Contraataque de la esposa

—Tú siempre serás como un hermano querido para mí. —Caminé hacia la puerta sonriendo y la abrí para salir. Estaba agradecida por la información que me había conseguido, pero no quería que se involucrara: Ivan no solo tenía quince años más que él, sino que llevaba quince años más que él haciendo negocios; Isaac no iba a poder con él.

—Pídele el divorcio. Yo voy a ayudarte a iniciar la demanda para que, aunque sea, puedas quedarte con la mitad de la empresa —dijo frenándome.

Yo giré para mirarlo y le dije, con una sonrisa:

—El mundo de los adultos no es tan sencillo, niñito malcriado, y no todos los problemas matrimoniales se resuelven con un divorcio. Tú ve a ocuparte de tu bufete y no te metas en esto.

Con la información que tenía en mi poder me sentí un poco más tranquila y también contenta por haber actuado a tiempo. Además, era evidente que Morley no le había informado a Ivan sobre nuestra reunión, ya que de lo contrario él no hubiera permitido que yo consiguiera tantas pruebas.

Salí de la oficina de Isaac y fui a hacerme un tratamiento facial; dormí un buen rato en el salón de belleza y luego fui a recoger a Jesse, que, como se había dado cuenta de que las cosas estaban mal en casa, me trató con suma amabilidad durante todo el camino. En un esfuerzo para transmitirle tranquilidad, le dije, seria:

—Jesse, no hay ningún problema entre papá y yo. Él estuvo ocupado y bajo mucha presión en este último tiempo, por eso a veces levantamos la voz al conversar, pero bajo ningún punto de vista se trata de peleas.

—¿Puedes pedirle a papá que venga a cenar conmigo? —preguntó él con cautela.

—Sí —respondí. Sin embargo, él me seguía mirando con recelo, así que terminé llamando a Ivan y coordinando una cita para que cenáramos juntos esa misma noche, según prometió. Cuando le transmití la noticia, Jesse por fin sonrió con alegría.

Dejé el coche en el estacionamiento exclusivo detrás de la mansión, tomé la mochila de mi hijo y lo bajé del vehículo. Justo cuando estaba llegando a la entrada, una mano me golpeó en el rostro de improviso y, al alzar la mirada, vi a Morley enfurecida frente a mí. Yo no podía creer que alguien se atreviera a darme una cachetada en la mismísima entrada de mi casa. Jesse se quedó atónito. Pasados unos segundos, rompió en llanto antes de correr hacia ella para darle manotazos y a patearla. Por miedo a que pudiera salir lastimado, lo aparté, justo a tiempo para evitar que Morley le diera una patada. Monté en cólera y, sin dudarlo, dejé al pequeño en el suelo y me abalancé sobre ella para tomarla del cuello y pegarle unas siete u ocho bofetadas.

Cuando había quedado embarazada de Jesse ya era grande, así que había tenido que quedarme en casa haciendo reposo, y después de su nacimiento me había dedicado a cuidar de él y no había vuelto a trabajar. Ahora que el pequeño estaba en el jardín de infantes, me pasaba el día haciéndome tratamientos de belleza, yendo de compras y ejercitando. Durante el último año y medio había estado repasando mis conocimientos de Taekwondo y, si bien no era muy buena, Morley no representaba un adversario difícil de vencer. En medio del ataque de ira, la golpeé con tanta fuerza que cuando me detuve vi que tenía el maquillaje arruinado y la cara hinchada. Ella se cubrió el rostro, empeñada en reprimir las lágrimas.

—Qué mala suerte toparse con semejante arpía —se burló.

—Fue en defensa propia, dado que intentaste lastimar a mi hijo. Como su madre, tengo la obligación de garantizar su integridad física —respondí con una mueca. Ella alzó las cejas.

—Bueno, atrévete entonces a golpearme más fuerte; después haré que revisen mis heridas y que Ivan vea de lo que eres capaz.

En ese momento, recobré la compostura y la solté. Ella, que no se lo esperaba, trastabilló hacia atrás y cayó sobre los escalones de piedra.