Una pareja de esposos adoptan a una niña que según los lugareños es hija de una bruja. Se la quitaron a la mala y ella ha jurado que regresará del más allá a vengarse.
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La ciudad escondida
Luisa, quiero que de hoy en adelante, seas tú la que lleve a Alejandra a la escuela y la recoja a la salida, tú serás su niñera, la otra que tenía se fue a su pueblo.
Sí, señora, con mucho gusto.
Bueno, ya es hora de que la lleves.
Sí, señora. Vámonos Alejandra.
Al llegar la niña a la escuela...
Miren, ahí va la hija de la bruja.
Luisa se puso a defender a su hija...
Ven acá mocoso, ¿acaso no sabes que tu mamá se acostó con otro hombre, y por eso tu papá los abandonó?
Y tú, escuincle, de seguro nadie sabe que mojas la cama, ¿verdad?
Les advierto, yo conozco a todos y cada uno de ustedes, si se vuelven a meter con Alejandra, les pesará, se los aseguro.
Los niños aludidos decidieron entrar al salón en completo silencio.
Estaban muy apenados por la forma en que Luisa los avergonzó delante de todos los demás niños.
Decidieron aplacarse...
Eran niños de siete años la mayoría.
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Luisa ya estaba esperando a Alejandra afuera de la escuela.
Hola, mi amor, ¿cómo te fue?
Bien, la maestra me puso una estrella en la frente porque contesté bien a todas las preguntas.
Muy bien, mi niña, eres muy lista e inteligente. Te felicito princesa. ¿Te siguieron molestando tus compañeros?
No, ya mejor me sacaban la vuelta.
Te aseguro que jamás te volverán a molestar.
Gracias, Luisa.
Vamos, tu mamá nos está esperando con la comida.
Mmm qué rico.
Qué bueno que ya están aquí, la comida está lista, Luisa, siéntate a la mesa con nosotros.
Sí, señora, nos vamos a lavar las manos.
Una llamada interrumpió la placentera comida.
Carlota contestó: ¿bueno?
Buen día, hablamos del instituto María Morelos, ¿podría hablar con la señora Sonia?
Un momento, por favor.
Carlota fue al comedor, señora, le hablan de la escuela...
Gracias, Carlota... Sonia fue a contestar...
Buen día, ¿pasa algo?
Señora, es necesario que venga mañana con su hija, tengo que hablar cosas importantes con usted sobre su hija.
¿Qué pasa?
No le puedo decir por teléfono, la veo mañana, bye.
La directora Jacinta colgó sin más ni más.
Sonia se quedó extrañada, ¿para qué la querrá la directora?
Volvió al comedor.
No dijo nada, se puso a comer en silencio, Lyisa y Alejandra habían acabado de comer, esperaron a que comiera Sonia.
¿Pasa algo malo, señora?, preguntó Luisa.
No te preocupes, lleva a Alejandra a que haga la tarea. Yo voy a descansar a mi cuarto.
Sonia no trabajaba, se dedicaba en cuerpo y alma a su hogar, de repente hacía alguno que otro pastel para sus amigas, a ellas les gustaban mucho sus pasteles.
"¿Por qué no haces pasteles y los vendes?", le decían.
Pero ella no quería, era feliz siendo ama de casa. Su esposo la proveía de todo lo que necesitaba.
Ese día se dedicó a leer, se fue a su cuarto privado y se sentó en su sillón favorito. A ella le gustaba mucho la lectura.
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Yaqui estaba sentada en una silla en su cuarto, de pronto sintió como si alguien se parara detrás de ella.
Ella volteó, pero no había nadie, su esquizofrenia estaba más avanzada, el medicamento no le hacía el menor efecto.
En su mente ella repetía estas palabras: "él debe morir, él debe morir". Pero, ¿quién?
De pronto el cuarto se iluminó, una puerta que no sé se dónde salió, se abrió algo que parecía algo así como un reptil, le hizo señas con las manos de que lo siguiera. Era algo muy raro, mitad reptil y mitad hombre, pero sus facciones no estaban bien definidas, se veían como revueltas, como cuando haces una torta de huevo...
No se sabía dónde empezaba el reptil y dónde el hombre. Todo era tan confuso. Yaqui no hizo más que seguirlo, iba como hipnotizada, los ojos de la cosa esa brillaban en la oscuridad, y ella lo seguía como fascinada por lo que veía.
Al adentrarse en ese túnel oscuro la puerta se cerró de golpe. Yaqui miró hacia atrás, no había salida posible. Cuando quiso volver ya no había camino. Frente a ella al final del túnel vio un sin fin de escaleras, como cuando vas al panteón y ves infinidad de tumbas.
Las escaleras iban de grandes a más pequeñas, ella bajaba una por una, la cosa la iba guiando, en las paredes de ese diminuto túnel dónde solo cabía una persona caminando, porque ni siquiera se podía sentar, había infinidad de cuadros, todos ellos dibujados en la pared, reptiles distorsionados, en el último cuadro estaba un hombre completamente destrozado, y otro quemado junto a su esposa. Yaqui se vio a sí misma en ese cuadro, su esposo gritaba desesperado, pero ella no le hacía caso y le prendía fuego.
Las escaleras se hacían interminables, Yaqui las bajaba, iba caminando detrás de esa cosa monstruosa, como si le fuera la vida en ello.
Una ráfaga de aire entró de pronto, ¿cómo, si no había ventana alguna, ni siquiera un orificio?
Inexplicablemente, uno de los cuadros cayó al suelo, haciéndose añicos. Al mismo tiempo que se oía el grito de uno de esos personajes pintados en la pared a modo de cuadros.
Puras figuras monstruosas, distorsionadas, la luz los hacía ver infernales, como si quisieran salirse de la pared y posarse en esa mujer bella que bajaba por las escaleras, una a una.
Más abajo por la escalinata un bebé le salió al encuentro, era una especie de feto que no llegó a formarse porque no le dieron oportunidad.
Él lloraba y le recriminaba a Yaqui no haberlo dejado desarrollarse. Pero ella negaba todo y decía que había sido un accidente. Los ojos de todos los fenómenos de la pared la veían a modo de reclamo, ella estaba muy asustada, quería salir de ahí pero no podía volver. A medida que ella avanzaba, las escaleras iban desapareciendo, quedando ella como flotando en esa oscuridad innata, solo la detenían las escaleras que iba bajando.
No había manera de regresar, el viento soplaba, Yaqui no sabía de dónde provenía ese viento, pero eso le daba esperanza de que había una salida más adelante.
Su búsqueda se hizo intensa, miraba a todos lados, buscando una salida. Pero solo veía oscuridad, y los cuadros grotescos que cubrían las paredes.
Trataba de avanzar, pero el viento la mantenía quieta. Tenía miedo, mucho miedo, ese miedo que te corre por las venas, y que te impulsa a hacer cosas que no quieres. No supo en qué momento se adentró por ese túnel interminable.
Cuando por fin pudo avanzar, se topó con Clara, su enfermera. Ella estaba cubierta por la colcha que había comprado en Estados Unidos. La vio ahí, indefensa, sin manera de poder librarse de ese enredo de la colcha.
Al verla, Yaqui lloró llena de miedo, pero desgraciadamente, no pudo hacer nada por ella.