus cuerpos tensos incluso en reposo. Se habían quedado a vigilar, asegurándose de que la sombra no regresara.
El rostro relajado de Jarlen mientras dormía la hizo detenerse un momento. La noche anterior había sido aterradora, pero verlo así, tranquilo, le transmitió una sensación extraña de seguridad. Pero no duró. Un escalofrío recorrió su espalda al recordar el ataque. La marca en su mejilla aún ardía. Miró el frasco sobre la mesa, donde los restos de aquella entidad se arremolinaban en un torbellino de oscuridad atrapada en sí misma. Su estómago se encogió. No quiso acercarse más.
Regresó a su habitación. La puerta rechinó al abrirse, y se detuvo un instante, escuchando. Nadie despertó. Con pasos cautelosos, entró. El suelo ya estaba limpio, pero las ventanas seguían rotas. Se aproximó al balcón, sintiendo el frío matutino contra su piel. Desde allí, el bosque lucía más oscuro de lo que debería, los árboles deshojados proyectando sombras inquietantes.
—¿Qué haces aquí tan temprano? —La voz de Jarlen la sobresaltó.
Se giró rápidamente. Jarlen estaba de pie junto a ella, el ceño fruncido en preocupación.
—Yo... solo vine por un cambio de ropa —murmuró—. Quise ver mi habitación.
Jarlen suspiró. Observó la cama sin cristales y se sentó en el borde, dándole dos golpecitos al espacio junto a él. Ivonne se sentó con timidez.
—Anoche fue aterrador, ¿verdad?
—Sí —susurró Ivonne. Un escalofrío recorrió su espalda—. Todavía siento la marca en mi mejilla.
Jarlen asintió, mirándola con seriedad.
—Esa cosa era fuerte. No sé qué era, pero tenemos que estar atentos. —Hizo una pausa, analizándola con la mirada—. Oye, no quiero presionarte, pero necesito saber qué está pasando. Algo está siguiéndote. Y no es casualidad.
Ivonne mordió su labio, luchando con sus pensamientos. Finalmente, Jarlen habló de nuevo, su voz grave y firme.
—He estado cerca de tu casa por las noches. Sabía que estabas en peligro.
Ivonne lo miró fijamente, su corazón latiendo con fuerza.
—¿Me estás vigilando?
—Te estoy protegiendo —corrigió, su mirada penetrante—. No puedo evitarlo.
Ivonne quiso protestar, pero su mente volvió a la noche anterior. Si no hubiera sido por él... suspiró. No lo entendía del todo, pero quizás su instinto de lobo lo empujaba a actuar así. Y, en parte, lo agradecía.
Respiró hondo y le contó todo. Sus dudas, el mensaje de un número desconocido, el sobre misterioso. Jarlen la escuchó sin interrumpir, pero sus nudillos blancos revelaban su tensión.
—Te ayudaré a investigar —dijo al fin—. Pero no me alejaré de ti ni un segundo.
Luego de salir de la habitación, Ivonne y Jarlen se encontraron con Claus y Violeta en medio de una acalorada discusión. La tensión en la sala de estar era palpable, cargada de un peso invisible que parecía impregnar el aire. Sobre la mesa, un frasco contenía ceniza oscura, su presencia ejerciendo un influjo inexplicable en Ivonne. Algo dentro de ella, una voz ancestral dormida en lo más profundo de su ser, le susurraba que en ese polvo yacían respuestas que no podía seguir ignorando.
—Necesitamos saber qué son para enfrentarlos —afirmó Violeta con determinación. —Por desgracia y aunque no quiera, tengo una idea de dónde pudo salir esta magia —continuó Violeta.
Movió los dedos y, de la nada, apareció un libro que con un golpe sordo, dejó caer en el suelo frente al sofá. La encuadernación de cuero negro y su portada mostraba la figura de varios animales grabados con detalle, debajo, un título inquietante: "Demonios" y las letras doradas en el lomo le conferían una presencia ominosa, con un aura oscura que emanaba de él erizando la piel de Ivonne.
—Un grimorio maldito... —las palabras de Claus salieron de manera espontánea.
Todos le lanzaron miradas inquisitivas. Claus bufó.
—¿Qué? He visto unos cuantos. También estudio —dijo con obviedad.
—Creo que todo lo que necesitamos saber sobre una magia tan oscura y capaz casi de tomar el cuerpo de una mortal en contra de su voluntad está aquí —declaró Violeta.
—O todo lo que necesitamos para morir —insistió Claus.
—Calla, Fido —replicó Violeta con fastidio—. Ese problema ya está resuelto.
Erasmos, quien hasta el momento había permanecido en el regazo de Claus, se levantó.
Violeta hizo levitar el libro con su magia.
—Ya puedes hacerlo, bebé —susurró.
Con un suspiro, Erasmos exhaló una intensa llama negra que envolvió el grimorio. Las sombras danzaron entre las llamas y, por un instante, se escuchó un lamento ahogado. Luego, el libro cayó sobre las piernas de Violeta, abierto en una página escrita con tinta carmesí.
—¿Ves, Fido? Pan comido —murmuró, pasando las páginas con dedos firmes—. Aquí está... Las sombras... espíritus de los caídos, atados por un pacto oscuro. Controlados por el antiguo cuervo de Carrion. Un demonio del caos, según el libro.
Ivonne sintió un nudo en el estómago. La sola mención de un demonio la llenó de terror.
—Dicen que su lealtad no es natural —continuó Violeta, su voz temblorosa—. No sirven por voluntad propia, sino porque alguien los obliga. Alguien que ha hecho un pacto con el cuervo controlará las almas de los que antes han hecho tratos con él, pero hay algo más...
Los ojos de Violeta se oscurecieron al leer el siguiente párrafo.
—Aquellos que pueden ver la energía... pueden romper el vínculo.
El silencio se hizo pesado. Ivonne sintió el aire tornarse denso, opresivo. Todo encajaba. Las sombras la buscaban. No para matarla... sino porque ella era una amenaza para su existencia. Recordó a su madre. Su mirada siempre alerta, sus advertencias sin explicación. ¿Sabía ella algo?
Antes de que pudiera procesarlo, la voz grave de Jarlen rompió el silencio:
—Entonces ya no es solo su presa... Eres su única salida. Y eso nos convierte en su peor enemigo.
Mientras tanto, en un lugar lejano, oculto en las sombras de su dominio, Jerico sonreía. Las sombras habían fallado en su misión de alejar a Ivonne de los hombres lobo, pero habían cumplido su propósito principal. Le habían dado a Ivonne más pistas sobre su pasado, sobre su verdadera identidad. Pronto estarían juntos, y él podría finalmente reclamar lo que le pertenecía por derecho.
Era momento de empujarla un poco más allá del miedo.
Jerico se acercó a una de las sombras que flotaban a su alrededor y pasó los dedos por su forma etérea. Un susurro gutural se escapó de la criatura.
—Déjenle un mensaje —ordenó con voz suave, casi perezosa—. Algo más personal.
Las sombras, obedientes, se deslizaron entre las paredes, desapareciendo en la oscuridad.
Mientras tanto un escalofrío recorrió la espalda de Ivonne. Una sensación de peligro inminente la hizo contener el aliento.
La partida apenas comenzaba.