Liana, una joven que descubre que es la última descendiente de una antigua línea de guardianes de ángeles. Su vida cambia drásticamente cuando una serie de misteriosos eventos la lleva a ser reclutada por una organización secreta encargada de mantener el equilibrio entre los mundos humanos y celestiales.
A medida que Liana profundiza en su nuevo rol, comienza a desentrañar secretos oscuros sobre su familia y la verdadera naturaleza de su poder. Un ángel caído, caudillo de una rebelión celestial, amenaza con desatar el caos en ambos mundos, y Liana debe enfrentarse a él antes de que sea demasiado tarde.
Mientras navega por traiciones, alianzas inesperadas y su propio conflicto interno, Liana descubre que nada es lo que parece. Cada revelación acerca de su pasado revela un nuevo giro en la trama, desafiando sus creencias y forzándola a confrontar la verdad sobre su identidad y el destino que le espera.b
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Capitulo 10: El Ángel Caído
La luna llena se alzaba en el cielo, derramando su luz plateada sobre la ciudad como un testigo silencioso de lo que estaba por ocurrir. Liana avanzaba rápidamente por las callejuelas oscuras, con el sonido de sus pasos resonando en el pavimento húmedo. Su corazón latía con fuerza en su pecho, una mezcla de anticipación y temor que no podía sacudirse.
Había recibido el mensaje hacía apenas una hora: Kael había encontrado al Ángel Caído. Nadie sabía con certeza quién era, ni cómo había llegado a esa condición, pero los rumores decían que este ser tenía la clave para derrotar a las fuerzas celestiales que oprimían el mundo. Y ahora, ese ángel estaba aquí, en la ciudad, esperando ser encontrado.
Liana sabía que no podía confiar en cualquiera con una tarea tan peligrosa, y mucho menos en Valen, que la había seguido desde el momento en que salieron del bosque. Pero sabía que Kael estaba ocupado con otros asuntos, y ella era la única que podía manejar esto.
Finalmente, llegó a su destino: una iglesia abandonada en las afueras de la ciudad. Las piedras estaban cubiertas de musgo, y las vidrieras, que alguna vez fueron coloridas, ahora eran opacas y rotas. El aire estaba cargado de una energía pesada, como si el lugar mismo estuviera a punto de desmoronarse bajo el peso de la historia que albergaba.
—¿Estás segura de que está aquí? —preguntó Valen, apareciendo a su lado con una calma que Liana envidiaba.
—Kael nunca se equivoca —respondió Liana, aunque la duda se filtraba en su voz.
Valen arqueó una ceja, pero no dijo nada más mientras ambos avanzaban hacia las puertas de la iglesia. Liana empujó la pesada puerta de madera, que cedió con un chirrido que resonó en el espacio vacío. El interior estaba oscuro, excepto por la luz de la luna que se filtraba a través de las ventanas rotas, creando sombras largas y distorsionadas en el suelo.
—Es aquí —murmuró Liana, sintiendo un escalofrío recorrer su columna.
—¿Qué es lo que realmente esperas encontrar, Liana? —La voz de Valen era suave, pero había un tono de advertencia en ella—. Los Ángeles Caídos no son como nosotros. Han visto cosas que ni siquiera podemos imaginar. No te dirán lo que quieres escuchar sin un precio.
Liana apretó los labios, sin apartar la vista del altar al final de la nave. Sabía que Valen tenía razón. Pero también sabía que, sin la información que el Ángel Caído podría proporcionar, su misión estaba condenada al fracaso.
Avanzó con cautela, sintiendo cómo la oscuridad parecía volverse más densa a medida que se acercaba al altar. Y entonces lo vio.
El Ángel Caído estaba allí, de pie junto al altar. Sus alas, una vez majestuosas, estaban ahora encorvadas y desgarradas, sus plumas manchadas de sangre y suciedad. Su figura era alta y esbelta, con una presencia que emanaba un poder antiguo y peligroso. Pero lo que más impactó a Liana fueron sus ojos: eran de un dorado intenso, pero en ellos no había rastro de la luz celestial, solo una oscuridad abrumadora.
—Has venido —dijo el ángel, su voz resonando en el espacio vacío como un eco sin fin.
Liana se detuvo, sintiendo que cada fibra de su ser le decía que corriera, que huyera de esa presencia abrumadora. Pero se obligó a mantener la compostura, recordando por qué estaba allí.
—Necesito tu ayuda —dijo ella, su voz firme a pesar del nudo en su garganta—. La rebelión...
—La rebelión —interrumpió el ángel, dejando escapar una risa amarga—. ¿Crees que puedes cambiar el curso del destino? ¿Que puedes desafiar las leyes de los cielos y salir ilesa?
Liana tragó saliva, pero no retrocedió.
—No sé si saldré ilesa —admitió—. Pero sé que debo intentarlo. Y necesito saber lo que tú sabes. Necesito saber cómo detenerlos.
El ángel la miró durante un largo momento, sus ojos dorados penetrando en los de Liana como si pudiera ver directamente en su alma. Finalmente, esbozó una sonrisa, una sonrisa que no era ni amable ni cruel, sino simplemente llena de una sabiduría insondable.
—El precio de la verdad es alto, niña —dijo, inclinándose hacia ella—. ¿Estás dispuesta a pagarlo?
Liana sintió cómo todo su cuerpo se tensaba ante sus palabras, pero asintió, sabiendo que no podía retroceder ahora.
—Lo estoy —respondió, con una resolución que sorprendió incluso a Valen, que se mantenía en silencio a unos pasos de ella.
El ángel asintió, satisfecho.
—Muy bien —dijo—. Entonces escucha, y no olvides lo que estás a punto de aprender.
Y entonces, con un movimiento rápido y fluido, el ángel extendió una mano hacia Liana, tocando su frente con un dedo. En ese instante, una oleada de imágenes y sensaciones inundó la mente de Liana: visiones de guerras antiguas, de traiciones y sacrificios, de amores perdidos y esperanzas destrozadas. Era como si toda la historia del mundo estuviera siendo volcada en su mente, cada secreto, cada mentira, cada verdad.
El dolor era insoportable, como si su cráneo estuviera a punto de estallar. Pero Liana se obligó a soportarlo, sabiendo que en esos fragmentos de recuerdos y visiones, encontraría lo que necesitaba.
Finalmente, el ángel retiró su mano, y Liana cayó de rodillas, jadeando por el esfuerzo de mantenerse consciente.
—Ahora sabes lo que tienes que hacer —dijo el ángel, su voz calmada mientras observaba a Liana con algo que podría haber sido compasión—. Pero recuerda, la verdad siempre tiene un precio. Y no siempre es uno que quieras pagar.
Liana levantó la vista, sus ojos ardiendo por las lágrimas no derramadas, y asintió.
—Lo sé —dijo, con la voz quebrada, pero llena de determinación—. Y lo pagaré.
El ángel asintió una vez más, antes de volverse hacia Valen, quien lo miraba con una mezcla de curiosidad y cautela.
—Cuídala —dijo el ángel a Valen, su tono cargado de una advertencia silenciosa—. Ella es más importante de lo que crees.
Valen no respondió, pero algo en su expresión cambió, como si finalmente comprendiera la magnitud de la misión en la que se habían embarcado.
Y mientras el ángel se desvanecía en la oscuridad de la iglesia, dejando a Liana y Valen solos en el silencio, ambos sabían que el camino por delante sería más difícil de lo que jamás habían imaginado.
El Ángel Caído había hablado, y ahora, no había vuelta atrás.