Cielo Astrada de 23 años, ha soportado el desprecio de su esposo Gabriel Romero y su familia por años, creyendo que su amor y sumisión eran la clave para mantener su matrimonio. Sin embargo, cuando Gabriel decide divorciarse para casarse con su amante y la familia de él la humilla, Cielo revela su verdadera identidad: una mujer poderosa con un pasado oculto de riquezas e influencias.
Despojándose de su rol de esposa sumisa, Cielo usa su inteligencia y recursos para construir un imperio propio, demostrando que no necesita a nadie para brillar. Mientras Gabriel y su familia enfrentan las consecuencias de su arrogancia, Cielo se convierte en un símbolo de empoderamiento y fuerza para otras mujeres
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capitulo 6: Un año de tortura
El primer año de matrimonio fue una prueba constante para Cielo. Desde el día de su boda, había sentido el rechazo palpable de la familia de Gabriel, quienes la veían como una intrusa no deseada. Sin el apoyo de su propia familia y con la presión del mensaje que había recibido, Cielo se vio atrapada en un ambiente hostil y desalentador.
La mansión de los Romero, una imponente construcción llena de lujos, se convirtió en una prisión para Cielo. Desde el primer día, su suegra, Isabel, no hizo ningún esfuerzo por ocultar su desprecio. Isabel era una mujer elegante y altiva, acostumbrada a tener el control sobre su hogar y su familia. Para ella, Cielo no era más que una joven sin importancia, una extraña que se había infiltrado en su mundo y que buscaba el estatus y el poder de su familia. A menudo, Isabel la menospreciaba y encontraba maneras de hacerle la vida miserable.
Las humillaciones comenzaron con pequeños desaires. Isabel no solo la ignoraba en las conversaciones familiares, sino que también se encargaba de señalar cualquier error que Cielo pudiera cometer, desde la elección de su ropa hasta la manera en que manejaba las tareas del hogar. Pero eso no fue lo peor. A medida que pasaban los meses, los maltratos se volvieron más físicos y directos. Cielo se convirtió en la sirvienta de la casa, ya que su suegra había despedido a un 70% de los empleados para obligarla a hacer todas las labores domésticas sin ayuda.
Lucía, la hermana menor de Gabriel, también participaba activamente en el maltrato. A pesar de su aspecto refinado, tenía un temperamento cruel y disfrutaba viendo a Cielo sufrir. Un día, mientras Cielo estaba limpiando la sala de estar, Lucía entró con una mirada despectiva.
—Parece que solo sirves para esto, ¿verdad? —dijo Lucía con una sonrisa sarcástica, tirando una pila de ropa sucia a los pies de Cielo—. Asegúrate de que esté impecable, ¿entendido?
Cielo, con los ojos llenos de lágrimas, asintió en silencio. Sabía que cualquier respuesta solo empeoraría la situación. Lucía se acercó y, sin previo aviso, le dio una bofetada en la cara, dejándola atónita.
—No me gusta que me ignores sirvienta, si así se te puede llamar oportunista —gruñó Lucía, sus ojos llenos de odio.
Cielo tocó su mejilla adolorida, pero no dijo nada. Sabía que no podía defenderse sin enfrentarse a consecuencias aún peores. Isabel y Lucía se aseguraban de recordarle constantemente su posición en la familia. La comida que se le daba era escasa y de mala calidad, y las pocas pertenencias que tenía eran confiscadas o destruidas sin piedad. Isabel incluso se encargaba de quitarle el dinero que Gabriel le depositaba para sus necesidades personales.
—No necesitas dinero, niña. Todo lo que necesitas está aquí —decía Isabel mientras le arrebataba la tarjeta de las manos—. Además, es mejor que no andes gastando el dinero de mi hijo en tonterías.
La situación empeoró cuando Gabriel comenzó a llegar a casa cada vez más tarde, ignorando completamente a Cielo. Su indiferencia era dolorosa, pero lo peor era su ausencia. Las pocas veces que hablaba con ella, lo hacía con frialdad y desdén. Gabriel no la miraba a los ojos y, cuando lo hacía, era con una expresión de repugnancia.
Una tarde Gabriel regreso temprano y Cielo le tenía el almuerzo preparado, pero a él no le gustaba que ella lo hiciera, la sentía muy lamé botas, pensaba que tenía otras intenciones como drogarlo, entonces la miro y le dijo que no iba a comer lo que ella hacía: "No pienses que comeré esto, no estás apta para ser mi esposa y ni siquiera para ser mi sirvienta o cocinera, así que llévate está bazofia a otro lado" -madre, hermana vámonos a comer afuera, déjala comiendo eso.
Esa noche, después de una cena especial entre ellos, Isabel y Lucía regresaron y arrinconaron a Cielo en la cocina, Isabel se la llevó jaloneandola del brazo lo que le causó a Cielo un moreton grande y unls rasguños, ya que Isabel se encargó de incrustarle las uñas, para luego con una sonrisa siniestra, sacar un trapo de su bolso y lanzarlo a Cielo.
—Tu lugar está en esta casa, sirviendo a tu esposo y a esta familia —dijo Isabel con voz venenosa—. Pero asegúrate de no hacer nada que nos avergüence.
Lucía, con un destello de maldad en sus ojos, añadió:
—Nos aseguraremos de que no te falte nada... incluyendo un techo donde dormir. Pero recuerda, todo lo que tienes aquí es gracias a nosotros. Eres una pobre huérfana sin nada, y siempre lo serás, así que al menos por comer ponte a trabajar porque aquí nada es gratis.
Las palabras hirientes y los constantes maltratos comenzaron a afectar a Cielo profundamente. Cada día era una lucha para mantenerse fuerte, para no dejarse vencer por la crueldad de su suegra y su cuñada. Las lágrimas se convirtieron en su compañera constante, y las noches solitarias en la fría cama matrimonial solo aumentaban su desolación.
Una tarde, mientras limpiaba una de las habitaciones, Cielo recibió un mensaje de texto en su teléfono. Era de su familia, recordándole que había perdido su apoyo al casarse con Gabriel. La nota mencionaba claramente que si en un año no lograba ganarse el corazón de Gabriel y de su familia, debía regresar y pedir el divorcio.
"Tienes un año para demostrar tu valía. Si no puedes ganarte su corazón y el respeto de la familia, deberás regresar y divorciarte," decía el mensaje.
Cielo sabía que su familia había decidido alejarse de ella como castigo por haberse casado con Gabriel, alguien que ellos consideraban indigno, pero ella creía que podía ganarse su corazón, puesto que todavía tenia tiempo, por ende, Cielo no veía ese mensaje como una amenaza, sino como un desafío. Sabía que había perdido el apoyo de su familia, pero también sabía que si lograba cumplir con el plazo de dos años, podría revelar su verdadera identidad y obtener el respeto que merecía.
Con el corazón lleno de determinación, Cielo se prometió a sí misma que no se rendiría. Aunque el desprecio y los maltratos eran difíciles de soportar, estaba decidida a ganarse el corazón de Gabriel y a demostrar su valía a la familia Romero. Sabía que el camino sería arduo y doloroso, pero estaba dispuesta a enfrentarlo. Con la mirada puesta en el futuro, Cielo se preparó para luchar por su lugar en la familia y por el amor que anhelaba.